Señales próximas en el mundo
Señales próximas en el mundo
1ª) Voces o rumores acerca de la próxima venida de Cristo, de los cuales
dijo el mismo Cristo Jesús: “Entonces si alguno os dijere: aquí está el
Cristo o allí, no lo creáis; porque se levantarán falsos Cristos y falsos
profetas, y darán grandes señales y harán prodigios, de suerte que engañarán,
si es posible, aun a los mismos escogidos. Así, que si os dijeren: He aquí que
en el desierto está, no lo creáis; he aquí que está en los recintos, no lo
creáis. Porque como el relámpago sale del Oriente y se muestra hasta el
Occidente, así será también la venida del Hijo del hombre.” (Mt. 24,
23-26; Mc. 21. 22; Lc. 17, 23-24).
2ª) Otra señal será, según las palabras de Cristo ya citadas, la
aparición de falsos Cristos y falsos profetas, que no serán como Mahoma, que no
hizo ningún milagro, sino que harán prodigios o portentos fingidos y aparentes,
con los cuales inducirán a error y engañarán a los hombres.
3ª) El espíritu de apostasía e irreligión y de rebelión de que habla San
Pablo en su segunda carta a los Tesalonicenses (2, 3).
4ª) La venida de los dos testigos que, según la interpretación de muchos
Santos Padres, son Elías y Enoc. La venida de Elías se predice expresamente en
la profecía de Malaquías (4, 5-6): “He aquí que yo os envío a Elías el
profeta, antes que venga el día del Señor grande y terrible. Él convertirá el
corazón de los padres a los hijos y el corazón de los hijos a los padres; no
sea que yo venga y hiera la tierra con destrucción.” Y el mismo Cristo
Jesús predijo también la futura venid de Elías (Mt. 17, 11): “Elías
vendrá y restituirá todas las cosas.” Elías y Enoc, pues, predicarán a
los judíos y a los gentiles. Estos dos testigos, según dice San Juan, enviados
por Dios, predicarán y profetizarán por mil doscientos sesenta días, vestidos
de sacos:
“Y si alguno les quisiere dañar, sale fuego de su boca, y devora a sus
enemigos. Y si alguno les quisiere dañar, es preciso que así sea él muerto. Y
éstos tienen poder para cerrar el cielo, que no llueva en los días de su
profecía, y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para
herir la tierra con toda plaga cuantas veces quisieren. Y cuando hubieren
acabado su testimonio (esto es, después de los mil doscientos sesenta días), la bestia
que sube del abismo (esto es el Anticristo) hará guerra contra
ellos y los vencerá y matará, y sus cuerpos yacerán en la plaza de la ciudad
grande, que se llama espiritualmente Sodoma y Egipto donde su Señor fue
crucificado. (Es la ciudad de Jerusalén, pero no la llama así a causa
de su maldad). Y los de los diversos pueblos y tribus y lenguas y
gentes, verán sus cuerpos tres días y medio, y no permitirán que sus cuerpos
sean puestos en sepulcros. Y los moradores de la tierra se alegrarán sobre
ellos y se regocijarán y se enviarán regalos unos a otros, porque estos dos
profetas atormentaron a los que moran sobre la tierra. Mas después de tres días
y medio entró en ellos espíritu de vida enviado de Dios y se alzaron sobre sus
pies, cayó gran temor sobre los que los vieron. Y oyeron una gran voz desde el
cielo que les decía: Subid acá, y subieron al cielo en una nube y sus enemigos
los vieron. Y a la misma hora fue un gran terremoto en toda la tierra, y cayó
la décima parte de la ciudad, y murieron en el terremoto 7.000 hombres y los
demás, llenos de temor, dieron gloria al Dios del cielo” (Ap. 11,
3-13).
5ª) En fin, otra señal será el Anticristo, llamado así por antonomasia,
el que San Pablo llama hombre de pecado o de rebelión e hijo de
perdición, “el que se opone y se levanta contra todo lo que se llama
Dios o que se adora, hasta el punto de sentarse él en el templo de Dios y
mostrarse y aparecer como si fuese Dios; aquel inicuo, cuya venida será, según
la operación de Satanás, con grande poder y con señales y milagros mentirosos y
con todo engaño de iniquidad” (2 Tes. 2, 3-9).
Esta es la bestia de que habla San Juan en el Apocalipsis, capítulo
trece (no que haya de ser una bestia, sino un hombre malo), la bestia a quien
el dragón (el demonio) le dio todo su poder y su trono y su potestad y una de
sus cabezas como herida de muerte, y la herida de muerte fue curada, “y
se admiraron las gentes de toda la tierra y adoraron al dragón que dio la
potestad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién es semejante a
la bestia? Y ¿quién podrá pelear con ella?” Cuatro cosas dice San Juan
que se le dieron a la bestia, permitiéndolo así Dios.
– Diósele potestad de obrar durante cuarenta y dos meses (o sea tres
años y medio o mil doscientos sesenta días, como se dice en otros textos).
– Diósele una boca que habla grandezas y blasfemias; “y
prorrumpió en blasfemias contra Dios para blasfemar su nombre y su tabernáculo
y a los que moran en el cielo.”
– Diósele, por permisión divina, el hacer la guerra contra los santos y
el vencerlos.
– Diósele, en fin, potestad pobre toda tribu y pueblo y lengua y
gente: “y le adoraron todos los habitantes de la tierra; todos aquellos
cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del cordero que fue
inmolado desde el principio del mundo.”
A esta bestia, el Anticristo, se añade la segunda bestia, el Falso
Profeta, que será como lugarteniente del Anticristo. Dice, pues, San Juan, que
vio otra bestia que tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero
hablaba como el dragón:
“Y ésta ejercía el poder de la primera bestia en presencia de ella, y
hacía que la tierra y los habitantes de ella adorasen a la primera bestia, cuya
herida de muerte fue curada. Y hacía grandes señales, hasta el punto de hacer
bajar fuego del cielo a la tierra delante de los hombres, y con las señales que
hacía engañaba a los moradores de la tierra, mandándoles que hiciesen una
imagen de la bestia, que tenía la herida de muerte, y vivió (el Anticristo). Y fuele dado que
diese espíritu a la imagen de la bestia (sin duda, por arte diabólico) para
que la imagen de la bestia hable. Y hará que cualesquiera que no adoraren la
imagen de la bestia sean muertos. Y hará que todos, pequeños y grandes, ricos y
pobres, libres y siervos, se pongan una marca en su mano derecha o en sus
frentes, y que ninguno pueda comprar ni vender, sino el que tenga la señal o el
nombre de la bestia o el número de su nombre. Y este número es seiscientos
sesenta y seis.” Sin duda, este número es simbólico, como dan a
entender las palabras de San Juan (Ap. 13, 12-18).
Tal es el carácter del Anticristo y del Falso Profeta y tal es la
terrible persecución que levantarán contra los buenos. Algunos de estos rasgos
característicos del Anticristo, las blasfemias o palabras contra el Altísimo,
el conculcar los santos del Altísimo, los hallamos también en la profecía de
Daniel sobre las cuatro bestias (Dn. 7, 23-28). Según esto, será, pues, el
Anticristo un rey poderoso que recibirá la potestad del dragón o del diablo,
por permisión divina, que tendrá por lugarteniente al Falso Profeta y reinará en
toda la tierra y será adorado por todos los habitantes de ella menos por los
escogidos, los que tienen sus nombres escritos en el libro de la vida del
Cordero; y por eso perseguirá a los santos, mas no sin castigo de Dios; pues
como allí mismo se dice: “El que lleva a otros en cautividad irá él en
cautividad; el que a cuchillo matare, es preciso que a cuchillo sea
muerto” (Ap. 13, 10).
Mas no será el Anticristo el único rey en la tierra, puesto que San Juan
habla también de otros diez reyes que tendrán poder juntamente con la bestia,
los cuales tienen un mismo consejo y darán su poder y su autoridad a la bestia
(Ap. 17, 12-13).
Habrá entonces otras calamidades y plagas o castigos de Dios que
describe San Juan en el capítulo 16, y habrá también grandes guerras. Porque
los diez reyes y la bestia o el Anticristo, tomarán y asolarán é incendiarán la
ciudad de Babilonia, metrópoli del vicio, la gran ciudad que tiene su reino
sobre los reyes de la tierra y con la cual prevaricaron los reyes de la tierra
(Ap. 17), cuya ruina y castigo se describe en Ap. 18. Por fin, se juntarán los
reyes y el Anticristo para pelear contra el Cordero (Cristo) y el Cordero los
vencerá porque Él es el Señor de los señores y el Rey de los reyes; y los que
están con Él son llamados, escogidos y fieles (Ap. 17, 14).
Y así, dice San Juan que vio tres espíritus inmundos a manera de ranas
que salieron de la boca del dragón y de la boca de la bestia y de la boca del
pseudoprofeta, y que hacían señales para ir a los reyes de la tierra y de todo
el mundo para congregarlos para la batalla de aquel gran día de Dios
Todopoderoso. Y los congregó en el lugar que en hebreo se llama Armagedón (Har
Mageddo: “montaña de Megido”).
No es probable que el Anticristo y los reyes y ejércitos se junten para
pelear contra Cristo en su persona, puesto que Cristo estará aún en el cielo;
sino más bien para pelear contra Cristo en la persona de sus siervos y
seguidores; lo cual parece indicar que se habrá formado ya un núcleo de
resistencia, de partidarios de Cristo contra el Anticristo. Probablemente se
habrá formado este núcleo en Jerusalén, quizá entre los judíos convertidos por
Elías, y esto parece indicarlo el profeta Zacarías, capítulos doce y catorce,
pues dice que el Señor reunirá todas las gentes en batalla contra Jerusalén, y
la ciudad será tomada y saqueadas sus casas y la mitad de la ciudad irá en
cautiverio. Y saldrá el Señor y peleará con aquellas gentes como en el día de
su batalla.
“Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está
en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en
medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande”; y luego añade: “Y acontecerá que en
ese día no habrá luz clara, ni oscura. Será un día, el cual es conocido de
Jehová, que no será ni día ni noche; pero sucederá que al caer la tarde habrá
luz.” (Zac. 14, 4; 6-7).
Y esto mismo se insinúa en la profecía de Joel, capítulo 3, donde dice
que el Señor juntará todas las gentes y las hará descender al valle de Josafat,
a causa de su pueblo y de Israel, su heredad. Cuando, pues, el Anticristo con
sus reyes y sus partidarios se junten para pelear contra el Cordero, esto es,
contra los seguidores de Cristo, los judíos convertidos y sus auxiliares,
entonces bajará el mismo Cristo para defender a los suyos, para vencer y
quebrantar y derrocar al Anticristo, y entonces será la Parusía.
Señales próximas en el cielo
A estas señales próximas de la Parusía en el mundo o en la sociedad
humana, se juntarán otras señales en el cielo, que predijo Cristo en su
Evangelio y tráelas también Joel en su profecía. Y luego, después de la
aflicción de aquellos días (la aflicción y persecución del Anticristo a la que
alude el Señor en Mt. 24, 21-22), el sol se oscurecerá y la luna no dará su
luz, y las estrellas caerán del cielo y las virtudes del cielo serán conmovidas
(Mt. 24, 29; Mc. 13, 24-25). Señales semejantes antes del día del Señor las
traen también Isaías y Joel en sus profecías (Is. 13, 9-11; Jl. 2, 30-31; 3,
15).
Carácter de la Parusía
Antes de hablar de la misma Parusía o Segunda Venida de Cristo, bueno es
que examinemos el carácter y el fin de esta Venida. En la Sagrada Escritura
suele esta Venida compararse con la siega, después de la cual se separa el
trigo de la cizaña, como en la parábola de la cizaña (Mt. 13, 24-30; 36-43), y
asimismo en Mc. 4, 26-29; y en el Apocalipsis se describe al Hijo del hombre
que viene sobre las nubes con corona de oro en la cabeza y con una hoz en la
mano como para segar (Ap. 14, 14-20).
Compárese con la trilla, y así San Juan nos pinta a Cristo con el
ventalle en la mano para limpiar el trigo y separarlo de la paja (Mt. 3,
11-12). Compárese con la pesca, después de la cual se escogen los peces buenos
y se separan de los malos, como en la parábola de la red (Mt. 13, 47-50) y en
la segunda pesca milagrosa (Jn. 21, 6-11). Compárese a un banquete nupcial al
que son convidados muchos, pero muchos se excusan, y del cual son excluidos los
indignos, como en la parábola de los convidados (Mt. 22, 1-14; Lc. 14, 16-24;
Ap. 19, 9) y en la de las vírgenes prudentes y necias (Mt. 25, 1-13). Compárese
con un señor, un rey que se va a conquistar y a tomar posesión de su reino, y
que vuelve y pide cuenta a sus siervos del empleo de los talentos que les dejó
(Mt. 25, 14-30; Lc. 19, 12-27). Compárese a un pastor que discierne y separa su
ganado, los cabritos de las ovejas (Mt. 25, 31-46). Descríbase, en fin, como
una guerra contra los enemigos y rebeldes, como aparece en Mt. 22, 7; Lc. 19,
14-27, y más claramente en Joel 3, 2; 9-13; Zac. 14, 2-4, y en Ap. 19, 11-21.
Tiene, pues, la Parusía o Venida de Cristo un triple aspecto o carácter:
1°) Carácter de juicio, de discreción y separación de buenos y malos, y
de justa remuneración y retribución de unos y de otros, como en algunos de los
textos ya citados y en algunos otros (Mt. 16 28; Rm. 2, 5-10; 1 Cor. 3, 13-15;
2 Cor. 5, 10; 2 Tes. 1, 7-10.
2°) Carácter de guerra para quebranto y destrucción de los malos.
3°) Carácter de auxilio y socorro y salvación para los buenos, como dice
San Pablo en su carta a los Hebreos 9, 28. Cristo se ofreció una vez para
quitar los pecados de muchos (en su primera Venida), la segunda vez sin pecado
(esto es, sin ofrecerse por el pecado) aparecerá a los que esperan en Él para
la salud.
De ahí es que el mismo Cristo propone su venida como un bien y motivo de
consuelo para loa justos, como dice en San Lucas 21, 28. “Y cuando
comenzaren a hacerse estas cosas (las señales próximas de la Parusía
de que habló antes), mirad y alzad vuestras cabezas, porque ya está cerca
vuestra redención… Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan,
viéndolos, entendéis de ahí que ya está cerca el verano. Así también vosotros
cuando viereis que acaecen estas cosas, sabed que ya está cerca el Reino de
Dios.”
Según eso, pues, será la Parusía juicio o separación y debida
retribución de los buenos y los malos; ruina y destrucción de los malos, un banquete
de las bodas del Cordero Cristo Jesús con la Santa Iglesia su esposa, al que
serán admitidos los buenos. Pero veamos más en particular los diversos
pormenores de la Parusía.
Venida gloriosa de Cristo
La Parusía no es otra cosa, según dijimos, sino la segunda venida de
Cristo. Vendrá Cristo Jesús del cielo adonde subió en su gloriosa ascensión
(Act. 1, 9-11), mas no vendrá como vino la primera vez cuando el Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros, cuando nació de Santa María Virgen en el portal
de Belén y fue reclinado en un pesebre, cuando, en fin, se hizo en todo
semejante a los hombres menos en el pecado, de tal suerte que era tenido por el
hijo del carpintero; antes vendrá y aparecerá con gloria, con la gloría y
esplendor de su divinidad como Él mismo dijo a sus apóstoles. Y entonces, esto
es, después que el sol se oscurecerá y la luna no dará su luz y las estrellas
caerán, entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre (probablemente la
Cruz), y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra y verán al Hijo del
hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria (Mt. 24, 30; Mc.
13, 26, y Lc. 21, 27); y lo mismo dijo el Señor a Caifás: “Desde ahora
veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra de la virtud de Dios y venir sobre
las nubes del cielo” (Mt. 26, 64).
Y del mismo modo se describe la Venida de Cristo en Apocalipsis 1, 7 y
en la primera carta a los Tesalonicenses 4, 16 donde dice San Pablo que el
Señor, con voz de imperio y con voz de arcángel y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo. Pero entre todas campea la descripción que de esta Venida
nos hace el Apóstol San Juan en el capítulo diecinueve del Apocalipsis, en
donde lo describe como rey guerrero que va a pelear contra el Anticristo, que
juntó sus tropas para pelear con el Cordero, según vimos antes.
Dice, pues, así: “Y vi el cielo abierto, y he aquí un caballo
blanco, y el que estaba sentado en el caballo es llamado Fiel y Veraz, y con
justicia juzga y pelea. Sus ojos como llama de fuego y sobre su cabeza muchas
coronas y tiene un nombre escrito que nadie lo sabe sino Él, y estaba vestido
de una ropa teñida en sangre, y llámase su nombre el Verbo de Dios, y los
ejércitos del cielo le seguían, sobre caballos blancos, vestidos de lino
finísimo, blanco y limpio, y de su boca sale una espada aguda, para herir con
ella las gentes; y Él las regirá con vara de hierro, y Él pisa el lagar del
vino del furor y de la ira de Dios Omnipotente, y en su vestidura y en su muslo
tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de los señores” (Ap.
19, 11-16).