de derecha a izquierda: Juan XXIII, PabloVI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco
No podemos callar ante los errores del
Concilio Vaticano II.
No podemos callar ante el error y la herejía
(modernista que asola la Iglesia de Nuestro divino Redentor). No podemos callar
ante quien dice que Jesús no era Dios desde que nació hasta que murió. No
podemos callar ante quien dice que Jesús era un hombre y nada más, negando la
divinidad de Nuestro Señor. No podemos callar ante quienes niegan la existencia
del infierno o ante quienes predican que todos se salvan o que el infierno está
vacío. Ante la apostasía no cabe el silencio.
No podemos callar ante quienes dice que el
concepto de transubstanciación está anticuado y que hay que prescindir de él
para poder llegar a la unidad con los luteranos. No podemos callar ante quienes
dicen que todos pueden comulgar: protestantes, pecadores impenitentes, ateos…
No podemos callar ante quienes pretenden que
la Santísima Virgen María era una mujer como cualquier otra y que mantenía
relaciones sexuales como cualquiera. No podemos callar ante quienes ofenden
gravemente el honor de nuestra Madre Santísima un día tras otro.
No podemos callar ante quienes afirman que
puedes confesarte y comulgar, aunque vivas en adulterio: aunque te hayas
divorciado y te hayas vuelto a casar civilmente.
No podemos callar ante quienes promueven el
indiferentismo religioso, ante quienes dicen que lo único importante es el
“amor” y afirman que Dios quiere que haya diversidad de religiones y que todas
ellas conducen a la salvación igualmente.
No podemos callar ante la adoración idolátrica
a la Pachamama.
No podemos callar ante quienes quieren cambiar
la doctrina moral de la Iglesia, ante quienes quieren bendecir las uniones
homosexuales, ante quienes quieren que veamos como buenas las uniones de hecho,
ante quienes quieren tirar a la basura Humanae Vitae o Veritatis Splendor.
No podemos callar ante los modernistas que
reclaman el sacerdocio femenino o la supresión del celibato obligatorio para
los sacerdotes.
No podemos callar ante la situación de la
Iglesia mártir de China. Nuestros hermanos chinos prefieren ser mártires antes
que doblegarse ante los comunistas. Y la Santa Sede firma acuerdos secretos con
los comunistas para que la Iglesia clandestina tenga que plegarse a los
dictados de la “Iglesia Patriótica”; o sea, al partido comunista. El mismo
partido que destruye templos, derriba cruces, encarcela obispos y obliga a
cambiar las imágenes religiosas de las iglesias por las de Xi Jinping y los
textos del Evangelio por las proclamas de los comunistas. No podemos callar y
dejar al cardenal Zen y a los hermanos católicos chinos solos.
No podemos callar ante los escándalos sexuales
protagonizados por tantos sacerdotes, religiosos, obispos y hasta cardenales.
No se puede callar ante los perversos, ante los impíos ni ante los encubridores
de tanta maldad.
No podemos callar ante una Iglesia juramentada
que se somete al globalismo de la ONU y a todas las modas ideológicas del
momento.
No podemos. Simplemente, no podemos callar.
Ante el error, ante las herejías, no podemos callarnos. Tenemos que combatir el
pecado siempre. Y a la vez, tenemos que preocuparnos por el pecador: tenemos
que intentar que se arrepientan de sus pecados; tenemos que procurar que se
conviertan. Tenemos que rezar mucho por la salvación de sus almas: esa es la
verdadera caridad.
Hago mías, con toda humildad y obviamente sin
pretender compararme con ella, las palabras de Santa Catalina de Siena:
"Ha llegado el momento de llorar y de
lamentarse porque la Esposa de Cristo se ve perseguida por sus miembros pérfidos
y corrompidos. El cuerpo místico de la santa Iglesia está rodeado por muchos
enemigos. Por lo cual ves que aquellos que han sido puestos para que sean
columnas y mantenedores de la santa Iglesia se han vuelto sus perseguidores con
la tiniebla de la herejía. No hay pues que dormir, sino derrotarlos con la
vigilia, las lágrimas, los sudores; y con dolorosos y amorosos deseos, con
humilde y continua oración."
¿Por qué guardáis silencio? Este silencio es
la perdición del mundo. Yo os pido que obréis de modo que el día en que la
Suprema Verdad os juzgue no tenga que deciros estas duras palabras: “Maldito
seas, tú que no has dicho nada”. ¡Ah, basta de silencio!, clamad con cien mil
lenguas. La Esposa de Cristo ha perdido su color (Lam 4, 1), porque hay quien
chupa su sangre, que es la sangre de Cristo, que, dada gratuitamente, es robada
por la soberbia, negando el honor debido a Dios y dándoselo a sí mismo.
¿Por qué guardáis silencio? No se puede ni se
debe guardar silencio. Yo, al menos, no puedo. Reviente vuestro corazón y
vuestra alma al ver tantas ofensas a Dios. Si amaseis a Dios no temerías
cobardemente, sino que con audacia y corazón valiente reprenderías los errores
y no callaríais ni haríais la vista gorda. Todos tendremos que rendir cuentas
de nuestras palabras, de nuestros silencios y de nuestros hechos.
Los cristeros católicos del México cristero nos dieron ejemplo en cuanto a la defensa de la Iglesia y de nuestra sacrosanta Fe dando sus vidas por Dios, la Virgen de Guadalupe y la patria regando los campos con su sangre la cual los empapo y dieron como fruto nuevas pléyades de católicos, pero no de cobardes, miedosos y cómodos.
Otro ejemplo valiente de fidelidad a Dios antes
que a los hombres sean reyes o no, lo tenemos de Matatías padre de Judas
macabeo y sus hermanos. Los emisarios del rey Antíoco le dijeron a Matatías: Tu
eres el principal, el mas grande el mas esclarecido de esta ciudad, y glorioso
con esa corona de hijos y hermanos. Ven pues, tú primero, y haz lo que el rey
manda, como lo han hecho todas las gentes, y los barones de Judá…y con esto tú
y tus hijos seréis amigos del rey, el cual os llenara de grandes dones. Respondió
Matatías y dijo en alta voz: Aunque
todas las gentes obedezcan al rey Antíoco, y todos abandonen la observancia de
la ley y de sus padres, y se sometan al mandato del rey, yo y mis hijos y mis
hermanos obedeceremos la ley de nuestros padres. Quiera Dios ampararnos, no nos
es provechoso abandonar la Ley y los preceptos de Dios. No daremos oídos a las
palabras del rey Antíoco, ni ofreceremos sacrificios. Violando los mandamientos
de nuestra Ley por seguir otro camino” (Mac. II. Ver 18-22).
Estas deberían ser nuestras últimas palabras
ya no respecto a la antigua Ley sino ala nueva predicada por Jesucristo y
dejada a los Apóstoles. No al modernismo, no a sus misas protestantes, no a sus
leyes inicuas que van en contra de la tradición bi milenaria de la Iglesia
fundada por nuestro divino Salvador ya desde ahora y confirmadas antes de
nuestra comparecencia ante Dios, después de nuestra muerte.
¡VIVA
CRISTO REY Y SANTA MARÍA DE GUADALUPE
Exelente padre!!
ResponderEliminarOjalá llegase este mensaje a todo el mundo. Pero creo que despierta más rápido un ateo que unovus ordo. n
ResponderEliminarClaro en en esa portada falto Juan Pablo I
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