"Dios hace concurrir todas
las cosas, para el bien de los que le aman, de los que, según sus designios,
son llamados", escribe S. Pablo en su Epístola a los Romanos, y
continúa: "Porque
a los que antes conoció, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de
su Hijo, para que Este sea el primogénito entre muchos hermanos. . . y a los
que llamó, los glorificó". La
noche del primer Jueves Santo era oscura, y el Huerto de Getsemaní, con su
arboleda de olivos y su suelo sin césped, en el silencio de aquella noche,
encogía el alma con un sentimiento mezclado de pavor y tristeza. Y allí en un
lugar retirado, de rodillas y con las manos apoyadas en el saliente de una
roca, Jesucristo, el Hijo del hombre, derramaba lágrimas y sudaba sangre. Una
angustia mortal oprimía el Corazón Divino del Salvador y Libertador de la
humanidad. Se preparaba para el gran sacrificio de su vida al día siguiente, y
había permitido, para hacernos entender a los que en el curso de los siglos por
venir leyéramos la divina historia de aquella noche, la medida de aquel su
inmenso Sacrificio, que todos los sentimientos humanos que laceran el corazón
del hombre se agolparan en su Corazón, hasta hacerle desfallecer de angustia.
La traición de uno de los suyos, el abandono de los demás, los furores de sus
enemigos y sus ofensas al Padre... y la larga serie de ingratitudes, con que
habíamos de pagar ese sacrificio, las veía en su ciencia divina con todo su
horror, y de sus labios acabaron por salir aquellas dolientes y humildes
palabras: "¡Padre. . . pase de Mí este cáliz!. . . Pero ¡no se haga mi
voluntad sino la tuya!".
En la
esplendorosa historia de la persecución comunista en México, no podremos menos
de encontrar entre las víctimas cristianas, muchos rasgos de semejanza con la
soberana figura de Jesucristo, conforme al citado anuncio de San Pablo. Entre esas
figuras de mártires hay una cuyo recuerdo no se borrará jamás de mi memoria, ni
de todos los que tuvimos la altísima honra de conocerlo: Juan Manuel Bonilla
Manzano. Manuel era un joven de un atractivo singular, el atractivo que da la
virtud. Todos lo querían, todos lo respetaban. Residente en Tlalpan del O. F.,
formaba parte del grupo local de la A.C.J.M. que llevaba el título de Emmanuel
Ketteler en memoria del gran católico, político y sociólogo alemán. El año de
1923 a 1924 fue electo Presidente del dicho grupo. Con esto está dicho que
participaba, de una manera especial, de las ambiciones nobilísimas de aquellos
jóvenes, para hacer un México mejor, un México animado otra vez por aquella
savia cristiana que le infundieron los forjadores de nuestra nacionalidad, y
que el liberalismo del siglo XIX, instrumento perverso de la conspiración
contra el orden cristiano, había tratado de secar en su misma fuente, que es la
Iglesia de Jesucristo.
Persuadido
de que ninguno de esos ideales cristianos, que anidaban en su corazón juvenil y
ardiente, podría llevarse a cabo sin la oración, era miembro también de la
Adoración Nocturna, y cuando terminaban sus ocupaciones del día, con las que
proveía al sustento de su madre viuda y un hermanito menor, no iba a buscar el
descanso en las diversiones y locuras de una juventud irreflexiva, sino que se
dirigía al templo, para pasar la noche cerca de Jesús Sacramentado, y orar en
su respectivo turno al pie del Sagrario. Jesucristo su Maestro, así lo había
hecho. . . después del trabajo del día en las noches, se retiraba a hacer
oración. . . y Manuel quería ser fiel discípulo suyo.
Cuando
comenzó la persecución callista, fue uno de los primeros en alistarse en la
"Liga defensora de la libertad religiosa”... y llegadas las cosas al
extremo que llegaron, a semejanza de aquellos antiguos monjes soldados sintió
el llamamiento de Dios para que sacrificara todos sus afectos, sus comodidades
y relativo bienestar, para defender la causa de Dios, alistándose en el
Ejército Libertador, cuyas fuerzas andaban en la cercana serranía del Ajusco.
Se
conserva una carta de la señorita María de la Luz García, tipo de una virgen
cristiana, novia exquisita de Manuel, y hoy ferviente religiosa, que voy a
reproducir aquí, porque por ella veremos, cómo lejos de ser un estorbo para el
sacrificio del joven, tuvo el mérito que Dios ha apuntado en el libro de sus
eternas recompensas, de participar en él y alentarlo con el corazón destrozado,
sí, pero ante todo cristiano y nobilísimo. "Tlálpam, 18 de agosto de 1926:
—Inolvidable Manuel: —Fue muy gran del gusto que experimenté al leer tu carta;
¿sabes por qué?, porque en ella, al verla, leo los sentimientos de tu corazón,
y créeme, no hay cosa que más me haga gozar como el ver que el hombre a quien
he dado mi cariño, se entregue de esa manera al buen Dios, sacrificando aun lo
más preciado para él. Créeme, Manuel, lejos de sentir tristeza porque no te
veo, me alegro en el alma, pues sé, siento, tengo para mí, que el sacrificio
que los dos hacemos sube cual incienso perfumado, cual aroma delicioso hasta el
trono del buen Dios, y en cambio de esto tan pequeño que ofrecemos, espero que
bajarán un sinnúmero de gracias y bendiciones que harán crecer en tu corazón y
en el mío los deseos ardientes de sufrir más, de sacrificarnos más, de luchar
más por El, que con tanto amor nos dio su vida por nosotros en la Cruz. Si el buen
Jesús acepta la ofrenda que le haces de tu vida, y en esta lucha se extingue,
espero confiando en El y en su Madre Inmaculada, que te seré fiel hasta la
muerte. Las religiosas no me disgustan, al contrario me atraen; así es que
dejando de existir tú, creo que lo que haría sería esconderme en un claustro,
donde el ruido del mundo no borrara de mi corazón tu recuerdo y donde me
dedicara a pedir por ti. En mis pobres oraciones no te olvido nunca, y pido a
Dios y a la Morenita del Tepeyac, que te den sus gracias para que sigas
luchando valerosamente como hasta ahora lo has hecho. Tuya.
María
de la Luz".
La
lucha cristera fue heroica, sublime. Pero si en los Altos de Jalisco y en el
Volcán de Colima, los soldados de Cristo Rey se anotaron gloriosas victorias,
en las sierras del Ajusco, por la cercanía a la capital de la República, los
éxitos fueron pocos, y las penalidades extraordinarias, pues esa misma cercanía
daba refuerzos de toda especie a los enemigos de Dios y de su Iglesia.
Después
de un año de combates y escaramuzas, las esperanzas del triunfo en esta rama
del Ejército Libertador se iban esfumando; las hambres, los fríos, la desnudez
y la fatiga, desmoralizaron a muchos débiles, que comenzaron a desertar de esas
filas. Y comenzaron también para Manuel, imitador de Jesucristo, las horas del
Huerto.
Tal se
desprende de los siguientes párrafos de su correspondencia con María de la Luz.
"No sé la causa de tu tardanza en contestarme, sólo sé que sufro lo que en
mi vida había sufrido. . . Mi corazón desborda de amargura, pues al fin es de
carne y sus fibras se estremecen al considerar que no está lejos el día del
sacrificio. Sacrificio digo, no porque me pese el hacerlo, pues me obliga el
deber y me considero dichoso porque cumplo con él; más la reflexión de que
quizá abandone para siempre a los seres más queridos, me hace sufrir, para qué
negarlo, y sufro porque amo y con todas mis fuerzas: tú lo sabes, porque ocupas
el lugar preferente en mi corazón; y a mi madre y a mi hermano se les acaba su
ayuda, su sostén. (Eco doliente de aquel: ¡Padre mío, que pase de Mí este
cáliz!). Todo esto y menos sería suficiente para hacer retroceder a cualquiera,
pero a mí no; pues mis convicciones me gritan: tu lugar no es la inacción y el
descanso, tú debes luchar por la libertad, y ante tal grito mi voluntad se
doblega y acallo mi corazón para responder al llamado del mismo Dios, y
decirle: estoy pronto, nada me detiene, tuyo soy dispón de mí como mejor te
plazca, tu voluntad será la mía".
¿No
escucháis resonar en la serranía del Ajusco, el eco del clamor que salía hace
veinte siglos de entre los árboles de Getsemaní? ¡No se haga mi voluntad sino
la tuya! Y pudiera yo multiplicar, tomadas de la correspondencia de ambos
jóvenes, María de la Luz y Manuel, las citas de estos dolores y estas
angustias, no menos, que el clamor de un alma decidida a cumplir con la
voluntad de Dios. Y el día de la consumación del sacrificio llegó por fin.
El 14
de abril de 1927, Jueves Santo, Manuel, cargando a un cristero herido, bajó de
la montaña, a la hacienda de San Diego Linares, cercana a Toluca, para como
otro Buen Samaritano, encargar a los dueños de la hacienda, con cuya ayuda y
benevolencia, prometidas por ellos, contaba, el cuidado del enfermo.
¡Ay, era
preciso que Manuel, hasta el último detalle imitara a su Maestro! Como otro
Judas, uno de los hacendados, se apresuró a ir a Toluca para denunciar al
general Urbalejo que era el jefe de la guarnición de aquella ciudad, que en la
hacienda se encontraban dos cristeros inermes. . . Un grueso pelotón de
soldados se dirigió a la hacienda inmediatamente. Encontraron a Manuel y a su
herido compañero... Sin más averiguaciones lo sacaron a empellones y lo
llevaron a la montaña.
¡Era
ya Viernes Santo...! Los relojes de Toluca sonaban las tres de la tarde
precisamente, cuando los ecos de la montaña fueron sacudidos por una descarga
del pelotón de soldados, que acababa de segar para siempre la flor juvenil,
lozana y hermosísima de Manuel Bonilla Manzano. ¡Era el Viernes Santo en el
Ajusco, como aquel otro Viernes Santo glorioso del Gólgota!
Al
cabo de un mes, su cuerpo fue llevado al cementerio de Tlalpan. Estaba aún
fresco e incorrupto como si acabara de morir.