Una imagen tan edificante, tan "políticamente correcta", de las reivindicaciones
individuales y sociales, efectuadas por lo común en nombre de los "derechos humanos", olvida la realidad, es
decir, el hecho de que, además de "una vida plena
y de una vida libre" (expresión vaga, por otra parte), las personas
y los grupos sociales anhelaban y anhelan el poder, el dominio sobre los otros,
el goce, el imponerse y el mandar, el vengarse de las ofensas sufridas, reales
o presuntas. Por otro lado, ¿acaso la vida
"libre" y "plena" es, para el católico, la de quien ha
satisfecho sus reivindicaciones, sobre todo las materiales, y no más bien la de
quien quiere hacer en todo la voluntad de Dios, según las enseñanzas de Nuestro
Señor, y que, en consecuencia, lleva una vida que no es "libre" ni
"plena" a los ojos del mundo, aunque sí lo es a los de Dios?
La visión optimista del hombre induce al concilio a dar una definición
acatólica del hombre universal o "persona humana integral": «Queda en pie para cada
hombre el deber de conservar el concepto de persona humana integral, en la que
destacan los valores de la inteligencia, voluntad, conciencia y fraternidad;
todos los cuales se basan en Dios Creador y han sido saneados y elevados
maravillosamente en Cristo» (GS § 61). Este retrato carece de
trabazón lógica, porque la inteligencia, la voluntad y la conciencia son
facultades del hombre antes que valores, mientras que la fraternidad no puede ser
más que un valor, y, con todo y eso, se las pone a todas en el mismo plano.
Pero ¿dónde está el valor cristiano por excelencia, la caridad?
¿Dónde la humildad, la obediencia, el espíritu de sacrificio, el deseo de
complacer a Dios en todo? Y se afirma de nuevo que Jesús vino a
"elevar" al hombre, "saneando" sus cualidades, es decir,
limpiándolas de toda imperfección, cuando, por el
contrario, El no se encarnó para exaltar nuestras cualidades, sino para curar
nuestras enfermedades, a fin de que pudiésemos limpiar nuestras almas por la fe
en El: «No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores» (Mc 2,17).
12.8 La interpretación del proceso histórico que
estaba por aquel entonces en vías de realización (eso se pensaba) como un proceso
tendente a la unidad del género humano, a cuyo término se disolverían las
naciones: «La propia historia está sometida a un proceso tal de aceleración,
que apenas es posible al hombre seguirla…, El género humano corre una misma
suerte y no se diversifica ya en varias historias dispersas [consortionis
humanae sors una efficitur et non amplius inter varias velut historias
dispergitur]» (GS § 5).
¿Han confirmado los hechos tamaña asunción de la
"filosofía de la historia" del Vaticano? A primera vista parece que
sí, en este annus Domini del 2002. Con eso y todo, han de efectuarse algunas
precisiones: 1) La unificación socio-económica del género humano estaba tomando
cuerpo gracias al desarrollo material de la ciencia, de la técnica y de la
economía, con el concurso de la cultura de masas; un desarrollo que hoy parece
haber desembocado, en fin de cuentas, en una especie de forma económica
universal representada por el llamado "mercado
global", es decir, por el capitalismo en su forma peor, la
ultraliberal y especulativa, un monstruo económico y financiero que ningún
Estado logra ya controlar.
2) La forma política universal de este proceso (una vez agotada
la utopía comunista) se ha consolidado en la democracia de masas, la de los
"derechos humanos", corrupta y corruptora, que gravita sobre nuestros
hombros de la manera que sabemos, enemiga de todas las verdades del
cristianismo.
3) Se trata de un proceso artificioso, provocado
conjuntamente por la avidez humana llevada al extremo, por la política de poder
de ciertas naciones y por la adhesión de la Iglesia a las ideas del siglo, no
por el deseo natural de los pueblos, ni por las exigencias políticas y
económicas objetivas.
4) Tal proceso, con todos sus males, estaba aún en
estado embrionario a principios de la década de los sesenta, dominados por el
dualismo de democracia y comunismo y por la contraposición frontal de los
denominados "bloques".
Si el concilio hubiera condenado ese proceso, es casi seguro que no habría
cobrado éste las dimensiones cuantitativas y cualitativas que están hoy a la
vista de todos. En efecto, la adhesión a él por parte de la jerarquía
contribuyó poderosamente a la denominada "unificación del género humano", y a que
la Iglesia "conciliar" se haya convertido hoy en uno de los factores
que concurren a mantener la artificiosa "unidad" del género humano.
5) Que esta unidad sea en realidad, nada más que
pura apariencia lo demuestra el hecho de que le ha permitido al islam,
enriquecido gracias al petróleo, reanudar su ofensiva a escala mundial, penetrando
sólidamente en todos los países (los europeos en particular), en los cuales ha
implantado multitud de colonias fuertes, compactas y agresivas; por manera que
el dualismo político de la época de los "bloques" se ha renovado,
peor pues de manera más insidiosa, con el enemigo muy dentro de los muros y sin
declaraciones de guerra, o, por mejor decir, bajo las banderas de la paz, de la
unidad, de la fraternidad y de los "derechos humanos". El islam, que
identifica religión y política, es constitucionalmente impermeable a toda forma
de democracia, y considera deber "religioso" suyo conquistar todo el
mundo para Alá., y Mahoma. Del otro lado, el género humano
"unificado" en la paz, en el progreso material, en la democracia, es
un género humano abierto, como nunca lo estuvo en el pasado, a la conquista
islámica (sin
excluir la hipótesis de un regreso súbito del comunismo, dado el carácter ambiguo
de la adhesión de Rusia a la "democracia").
6) La constatación de la imposibilidad de
diversificación del género humano "en varias historias dispersas",
verdadera en apariencia, no es de recibo en realidad, sobre todo desde el punto
de vista católico, por el mero hecho de que la Iglesia
tenía y tiene el deber de preocuparse ante todo de las naciones y sociedades católicas,
de defender su individualidad, tanto en el plano de los principios cuanto en el
político en sentido estricto, por lo que le corre la obligación de procurar que
su historia sea tan "diversa" cuanto sea posible de la del resto del
mundo, que le es hostil. En otras palabras: el mantenimiento y la
defensa de la individualidad nacional católica exige el reconocimiento del
derecho a una historia "diversa", que, por poner un ejemplo, Dios
omnipotente le garantizó siempre al antiguo Israel, pese a lo frágil y pequeño
que era, mientras observó fielmente sus mandamientos; exige el reconocimiento
del derecho a construir una sociedad conforme con los principios del
cristianismo, un derecho del cual el concilio no habla jamás, porque optó por
la llamada sociedad "pluralista" (GS § 75; GE § 67).
13.
La mala pastoral En la reforma de la Liturgia sagrada
13.1 La orden de revisar los libros litúrgicos
"cuanto antes", inclusive las rúbricas relativas a la participación
de los fieles (Se § 25), «para fomentar la unidad entre los cristianos
de la misma región o país» (OE § 20).
13.9 «A los orientales separados [los denominados "ortodoxos"] que, movidos por el Espíritu Santo, vengan a
la unidad católica, no se les exija más que la simple profesión de lo que la fe
católica exige» (OE § 25).
14. La mala pastoral en el estudio y enseñanza de la doctrina
14.1 La atribución a los obispos del poder de controlar
las versiones en vernáculo de la santa Biblia, en lugar de reservar dicho poder
para la Santa Sede (Se § 36, párrafo 4; DV § 25).
14.2 La orden siguiente: «En
las celebraciones sagradas debe haber lecturas de la Sagrada Escritura más
abundantes, más variadas y más apropiadas [abundantior, varior et
aptior]» (Se § 35; cf. se § 51); y también la orden que prescribe se
consienta a todos los fieles un contacto directo grande con el texto sagrado: «Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso a la
Sagrada Escritura» (DV § 22; cf. DV § 25). Se trata de órdenes
contrarias a toda la enseñanza precedente que, contra protestantes y
jansenistas, había rodeado siempre de cautela tales lecturas, dada la harto
conocida dificultad de muchos pasajes neo y vetero testamentarios, y la había
fiado en todo caso a la mediación de la liturgia, de la catequesis, de la
homilética.
14.3 La exhortación a traducir los textos sagrados «con la colaboración de los hermanos separados» (DV § 22 cit.).
14.4 La orden de hacer «ediciones
de la Sagrada Escritura, provistas de notas convenientes, para uso también de
los acristianos y acomodadas a sus condiciones» (DV § 25 cit.).
14.5 La exhortación a promover «reuniones mixtas destinadas a estudiar sobre todo cuestiones teológicas,
donde cada uno pueda tratar a los demás de igual a igual» (UR § 9).
14.6 Los artículos 12 y 24 de Unitatis Redintegratio, que
determinan la obligación de la "cooperación"
y de la toma de iniciativas 1 Clemente XI al condena a Quesnel, Denz. 1429;
Pío VI, Auctorem Fidei, Denz.1567.
"conjuntas" con
los hermanos separados (y con todos los hombres), elevándolas a la categoría de
principios generales de la pastoral.
14.7 La exhortación a
servirse de las ciencias profanas en la "conjuntas" con los hermanos
separados (y con todos los hombres), elevándolas a la categoría de principios
generales de la pastoral.
14.7 La exhortación a servirse
de las ciencias profanas en la "pastoral, «puesto
que los más recientes estudios y hallazgos de las ciencias, de la historia y de
la filosofía [pero ¿cuáles era, en tiempo del concilio, esos
"nuevos hallazgos" en los campos histórico y filosófico?; ardemos en
deseos de saberlo] suscitan nuevos problemas, que
entrañan consecuencias prácticas y reclaman nuevas investigaciones teológicas [
... ] Hay que reconocer y emplear suficientemente en el trato pastoral no sólo
los principios teológicos, sino los descubrimientos de las ciencias profanas,
sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los fieles a una vida
de fe más pura y más madura [también nos gustaría tener noticia de
los "descubrimientos "habidos en estos
dos últimos campos]» (GS § 62).
15. La mala pastoral en la formación
de los religiosos, seminaristas, sacerdotes,
y en el ministerio episcopal