San Francisco es consolado por los Ángeles
7. EL ABANDONO EN LAS VARIEDADES ESPIRITUALES DE LA VIDA
ORDINARIA
PRIVACIÓN DE ALGUNOS SOCORROS ESPIRITUALES
Quizá
os parezca que sin el auxilio de este apoyo no os podríais sostener. Sin
embargo, habéis de saber que este sabio director, este santo superior, este
amigo espiritual os ha sido dado mientras os era muy útil y en cierto punto indispensable.
Dios empero, ¿ha cesado de amaros? ¿No es todavía vuestro Padre? ¿Cómo podrá
olvidar vuestros sagrados intereses? Creed, pues, que no os abandona. Es verdad
que el guía, cuya pérdida lamentáis, os ha conducido felizmente hasta aquí;
pero, ¿sabéis si sería apto para conduciros por el camino que aún habéis de
recorrer? Nuestro Señor pudo decir a sus Apóstoles, sin duda porque le amaban con
un afecto sensible: «Os conviene que Yo me vaya, porque si no me fuere, no vendrá
a vosotros el Consolador; y si me voy, os le enviaré». Este amigo,
este director, ¿os es más necesario que Nuestro Señor lo era a los Apóstoles? –
Diréis quizá: es un castigo a mis infidelidades-. Sea; mas los castigos de un
padre vienen a ser para los hijos dóciles un remedio saludable. ¿Queréis
desarmar a Dios, mover su corazón, obligarle a colmaros de nuevas gracias?,
aceptad su castigo, pedidle su ayuda; y en premio de vuestro confiado abandono
a su voluntad, o bien os proveerá del guía que actualmente necesitáis, o El
mismo se encargará de vuestra dirección.
Al P.
Baltasar Álvarez, habiéndose puesto un día a calcular el mal que le causaba la
pérdida de su director, fuele dicho interiormente: «injuria a Dios el que se imagina tener necesidad
de un socorro humano del que está privado sin culpa de su parte. El que por
medio de un hombre te dirigía, quiere en la actualidad dirigirte por Sí mismo;
¿qué razón tienes para lamentarte? Es por el contrario un señalado beneficio y
preludio de grandes favores». San Alfonso añadía: «nuestra
santificación no es obra de nuestros padres espirituales, sino de Dios. Cuando
el Señor nos los concede, quiere que nos aprovechemos de su ministerio para la dirección
de nuestra conciencia, mas cuando nos los quita quiere que, lejos de quedar por
ello descontentos, redoblemos nuestra confianza en su bondad y le hablemos de
este modo: Señor, Vos me disteis apoyo, y Vos me lo quitáis ahora, hágase
siempre vuestra voluntad, pero ahora venid en mi ayuda y enseñadme lo que debo
hacer para serviros fielmente». Bien entendida, esta confianza en
Dios no dispensa de practicar las diligencias necesarias para hallar otro
director, porque «a Dios rogando y con el mazo dando».
Terminemos
con el P. Saint-Jure: «En la pérdida de
las personas que nos son útiles para nuestro progreso espiritual, se cometen
con frecuencia notables faltas, sintiendo demasiado vivamente su separación, no
teniendo la suficiente sumisión a los designios de Dios sobre estas personas; testimonio
evidente de que había excesivo apego a ellas y que se dependía más del
instrumento que de la causa principal.
Sea que esos directores vivan, sea que
mueran, ha de decir el alma que sinceramente ama a Dios y su propia perfección,
que se vayan o que permanezcan; todo, Señor, lo que Vos queráis y como Vos lo
queráis; sois Vos quien me ha enviado estos guías, Vos quien me los quita, no
los quisiera yo retener.
Vuestra amable y amantísima voluntad me es
más querida que su presencia; Vos me habéis instruido por ellos cuando quisisteis
dármelos y por eso os doy gracias. Ahora que Vos me los quitáis, sabréis muy
bien instruirme por otros que vuestra bondad paternal se dignará concederme
cuando fuere necesario como os lo suplico; o bien, Vos mismo me instruiréis por
lo que será preferible.»
Esta
prueba es mucho más dolorosa cuando aquellos que Dios nos había dado como apoyo
cesan de sostenemos, y volviéndose contra nosotros, amenazan echar por tierra nuestros
más caros proyectos. Esto es lo que sucedió a San Alfonso de Ligorio cuando
quiso fundar su Congregación.
Debía
ésta prestar a la Iglesia inapreciables servicios, y, sin embargo, no bien sus
antiguos hermanos se dan cuenta de que van a perderle, dan riendo suelta a «su descontento, sus
sarcasmos, sus mordaces ironías contra el traidor, el desertor, el ingrato que
los abandona». Hasta se trató de arrojarlo de la Propaganda;
levantan contra él la opinión pública, y sus mejores amigos le vuelven la
espalda. Sus directores, a pesar de aprobarle, no quieren ocuparse ya de él, y
la ternura de su padre le obliga a sostener un formidable asalto. Sus primeros discípulos,
negándose a entrar en sus miras, fomentan el cisma, y le dejan casi solo. En
una palabra, a excepción de su Obispo y de su nuevo director, fáltanle todos
los apoyos, casi todos se vuelven contra él. En medio de este desencadenamiento
de lenguas, estas discusiones, estas separaciones, Alfonso hace orar a las
almas santas, y, para conocer con seguridad la voluntad divina, se dirige a los
más sabios consejeros, implora cerca de Dios la luz por medio de continuas
oraciones y mortificaciones espantosas. Con el corazón herido, póstrase a los
pies de Jesús Agonizante y con El exclama: «Dios mío, ¡hágase tu voluntad! »Persuadido de que
Dios no necesita ni de él ni de su obra, pero que le ordena proseguirla, se
esfuerza por conseguir su objeto, aunque sea a costa de verse solo, y asegura
que Dios no ha permitido todas esas divisiones sino para mayor bien. Los acontecimientos
que siguieron a estas separaciones, prueban que Dios las permitió, no sólo para
depurar por medio de la tribulación a San Alfonso, sino a otras muchas almas entregadas
a su gloria, para emplearlas después en las obras de su gracia. «Todas estas
cañas se convierten bajo su mano en árboles cargados de frutos excelentes.» La
Beata María Magdalena Postel pasó por la misma prueba en una circunstancia
análoga.
2º.-
Los recursos de que disponemos para la realización del bien, nos los puede Dios
quitar según su beneplácito.
Así, puede
privarnos de la fortuna, de la salud, de las comodidades, de los talentos y de
la ciencia; rebajarnos si le agrada, aniquilarnos, por decirlo así, por algún
tiempo o de un modo definitivo. Tratando del abandono en los bienes y males temporales,
hemos hablado de todas estas cosas y queremos mencionarlas aquí, en cuanto son
los instrumentos del bien espiritual; y para no repetir, diremos tan sólo que
Dios no exige ya de nosotros las obras pasadas, pues nos quita los medios de
realizarlas. Al presente sólo nos pide la paciencia y la resignación, hasta desea
nuestro abandono completo; gracias a esta santa indiferencia y a esta amorosa
sumisión, le daremos más gloria y aprovecharemos más en nuestra penuria que en
el tiempo de la abundancia.
Vamos
a proponer, como lo hace San Francisco de Sales, el ejemplo del Santo Job. Este
gran servidor de Dios no se dejó vencer por ninguna aflicción. En tanto que
duró su primera prosperidad, usó de ella para derramar el bien a manos llenas,
y como él mismo dice: «Era pie para el cojo, ojo para el ciego, proveedor del hambriento
y refugio de todos los afligidos.» Contempladle ahora reducido a la
más extrema pobreza, privado por completo de sus hijos y de su fortuna. No se
queja de que Dios le haya herido en sus más caras afecciones, le haya privado
de continuar tantas buenas obras tan interesantes y tan necesarias a la vez; se
resigna, y se abandona. En este solo acto de paciencia y de sumisión muestra
más virtud, hácese más agradable a Dios, que por las innumerables obras de
caridad que hacía en el tiempo de la prosperidad. «Porque es preciso tener un amor más fuerte y generoso
para este solo acto que para todos los otros juntos.»
Nosotros
también, «dejémonos
despojar por nuestro Soberano Maestro de los medios de realizar nuestros deseos
por buenos que sean, cuando a El le agrade privarnos de ellos, sin quejamos ni
lamentarnos jamás como si nos hiciera un gran agravio». En efecto,
la paciencia y el abandono compensarán abundantemente el bien que ya no podemos
hacer. Esta santa indiferencia por la salud, por los talentos y la fortuna,
esta amorosa unión de nuestra voluntad a la de Dios, ¿no es la muerte a sí
mismo y la perfección de la vida espiritual? ¿Hay medio más poderoso para
atraer la gracia sobre nosotros, sobre los nuestros y sobre nuestras obras?
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