Los
expertos se interrogaban sobre la posible evolución del orden mundial hacia un
sistema multipolar o simplemente tripolar. Pero los rapidísimos avances de la
tecnología militar rusa imponen el regreso a una organización bipolar. Aquí
pasamos revista a las enseñanzas de los 3 últimos años, hasta el momento de las
revelaciones que hizo el presidente Vladimir Putin el 1º de marzo de 2018.
Regreso
al punto inicial del juego. Cegado por una superioridad que creyó eterna,
Estados Unidos no vio venir el regreso de Rusia a la posición de gran potencia
militar.
usia
y sus aliados se habían comprometido, durante el segundo trimestre de 2012, a
desplegar en Siria una fuerza de paz en cuanto se concluyera el acuerdo de
Ginebra.
Pero
el contexto cambió totalmente cuando Francia reactivó la guerra contra Siria,
en julio de 2012. Rusia había dado los pasos necesarios para que la ONU
otorgara su reconocimiento a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva
(OTSC) y así poder desplegar en Siria soldados musulmanes, principalmente de
Kazajstán, pero nada llegó a hacerse en ese sentido. A pesar de los pedidos de
ayuda de Damasco, Moscú se mantuvo en silencio por un largo periodo. Habría que
esperar aún 3 años, antes de que llegara a Siria la aviación rusa y comenzara a
bombardear las instalaciones subterráneas de los yihadistas.
Durante
esos 3 años se produjeron diversos incidentes militares entre Rusia y Estados
Unidos. El Pentágono se quejó, por ejemplo, de la extraña agresividad de los
bombarderos rusos que se aproximaban a las costas estadounidenses. En Damasco,
todos trataban de explicarse el silencio ruso, preguntándose incluso si Moscú
había olvidado sus compromisos. Pero no era esa la causa de aquel silencio.
Rusia estaba conformando en secreto un nuevo arsenal y se hizo presente sólo
cuando pensó que estaba listo.
Desde
el inicio de su intervención, las fuerzas armadas rusas instalaron un sistema
que no interfiere los sistemas de mando de la OTAN sino que los desconecta en
un radio de 300 kilómetros a partir de la ciudad siria de Latakia.
Posteriormente, desplegaron ese mismo sistema en la región del Mar Negro y en
Kaliningrado. Además de sus nuevos aviones, Rusia utilizó misiles crucero
dotados de mayor precisión que los de Estados Unidos y que fueron lanzados por
la marina de guerra rusa desde el Mar Caspio. El mes pasado [febrero de 2018],
Rusia puso a prueba, en el campo de batalla, aviones multipropósito con
capacidades hasta ahora desconocidas.
Según
los generales estadounidenses presentes en el terreno, ahora resulta que el
ejército ruso dispone de fuerzas convencionales más eficaces que las de Estados
Unidos. Pero sus homólogos del Pentágono siguen convencidos de la superioridad
estadounidense, creyéndola eterna, y todavía albergan dudas sobre el progreso
ruso. Según estos últimos, es simplemente ridículo comparar las fuerzas armadas
rusas con las de Estados Unidos, por ser el presupuesto militar estadounidense
8 veces superior al de la Federación Rusa. Sin embargo, en la ciencia militar
la comparación entre los desempeños de dos ejércitos rivales nunca se ha
limitado al monto de sus presupuestos, algo que Vladimir Putin señaló al
mencionar la calidad excepcional de los soldados rusos en relación con los de
Estados Unidos.
En
todo caso, si las fuerzas armadas de la Federación Rusa son un poco mejores en
materia de guerra convencional, también es cierto que no pueden desplegarse
simultáneamente en varios teatros de operaciones y que Washington conserva su
superioridad nuclear.
La
entrada en guerra, el 24 de febrero de 2018, de la infantería rusa en la Ghouta
Oriental, o sea en las afueras de Damasco, es sin dudas resultado de un acuerdo
con Estados Unidos, que se ha comprometido a no implicarse más en Siria y, por
tanto, a no reproducir en suelo sirio el acoso que Washington orquestó contra
el Ejército Rojo en el Afganistán de los años 1980. Es también muestra de que
el Pentágono teme ahora que el ejército ruso le pague ahora con la misma moneda
en otros lugares del mundo.
Y
es precisamente en este contexto que el presidente Putin viene a cuestionar la
superioridad nuclear de Estados Unidos. En su intervención ante el Parlamento,
el 1º de marzo de 2018, el presidente ruso anunció que su país posee ahora un
asombroso arsenal nuclear.
Los
programas que anunció ya eran más o menos conocidos desde hace tiempo, pero los
expertos creían que aún pasaría mucho tiempo antes de que llegaran a su fase
operativa, fase que ya alcanzó la mayor parte de ese armamento. Habría que
preguntarse como se logró esto sin que los servicios de inteligencia
estadounidenses pudiesen detectarlo. Así sucedió, por ejemplo, con el
Sukhoi-57, que ya pasó su bautismo de fuego –en condiciones de combate–, hace 3
semanas, aunque la CIA no esperaba verlo listo antes del año 2025.
Vladimir
Putin dio a conocer el nuevo arsenal de la Federación Rusa. El misil
intercontinental Sarmat, nombre de un antiguo pueblo ruso que consideraba
iguales a mujeres y hombres, retoma la técnica de la «cabeza orbital», que ya
había garantizado la superioridad soviética en los años 1970 y que la Unión
Soviética había abandonado debido a la firma y ratificación [sólo por parte de
la URSS] de los acuerdos SALT II. Pero el Senado estadounidense nunca ratificó
los acuerdos SALT II, provocando así su caducidad. El tipo de misil llamado de
«cabeza orbital» tiene alcance ilimitado. Su cabeza se sitúa primero en órbita
y, en el momento de su uso, reingresa a la atmósfera terrestre y se precipita
sobre el blanco designado. Los tratados que prohíben la nuclearización del
espacio prohíben poner una carga nuclear en órbita de forma permanente. Pero no
prohíben hacerla salir al espacio durante una etapa de su trayectoria. Eso es
lo que hace el misil Sarmat y, en el estado actual de los conocimientos resulta
imposible interceptarlo durante esa etapa de su trayectoria. O sea, el misil
Sarmat es disparado, sale al espacio durante parte de su recorrido y reingresa
en la atmósfera cuando se abate sobre su objetivo en cualquier lugar del
planeta.
El
misil Kinzhal (Daga) se lanza desde un bombardero para alcanzar una velocidad
hipersónica, o sea al menos 5 veces la velocidad del sonido. Esa velocidad
hipersónica lo hace, evidentemente, imposible de interceptar. Ya fue puesto a
prueba exitosamente, hace 3 meses.
Rusia
dispone también de un motor nuclear miniaturizado al extremo de poder
garantizar el desplazamiento de un misil crucero dotado de una carga nuclear.
Los misiles crucero son capaces de seguir trayectorias imprevisibles y este
nuevo motor nuclear les garantiza una autonomía de vuelo prácticamente
infinita, lo cual implica un alcance ilimitado.
Instalado
en un drone submarino, ese motor nuclear de nuevo tipo permite al artefacto
submarino no tripulado desarrollar una velocidad varias veces superior a la de
los submarinos clásicos y transportar una carga nuclear considerable a través
de largos trayectos. Además del efecto destructivo de su impacto, esa carga
nuclear es capaz de provocar un tsunami, o sea una ola de 500 metros de altura
a lo largo de cualquier costa oceánica.
Rusia
está desarrollando también el proyectil hipersónico Avangard. Además de
transitar por el espacio exterior como el misil intercontinental Sarmat y de
ser capaz de desarrollar una velocidad hipersónica similar al Kinzhal, el
Avangard se caracteriza por sus posibilidades de modificar su trayectoria
durante la fase de vuelo.
Estas
nuevas armas rusas han sido concebidas para burlar y convertir en algo inútil
el «escudo antimisiles» que el Pentágono ha venido desplegando, creando una
base tras otra, a través del mundo desde unos 40 años. No es un problema de
superioridad en cuanto a fuerza sino de concepción técnica. El principio mismo
del «escudo antimisiles» no constituye una defensa válida ante este armamento.
Peor
aún, el presidente Putin anunció también un arma laser cuyas características no
especificó y que al parecer es capaz de interceptar parte de los vectores
estadounidenses existentes.
Por
el momento, los estados mayores de los países miembros de la OTAN dicen no
creer ni una palabra de esos anuncios, que les parecen cosa de ciencia ficción.
Pero
la Historia nos ha enseñado que Rusia, donde en vez de póker se juega ajedrez,
no suele recurrir a la exageración o el engaño cuando se refiere a su arsenal.
A menudo ha dado a entender que algún arma en fase de estudio ya estaba en fase
operativa, pero nunca anunció oficialmente tener «listo para el combate» un
armamento que aún no lo estuviese. Las más de 200 nuevas armas utilizadas en
Siria son más que convincentes en cuanto al avance tecnológico de los
científicos rusos.
Los
enormes progresos de Rusia privan a Estados Unidos del privilegio de poder
asestar el primer golpe. En lo adelante, en caso de guerra nuclear, los Dos
Grandes podrán “golpearse” mutuamente. Estados Unidos dispone de un número
considerablemente más elevado de misiles con cargas nucleares y Rusia será
capaz de interceptar muchos de ellos. Dado el hecho que cada uno de los Dos
Grandes dispone de capacidades nucleares suficientes como para destruir el
planeta varias veces, los dos se ven de nuevo teóricamente en condiciones de
igualdad en ese tipo de enfrentamiento.
Del
lado estadounidense, el complejo militaro-industrial está estancado desde unos
20 años. El proyecto más gigantesco en toda la historia de la aviación militar
–el avión de combate F-35 estadounidense– supuestamente debía reemplazar
simultáneamente los F-16, los F-18 y los F-22. Pero Lockheed Martin no ha sido
capaz de concebir los programas informáticos previstos y el F-35 existente no
satisface en realidad los requerimientos iniciales, así que la US Air Force se
plantea la necesidad de retomar la producción de los aparatos que antes
planeaba desechar.
El
presidente Donald Trump y su equipo han decidido atraer hacia Estados Unidos
nuevas mentes para redinamizar la producción de armamento y obligar al lobby
militaro-industrial a satisfacer las necesidades del Pentágono, en vez de
seguir vendiéndole cosas viejas rediseñadas. Pero necesitará al menos 20 años
para recuperar el retraso acumulado.
Los
progreso técnicos de Rusia no sólo modifican el orden mundial, restableciendo
–contra todo pronóstico– un sistema bipolar sino que también obliga a los
estrategas a “repensar” las maneras de hacer la guerra.
La
Historia nos ha enseñado que son pocos los hombres que perciben de inmediato
los cambios de paradigma en el campo militar. En el siglo XV, cuando franceses
e ingleses se enfrentaron en la batalla de Azincourt, los caballeros franceses
–que apenas podían moverse con sus pesadas armaduras– sufrieron una aplastante
derrota ante los arqueros a pie ingleses, que incluso estaban en condiciones de
inferioridad numérica… porque los jefes franceses se empeñaron en seguir la
vieja táctica de recurrir a la caballería pesada subestimando el combate a
distancia mediante el uso de flechas y obuses. Aún después de Azincourt, a lo
largo de 100 años más, los caballeros metidos en sus pesadas armaduras
siguieron cayendo ante los arqueros en los campos de batalla.
En
otro ejemplo mucho más reciente, desde la derrota de Saddam Hussein, en 1991,
durante la operación “Tormenta del Desierto”, no se han visto batallas de
tanques. Pero casi ningún ejército ha sabido interpretar lo sucedido. En 2006,
la victoria de los pequeños grupos de combatientes del Hezbollah libanés frente
a los tanques israelíes Merkava mostró fehacientemente la vulnerabilidad de ese
tipo de equipamiento. Pero no son muchos los países que han sacado conclusiones
de esos hechos, con excepción, por ejemplo, de Australia y Siria. Hasta Rusia
sigue construyendo fortalezas rodantes que no resistirán el impacto de los RPG
–también rusos– correctamente utilizados.
El
arsenal ruso es invencible, al menos para quien trate de combatirlo con métodos
tradicionales. Interceptar misiles hipersónicos, por ejemplo, resulta
impensable. Quizás habría que tratar de controlarlos antes de que alcancen esa
velocidad. Las investigaciones militares tendrán entonces que reorientarse
hacia el control de los sistemas de mando y de comunicaciones del adversario…
otro sector donde los rusos también tienen la ventaja.
Thierry Meyssa