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miércoles, 31 de agosto de 2016

MONSEÑOR DE SÉGUR - EL INFIERNO, SI LO HAY, QUÉ ES, MODO DE EVITARLO.

III
ETERNIDAD DE LAS PENAS
DEL INFIERNO

LA ETERNIDAD DE LAS PENAS
DEL INFIERNO ES UNA VERDAD DE FE
REVELADA


Dios mismo ha revelado a sus creaturas la eternidad de las penas que les esperan en el infierno, si son bastante insensatas, perversas, ingratas y enemigas de sí mismas para rebelarse contra las leyes de su santidad y de su amor. Recuerda, caro lector, los numerosos testimonios ya citados en el curso de esta obrita. Casi siempre, recordándonos la revelación misericordiosa que se había dignado hacer de esta verdad saludable a nuestros primeros padres, el Señor habla de la eternidad de las penas del infierno al mismo tiempo que de su existencia. Así, por boca del patriarca Job y de Moisés, nos declara que en el infierno “ reina horror eterno, sempiternas horror” l. El texto original es aún más fuerte, significando la palabra sempiternus, “siempre eterno” como si dijese “eternamente eterno”.

Por medio del profeta Isaías nos repite la misma enseñanza, pues no habrás olvidado aquel terrible apostrofe que dirige a todos los pecadores: “¿Quién de vosotros podrá habitar en el fuego devorador, (. . . ) en las llamas eternas, cum ardoribus sempiternis?”. Aquí también encontramos el adjetivo sempiternis. En el Nuevo Testamento" aparece con frecuencia en los labios de Nuestro Señor y en la pluma de sus Apóstoles eternidad del fuego y de las penas del infierno. Recuerda otra vez, amado lector, algunos extractos que hemos citado. Trasladaré únicamente aquellas palabras del Hijo de Dios, que resumen solamente todas las demás, y son la sentencia que presidirá a nuestra eternidad: "¡Venid, benditos de mi Padre, y entrad en posesión del reino que os ha sido preparado desde el principio del mundo! ( . . . ) ¡Apartaos de Mí, malditos! ¡Id al fuego eterno, que ha sido preparado para el demonio y sus ángeles!”. El adorable Juez añade: “Éstos irán al suplicio eterno, y los justos entrarán a la vida eterna, in supplicium aeternum, in vitam aeternam” .Estos oráculos del Hijo de Dios no necesitan comentarios. En su luminosa claridad apoya la Iglesia diecinueve siglos ha su divina enseñanza, soberana e infalible, tocante a la eternidad propiamente dicha de la beatitud de los elegidos en el cielo y de las penas de los condenados en el infierno.

La eternidad, pues, del infierno y de sus terribles castigos es una verdad revelada, una verdad de fe católica, tan cierta como la existencia de Dios y los demás misterios de la Religión cristiana.

EL INFIERNO ES NECESARIAMENTE
ETERNO, A CAUSA DE LA NATURALEZA
MISMA DE LA ETERNIDAD




Mucho tiempo ha que la natural debilidad del entendimiento humano se dobla bajo el peso del terrible misterio de la eternidad de los castigos de los condenados. Ya en tiempos de Job y de Moisés, diecisiete o dieciocho siglos antes de la era cristiana, ciertos entendimientos ligeros y ciertas conciencias muy cargadas hablan de la mitigación, ya que no del término, de las penas del infierno. “ Imagínanse, dice el libro de Job , que el infierno decrece y envejece” Hoy día, como en todas las épocas, esta tendencia a mitigar y abreviar las penas del infierno encuentra abogados más o menos directamente interesados en el asunto; pero se; engañan. Sobre que su suposición no descansa sino en la imaginación, y es directamente contraria a las afirmaciones divinas de Jesucristo y de su Iglesia, parte de un concepto ¡absolutamente falso de la naturaleza de la eternidad. No sólo no tendrán término ni alivio alguno las penas de los condenados, sino que es metafísicamente imposible que lo tengan, pues a ello se opone de una manera absoluta la naturaleza de la eternidad.

La eternidad, en efecto, no es como el tiempo, que se compone de una sucesión de instantes, añadidos los unos a los otros, y cuyo conjunto forma los minutos, las horas, los días, los años y los siglos. En el tiempo se puede variar, precisamente porque se tiene el tiempo de variar. Pero si delante de nosotros no tenemos día, ni hora, minuto, ni segundo, ¿no es evidente que no podemos pasar de un estado a otro estado? pues esto es lo que sucede en la eternidad. En ella no hay instantes que se sucedan a otros y que sean distintos. La eternidad es un modo de duración y de existencia que no tiene nada de común con el de la tierra; podemos conocerlo, mas no podemos comprenderlo. Es el misterio de la otra vida, el misterio de la duración de Dios, que un día ha de ser nuestra duración.

La eternidad, conforme dice Santo Tomás con la tradición, es “ toda entera a la vez, tota simul . Es un presente siempre actual, indivisible, inmutable. Allí no hay siglos acumulados sobre siglos, ni millones de siglos añadidos a otros millones. Son modos éstos del todo terrestres y meramente imaginarios de concebir la eternidad. Lo repito, la naturaleza misma de la eternidad, que no se parece en nada a las sucesiones del tiempo, hace que en ella sea radicalmente imposible todo cambio; ora en bien, ora en mal. Con respecto a las penas del infierno es, pues, imposible todo cambio; y como la cesación o la simple mitigación de dichas penas constituiría necesariamente un cambio, debemos concluir con entera certeza que las penas del infierno son absolutamente eternas, inmutables, y que el sistema de las mitigaciones no es más que una flaqueza del entendimiento o un capricho de la imaginación y del sentimiento. Lo que acabo de resumir sobre la eternidad, lector amado, es quizás un poco abstracto; pero cuanto más reflexiones sobre ello, tanto más comprenderás su verdad. Como quiera que sea, comprendámoslo o no lo comprendamos, descansemos en este punto sobre la clarísima y muy formal afirmación de Nuestro Señor Jesucristo, y digamos con toda la sencillez y certidumbre de la fe: "Creo en la vida eterna, credo in vitam aeternam", esto es, en la otra vida, que será para todos inmortal y eterna; para los buenos, inmortal y eterna en las bienaventuranzas del paraíso; para los malos, inmortal y eterna en los castigos del infierno. Un día San Agustín, obispo de Hipona, se ocupaba en escudriñar, hasta el punto que podía hacerlo su poderoso entendimiento, la naturaleza de la eternidad. Investigaba, profundizaba, y tan pronto descubría como se sentía detenido por el misterio, cuando repentinamente se le aparece entre rayos de luz un anciano de venerable presencia y todo resplandeciente de gloria. Era San Jerónimo, que de edad de cerca cien años acababa de morir muy lejos de allí, en Belén. Y como San Agustín i mirase con asombro y admiración la celestial visión que representaba a sus ojos: “El ojo del hombre no ha visto, le dice el anciano, la oreja del hombre no ha oído, y el entendimiento del hombre no podrá jamás comprender lo que tú buscas”. Y desapareció. Tal es el misterio de la eternidad, ya en el cielo, ya en el infierno. Creamos humildemente y aprovechemos el tiempo en esta vida, a fin de que cuando cesará para nosotros el tiempo, seamos admitidos en la eternidad feliz, y podamos por la misericordia de Dios evitar la otra.



OTRA RAZÓN DE LA ETERNIDAD
DE LAS PENAS: LA FALTA DE GRACIA

Aun cuando el condenado tuviese delante de sí el tiempo para poder variar, para convertirse y alcanzar misericordia, aquel tiempo no podría servirle. ¿Y por qué? Porque existiría siempre la causa de los castigos que sufre, cuya causa es el pecado, el mal que ha elegido en la tierra. El condenado es un pecador impenitente, inconvertible. No basta, en efecto, el tiempo para convertirse. ¡Ay! Lo vemos demasiado en este mundo. Vivimos en medio de gentes a las que Dios bondadoso espera diez, veinte,  treinta, cuarenta años, y a veces más. Para convertirse es necesario además la gracia. No hay conversión posible sin el don esencialmente gratuito de la gracia de Jesucristo, la cual es el remedio fundamental del pecado y el primer principio de la resurrección de las pobres almas que el pecado ha separado de Dios y arrojado así a la muerte espiritual. Jesucristo ha dicho: “Yo soy la resurrección y la vida” J, y por el don de su gracia resucita a las almas muertas y las conserva luego en la vida. En su omnipotente sabiduría este Soberano Señor ha dispuesto que nos sea dada su gracia únicamente en esta vida, que es el tiempo de nuestra prueba, a fin de evitarnos la muerte del pecado y de hacernos crecer en la vida de los hijos de Dios. En el otro mundo no hay tiempo de gracia ni de prueba: es el tiempo de la eterna recompensa para aquéllos que habrán  correspondido a la gracia viviendo cristianamente; es el tiempo N del castigo eterno para aquéllos que, rechazando la gracia, habrán vivido y  muerto en el pecado. Tal es el orden de la Providencia/^ nada lo cambiará.

Así, pues, en la eternidad ya no habrá gracia para los pecadores condenados; y como sin la gracia es absolutamente imposible arrepentirse con eficacia, y aquélla es necesaria para alcanzar el perdón, no será éste posible; subsiste siempre la causa del castigo, y subsiste éste igualmente, ya que no es sino el efecto del pecado. Sin gracia no hay arrepentimiento; sin arrepentimiento no hay conversión; sin conversión no hay perdón; sin perdón no puede haber alivio ni término de la pena. ¿No es esto racional? El mal rico del Evangelio no se arrepiente en el infierno. No dice: '‘ ¡Me arrepiento!” no dice: “ He pecado” sino que dice: “ Sufro horriblemente en estas llamas”. Es el grito del dolor y de la desesperación. No piensa en implorar el perdón, sino que piensa en sí mismo y en su alivio. El egoísta pide en vano la gota de agua que podría refrescarlo. Esta gota de agua es el toque de gracia que lo salvaría; pero se le responde que esto es imposible. Detesta el castigo, no la falta; ésta es la terrible historia de todos los condenados. Aquí están la ciudad de Dios y la de Satanás como vecinas, es posible pasar y volver a pasar de la una a la otra; el bueno puede hacerse malo y el malo hacerse bueno. Mas todo esto cesará al tiempo de la muerte: entonces las dos ciudades serán irrevocablemente separadas, como dice el Evangelio •; no se podrá pasar ya de la una a la otra, de la ciudad de Dios a la de Satanás, del paraíso al infierno, ni de éste al paraíso. En esta vida todo es imperfecto, el bien como el mal; nada hay definitivo, y como la gracia de Dios no se niega jamás a nadie, es posible siempre librarse del mal, del imperio del demonio, de la muerte del pecado, mientras se permanece en este mundo. Mas, como ya he dicho, esto es patrimonio de la vida presente; y desde que un hombre en estado de pecado mortal ha exhalado el último suspiro, todo cambia de faz: sucede al tiempo la eternidad: ya no existen momentos de gracia y de prueba; ya no es posible la resurrección del alma, y el árbol caído a la izquierda, permanece eternamente a la izquierda.


Así, pues, la suerte de los condenados está por siempre fijada, sin que sea posible cambio alguno, mitigación, suspensión, cesación alguna de sus castigos. Fáltales, no sólo el tiempo, sino también la gracia.

EL MANUSCRITO DEL PURGATORIO


(AÑO 1877)


ENERO 1877.- Apóyate tranquilamente en el corazón adorable de tu Jesús. Dile todas tus penas como a un amigo; Él te comprenderá, pero lo que te he dicho del rincón de su divino Corazón, te será desvelado sólo cuando seas más interior de lo que eres actualmente. No te aflijas de todo el fastidio de la escuela. Yo rezo por ti cada día, a fin de que no pierdas la paciencia.

13 FEBRERO.- (Delante del S.S. Sacramento). Ves qué solo está Jesús. Sin embargo en este momento podrían estar más personas, si se tuviese un poco más de buena voluntad. Pero, cuánta indiferencia., también entre las almas religiosas! Nuestro Señor es sensibilísimo a este respecto. Al menos, ámalo tú en lugar de estas almas injustas y el buen Dios será compensado por tanto descuido.

12 MAYO. - Mortifícate en cuanto al cuerpo y sobre todo en cuanto al espíritu!. Olvídate, renuncia totalmente a ti misma. No pongas atención nunca a lo que hacen los otros. El buen Dios no pide de todas las almas la misma perfección. No todas son aclaradas con la misma iluminación; a ti sin embargo, que Jesús te ilumina, atiéndelo siempre a Él, que sólo Él sea tu fin en cada cosa!. Antes de cualquier acción, obsérvate y examínate si lo has agradado a Él, y esto es todo para ti. Su mirada, su amor y su beneplácito deben bastarte. Una indiferencia, una falta de atención de parte tuya le ofende, mientras otras veces un frecuente recuerdo de su santa presencia, una breve glorificación, una mirada, una pequeña atención en su cuidado lo agradan y Él es sensible a esto. Sé vigilante en tu interior y no dejes escapar ninguna gracia del buen Dios. No hagas mucho caso de tu cuerpo. Olvídate voluntariamente de ti misma. Arrójate con sencillez en los brazos de Jesús y Él no te dejará en la dificultad. Solamente te una confianza ilimitada en su bondad. Si supieras qué grande es su poder, pondrías límites a su poder?. Qué cosa no puede hacer Jesús por un alma que Él ama?

13 DICIEMBRE. - En tus acciones no busques agradar a nadie, si no al buen Dios. Por Él debes hacer todo, sin respeto humano y sin detenerte nunca; tú sabes lo que Nuestro Señor te ha recomendado 25 veces al día. Si amas verdaderamente al buen Dios, en esos momentos Él no te negará nada de cuanto le pidieras. Sí, eres pobre, es verdad, humíllate, Jesús sin embargo no siempre concede sus gracias a los más santos. Prepárate siempre con gran diligencia a la santa Comunión, a la confesión, al oficio divino; en una palabra, a todo lo que tenga por fin una unión más grande con Nuestro Señor. A pesar de todo deberías logra con mucho menos dificultades que otros ver a Jesús siempre presente en tu corazón; después de las gracias que te ha concedido al respecto, no deberías tener dificultad en recogerte!. Ya te he dicho que el buen Dios busca en el mundo almas que lo amen, pero con un amor de niño, con ternura respetuosa, es verdad, pero afectuosa. Y bien, de estas almas no hay!. Su número es más pequeño de cuanto se cree. Se restringe demasiado el corazón del buen Dios. Se considera demasiado grande al buen Jesús para tenerlo cerca y el amor que se tiene por Él es frío. El respeto en fin degenera en una cierta indiferencia. Sólo que no todas las almas llegan a comprender este amor que Nuestro Señor pide; pero tú, a quien Jesús lo ha dado a comprender, compénsalo de tal indiferencia, de tal frialdad. Pídele que agrande tu corazón a fin de que pueda contener mucho amor. Con tu ternura y la respetuosa familiaridad que Jesús te permite, puedes reparar lo que no a todos es dado a comprender. Hazlo y sobre todo ámalo mucho!. No te canses nunca de trabajar!. Comienza cada día como si no hubieras hecho todavía nada!. Esta continua renuncia a la propia voluntad y a las propias comodidades, al propio modo de ver, es un largo martirio muy meritorio y muy agradable al buen Dios. El buen Dios te quiere extraordinaria, no en cuanto a lo exterior, pero sí en cuanto a lo interior. El pide de ti una unión tan grande que tienes que lograr no perderlo nunca de vista, ni siquiera en el ardor de ocupaciones.

TRATADO DEL AMOR A DIOS - San Francisco de Sales

De algunos favores especiales hechos en la redención
de los hombres por la Divina Providencia
(continuación)


De esta manera, desvió Dios de su gloriosa madre toda cautividad y le concedió el goce de los dos estados de la naturaleza humana, porque poseyó la inocencia que el primer Adán había perdido y gozó en un grado eminente de la redención que el segundo Adán nos adquirió; por lo cual, como un jardín escogido, que había de producir el fruto de vida, floreció en toda suerte de perfecciones. Así fue como este Hijo del amor eterno atavió a su madre con vestidura de oro y recamada de hermosísimos matices, para que fuese la reina de su diestra, es decir, la primera, entre todos los elegidos, que había de gozar de las delicias de la diestra divina. Por lo cual esta sagrada madre, como reservada que estaba enteramente para su hijo, fue por él rescatada, no sólo de la condenación, sino también de todo peligro de la misma, asegurándole la gracia y la perfección de la gracia.

fue como la de una bella aurora, que, desde el momento en que despunta, va continuamente creciendo en claridad hasta llegar a. la plenitud del día. ¡Redención admirable, obra maestra del Redentor y la primera de todas las redenciones, por la cual el hijo de un corazón verdaderamente filial, previniendo a su madre con bendiciones de dulzura, la preserva, no sólo del pecado, como a los ángeles, sino también de todo peligro de pecado y de todas las desviaciones y retrasos en el ejercicio del amor. Así manifiesta que, entre todas las criaturas racionales que ha escogido, solamente su santa madre es su única paloma, su toda hermosa y perfecta, su amada, fuera de toda comparación.

Dispensó Dios también otros favores a un reducido número de criaturas que quiso poner fuera de todo peligro de condenación, lo cual podemos afirmar con certeza de San Juan Bautista, y muy probablemente del profeta Jeremías, y de algunos otros, a los cuales la divina Providencia fue a buscar en el vientre de sus madres, y allí mismo los confirmó en la perpetuidad de su gracia para que permaneciesen firmes en su amor aunque sujetos a la rémora de los pecados veniales, que son contraríes a la perfección del amor, más no al amor en sí mismo; y estas almas, comparadas con las otras, son como reinas que siempre llevan la corona de la caridad y ocupan el principal lugar en el amor del Salvador, después de su madre, que es la reina de las reinas; reina no sólo coronada de amor, sino también de la perfección del amor, y, lo que es más, coronada por su, propio hijo, que es el soberano objeto del amor, pues los hijos son la corona de sus padres y de sus madres.

Hay, además, otras almas a las cuales quiso Dios dejar expuestas por algún tiempo no a la peligro de perder la salvación, sino más bien al peligro de perder su amor, y, de hecho, permitió que lo perdiesen, y no les aseguró el amor por toda su vida, sino para el fin de la misma y para cierto tiempo precedente. Tales fueron David, los apóstoles, la Magdalena y muchos más, los cuales, durante algún tiempo, vivieron fuera del amor de Dios, pero después, una vez convertidos, fueron confirmados en la gracia hasta la muerte, de manera que, desde entonces, quejaron en verdad, sujetos a algunas imperfecciones pero permanecieron exentos de todo pecado mortal y, por consiguiente, del peligro de perder el divino amor, y fueron como los amantes sagrados de la celestial esposa, cubiertos con la vestidura nupcial de su santísimo amor, aunque no, por ello, coronados, porque la corona es un adorne: que corresponde a la cabeza, es decir a la parte principal de la persona. Ahora bien, como quiera que la primera parte de la vida de las almas de esta categoría ha estado sujeta al amor de las cosas terrenal, no pueden llevar la corona del amor celestial, sino que les basta llevar la vestidura, que la hace capaces del tálamo nupcial del divino esposo y de ser eternamente felices con Él.


Cuán admirable es la divina Providencia en la diversidad de gradas que distribuye entre los hombres.

Incomparable fue el favor que la eterna Providencia hizo a la Reina de las reinas, a la Madre del amar hermoso. También ha hecho favores muy singulares a otros hombres. Pero, aparte de esto, la soberana bondad derrama gracias y bendiciones en abundancia sobre todo el linaje humano y sobre la naturaleza angélica y todos han sido rociados de esta bondad como de una lluvia que cae sobre los buenos y los malos  todos han sido iluminados por la luz que ilumina a todo hombre que viene a, este mundo  todos han participado de esta semilla que cae no sólo sobre la tierra buena, sino también en medio de los caminos, entre las espinas y sobre las piedras ", para que nadie tenga excusa delante del Redentor, si no se aprovecha de esta redención superabundante para su salvación, y aunque esta suficiencia comodísima de gracias haya sido de esta manera derramada sobre toda la naturaleza humana, de suerte que, en esto, todos seamos iguales, y una rica abundancia de bendiciones nos haya sido a todos ofrecida, es, empero, tan grande la variedad de estos favores, que no se puede decir si es más admirable la grandeza de todo este conjunto de gracias en medio de una tan grande diversidad esta diversidad en medio de tanta grandeza. ¿Quién no ve que entre los cristianos, los medios de salvación son más grandes y más eficaces que entre los bárbaros, y que, entre los mismos cristianos, hay pueblos y ciudades cuyos pastores son más capaces y producen más fruto? Ahora bien negar que estos medios exteriores sean favores de la Providencia divina o poner en duda qué contribuyan a la salvación y a la perfección de las almas, sería una ingratitud con la celestial bondad, y equivaldría a desmentir la verdadera experiencia, que nos hace ver que allí donde estos medios exteriores abundan, los interiores son más eficaces y obtienen un éxito mayor.

Ciertamente, así como vemos que jamás se encuentran dos hombres perfectamente semejantes en los dones naturales, de la misma manera jamás se encuentran quienes sean del todo iguales en los sobrenaturales. Los ángeles., como lo aseguran San Agustín y Santo Tomás, recibieron la gracia, según la variedad de sus condiciones naturales,  Ahora bien, todos ellos o son específicamente diferentes o, a lo menos, de diversa condición, pues se distinguen los unos de los otros; luego, cuántos son los ángeles, otras tantas son también las gracias diferentes, y, si bien, en lo que atañe a los hombres, la gracia no les ha sido otorgada según las condiciones naturales de los mismos, con toda la divina dulzura, complaciéndose y, por así decirlo, regocijándose en la producción de las gracias, las ha diversificado, de infinitas maneras, para que de esta variedad surgiese el bello esmalte de su redención y de su misericordia. Por esto, la Iglesia canta en la fiesta de cada obispo confesor: Ninguno se halló semejante a él Y, como que en el cielo nadie sabe el nombre nuevo, sino tan solo, el que lo recibe porque cada uno de los bienaventurados tiene el suyo particular, según el nuevo ser de la gloria que adquiere, así en la tierra, cada uno recibe una gracia tan peculiar, que todas son diversas.


Así como una estrella es diferente de otra en claridad, también los hombres serán diferentes Ios unos de los otros en gloria; señal evidente de que lo habrán sido en gracia. Esta variedad en la gracia, produce una belleza y una armonía tan suave que regocija a toda la ciudad santa de la Jerusalén celestial.

LOS MARTIRES MEXICANOS

Ocho Muertos y...
¡un Resucitado!


Por todas partes de la República la juventud mexicana, organizada en la para siempre famosa A.C.J.M., estaba en ascuas con las noticias que los periódicos mexicanos, tímidamente, y los extranjeros con mayor empuje, daban al mundo de los avances de la persecución comunista-callista. Especialmente los periódicos extranjeros la calificaban así, de comunista, y no les faltaba razón. Era el mismo odio a Cristo y al reino de Cristo; la misma hipocresía, que declaraba querer únicamente el bien de los obreros engañados por los capitalistas y por los miembros de la Iglesia Católica; el mismo fingido respeto a unas leyes dadas por los partidarios de las ideas comunistas; la misma consigna, emanada de quién sabe qué poder, oculto con toda seguridad en los antros de la masonería atea; la misma obediencia ciega de los comprometidos por un terrible secreto a esa obediencia al mal; los mismos procedimientos salvajes y ejecuciones sin proceso, ni forma alguna, aun en apariencia, legal; todo en fin lo que cada día, con mayor claridad, vamos conociendo como proceder del Comunismo Internacional era lo que estaba ensangrentando la tierra mexicana, y haciendo rodar por el suelo, como víctimas gloriosas, a un gran número de mexicanos de todas las clases de la sociedad, de todas las edades de la vida, hombres y mujeres, que no tenían otro delito, monstruoso para los perseguidores, que profesar y confesar públicamente la fe católica. Porque cada día más, los hechos que ya consigna en sus páginas la historia de estos dos últimos siglos, van revelando con mayor claridad que toda esa faramalla de solución de la cuestión social, de redención de los proletarios, de remedio de los males de la sociedad, etc., etc., que entre gritos y espumarajos de rabia proclamaban Marx, Lenin y sus incondicionales partidarios, no son más que una continuación, habilísimamente disfrazada, de la conspiración anticristiana, fraguada en las sombras, con que se rodean siempre los que obran mal, y cuyo inmediato primer estallido fue la grande, por lo horrible, Revolución Francesa de fines del siglo XVIII.

Acabar con el Reino de Cristo en este mundo, con el orden cristiano, con la civilización cristiana, con la Iglesia verdadera de Jesucristo que la inició, la desarrolló y la sostiene hasta nuestros días: he aquí el objetivo, en principio oculto y hoy descubierto a la luz del día, que se proponen los comunistas, desdichados sucesores de todos esos revolucionarios que hicieron del siglo XIX, llamado el siglo "de las luces", uno de los más trágicos de la historia. Una vez triunfante en Rusia el comunismo, por la revolución de 1917, fue México el designado en los antros de los conspiradores, como ya lo hemos probado al principio de estas páginas, para continuar su obra, estableciendo en nuestra patria un foco de infección para todo el continente americano. México, que había pasado ya por una serie dolorosa de revoluciones, triunfantes al fin para el liberalismo, preparación y antesala del comunismo, les parecía como la nación ideal para el establecimiento de ese foco pestilente que había de envenenar a América. De Europa y Asia se encargarían los rusos y una parte de los germanos, inficionados de la misma lepra. Antonio Verástegui.

Tales eran las ideas y el resultado de los estudios que pacientemente se hacían en los Círculos de Estudios de la A.C.J.M. Y como en todas partes, la juventud católica de la ciudad de Parras, del Estado de Coahuila, llegó a esa misma conclusión. Como ningunos otros, aquellos jóvenes ansiaban la solución correcta y digna de la cuestión social, y estaban resueltos a poner su grano de arena en resolverla, al menos en su Estado. Ya en otras regiones del país se manifestaban los mismos deseos y se preparaban dichos jóvenes para en un porvenir, que estimaban no lejano, llevar a la práctica sus intentos. Pero nunca creyeron, como desdichadamente lo creían aún muchos católicos, que declaraban y aun ahora declaran todavía, que hay un fondo de justicia en las andanzas del comunismo. ¿Un fondo de justicia? ¡Si precisamente el fondo real y verdadero del comunismo es el intento de acabar con el orden cristiano! Si lo que menos les importa a los comunistas, a pesar de su careta de redentores del proletariado, es el bienestar de las clases humildes y explotadas, cuyos males procuraran, según las consignas de Marx y Lenin, exacerbar hasta la desesperación para que les sirvan de carne de cañón en la revolución mundial que anhelan ¡Vaya Plácido Arciniega, Francisco Fuantos, José Fuantos, Bernardo Morales, Antonio Muñiz, Bernardo Muñiz, Dolores Rodríguez, José Rodríguez, Francisco Guzmán, Isidro Pérez, Manuel Verástegui y otros más cuyos nombres ignoro, tuvieron el 3 de enero de 1927 una sesión vibrante en el local de la A.C.J.M. Francisco Guzmán era, además, Jefe de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa, y en esa calidad tomó la palabra en la reunión

—Compañeros, creo que ha llegado la hora de mostrar al mundo, que somos verdaderos católicos. Ya veis las noticias que nos llegan de lo que están haciendo con nuestros hermanos católicos mexicanos, los esbirros de Calles. Podremos soportarlo más? ¿Nosotros que nos hemos reunido para tratar de remediar los males sociales de nuestra patria, preparándonos aquí para actuar el día de mañana, nosotros vamos a consentir que, diezmadas las huestes católicas, ese día de mañana por el que suspiramos no tengamos ya la ayuda que de esas huestes fundadamente esperamos? Los más valientes, los más generosos, los más distinguidos por su fe y su conducta enteramente católica, naturalmente son los primeros que están cayendo bajo las balas asesinas y los puñales traidores de los del Gobierno desdichado de nuestra patria. ¿En quién podremos poner nuestras esperanzas patrióticas y honradas para el día de mañana, si ésos, a montones, van desapareciendo, y si otros que podríamos levantar del ánimo caído, en que nos ha hundido la desgracia secular de nuestra patria, se amedrentan más aún, por tantos crímenes, y desconfían de nuestro remedio?

—Tienes razón, Guzmán, tienes razón. Ya me da vergüenza mostrarme con mi escudo de católico perteneciente a la A.C.J.M. y a la Liga de Defensa, y andar aquí tranquilamente, cuando en muchas partes de la República nuestros hermanos, nuestros compañeros, se han lanzado a la defensa armada con los peligros que trae consigo, pero con el noble y santo propósito de luchar por el reinado de Cristo Rey en nuestra patria, y la defensa de tantos inocentes que van cayendo. . . ¡Vive Dios! que esto se ha acabado. Yo me voy con los cristeros.

—Y nosotros también —respondieron a coro los demás muchachos vibrando de indignación y de entusiasmo. Y así fue cómo aquellos valientes y generosos jóvenes, decidieron aquella misma noche levantarse en armas contra la iniquidad de los comunistas callistas.

El plan ya lo tenían hecho los jefes para apoderarse de la ciudad sin necesidad de derramar una gota de sangre, pero empezaron a reunir armas y pertrechos para la defensa porque sin duda ninguna los callistas vendrían a atacarles. Los días siguientes fueron de suma actividad para aquellos jóvenes, más generosos y ardientes, que prudentes. Y como siempre sucede, en todo lo que han llamado sus triunfos los comunistas, que los han logrado por la traición de algún villano, que se enteró de tales planes, uno de estos hipócritas que se percató del plan de los de Parras, lo denunció e hizo que se destacaran algunas fuerzas de Colima, para sofocar rápidamente aquel levantamiento. Aun no estaban terminados los preparativos bélicos, cuando en las goteras de la ciudad aparecieron las fuerzas callistas. Los jóvenes jefes del movimiento fueron advertidos a tiempo, y decidieron, en breve reunión, salir de la ciudad, para organizarse en el monte y no cejar en su empeño. Aprovechando el recelo de los soldados del gobierno, a quienes se les había dicho que iban a atacar a una ciudad ya preparada para rechazarlos, y que por ello avanzaban poco a poco : y a merced de las sombras de la noche, los jóvenes acejotaemeros lograron salir al fin.

Los callistas, aunque un poco tarde, supieron de esa huida y se echaron de lleno a perseguirlos. Pronto los jóvenes fueron alcanzados, pero ya se encontraban en el monte y empezaron a defenderse, causando desde luego algunas bajas entre los soldados, sin que ellos tuvieran una sola. Y así se inició aquella persecución gloriosa para los nueve jóvenes, que escondiéndose entre las breñas y los recovecos del monte, pudieron sostenerse durante ocho días, casi sin comer, desgarrados sus vestidos, temblando de frío por la inclemencia del invierno, sin esperanzas de auxilio terreno, pero puesta toda su confianza en Dios y deseosos de morir por Cristo Rey. Y en efecto pasados los ocho días los federales lograron cercarlos en el lugar áspero que habían escogido como escondrijo. Se dice que una nueva traición los descubrió a los soldados callistas. ¡Dios lo sabe!


Desfallecidos casi, por la falta de alimento y de sueño, temblando de frío, y sin parque, no tuvieron más remedio que rendirse. Llevados a Parras sin proceso de ninguna especie, fueron condenados a muerte, y conducidos al cementerio en donde había de ejecutarse la sentencia. Alineáronlos a los nueve, ante un pelotón. Francisco Guzmán, que era un simple obrero, y jefe local de la Liga como hemos dicho, antes de morir se dirigió a sus compañeros:

—Vamos a morir, hermanos, y vamos a morir por Cristo Rey, y eso nos abrirá las puertas del Cielo. Muramos como murió Nuestro verdadero Capitán con los brazos en Cruz, porque no puede el discípulo ser mejor que su Maestro, El nos espera ya para el premio. . . Y vosotros, soldados, estáis ciegos, no sabéis lo que hacéis. Nosotros os perdonamos de todo corazón y quiera Dios que en el último momento de vuestra vida, por vuestro arrepentimiento seáis perdonados por el mismo Dios, como nosotros se lo pediremos al llegar a su presencia. ¡Viva Cristo Rey!


Todos los jóvenes puestos los brazos en cruz repitieron con toda el alma el grito de la victoria. Los soldados temblaban; iban a asesinar a unos jóvenes. . . entre los cuales podían ver a varios de la humilde clase obrera. . . Dispararon y sólo cayeron seis. . . Una nueva orden del jefe, una nueva descarga y cayeron los tres restantes. . . El jefe se acercó para dar a cada uno el tiro de gracia. . . Y al terminar dijo en tono de burla: "¡A ver si su Cristo los resucita ahora!" Y entonces sucedió algo increíble. Isidro Pérez, el último de los caídos, se levantó y exclamó con inaudito esfuerzo: —¡A mí ya me resucitó! En efecto, cuando Isidro, que sólo estaba herido, vio acercarse al capitán, que iba a darle el tiro de gracia, quiso hacer la señal de la cruz, y se cubrió la cara con la mano. Llevaba en el dedo anular un anillo con una crucecita de oro. El tiro le dio precisamente en el anillo y la bala resbaló hiriendo solamente la piel del cráneo, pero llevándose el dedo y rompiendo el anillo, cuya crucecita se incrustó en la misma frente del joven. El capitán, que era un tanto supersticioso, al ver aquello se quedó boquiabierto, y ya no quiso acabar con Isidro, sino que por el contrario envió al hospital con un soldado al resucitado, para que lo curaran de sus heridas, e hizo enterrar a los muertos.

Ite Missa Est

31 de agosto 
San Ramón Nonato, confesor.
(
1240)

III Clase – ornamentos blancos
MISA – Os Justi
Epístola – Eccli; XXXI, 8-11
Evangelio – San Lucas; XII, 35-40


El heroico redentor de los cautivos san Ramón, conocido por el nombre de Nonato o no nacido, por haber nacido un día después de la muerte de su madre, fué natural de Portell en el principado de Cataluña. Tuvo natural inclinación a las letras y al estado eclesiástico; mas no asintiendo en ello su padre, le envió como desterrado a una alquería para que cuidase de aquella hacienda. Había allí una ermita de la Virgen santísima, la cual habló al devoto joven y le dijo: «No temas, Ramón, porque yo te recibo desde ahora por hijo mío.» Y habiendo hecho el" santo mancebo voto de perpetua virginidad, su Madre celestial le mandó que vistiese el hábito sagrado de los religiosos de la Merced. Fué luego Ramón a Barcelona y cumplió la voluntad de la Virgen santísima, tomando aquel santo hábito, y como si con la nueva enseña se hubiese revestido de nuevo espíritu, anduvo a pasos de gigante por el camino de la perfección. Abrasábase en vivos deseos de redimir cautivos y librarlos del inminente riesgo en que se hallaban de perder la fe. A este fin pasó a África; y dio principio a su obra con tan ardiente celo, que en poco tiempo rescató gran número de ellos, hasta el punto de agotar todo el caudal que los cristianos le habían mandado de limosna. No desmayó sin embargo el apóstol de la caridad: sino que compadecido de los que no pudiendo ya resistir más los ultrajes y malos tratamientos de los infieles, trataban de dejar la fe, el santo se entregó a sí mismo en rehenes, saliendo fiador por ellos con su persona, hecho cautivo por amor de Dios y de los hombres. En tal estado no cesaba de afear a los moros los errores y vicios que les había enseñado su falso profeta, y de ensalzar la verdad y pureza del Evangelio de Cristo; y predicábales con tanto fervor y gracia del cielo, que gran número de infieles abrazaron la fe católica. Enojóse sobremanera el bajá por las victorias que alcanzaba el apostólico varón; y mandó que le llevasen desnudo por las calles y le azotasen delante de todo el mieblo, y que en la mayor le barrenasen los labios con hierros encendidos, y le pusiesen un candado en la boca para que no pudiese hablar más ni predicar la ley del Señor. Todos estos oprobios y tormentos llevó el santo con admirable paciencia; y extendiéndose la fama de sus heroicas virtudes por toda la cristiandad, y llegando a oí- dos del soberano pontífice Gregorio IX, en testimonio de su amor, le hizo cardenal de la santa Iglesia, y le ordenó que volviese a España. Fué recibido el santo en Barcelona con gran pompa, y al pasar por Cardona sintióse gravemente enfermo. Entendiendo que le llegaba el fin de su vida pidió los santos Sacramentos: y como se tardase el sacerdote que había de administrárselos, el santo tuvo la dicha de ser viaticado por ministerio de los ángeles, que se le aparecieron vestidos del hábito de su religión, y consolado con esta visita celestial, dio plácidamente su espíritu al Creador.

Reflexión: La caridad verdadera con obras ha de mostrarse; y con obras costosas si es grande la caridad. ¡Cómo condenan nuestro miserable egoísmo, y nuestra dureza con tantos necesitados no menos del sustento del espíritu que del pan del cuerpo, los heroicos ejemplos de san Ramón! Temamos la terrible sentencia que el juez supremo ha de fulminar contra los hombres que fueron de duras entrañas con sus hermanos.


Oración  

Oh Dios, que tan admirable hiciste al bienaventurado Ramón en rescatar cautivos del poder de los infieles: concédenos por su intercesión que rotas las cadenas de nuestros pecados cumplamos con libertad de espíritu tu santísima voluntad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

martes, 30 de agosto de 2016

ESCRITOS SUELTOS DEL LIC. Y MARTIR ANACLETO GONZALES FLORES, “EL MAISTRO”


TODAS LAS ESTRELLAS
A los jóvenes estudiantes que se
distinguieron en el Concurso oratorio
efectuado en Guadalajara el día 15

del mes en curso.


El problema de la elocuencia, en su aspecto teórico, ha sido demasiado discutido y hasta puede decirse que ha sido ya totalmente agotado. Sin embargo, es preciso reconocer que es un problema más bien práctico que teórico, ya que se trata de una forma concreta de arte. Y desde este punto de vista se ha dejado hasta la fecha mucho que desear. Sobre todo en los antiguos métodos de aprendizaje que han prevalecido en nuestro medio. Y ya es tiempo de que se busque, en el terreno de la práctica, una solución totalmente satisfactoria. Y más que todo, urge, que se haga una seria revisión de sistemas de aprendizaje. Porque en punto de oratoria debemos reconocer, con hondísima pena, que se ha fracasado ruidosamente. Y no basta evocar ciertos nombres de oradores célebres que han surgido en nuestro medio y han alzado en muchas ocasiones el estandarte iluminado de los abanderados de la palabra. Porque todos ellos, hasta cierto punto, han llegado a ser altas y fuertes personalidades de los antiguos sistemas de formación oratoria. De aquí que ante todo sea necesario precisar la significación exacta, el sentido real del problema de la elocuencia. Pues de esto arrancan las consecuencias que han de servir de base a las nuevas rutas para el aprendizaje. Y colocados en este plano podemos decir que el problema capital, central de la elocuencia, es un problema que se traduce, que equivale a la cuestión de saber, de poder decir la palabra en posesión de la plenitud de su totalidad vital de expresión.

Este es el nudo central de la cuestión. Y por no tener esta noción, en la plenitud de claridad que exige, pasan todos los días sobre sistemas de formación, sobre métodos de aprendizaje y sobre criterios y direcciones de espíritus, funestos prejuicios. Y todos los días, arrebatados por la corriente de viejos prejuicios, se van a decir y se dicen en las tribunas, arengas que fueron pulidas, retocadas, como pule y retoca el joyero sus artefactos, con varios días de anticipación. Y todos los días también no se dicen más que palabras mutiladas, incompletas, que no son, que no pueden ser más que un remedo, una lejana aproximación de la verdadera palabra elocuente. La palabra que traza el escritor en la página de un libro tiene que ser inevitablemente un reflejo de la fisonomía del autor. Y esto basta para que se tenga una verdadera palabra escrita. Pero la palabra elocuente debe ser esencialmente una palabra hablada en el sentido más fuerte, más alto, más completo del vocablo. Y supone, exige, pide, también esencialmente, la presencia total del orador. Y esa presencia queda trunca cuando dos días antes, sea sobre un pergamino, sea sobre la sustancia viva de la memoria, se dicen las palabras del discurso y pocos días después va a pronunciarse en la tribuna una frase inerte, apagada, despojada de la totalidad de las efervescencias interiores del artista y reducida a puños de rescoldo que jamás podrá reavivar una emoción fingida, impotente para devolverle a la verdadera palabra su propia y total fisonomía.

El problema tal como se ha planteado hasta ahora, sobre todo dentro de los viejos moldes del aprendizaje oratorio, queda reducido a un problema de representación dramática. Con la única diferencia de que hasta cierto punto se identifican el personaje y el autor. Y parece plenamente esclarecido con los fuertes vislumbres que pasan por encima de la desconcertante obra de Pirandello[1]: Seis personajes en busca del autor. Según los antiguos sistemas de formación oratoria que se resuelven directa o indirectamente en el grafismo o sea en el método de ensayar por escrito, en papel o en la memoria el orador es un comediante de sí mismo. Tiene que reproducir una palabra nacida de un drama interior cuyos desgarramientos y angustias han pasado y han dejado una remota huella en la memoria o en el papel. ¿Pero dónde están el arranque pasional interior, el temblor de la carne, las crispaduras del alma soberanamente, inimitablemente reflejadas a lo largo de la cara, de los brazos, de las manos, del cuerpo y en el tono de la voz? Son solamente un puñado de rescoldo y habrá que redivivirlos tarea imposible con una verdadera comedia en que el orador se verá en la necesidad imprescindible de ser al mismo tiempo personaje y actor.

Es decir, comediante de sí mismo. Y su palabra, mezcla informe e inconexa de emociones presentes y de pensamientos nacidos de un alumbramiento lejano, será una palabra trunca, mutilada, con una fisonomía extraña, quizá hasta contradictoria en que falta la unidad central, la cohesión interna y profunda que anuda en un solo y único núcleo total, el pensamiento, el gesto, el ademán, la emoción característica y el arranque pasional. El fracaso del viejo sistema del grafismo ha consistido y consiste en que se ha propuesto hacer oradores y no ha logrado hacer otra cosa que comediantes. En las páginas desconcertantes de Pirandello no hay más que personajes. Los comediantes dejan de serlo bajo el golpe de osadía y de vitalidad de aquellos seis personajes que son y que se sienten irreductiblemente personajes y solamente personajes. Y éste personaje en su totalidad, con toda la carga abrumadora de vitalidad que llevan a su paso las realidades sobre sus espaldas, debe ser, necesita ser el verdadero orador. Los personajes del drama de Pirandello no son figuras históricas; no son fantasmas de leyenda; no son engendros de una imaginación calenturienta; son, se entiende en la obra, un cuadro vivo que se destaca de la totalidad vital.

El orador no debe ser tampoco un factor histórico; no debe ser la sombra de una leyenda ni tampoco un signo inerte trazado en el papel ni en la memoria: debe ser un personaje en el sentido pleno de esta palabra y una unidad plenamente vital; una página llena de sangre caliente que se escribe con hierro fuego en presencia del auditorio y que no va a leer páginas apagadas, secas, donde quedó sin una lejana vislumbre de la realidad y un puñado de ceniza muda y entristecida.

El historiador tiene su papel; el dramaturgo tiene el suyo; el comediante está ya bien clasificado; el orador se halla y debe encontrarse aparte de todos. Y para que lo sea de verdad y para que su palabra sea la verdadera palabra, palabra elocuente en el sentido más fuerte y más vivo, es necesario que no atienda a ser historiador de sus propios arranques interiores, que no intente ser autor de comedias ni mucho menos comediante de sí mismo. Debe ser totalmente personaje con la presencia vital de las páginas de Pirandello, de manera que su palabra no sea un recuerdo ni una huella sino una realidad palpitante en su totalidad con el temblor fuerte e inimitable avasallador de la vida. Por esto hemos dicho que el problema de la elocuencia, en su aspecto práctico, es un problema de expresión totalmente vital.

Su marido dice Ulfein, el cazador, a María esposa de Rubek escultor, en un drama de Ibsen y yo, señora, trabajamos rudamente. Él sobre el mármol y yo sobre los músculos tendidos y palpitantes del oso. Y los dos acabamos por dominar la materia, por ser amos. Esas sí que son verdaderas palabras, exclama, sacudido de entusiasmo, el escultor. –“Sí, añade Ulfein, porque la piedra tiene también razones para luchar. Está muerta y rechaza con todas sus fuerzas el mazo que le impone la vida. Es igual que el oso al que se despierta de un puntapié en su guarida. Como en ese drama de Ibsen el problema de la palabra realmente elocuente es un problema de expresión vital. Y no quedará resuelto ni se resuelve más que con la totalidad vital de la presencia del orador. Hasta entonces se podrá decir que sus palabras si son verdaderas palabras, no restos, no vestigios, no solamente huellas, no solamente apagados recuerdos ni partículas de rescoldo por donde pasó el dardo encendido y llameante de la vida con todas sus antorchas echadas al viento.

Nuestra generación puede realizar el prodigio. Será necesario, es cierto, luchar con muchas de las momias que alzan su gesto de silencio y de muda adoración en los viejos sistemas; pero si hoy se comienza y se logra colocar frente a frente los dos sistemas: el del grafismo y el otro, defendido principalmente por Mauricio Ajam,[2] se verá en seguida la diferencia, se llegará luego a la conclusión de que entre las antiguas tendencias de aprendizaje oratorio y las nuevas sustentadas por ciertos autores, ha la misma diferencia que entre los recuerdos y las realidades, entre la vida y la materia inerte y fría.

Ojalá que con motivo del actual concurso de oratoria que ha despertado tanto entusiasmo en nuestro país y que ya ha sido un toque despertador, se procure ante todo hacer una revisión de sistemas de enseñanza oratoria y se trabaje no ya por hacer comediantes, sino por hacer personajes, reales, es decir, oradores en el sentido y con el alcance vital que debe dársele a ese vocablo.

Hoy la juventud debe ponerse en marcha para gritar al oído de los viejos, los más fuertemente que sea posible, para abrir nuevas rutas y para que siquiera la generación que viene detrás de nosotros llegue a tener muchos abanderados de la palabra elocuente. Por esto sobre la frente de todos los concursantes, especialmente sobre las sienes ceñidas de laurel de los vencedores debe hacerse soplar el aliento de la renovación, para que ellos tomen en sus manos fuertes y osadas el porvenir de la palabra elocuente y lleven sus banderas victoriosas a todas las cátedras y a todas las escuelas.

La juventud realizará ese milagro hoy más urgente que nunca, porque nos estábamos quedando casi en pleno desierto. Que la juventud tome por su cuenta la suerte de la palabra oratoria, que tome en sus manos las antorchas y que vaya luego a ponerlas encima de todas las tribunas y de todas las almas. Entre tanto nosotros, mientras pasa delante de nuestros ojos el desfile oscuro de la caravana de la juventud brote incontenible de renovación, de promesas y de esperanzas, nos limitaremos a decir a su oído como en uno de los libros de Shakespeare: que alumbren tu camino todas las estrellas.

Mayo, 1926.



[1] PIRANDELLO, Luigi (1867-1936). Dramaturgo italiano, creó escuela por su especial construcción en la pieza teatral, sus efectismos y trucos escénicos, la compljidad de los personajes y la originalidad de los problemas.
[2] AJAM, Maurice (1861-1939). Abogado y político francés, gran divulgador del positivismo de Augusto Comte.