Monseñor, ésta es la
impresión que me da su misión: la de un ejército en desbandada.
No le disgustó al Vicario Apostólico
esa apreciación, pues sabía que se acercaba a la realidad. Como diría más tarde
el mismo Padre: «Con Monseñor Grimault reinaba el inmovilismos'". ¿No
había cenado este Obispo un día con el Mariscal Pétain, sin pedirle ningún
subsidio? ¿No tenía como máxima favorita: «Si Dios quisiera, convertiría al
mundo con el meñique», como si la gracia de Dios pudiese prescindir de la
acción humanar".
Ésa no era la manera de pensar
de Monseñor Lefebvre, que se daba cuenta de cómo los paganos suplicaban al misionero
que les enseñase el catecismo y les abriese escuelas. Tenía que responder a esa
súplica estableciéndose entre ellos y construyéndoles capillas y aulas de
clase. Su pedido le parecía tanto más angustioso, por no decir angustiado,
cuanto que estaban rodeados de mahometanos. Tenía que llegar primero, o si no
la Iglesia perdería su lugar, yesos poblados, que hoy son abiertos y acogedores,
se cerrarían (¿por cuántos años o quizá siglos?) a la luz y a la vida'".
En Fatick habían fracasado dos
intentos de fundar una misión.
Además, el Rey de Sine, Makékor
Diouf, se oponía a ello: No quiero siquiera que crucen el puente -les había
dicho a los misioneros-; y del lado del río en que se encuentran, ¡no
construyan nada que una flecha no pueda atravesar de parte a parte!.
Sólo se permitía levantar
chozas. Por eso, el puesto misional tuvo que establecerse en Diohine, a 25
kilómetros de allí.
Un hermoso día de 1949 el joven
Padre Gravrand, con permiso de su Superior, decidió «cruzar el puente». Ahora
bien, mientras pensaba «estar cruzando el Rubicón como César», se encontró
frente a frente con el Rey de Sine, que venía en la dirección contraria.
-Excelencia, lo estaba buscando
-le dijo filialmente el misio-
nero al soberano, explicándole
que iba a tres poblados a «comenzar la evangelización de la Iglesia de los
cristianos».
En ese instante el Rey cambió.
Respondió: «¡Muy bien!». Y dio órdenes al acompañante africano del Padre: «Vaya
a ver al Bour (el Rey) de Pourantok de mi parte y dígale: El Bour le dice que
reúna a los viejos en la plaza del poblado y entregue sus hijos al Padre». Y
así se hizo.
El Bour Sine (Rey de Sine)
explicaría más tarde: El primer día que lo vi (al misionero), me habló como un
hijo a su Padre; entonces me sentí como un Padre para él y decidí concederle lo
que me pidiera, sin importarme lo que fuera".
Explotando el efecto de esta
gracia, el Padre Gravrand tuvo la alegría de inscribir a sus cien primeros
catecúmenos, y Monseñor Lefebvre tomó pronto la decisión de fundar finalmente
la Misión de Fatick.
Fue así como, con o sin milagros,
pero en todo caso con la llegada de muchos nuevos misioneros, logró que el
número de puestos misionales independientes pasara de diez a veinticinco?'.
Monseñor elegía los lugares donde
había que invertir en personal y en edificios con un tino casi profético
-recordaba el Padre Gervais-. Nos solían sorprender sus proyectos y decisiones
audaces, y nunca tardábamos en ver su acierto con la evolución tanto de la
ciudad de Dakar como de los puestos misionales del interior. No imponía jamás
sus opiniones, pero cuando decía: «En su lugar, yo haría tal cosa», sabíamos
que su plan era el mejor y que seguiría de cerca su desarrollan.
En el caso de Fatick, el
segundo día de su visita a Diohine, Monseñor tomó consigo al Padre Gravrand y
le dijo: «Vamos a Fatick, voy a enseñarle el lugar donde hay que construir la
Misión».
Entonces -decía el Padre- vi
cómo fundaba una misión: recorría el lugar metro por metro con sus propios
pies, con sus propias piernas. Sabía que hacían falta tantos metros por tantos
metros para el presbiterio, que había que reservar tal lugar para la iglesia,
que a tal distancia debía ir la escuela, que a las hermanas había que ponerlas
en tal punto, y así otras cosas; y yo me limitaba a mirarlo... Era obvio que
había calculado y pensado esa fundación, y que había que hacerla tal como
estaba en su mente".
Un día el Obispo le dijo al
Párroco de Bambey:
-Mire, acabo de recibir este
donativo de Suiza, con el que podré construir un dispensario en N gaskop.
-¡En Ngaskop! ¿Ese puñado de
poblados paganos, a 20 kilómetros al final de un camino intransitable? ¡Y todas
las piedras que me va a hacer transportar!, etc,
Aún así, por muchos argumentos
que le expusiera el Padre Bourdelet, el Prelado -inflexible- siempre respondía:
-Sí, pero es en Ngaskop donde
hay que hacerla.
Finalmente, dándose por
vencido, el Padre exclamó: ¡Yeso -explicaba- yo se lo podía decir a Monseñor
Lefebvre! El Obispo tuvo razón: los Fogola o «amigos de los cristianos» se
inscribieron en la lista de los simpatizantes dispuestos a resistir al Islam y
a bautizarse al menos antes de morir. Y estos poblados de tres mil o cuatro mil
animistas quedaron vinculados a la Iglesia a partir de ese momento; muy pronto
hubo bautismos y numerosos catecúmenos, y se hizo bautizar a los niños. Así es
como, con miras a la evangelización, Monseñor Lefebvre había querido preservar
primero a aquellos pueblos de la islamización, y lo había logrado a la
perfección".
5.
Problemas urbanos y nuevas parroquias
Tres años después de su llegada
a Dakar, Monseñor Lefebvre había adquirido tal conocimiento del país que pudo
escribir una notabilísima carta pastoral sobre los problemas económicos y sociales
de Senegal, que fue leída públicamente en la exposición misionera de Lourdes en
1953.
Reservando para más tarde el análisis
de la doctrina del Prelado, subrayemos ahora las soluciones que intentó dar a
los problemas sociales. En Dakar, el aumento de población se había disparado
con la llegada de profesionales y obreros contratados en Francia, de
comerciantes sirios y libaneses, y de masas de indígenas que abandonaban la
sabana. Los europeos se construían barrios nuevos: la zona residencial de Fann,
o la otra más barata del «Punto E» de Dakar; mientras que los indígenas tendían
a amontonarse en barrios populosos y alejados del centro: Medina, Reubeuss y
Pikine.
La separación de las diversas
comunidades étnicas se acentuaba cada vez más. Sin querer suprimir las
diferencias, Monseñor Lefebvre se esforzó por aproximar las clases y etnias
invitando a los movimientos de Acción Católica europeos y africanos para que se
frecuentaran entre sí y examinaran los problemas comunes, sociales y
religiosos. Así -decía- «se conocerán mejor, se apreciarán mutuamente y
disiparán los prejuicios que los dividen». Pero este espíritu de frecuentación
mutua sólo pudo realizarse en la Ciudad Católica o con los Scouts Aventuras de
Francois Lagneau, que tuvo que oponerse a las directivas de racismo
«antiblancos-colonialistas» de los dirigentes franceses/".
Dándose cuenta del nacimiento
de un proletariado obrero urbano, el Obispo trató de aportarle un remedio
mediante sus contactos con empresas metropolitanas de construcción de viviendas
(como el comité interprofesional de viviendas de Roubaix-Tourcoing)77, mediante
el desarrollo de la Acción Católica (como veremos después) y mediante la
creación de nuevas parroquias.
Fue así como Monseñor Lefebvre
hizo venir de las islas de Cabo Verde al Padre Fernando Bussard, natural de
Cruyere y misionero en esas mismas islas, para que se ocupase de los
caboverdianos de Dakar, de lengua creole portuguesa. Éstos, por una falsa idea
de superioridad, iban los domingos a la Misa de once y media de los europeos.
Monseñor Lefebvre no habría aceptado jamás que hubiese una «Misa para blancos»
y una «Misa para negros», pero la costumbre exigía que los blancos no fuesen ni
a la Misa de ocho ni a la Misa mayor de las diez, que los indígenas
frecuentaban. Además, para los libaneses, el Obispo obtuvo de la Santa Sede la
llegada de un religioso, el Padre Agustín Sarkis, y bendijo en 1952 la primera
piedra de la iglesia de Nuestra Señora del Líbano, en la que pudo celebrarse el
rito maronita".
La iglesia del Sagrado Corazón,
construida hacía ya cuarenta años, se caía a pedazos. En enero de 1949 el
Obispo hizo organizar una primera kermés, a la que después seguirían otras,
para solicitar la caridad de los cristianos; con las ganancias sólo se pudo
comprar un inmenso hangar metálico al que una hábil obra de albañilería dio el
aspecto de un santuario, que fue bendecido en diciembre de 1949. En Medina se
había abierto una capilla en 1945, en un antiguo establo; luego se la instaló
en un cine, y después en una zona de barracas estadounidenses. Monseñor
Lefebvre hizo edificar una iglesia y erigió, en diciembre de 1949, la parroquia
de San José de Medina; en 1959 hubo que agrandar la iglesia en un hermoso
estilo románico, y el Obispo supervisó la erección de un alto campanario como
señal de la presencia cristiana en aquel barrio tan islamizado".
Otras iglesias (las de las
futuras parroquias) se construyeron sin cesar: Santa Teresita del Niño Jesús
del Gran Dakar en el Punto E (1956), San Cristóbal de Yoff (1956), Nuestra
Señora de Cabo Verde en Pikine, Santa Ana de Bel-Air, que fueron durante mucho
tiempo humildes capillas, Nuestra Señora de los Ángeles de Ouakam (1961), etc.;
sin contar Santo Domingo, un pequeño fortín sin gracia, bendecido en 1961 por
Monseñor Maury. El Obispo llamaba para estas obras a los arquitectos Strobel,
de la Misión de Yaoundé, y Muller, de Colmar, que le diseñaban gratis los
planos".
En cuanto a la parroquia de la catedral,
que tenía diez mil almas en 1951 y quince mil en 1960, su Misa mayor se emitía
cada domingo por Radio Dakar. Su último Párroco, nombrado por Monseñor Lefebvre
el 9 de octubre de 1960, fue el Padre Thiandoum.
A su llegada, Monseñor había
encontrado en Dakar dos parroquias y tres iglesias; a su partida le dejaba a su
sucesor nueve parroquias y trece iglesias".