Presentación:
San
Juan Bosco, nació de una familia humilde el 16 de Agosto de 1815 y falleció en
1888. Es un gigante de santidad. Fue dotado de grandes dones naturales y
sobrenaturales, como los grandes santos. Tuvo el don de profecía, el don de
milagros. A los 9 años Dios le manifestó su misión apostólica.
Don
Bosco fue un soñador, aun sus sueños se están haciendo hoy realidad. El ayudo a
la juventud más desfavorecida y aunque emprendía obras, con pocos recursos,
siempre contó con la ayuda del Señor y la protección de María Santísima la
Auxiliadora del mundo y jamás dejo su misión, ante las dificultades…
Quiero
traer a lugar este breve episodio, es muy importante que lo tengamos en cuenta
antes de hacer una confesión. Satanás el enemigo, quiere que nos confesemos
mal, que callemos los pecados mortales. Para hacer una buena confesión, hay que
estar arrepentidos y decir todos los pecados, al sacerdote, que es un Cristo
más, tiene el poder que Jesús le dio, para perdonar los pecados. La única forma
que existe para absolver los pecados es por este medio. San Juan Bosco
Un
joven de quince años, en Turín, se encontraba cerca de la muerte. Llamó a Don
Bosco, pero al santo no le fue posible llegar a tiempo. Otro sacerdote escuchó
la confesión del joven y el chico murió. Cuando Don Bosco retornó a Turín, fue
inmediatamente a ver al chico. Cuando le dijeron que el joven había muerto, el
insistió en que era un "simple malentendido". Tras unos instantes de
oración en la habitación del joven muerto, Don Bosco, de repente, gritó:
"¡Carlos!, Sube" Para el gran asombro de todos los presentes, el
chico se convulsionó, abrió los ojos y se sentó en el lecho. Viendo a Don
Bosco, sus ojos se desviaron hacia el suelo.
"¡Padre,
ahora estaría en el Infierno!" suspiró el joven. "Hace dos semanas
estuve con una mala compañía que me indujo a pecar y en mi última confesión,
tuve miedo de contarlo todo... ¡Oh, acabo de volver de un horrible sueño! Soñé
que estaba situado en lo más alto de un gigantesco horno rodeado por una enorme
horda de demonios. Estaban a punto de lanzarme dentro de las llamas cuando una
bella Señora apareció y los detuvo. 'Aún hay una esperanza para ti, Carlos', me
dijo. 'Tú aún no has sido juzgado'. En ese momento, lo escuché a usted
llamándome. ¡Oh, Don Bosco, que alegría verlo otra vez! ¿Quiere confesarme, por
favor?"
Después
de escuchar la confesión del joven, Don Bosco le dijo: "Carlos, ahora que
las puertas del Cielo están abiertas de par en par para ti, ¿deseas ir allá o
permanecer aquí con nosotros?" El chico miró a lo lejos por un momento, y
sus ojos se humedecieron con algunas lágrimas. "Don Bosco", dijo
finalmente, "realmente estoy ansioso por ir al Cielo".
Los
pacientes vieron con estupefacción como Carlos se recostaba sobre las sábanas,
cerraba los ojos y se hundía una vez más en la inmovilidad de la muerte.
A
continuación, nos insertaremos en un relato que goza de licencia eclesiástica.
Es muy especial este sueño, quizás uno de los sueños que más profundamente
afecto su percepción acerca de sus muchachos y novicios.
Le
conto a sus sacerdotes y clérigos, iba añadiendo algunos detalles más, entre
ellos lemoigne, testifica que el a expuesto fielmente lo que escucho de labios
de Don Bosco y de cuanto le refirieron de viva voz o por escrito los numerosos
testigos y sacerdotes, formando con el conjunto una sola narración, y confiesa
verdaderamente que esta tarea fue ardua.
1)
Jesús, te suplico e imploro Tu misericordia para los pobres pecadores y te pido
luz y la gracia de la conversión. No permitas que se pierdan almas redimidas
con tan Preciosa, Santísima Sangre Tuya.
2)
Veamos ante nuestros ojos una caverna inmensa, todas llenas de fuego, con
elevada temperatura. Muros, piedras, madera, carbón; todo esta blanco y
brillante. Aquel fuego sobrepasa en calores millares y millares de veces al
fuego de la tierra sin consumir ni reducir a cenizas nada de cuanto tocaba.
Este
es el testimonio que vamos a leer a continuación.
Relato:
Don
Bosco relato cuanto había visto en los sueños
Fue
contado el 3 de mayo de 1868
— Debo
contarles otra cosa — comenzó diciendo— que puede considerarse como
consecuencia o continuación de cuanto les referí en las noches del jueves y del
viernes, que me dejaron tan quebrantado que apenas si me podía tener en pie.
Ustedes las pueden llamar sueños o como quieran; en suma, le pueden dar el
nombre que les parezca. Les hablé de un sapo espantoso que en la noche del 17
de abril amenazaba tragarme y cómo al desaparecer, una voz me dijo: — ¿Por qué
no hablas? —
Yo me
volví hacia el lugar de donde había partido la voz y vi junto mi lecho a un personaje
distinguido. Como hubiese entendido el motivo de aquel reproche, le pregunté:
— ¿Qué
debo decir a nuestros jóvenes? — Lo que has visto y cuanto se te ha indicado en
los últimos sueños y lo que deseas conocer, que te será revelado la noche
próxima. Al hombre de la noche siguiente, me dijo: — ¡Levántate y vente
conmigo!
Yo le
contesté: —Se lo pido por caridad. Déjeme tranquilo, estoy cansado. ¡Mire! Hace
varios días que sufro de dolor de muelas. Déjeme descansar. He tenido unos
sueños, espantosos y estoy verdaderamente agotado. Y decía estas cosas porque
la aparición de este hombre es siempre indicio de grandes agitaciones, de
cansancio y de terror.
El tal
me respondió: — ¡Levántate, que no hay tiempo que perder! Entonces me levanté y
lo seguí.
Mientras
caminábamos le pregunté: — ¿Adonde quiere llevarme ahora? —
Ven y
lo verás. Y me condujo a un lugar en el cual se extendía una amplia llanura.
Dirigí la mirada a mí alrededor, pero aquella región era tan grande que no se
distinguían los confines de la misma. Era un vasto desierto. Cuando he aquí que
diviso a mi amigo que me sale al encuentro. Respiré y dije: — ¿Dónde estoy?
—Ven
conmigo y lo sabrás. —
Bien;
iré contigo.
El iba
delante y yo le seguía sin chistar. Entonces interrumpí el silencio preguntando
a mi guía: — ¿Adónde vamos a ir ahora?
—Por
aquí— me dijo.
Y
penetramos por aquel camino. Era una senda hermosa, ancha, espaciosa y bien
pavimentada. De un lado y de otro la flanqueaban dos magníficos setos verdes
cubiertos de hermosas flores. En especial despuntaban las rosas entre las hojas
por todas partes. Aquel sendero, a primera vista, parecía llano y cómodo, y yo
me eché a andar por él sin sospechar nada. Pero después de caminar un trecho me
di cuenta de que insensiblemente se iba haciendo cuesta abajo y aunque la
marcha no parecía precipitada, yo corría con tanta facilidad que me parecía ir
por el aire. Incluso noté que avanzaba casi sin mover los pies. Nuestra marcha
era, pues, veloz. Pensando entonces que el volver atrás por un camino semejante
hubiera sido cosa fatigosa y cansada, dije a mi amigo:
—
¿Cómo haremos para regresar al Oratorio?
—No te
preocupes —me dijo—, el Señor es omnipotente y querrá que vuelvas a él. El que
te conduce y te enseña a proseguir adelante, sabrá también llevarte hacia
atrás.
Vi que
me seguían por el mismo sendero todos los jóvenes del Oratorio y otros
numerosísimos compañeros a los cuales yo jamás había visto.