19 DE OCTUBRE
SAN PEDRO DE ALCANTARA, CONFESOR
Epístola – I Cor. IV, 9-14
Evangelio – San Lucas; XII, 32-34
“¡BIENAVENTURADA
PENITENCIA!”—"¡Bienaventurada penitencia, que tanto
premio me ha merecido!" Así se expresaba el Santo de este día al llegar a
los cielos, al mismo tiempo que Teresa de Jesús exclamaba en la tierra:
"¡Y qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito Fray Pedro de
Alcántara! No está ya el mundo para sufrir tanta perfección. Dicen que están las
saludes más flacas y que no son los tiempos pasados. Este santo hombre de este
tiempo era; estaba grueso el espíritu, como en los otros tiempos, y así tenía
el mundo debajo de los pies. Que, aunque no anden desnudos ni hagan tan áspera
penitencia como él, muchas cosas hay, como otras veces he dicho, para repisar
el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. ¡Y cuán grande le dió su
Majestad a ese Santo que digo para hacer cuarenta y siete años tan áspera
penitencia, como todos saben!".
PENITENCIA
DE SAN PEDRO. — “. . . Y éste era el mayor trabajo de
penitencia que había tenido en los principios de vencer el sueño, y para esto estaba
siempre u de rodillas u en pie. Lo que dormía era sentado, y la cabeza arrimada
a un maderillo que tenía hincado en la pared. Echado, aunque quisiera, no
podía, porque su celda, como se sabe, no era más larga de cuatro pies y medio.
En todos estos años jamás se puso la capilla, por grandes soles y aguas que
hiciese, ni cosa en los pies, ni vestida, sino un hábito de sayal, sin ninguna
otra cosa sobre las carnes, y éste tan angosto como se podía sufrir, y un
mantillo de lo mismo encima. Decía me que en los grandes fríos se le quitaba, y
dejaba la puerta y ventanilla abierta de la celda para, con ponerse después el
manto y cerrar la puerta, contentaba al cuerpo para que sosegase con más
abrigo. Comer a tercero día era muy ordinario. Y dijo me que, de qué me
espantaba, que muy posible era a quien se acostumbraba a ello... Su pobreza era
extrema y mortificación en la mocedad, que me dijo que le había acaecido estar
tres años en una casa de su Orden y no conocer fraile, si no era por la habla;
porque no alzaba los ojos jamás, y así a las partes que de necesidad había de
ir, no sabía, sino íbase tras los frailes. Esto le acaecía por los caminos. A
mujeres jamás miraba; esto muchos años. Decía me que ya no se le daba más ver
que no ver; mas era muy viejo cuando le vine a conocer, y tan extrema su
flaqueza, que no parecía sino hecho de raíces de árboles" "Entre
otras cosas, me certificaron había traído veinte años cilicio de hoja de lata
continuo".
"SI
NO HICIEREIS PENITENCIA..."—Una austeridad así la parece lo
más natural a la ilustre reformadora del Carmelo, que sentía no practicarla en
toda su extensión, y a nosotros nos desanimaría tal vez. Y desde luego, diremos
otra vez que si todos los santos son admirables, no son imitables todos. Y con
gusto repetiremos con los contemporáneos de Santa Teresa, que el mundo no es ya
capaz de semejante perfección y que las saludes están ya muy estragadas para
llegar a eso. Y, a pesar de todo, el Evangelio, que es eterno, que contiene
consejos siempre oportunos, nos dice una y más veces: "¡Si no hiciereis
penitencia, todos pereceréis!" Nuestra Señora, haciendo coro a su divino
Hijo, ha querido repetir en todos sus mensajes al mundo, especialmente desde
hace cosa de un siglo, las mismas palabras: "¡Penitencia! ¡Penitencia!
¡Penitencia!"
LA
PENITENCIA QUE SE NOS EXIGE. — Bernardita en Lourdes y
los afortunados videntes de Fátima después, transmitieron el mensaje celestial,
y estos últimos le explicaron también recientemente. No deja de tener interés
el conocer con exactitud lo que espera el Señor de nosotros" para
perdonarnos y para alejar del mundo los castigos bien merecidos por los pecados
tan graves y tan numerosos: "Dios, misericordioso, desea ardientemente la
vuelta a la paz; pero está apenado de ver tan pocas almas en estado de gracia
y dispuestas a renunciar a todo lo que El exige y a guardar su ley. Y,
precisamente? lo que Dios nos pide ahora es penitencia; éste es el sacrificio
que cada cual debe imponerse para vivir una vida justa de acuerdo con su ley. "No
quiere de nosotros otra mortificación sirio que cumplamos simple y honradamente
nuestras obligaciones de cada día y que suframos con paciencia los trabajos y
tribulaciones. Quiere que se enseñe claramente a las almas esta vía; porque son
muchos los que se imaginan que la penitencia consiste en "grandes
austeridades" y, no teniendo fuerzas ni valentía para hacerlas, se
desalientan y se arrastran en una vida de indiferencia y de pecado."... Dice Nuestro Señor: El sacrificio que a todos se exige, consiste para cada
uno en el cumplimiento de sus propias obligaciones y en la observancia de mi
ley; ésa es la penitencia que ahora quiero." Practicar esta penitencia
será, pues, para" nosotros, el medio de imitar a los santos, aun a los más
austeros, y podemos y debemos tener la firme convicción de que así
responderemos a los deseos de Cristo y de su Santa Madre sobre cada uno de
nosotros.
VIDA. —
Pedro Garavito nació en 1499 en Alcántara, España. A los 16 años, entró en la
Orden de los Frailes Menores y, una vez terminados sus estudios, le encargaron
la predicación. Con su celo, que le consumía, logró convertir a muchos
pecadores. Pero, además, quería restaurar en su Orden el primitivo fervor. Consiguió
para ello el permiso de la Santa Sede y fundó el convento de Pedroso, al cual
siguieron otras muchas fundaciones en España y en las Indias. Era de una extrema
austeridad, mas por eso se vió regalado con altísima contemplación, y Dios
reveló a Santa Teresa que despacharía favorablemente toda petición que se le
hiciese en nombre de Pedro de Alcántara. Gozó también del don de profecía y
discernimiento de espíritus. Murió el 18 de octubre de 1562, confortado con la
aparición del Señor, de Nuestra Señora y de los Santos. El Papa Gregorio XV le
declaró Beato el 18 de abril de 1622, y Clemente IX le canonizó el 4 de mayo de
1669.
LA
RECOMPENSA. — "Hela aquí acabada esta aspereza de
vida con tan gran gloria". ¡Cuán dulces fueron las últimas palabras que
tus labios moribundos pronunciaron: Me he alegrado de lo que se me ha
dicho: Iremos a la casa del Señor. No había llegado aún la hora de
la recompensa para el cuerpo, al que habías determinado negar en esta vida todo
descanso, reservándoselo para la otra; pero el resplandor y los aromas de
ultratumba en los que el alma le envolvía al despedirle, ya nos declaraban a
todos que el contrato que fielmente se cumplió en su primera parte, lo sería en
la segunda también. Por el contrario, el cuerpo del pecador, destinado a
horribles tormentos por causa de unos vanos deleites, rugirá eternamente contra
el alma que le llevó a la perdición; tus miembros, una vez que entren en la
felicidad del alma ya" dichosa para completar su gloria con los propios
resplandores, proclamarán a lo largo de los siglos eternos cómo tu aparente
aspereza de' un instante fué para ellos sabiduría y amo
LA
LUCHA.-—Y ¿acaso tendremos que esperar al día de la resurrección
para reconocer, desde este mundo, que escogiste sin duda ninguna la mejor
parte? ¿Quién se atrevería a comparar, los placeres prohibidos, pero ni
siquiera los goces que puede uno permitirse en el mundo, con, los santos
placeres que la divina contemplación reserva ya desde esta vida a todo el que
se pone en condiciones de gustarlos? Si se dan en premió a la mortificación de
la carne, señal es de que en este mundo la carne y el espíritu sostienen una
lucha; pero la lucha para un alma generosa tiene sus atractivos, y aun la
carne, a la que ella glorifica, por ella también se ve libre de mil peligros.
PLEGARIA
POR LA IGLESIA Y EL ESTADO RELIGIOSO. — Consíguenos tú la
saciedad del cielo que nos aparte de los placeres de la tierra, pues, según la
palabra del Señor, no te invocaremos en vano si te dignas tú mismo presentarle
nuestros ruegos. Es la petición que en tu nombre y con la Iglesia dirigimos a
Dios, que hizo admirable tu penitencia y sublime t u contemplación. La gran familia
de los Frailes Menores guarda con cariño el tesoro de tus ejemplos y de tus
enseñanzas; para honra de tu Padre San Francisco y bien de la Iglesia, mantenía
en el amor de sus austeras tradiciones. Continúa tu ayuda preciosa al Carmelo
de Teresa de Jesús; y en las pruebas de nuestros días, extiéndela a todo el
estado religioso.
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