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lunes, 31 de julio de 2017

LOS DOCE GRADOS DE HUMILDAD. SAN BERNARDO

                

 Venid, dice. ¿A dónde? A mí, la verdad. ¿Por dónde? Por la humildad. ¿Provecho? Yo os daré respiro. ¿Qué respiro promete la verdad al que sube, y lo otorga al que llega? ¿La caridad, quizá? Sí, pues según San Benito, una vez subidos todos los grados de la humildad, se llega en seguida a la caridad. La caridad es un alimento dulce y agradable que reanima a los cansados, robustece a los débiles, alegra a los tristes y hace soportable el yugo y ligera la carga de la verdad.
               4. La caridad es un manjar excelente. Es el plato principal en la mesa del rey Salomón. Exhala el aroma de las distintas virtudes, semejante a la fragancia de las especias más sorprendentes. Sacia a los hambrientos, alegra a los comensales. Con ella se sirven también la paz, la paciencia, la bondad, la entereza de ánimo, el gozo en el Espíritu Santo y todos los demás frutos y virtudes que tienen por raíz la verdad o la sabiduría.
                La humildad tiene también sus complementos en esta misma mesa. El pan del dolor y el vino de la compunción es lo primero que la verdad ofrece a los incipientes, y les dice: Los que coméis el pan del dolor, levantaos después de haberos sentado.
                 Tampoco a la contemplación le falta el sólido alimento de la sabiduría, amasado con flor de harina, y el vino que alimenta el corazón del hombre; con él, la verdad obsequia a los perfectos, y les dice: Comed, amigos míos, bebed y embriagaos, carísimos. La caridad, nos dice, es el plato principal de las hijas de Jerusalén; Las almas imperfectas, por ser todavía incapaces de digerir aquel sólido manjar, tienen que alimentarse de leche en vez de pan, y de aceite en lugar de vino. Y con toda razón se sirve hacia la mitad del banquete, pues su suavidad no aprovecha a los incipientes, que viven en el temor; ni es suficiente a los perfectos, que gustan la intensa dulzura de la contemplación.
Los incipientes, mientras no se curen de las malas pasiones de los deleites carnales con la purga amarga del temor, no pueden experimentar la dulzura de la leche. Los perfectos ya han sido destetados; ahora, eufóricos se alegran de comer ese otro manjar, anticipo de la gloria. Solo aprovecha a los que están en el centro, a los proficientes, quienes ya han experimentado su agradable paladar en algunos sorbos. Y se quedan contentos sin más, por causa de su tierna edad.
                     
EN QUÉ ORDEN SE LOGRA EL FIN PROPUESTO

              Como el conocimiento de la verdad tiene  a su vez grados, voy a tratar de explicarlos brevemente. Así se verá con mayor claridad a qué grado de verdad corresponde el decimosegundo grado de humildad. Buscamos la verdad en nosotros, en el prójimo y en sí misma. En nosotros, por la autocrítica; en el prójimo, por la compasión en sus desgracias; y en sí misma, por la contemplación de un corazón puro.
               Te he indicado el número de los grados; ahora observa su orden. En primer lugar quisiera que la misma verdad te enseñara por qué debe buscarse antes en los prójimos que en sí misma. Después entenderás por qué debes buscarla en ti antes que en el prójimo. Al predicar las bienaventuranzas, el Señor antepuso los misericordiosos a los limpios de corazón. Y es que los misericordiosos descubren en seguida la verdad en sus prójimos. Proyectan hacia ellos sus afectos, y se adaptan de tal manera, que sienten como propios los bienes y los males de los demás. Con los enfermos, enferman; se abrazan con los que sufren escándalos; se alegran con los que están alegres, y lloran con los que lloran. Purificados ya en lo íntimo de sus corazones con esta misma caridad fraterna, se deleitan en contemplar la verdad en sí misma, por cuyo amor sufren las desgracias de los demás
                 En cambio, los que no sintonizan así con sus hermanos, sino que ofenden a los que lloran, menosprecian a los que se alegran, o no sienten en sí mismos lo que hay en los demás, por no sintonizar con sus sentimientos, jamás podrán descubrir en sus prójimos la verdad.
                 A todos estos, les viene bien aquel dicho tan conocido: “Ni el sano siente lo que siente el enfermo, ni el harto lo que siente el hambriento”. El enfermo y el hambriento son los que mejor se compadecen de los enfermos y los hambrientos, porque lo viven, la verdad pura, únicamente la comprende el corazón puro; y nadie siente tan al vivo la miseria del hermano como el corazón que asume su propia miseria. Para que sientas tu propio corazón de miseria en la miseria de tu hermano, necesitas conocer primero tu propia miseria. Así podrás vivir en ti sus problemas, y se te despertarán iniciativas de ayuda fraterna. Este fue el programa de acción de nuestro Salvador; quiso sufrir para saber compadecerse; se hizo miserable para aprender a tener misericordia. Y así como se ha escrito de él: Aprendió por sus padecimientos la obediencia, también supo lo que era la misericordia. No quiere decir que Aquel cuya misericordia es eterna ignorara la práctica de la misericordia, sino que aprendió en el tiempo por la experiencia lo que sabía desde la eternidad por su naturaleza.
              7. Quizá te parezca exagerado lo que acabo de afirmar; que Cristo, Sabiduría de Dios, haya tenido que aprender a ser misericordioso, como si Aquel por quien fueron hechas todas las cosas hubiese ignorado algún tiempo algo de lo que fue hecho; sobre todo teniendo en cuenta que esas citas de la carta a los Hebreos pueden entenderse en otro sentido. No es absurdo que el término aprendió no haga referencia a la Cabeza, la persona de Cristo, sino a su cuerpo, la Iglesia. En tal caso, el sentido completo de de la frase aprendió por sus padecimientos la obediencia, sería este: Aprendió en su cuerpo la obediencia por lo que padeció en la cabeza.
               Aquella muerte, aquella cruz, aquellos oprobios, salivazos y azotes que soportó nuestra cabeza, Cristo, ¿qué otra cosa fueron para su cuerpo, para nosotros, sino preclaros ejemplos de obediencia? Cristo, dice San Pablo, se hizo obediente al Padre hasta la muerte, y muerte de Cruz. ¿Por qué? Nos lo dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis sus pasos; esto es, para que imitéis su obediencia.
                 De todo lo que él padeció por nosotros, puros hombres, aprendemos cuánto nos conviene padecer por la obediencia; ya que él siendo Dios, no dudó en morir. “Según esta interpretación”, dices tú, “ya no hay inconveniente alguno en decir que Cristo aprendió en su cuerpo la obediencia, la misericordia o cualquier otra cosa; con tal que no se crea que el Señor en su persona pudiese aprender en el transcurso de su vida temporal algo que antes ignorase. Y así, él mismo aprende  enseña a la vez la misericordia y la obediencia; porque la cabeza y el cuerpo son un mismo Cristo”.
               8. No niego que esta interpretación pueda ser aceptable. Sin embargo, existe otro pasaje de la misma carta que parece apoyar la anterior. No es a los ángeles a quienes tiende la mano, sino a los hijos de Abrahán. Por eso tiene que parecerse tanto a sus hermanos para ser misericordioso. Creo que este párrafo debe referirse exclusivamente a la cabeza, no al cuerpo. Se dice de la Palabra de Dios que no tiende la mano a los ángeles, es decir, que no se unió personalmente a ellos, sino a la descendencia de Abrahán. Tampoco hemos leído: La Palabra se hizo ángel; sino la palabra se hizo carne, y carne de Abrahán, según la promesa que se le hizo. De aquí, es decir, por hacerse hijo de Abrahán, tuvo que parecerse en todo a sus hermanos. Esto es, convino y fue necesario que, débil como nosotros, pasara por todas nuestras miserias, excluido el pecado.
                 Preguntas: “¿Por qué fue necesario?” Ahí mismo tienes la respuesta: Para ser misericordioso. Y si insistes: “¿Por qué esto no puede referirse al cuerpo?” Escucha lo que sigue: En cuanto que pasó la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora la están pasando. No veo interpretación mejor de estas palabras que la referencia a una voluntad de sufrir, de ser probado y de pasar por todas las miserias humanas, excluido el pecado. Es la única forma de parecerse en todo a sus hermanos. Así aprendió por su propia experiencia a tener misericordia y compadecerse de los que sufren y de los que son probados.



RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL

IGLESIA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD RUSIA

IV. ÉL ALMA DEL MUNDO PRINCIPIÓ DE LA CREACIÓN,
DEL ESPACIO, DEL TIEMPO Y DE LA CAUSALIDAD MECÁNICA (continuación)

El principio abstracto de la extensión es que dos objetos, dos partes del todo, no pueden ocupar a la vez un solo y mismo lugar y que, igualmente, un solo objeto, una sola parte del todo no puede hallarse simultánea-mente en dos lugares diferentes. Esta es la ley de la división o de la exclusión objetiva entre las partes del todo.
.El principio abstracto del tiempo es que dos estados interiores de un sujeto (estados de conciencia, según la moderna terminología) no pueden coincidir en un solo momento actual, y que, igualmente, un solo estado de conciencia no puede conservarse como actualmente idéntico en dos momentos diferentes de la existencia. Esta es la ley de la disyunción perpetua de los estados interiores en todo sujeto.
En virtud del principio abstracto de la causalidad mecánica, ningún acto ni fenómeno se produce espontáneamente o de por sí, sino que es determinado completamente por otro acto o fenómeno que a su vez es efecto de un tercero, y así sucesivamente. Es la ley de la vinculación puramente exterior y ocasional de los fenómenos.
Es fácil comprender que estos tres principios o leyes no expresan nada más que un esfuerzo general tendiente a fraccionar y a disolver el cuerpo del universo, privándolo de todo nexo interior y a sus partes de toda solidaridad. Este esfuerzo o tendencia constituye el fondo mismo de la naturaleza extradivina o caos. Un esfuerzo supone una voluntad, y toda voluntad, un sujeto psíquico o alma. Como el mundo que esta alma se esfuerza por producir —el todo fraccionado, desunido y solo vinculado con un lazo puramente exterior— es lo opuesto o el reverso de la totalidad divina, el alma del mundo es también lo opuesto o el anticipo de la esencial Sabiduría de Dios. Esta alma del mundo es una criatura y la primera de todas las criaturas, la materia prima y el verdadero substratum de nuestro mundo creado.
 Como lo hemos dicho, nada puede subsistir rea! y objetivamente fuera de Dios; en consecuencia, el mundo extradivino nada más puede ser que el mundo divino subjetivamente traspuesto e invertido, es decir, un aspecto falso o representación ilusoria de la totalidad divina. Pero esta misma existencia ilusoria exige un sujeto que se coloque en un falso punto de vista y produzca en sí la imagen desfigurada de la verdad.
Como este sujeto no puede ser Dios ni su Sabiduría esencial, debe admitirse, como principio de la creación propiamente dicha, un sujeto distinto, un alma del mundo (2). En cuanto criatura ésta no existe eternamente en sí misma, pero existe de toda eternidad en Dios, en estado de potencia pura, como base oculta de la Sabiduría eterna. Esta Madre posible y futura del mundo extradivino corresponde, como complemento ideal, al Padre eternamente actual de la Divinidad.
En su calidad de potencia pura e indeterminada, el alma del mundo tiene un doble y variable carácter: la dualidad indefinida (e aoristos dyas); puede querer existir para sí, fuera de Dios, puede situarse en el falso punto de vista de la existencia caótica y anárquica, pero también puede anonadarse ante Dios, vincularse libremente al Verbo divino, reducir toda la creación a la unidad perfecta e identificarse con la Sabiduría eterna. Pero para lograrlo, el alma del mundo debe antes existir realmente como distinta de Dios, El Padre eterno la creó, pues, reteniendo el acto de su omnipotencia.
Esta teoría del alma del mundo es una reminiscencia que suprimía de toda eternidad el deseo ciego de la existencia anárquica. Convertido en acto, este deseo manifestó al alma la posibilidad del deseo opuesto; y así el alma misma recibió, como tal, una existencia independiente, caótica en su actualidad inmediata, pero capaz de transformarse en su contrario.
Después de haber concebido el caos, después de haberle dado una realidad relativa para sí, el alma concibe el deseo de liberarse de la existencia discordante, que se agita sin razón ni objeto en un tenebroso abismo. Atraída en todo sentido por fuerzas ciegas que se disputan la existencia exclusiva; desgarrada, fraccionada y pulverizada en innumerable multitud de átomos, el alma del mundo experimenta el deseo, vago pero profundo, de la unidad. Con este deseo atrae la acción del Verbo (lo divino activo o en su manifestación) que se revela a ella en el principio, en la idea general e indeterminada del universo, del mundo uno e indivisible. Esta unidad ideal, que se realiza sobre el fondo de la extensión caótica, toma la forma del espacio indefinido o inmensidad. El todo reproducido, representado o imaginado por el alma en su estado de división caótica, no puede dejar de ser todo ni perder su unidad por completo. Y, puesto que sus partes no quieren completarse y penetrarse en una totalidad positiva y viviente, se ven obligadas, sin dejar de excluirse mutuamente, a permanecer juntas a pesar de todo, a coexistir en la unidad formal del espacio indefinido, imagen puramente exterior y vacua de la totalidad objetiva y substancial de Dios.                                                     

INTERIOR DE LA IGLESIA

Pero no basta al alma la inmensidad exterior. Ella quiere lograr también la totalidad interior dé la existencia subjetiva.
 Su omnipotencia caótica, por la sucesión indeterminada de momentos exclusivos e indiferentes denominada tiempo, Este falso infinito, que encadena al alma, la determina desear el verdadero, y a este deseo responde el Verbo divino con la sugestión de otra idea. En su acción sobre el alma, la trinidad suprema se refleja en el torrente de la duración indefinida bajo la forma de los tres tiempos. Al querer realizar para sí la actualidad total, el alma se ve obligada a completar cada momento dado de su existencia con el recuerdo, más o menos borroso, de un pasado sin comienzo y con la expectativa, más o menos vaga, de un porvenir sin fin.
Y, como base profunda e inmutable de esta relación variable, quedan fijados para el alma bajo la forma de los tres tiempos, sus tres estados principales, sus tres posiciones respecto de la Divinidad. El estado de su absorción primitiva en la unidad del Padre eterno, su subsistencia eterna en El, como pura potencia o simple posibilidad, queda definida como pasado del alma. El estado de su separación de Dios, a causa de la fuerza ciega del deseo caótico, constituye su Presente.
Y el retorno a Dios, la reunión con El, viene a ser el objeto de sus aspiraciones y de sus esfuerzos, su porvenir ideal.
Así como por cima de la división anárquica de las partes extensas, el Verbo divino establece para el alma la unidad formal del espacio; como sobre el fondo de la sucesión caótica de los momentos, El produce la trinidad ideal de los tiempos, así también, a base de la causalidad mecánica, manifiesta la solidaridad concreta del todo en la ley de la atracción universal, que reúne, mediante una fuerza interna, las' dispersas fracciones de la realidad católica, para hacer de ésta un soló cuerpo compacto y sólido, primera materialización del alma del mundo, primera base de operación para la Sabiduría esencial.
De esta manera, en el esfuerzo ciego y caótico que impone al alma una existencia indefinidamente dividida en sus partes, exclusivamente sucesiva en sus momentos y mecánicamente determinada en sus fenómenos ; en el deseo contrario del alma misma que aspira a la unidad y a la totalidad, y en la acción del Verbo divino que responde a este deseo, ec la combinada operación de estos tres agentes, recibe el mundo inferior o extradivino su realidad relativa o, según la expresión bíblica, son echados los fundamentos de la tierra.
Pero tanto la Biblia como la razón teosófica (3), en la idea de la creación no separan el mundo inferior del mundo superior, la tierra de los cielos.
Hemos visto, en efecto, cómo 'a Sabiduría eterna evocaba las posibilidades de la existencia irracional y anárquica para oponerles manifestaciones correspondientes del poder, la verdad y la bondad absolutas.
Estas reacciones divinas, que no son más que juego en la vida inmanente de Dios, se fijan y convierten en existencias reales cuando las posibilidades antidivinas que las provocan dejan de ser puras posibilidades.
Y así, a la creación del mundo inferior o caótico necesariamente corresponda la creación del mundo superior o celeste.
(2) Esta totalidad, eternamente triunfante en la trinidad divina, queda impedida, para el alma platónica, pero genialmente insertada en la cosmogonía cristiana y librada de todo maniqueísmo, más o menos implícito, al Sujetarla a la doctrina de la creación ex-nihilo. (N. del T.)
(3) Debe advertirse que «teosofico», en la doctrina de Solovief, corresponde a un sentido totalmente tradicional sin relación alguna con las absurdas concepciones encerradas bajo los nombre de «teosofía», por la aventurera Blavesky. (N. del T.)

V. EL MUNDO SUPERIOR. LA LIBERTAD DE LOS PURO'Í
ESPÍRITUS
Se r í a necesario desconocer en absoluto el genio de la lengua hebrea, así como el espíritu general del antiguo Oriente, para creer que aquellas palabras iníciales del Génesis no ofrecen más que un adverbio indeterminado, como nuestros modernos vocablos: En el principio, etc. Cuando el hebreo empleaba un sustantivo, lo tomaba en serio, es decir, pensaba efectivamente en un ser u objeto real designado por el sustantivo.
Ahora bien: es indiscutible que el vocablo hebreo reshith, que se traduce: arche, principium, es un verdadero substantivo del género femenino. El masculino correspondiente es rosh, capul, cabeza. Este último término es empleado, en sentido eminente, por la teología judaica, para designar a Dios, cabeza suprema y absoluta de todo lo que existe Pero, ¿qué puede ser, desde este punto de vista, re'shit, el femenino de rosh? Para responder a esta cuestión no necesitamos recurrir a las fantasías cabalísticas.
Ahí está la Biblia para darnos uno solución perentoria. En el capítulo VIII de los Proverbios de Salomón, que ya hemos citado, la Sabiduría substancial, la Hokhmah, nos dice (v. 22): Yhovah qanasni RE'SHITH darko., Jehová me poseyó como principio (femenino) de su camino. Así, pues, la Sabiduría eterna es la re'shith, el principio o cabeza femenina de todo ser, como Jehová Elohim, el Dios tri-uno, es el rosh, principio o cabeza activa.


domingo, 30 de julio de 2017

RECORDANDO A ANACLETO GONZALES FLORES



EL VERDADERO SENTIDO DE LA VIDA
Discurso pronunciado el
día 26 de agosto de
1916, en la primera
sesión celebrada por la
A.C.J.M. en la ciudad de
Guadalajara.
Entre la muchedumbre incontable de las ideas que revolotean en los cerebros y que todos los días se escapan y se precipitan por todos los rumbos, como aves de luz en busca de un cielo que iluminar y de un espacio azul que romper con sus alas; unas hay que apenas rozan el polvo de la tierra, que apenas tocan la superficie de los cuerpos y que pasan lejos, muy lejos de las almas y van a perderse, a hundirse y a desaparecer en los confines en que cae, desaparece y se hunde lo frágil, lo deleznable, lo impotente; otras, como la luz que baja de los cielos a calentar las frondas ateridas, a rejuvenecer los troncos envejecidos y a teñir todos los capullos, y como el agua que cae del firmamento y humedece y hace brotar todos los gérmenes; van a lo más alto y a lo más bajo del espíritu humano, tocan todas las lejanías, se extienden a todos los confines y bajo el influjo incontrastable de los hechos se hacen orientación suprema de las inteligencias, de los corazones, de las voluntades, en fin, de los hombres y de las cosas.
Y aquellas ideas, es decir, las que desaparecen y se hunden allí donde se hunde y desaparece lo deleznable y lo impotente, tienen un carácter del todo accidental y accesorio y por lo mismo no le importan a la humanidad sino de muy lejos, y la discusión que se trabe acerca de ellas debe ser breve y aún debe abandonarse para fijar honda y muy hondamente, profunda y muy profundamente la mirada del espíritu en los principios de poder decisivo y de fuerza trascendental. ¡Ah! Y en torno de ellos debe trabarse la más ardiente de las batallas, debe librarse el más reñido de los combates y debe entablarse la más formidable y acalorada de las discusiones, porque batallar, luchar y discutir alrededor de los grandes pensamientos, es lo mismo que batallar, luchar y discutir en tomo de los grandes destinos del género humano.
Allí, pues, donde se alce una afirmación, donde surja un sistema y donde se levante una doctrina de ésas que pretenden arrebatarles a la verdad o al error la supremacía sobre las inteligencias y los corazones, deben darse cita todos los soldados del pensamiento, todos los luchadores de la idea; deben echarse al aire todas las banderas, deben relampaguear a lo largo del campo de batalla todas las espadas, deben centellear todas las bayonetas, deben iluminarse todas las trincheras y debe combatirse encarnizada y ardientemente alrededor de todas las posiciones. Y ¡ay del que piense siquiera en volver la espalda! El estigma de los cobardes caerá sobre su frente como una maldición. Y ¡ay de los espíritus gastados por el sofisma, por la inercia y por la podredumbre del corazón! La mano de Dios que ha acumulado la luz de su pensamiento en el cerebro de las clases directoras, sabrá descargar golpes formidables sobre todas las eminencias y sabrá hundir todas las cumbres; y la humanidad, que cansada y sudorosa se halla en la falda de la colina esperando que los fulgores del sol rompan la sombra que cierra el horizonte, se precipitará por sendas desconocidas y extraviadas; pero el día el cataclismo encontrará a los pensadores gastados por el sofisma y por la podredumbre del corazón, y los aplastará con la ignorancia y la fuerza fundidas en un solo poder de disolución: la barbarie.
Frente a frente de los pensamientos de carácter trascendental todos los hombres deben pararse, quedar de pie y suspensos; el genio debe interrogar todas las lejanías hasta que su palabra, como luminar esplendoroso encendido sobre la llanura, alumbre todos los senderos que van a parar derechamente al porvenir, y el resto de los mortales sin temor y sin vacilaciones deberá precipitarse por las rutas trazadas desde los riscos de la eminencia.
Y bien: hubo una época pavorosa y obscura como la noche que puso en los cielos la cerrazón de las grandes tempestades: esa época es conocida en la Historia con el nombre de Paganismo. Durante ella la humanidad gimió desoladamente bajo el peso enorme del error trascendental. Conceptos extraviados, sistemas erróneos y opiniones falsas acerca de lo de arriba y lo de abajo; del cielo y de la tierra; de Dios y de la materia; de lo de lejos y de lo de cerca; del espíritu y del cuerpo, del hombre y de las cosas. La sombra había bajado a todos los abismos, había subido a todas las cumbres, había ennegrecido todos los horizontes y había envuelto a las generaciones en los densos nubarrones del error trascendental.
Hubo otra época luminosa y brillante como las irradiaciones que el día pone en los cielos en las mañanas húmedas, diáfanas y serenas de la estación de verano.
Durante ella se tuvieron ideas precisas y exactas acerca de Dios y del hombre, del espíritu y de la materia; de lo de lejos y de lo de cerca; se vio con claridad esplendorosa el punto remoto de nuestra partida, el confín lejano en que encontraremos reposó y el lugar en que se libran los combates de la vida. El verbo luminoso de Dios partió del Calvario, bajó a todos los abismos, prendió sus fulgores en todas las cumbres, encendió todos los horizontes, tocó todas las lejanías y envolvió a las generaciones en el piélago de luz de la verdad trascendental. ¡Ah! Pero el error no supo ni quiso declararse vencido, y continuó, según la expresión del conde De Maistre, preparando la gran conspiración contra la verdad. La rebelión estalló a un tiempo y en todos los puntos, removió todos los sistemas, sacudió todas las doctrinas y revolvió todas las ideas. Y los que ayer en apretadas muchedumbres y con paso firme y seguro marchaban de cara hacia el oriente, tuvieron que detenerse un instante; entraron en la confusión del pensamiento, que es más obscura y más negra que la confusión de la palabra, no pudieron entenderse y se dispersaron para buscar la verdad, unos allá donde el sol se echa a dormir todos los días; y otros, allá en los confines donde la luz no se enciende ni se apaga jamás.
Ha venido la disgregación de los espíritus; se han multiplicado e individualizado los sistemas; ha sido roto el haz apretado y fuerte de inteligencias y de corazones formado por la verdad; ha sobrevenido la disolución de las ideas, y se ha apoderado de la humanidad entera la anarquía de los entendimientos que es la causa generadora de todas las anarquías. La vida de los pueblos se desborda por senderos extraviados y la época presente se halla bajo el peso enorme del error trascendental.
Ocuparme en señalar cada uno de los errores de carácter trascendental que se padecen en nuestros días, sería cansar bastante vuestra atención e ir demasiado lejos, y por esto sólo intentaré por ahora analizar el verdadero sentido de la vida.
Que el concepto de la vida es de fuerza trascendental lo dice bien claro el hecho de que de ella depende la orientación individual y colectiva de los hombres; y que las generaciones de ahora sufren un gran error sobre este punto, nos lo demuestra el espectáculo doloroso que ofrecen las sociedades modernas con el empleo que hacen de sus energías.
La cuestión puede plantearse en la forma siguiente: ¿Cuál es el verdadero sentido de la vida? O en otros términos: ¿Qué empleo debemos hacer de este torrente de energías que circula por nuestras arterias y que todos hemos dado en llamar vida? Teodoro Jouffroy, ese gran filósofo que gemía desoladamente al sentir en su cerebro el vacío que abre la negación religiosa, escribió estas o semejantes palabras: “hay un libro pequeño que es puesto en las manos del hombre en los primeros años de su existencia, y en él se da respuesta y solución satisfactoria a los grandes problemas que inquietan a los pensadores y aprietan fuertemente el corazón: ¿se quiere saber de dónde se viene, dónde se está y a dónde se va? Pues no hay más que abrir el catecismo y se sabrá a punto fijo la solución de estas cuestiones”.
Y bien, yo ahora para resolver el problema del sentido de la vida, podría hacerlo repitiéndoos una vez más lo que tantas veces se os ha dicho: el hombre ha sido puesto en el mundo para que ame a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Pero aunque es cierto que la verdad sólo se halla en un punto, sin embargo a ella se puede llegar por diversos caminos, y nosotros ahora vamos a hacer un esfuerzo por resolver este problema apelando a un procedimiento si no desconocido del todo, cuando menos no muy trillado.
Más de una vez ha pasado por vuestros ojos esa visión esplendorosa trazada con mano maestra por el pincel del autor de “¿Quo vadis?” y vosotros habéis contemplado a la vieja Roma envuelta en los torrentes de su voluptuosidad, de su gloria, de su poder y de su fuerza, y habéis percibido también dos grandes figuras: una que es el símbolo de un pueblo en disolución, y otra que es el símbolo del resurgimiento de la humanidad caída: son Petronio y Pablo de Tarso. El discípulo de Cristo y el de Epicúreo se encontraron frente a frente y comenzó la discusión: Grecia, dijo Petronio, en los delineamientos geniales de sus mármoles, en los trazos
magníficos de las pinceladas de sus pintores y en el ritmo sonoro de sus estrofas inmortales, le ha dado la belleza a la Humanidad; Roma en el ímpetu arrollador de sus legiones, en el esplendor de sus conquistas y en la espada de sus capitanes le ha dado el poder y la gloria: ¿y vosotros los cristianos qué le traéis al género humano? Pablo de Tarso se irguió tan alto como era, fijó hondamente en el pagano aquellos ojos que habían visto sin pestañear a todos los tiranos, y luego como torrente que se despeña hizo oír su voz gravé, solemne e incontrastable y dijo: nosotros traemos el amor.
Ahora bien: el problema propuesto acerca del verdadero sentido de la vida se resuelve con la respuesta de Pablo de Tarso: y nosotros podemos afirmar que el sentido de la vida se halla en el amor. Y no es cuestión de meras palabras, ni es misticismo mujeril, ni mucho menos dogmatismo filosófico, no: es una verdad que arroja el análisis sobre las inteligencias y que cae sobre los espíritus para no levantarse jamás.
Nosotros sorprendemos la vida con diversos grados de poder y de fuerza en los distintos seres que forman el Universo. A lo largo de la llanura inmensa y en las escarpaduras del picacho la encontramos en los momentos precisos en que los gérmenes brotan a la luz del día y cuando las frondas sé rejuvenecen y cubren la desnudez de sus troncos y de sus ramas con el verdor de la primavera. ¡Ah! Pero en tomo de ella y en su centro no hay quejas que se alcen, ni alegrías que se despierten, ni amarguras que se levanten, ni dolores que se recuerden, y por eso allá van a perderse y a morir los ecos dispersos de los cantos de guerra o de las armonías que seyen en derredor de los muertos. Nosotros sorprendemos la vida con un grado mayor de poder y de fuerza en el animal: y allá entre el verdor del follaje y los troncos de la selva hay pupilas que se encienden, ojos que se iluminan y se dilatan, cuando el estruendo de los cielos y las canciones de los nidos despiertan
mil sensaciones.
Finalmente, en el hombre encontramos la vida en un grado superior; no es el ímpetu que rejuvenece las selvas y que rompe la resistencia de la tierra y saca a la luz los gérmenes fecundados; no es el sentido que al ponerse en contacto con la materia se estremece y después sacude y empuja poderosamente la sangre de nuestras arterias, no: es el pensamiento que relampaguea en nuestro cerebro, como el rayo en las noches tormentosas; es la idea que a través de las sombras en que nos envuelve el mundo de los cuerpos, chispea y traza sus huellas de fulgores que no se apagan; es, en fin, ese poder que lleva a lo más hondo de nuestros huesos y pone en lo más profundo de nuestras entrañas, un sacudimiento sentido por todos y conocido por todos y que dilata el corazón, que enloquece la cabeza y que hace saltar el alma de júbilo: el amor. El análisis, pues, de nuestra naturaleza nos enseña que todos los poderes acumulados en el hombre, deben tender a un solo fin, y deben reconcentrarse en un solo punto: el amor. El poder vegetativo sería inútil si no estuviera ordenado al poder sensitivo; éste a su vez lo sería, si no lo estuviera al intelectivo, y éste si no se ordenara a la voluntad. El amor constituye pues el verdadero sentido de la vida; pero ese amor debe tener por blanco lo infinito y el hombre. Lo infinito, porque el hombre, que es capaz de concebir lo inmenso, lo es sus energías al servicio del mal y del error; el de los que han amado hasta el sacrificio la verdad y el bien, y el de los tibios e indiferentes que han querido ver cruzados de brazos el gran combate.
Y la Humanidad y la Historia han lanzado sobre los primeros sus anatemas y sus maldiciones; sobre los que no han sido capaces de hacerse amar o hacerse odiar porque no han sabido conquistar las sonrisas de los cielos ni provocar los embates del abismo, el silencio, el olvido que cae sobre los sepulcros y que es la muerte última y definitiva sobre la tierra. ¡Oh! Pero la Historia y la Humanidad han, querido reservar los aplausos, las alabanzas y la apoteosis para los que han amado con delirio, con locura y hasta el sacrificio, lo grande, lo noble, lo santo, lo infinito y lo que merece nuestra compasión, nuestro apoyo y nuestra ayuda, en una palabra: Dios y el hombre.
Saber vivir, es, pues, saber amar; pero no a nosotros mismos con exclusión de lo infinito y del prójimo, sino sobre todo lo infinito y luego al hombre, que es y debe ser el objeto, el blanco de nuestra misión social.
Señores: cuenta la Historia que en cierta ocasión fue sorprendido uno de los más grandes conquistadores de Roma llorando a los pies de la estatua de Alejandro el Grande; cuando se le preguntó cuál era la causa de sus lágrimas respondió y dijo: “lloro porque no he sabido vivir, y no he sabido vivir porque a mi edad Alejandro había hecho enmudecer la tierra con sus conquistas, en tanto que yo aún no he podido ceñir mi frente con el laurel de la victoria”. ¡Y qué! Las generaciones de ahora deberán llorar y llorar desoladamente porque no saben vivir, porque no saben amar, y no saben amar porque se han replegado sobre sí y han reconcentrado todos sus anhelos, sus afectos y sus esperanzas en amarse a sí mismas. Y por eso a lo largo de la carretera inmensa, muelle y blandamente recostada en el borde del camino se halla la figura grotesca de Sancho, y apenas se ve de cuando en cuanto envuelto en la polvareda de los senderos de la gloria a Don Quijote, es decir, al espíritu fuertemente apasionado de lo grande, de lo noble, de lo santo, de la verdad, de la justicia y del derecho. Y si podemos decir de un modo general que las generaciones de ahora no saben amar, de un modo especial tenemos que decirlo de los jóvenes de nuestros días: ellos hacen la jornada de la vida envueltos en las sombras de ese abismo donde todo se envilece y se degrada, y viven olvidados y sin nombre porque se han echado en brazos del torbellino de las pasiones y de los deleites materiales. ¡Ah! No saben amar.
Pero me he equivocado al hablar tan generalmente de la juventud. Hay algunos jóvenes, y entre ellos os encontráis vosotros, que han sabido vivir y que han hecho y hacen todo lo posible por saber amar. Pues bien, vosotros y yo, que estamos profundamente convencidos de que al decir que el verdadero sentido de la vida se encuentra en el amor mi palabra ha afirmado una gran verdad, consagraremos en adelante todas nuestras energías, nuestros anhelos y nuestras esperanzas a obrar y a vivir conforme al verdadero sentido de la vida. Y ahora que la lucha entre el bien y el mal, y entre la verdad y el error se ha recrudecido y ha tomado proporciones colosales y una amplitud trascendental, haremos un esfuerzo por asistir a todos los combates, por acudir a todas las batallas y por hallarnos en, todos los encuentros.
Y ¡vive Dios! que no habrá trinchera que no asaltemos, muralla que no sufra nuestros ataques, posición que resista nuestro entusiasmo, ni bandera que no desgarremos con nuestra espada. Y en los picos escarpados de todas las cumbres flamearán gallarda y triunfalmente los estandartes de Cristo, que son los estandartes de la civilización.


EL CORAZÓN ADMIRABLE DE LA MADRE DE DIOS


§ 3. SISMOLOGÍA MARIANA

Pero sobre todo, este Padre celestial ha deseado ponernos delante de nuestros ojos muchas bellas figuras y maravillosas representaciones de su santísimo Corazón; muchas digo, de tal manera, para hacernos ver cuán caro y precioso le es este amabilísimo Corazón por las rarezas, perfecciones y maravillas de que está lleno.
¿Dónde están estas figuras o estas representaciones de este Corazón admirable de la Madre del amor hermoso? De entre un gran número de ellas, veo doce excelentísimas: seis en las principales partes del mundo, es decir, en el cielo; en el sol; en la tierra; en esta fuente que regaba toda la tierra, de la cual se ha hecho mención en el capítulo segundo del Génesis; en el mar; y en el paraíso terrestre: y las otras seis en seis cosas las considerables que se han visto en este mundo, desde el tiempo de Moisés hasta Nuestro Señor Jesucristo; es decir, en la zarza ardiendo que Moisés vio sobre la montaña de Horeb; en el arpa misteriosa del rey David, de la que se hace mención en tantos lugares de las divinas Escrituras; en el trono magnífico de Salomón; en el templo maravilloso de Jerusalén; en este horno prodigioso del que se habla en el capítulo tercero de Daniel; y en la santa montaña del Calvario.
He aquí doce hermosas representaciones del Corazón augustísimo de la Reina del cielo. Vamos a verlas y considerarlas una tras otra, para animarnos a bendecir y alabar la mano del divino pintor que las ha hecho, a reverenciar y admirar las raras perfecciones del prototipo de los cuales ellas no son más que las imágenes, y a concebir una alta estima de la devoción a este sacratísimo - Corazón de la Madre de Dios, como de una devoción solidísima y fundadísima, y cuyo primer fundamento y el primer origen es el Corazón adorable del Padre eterno que nos ha dado estos retratos*.
* De una vez para siempre queremos llamar la atención del lector para que no se deje llevar excesivamente por esta «tipología» y «simbología» eudista; éstas no hacen más que recubrir un contenido doctrinal muy teológico.

CAPÍTULO II
El Corazón de María es un cielo
La primera representación que el Padre eterno nos ha dado del Corazón incomparable de la Hija bien amada de su Corazón es el cielo. Porque este Corazón purísimo es un verdadero cielo, del que los cielos que están sobre nuestras cabezas no son más que sombra y figura. Es un cielo que está levantado por encima de todos los otros cielos. Es este cielo del que el Espíritu Santo habla, cuando dice que el Salvador del mundo ha salido de un cielo que sobrepasa en excelencia a todos los otros cielos, para venir a realizar en la tierra la salvación del universo. Porque formado en el Corazón de esta Madre admirable antes de concebido en sus entrañas, como lo veremos en otro lugar, se puede decir que después de haber estado oculto algún tiempo en este mismo Corazón, como ha estado desde toda la eternidad en el de su Padre, ha salido de allí para manifestarse a los hombres. Pero, así como ha salido del cielo y del seno de su Padre, sin apartarse de él, as¡ también el Corazón de su Madre es un cielo del cual ha salido de tal manera que ha permanecido siempre allí, y permanecerá eternamente.
San Juan Crisóstomo (1), haciendo el elogio del corazón de San Pablo, no teme decir que es un cielo. ¿Cuánto más se puede atribuir al Corazón todo celestial de la Reina de los Apóstoles? El cielo es llamado por excelencia la obra de las manos de Dios; pero el Corazón de la divina María es una obra maestra sin igual de su omnipotencia, de su sabiduría incomprensible y de su bondad infinita.
§ 1. INHABITACIÓN
Dios ha hecho el cielo para establecer allí especialmente la morada de su divina Majestad. Es verdad que llena el cielo y la tierra de su divinidad; pero mucho más el cielo que la tierra; porque es allí donde ha establecido la plenitud de su grandeza, de su poder y de su magnificencia divina. También se puede decir verdaderamente que el Corazón de la sacratísima Madre de Dios es el verdadero cielo de la Divinidad, de los divinos atributos, y de la Santísima Trinidad, en la cual la divina Esencia, con todas sus divinas perfecciones, y las tres Personas eternas han hecho siempre su morada de una manera admirable.
Oigo la voz de un Soberano Pontífice (2) que pronuncia que la plenitud de la Divinidad ha hecho su morada en el cuerpo sagrado y en las benditas entrañas de esta Virgen Madre.. Oigo también a un santo Cardenal (3) que habla el mismo lenguaje: María es como un cielo que ha merecido ser el santuario de la plenitud de toda la Divinidad. Porque toda la plenitud de. la Divinidad ha hecho su morada en el cuerpo adorable de Jesucristo, y por consiguiente en el cuerpo virginal de su divina Madre, mientras, en él moró por espacio de nueve meses. Ahora bien, si toda la plenitud de la Divinidad ha morado en el cuerpo santo de la Madre del Redentor durante nueve meses, ¿quién puede dudar que toda la plenitud de la Divinidad ha hecho, también su morada en su divino Corazón, durante este mismo tiempo; puesto que Ella no, residía en su cuerpo sino porque vivía y reinaba antes en su Corazón? ¿Pero quién puede dudar que toda la plenitud de la Divinidad no ha morado siempre en su Corazón admirable como en un cielo, no solamente durante estos nueve meses, sino siempre, tanto después como antes, puesto que Jesús, saliendo de las entrañas de María, ha morado siempre en su Corazón, como acabamos de decir, y morará eternamente?
¿No oís que dicen: Si alguno me ama, guardará m¡ palabra, m¡ Padre le amará y nosotros vendremos a él (es decir, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) y haremos en él nuestra morada, es decir en su corazón y en su alma? (4).
Ahora bien... ¿no confesaréis que nunca nadie ha amado tanto a Jesús como María, y -que nadie ha seguido tan fielmente sus divinas palabras? Reconoced, pues, que su Corazón es un cielo, en el cual la Santísima Trinidad ha tenido siempre su residencia, y de una manera más digna y más excelente que en todos los .otros corazones que aman a Dios. Todo este gran universo es como la casa de Dios. Y como el primer templo que ha edificado él mismo para ser adorado, alabado y glorificado por todas las criaturas de diversas maneras: i Oh Israel, exclama un profeta qué grande es la casa -de Dios, y qué vasto y extenso es el lugar del que Dios ha tomado posesión para hacer su morada! (5). Ahora bien, la parte más santa de esta casa de Dios, y el lugar más sagrado de este templo, es el cielo, que es el santuario. Mirad desde vuestro santuario, y desde lo más alto de los cielos en que tenéis vuestra morada. De aquí viene que el cielo es llamado, en las divinas Escrituras, el lugar santo de Dios (6).
§ 2. SANTIDAD
Pero no temo decir que el Corazón de la santísima Virgen es un cielo mucho más santo, y en el que Dios hace su morada más santamente que en este primer cielo. Porque sé por la divina palabra que los cielos no son puros delante de los ojos de Dios; pero me atrevo a decir con San Anselmo (7), "que el Corazón de la Reina de los ángeles es tan puro, que después de la divina pureza, no se puede concebir una más grande". Los cielos han sido manchados por el pecado del soberbio Lucifer, y de los ángeles réprobos, pero jamás ningún pecado, ni original ni actual, ha tenido entrada en el Corazón Inmaculado de la humildísima María.
Aunque Dios sea el soberano Monarca del cielo y de la tierra, no reina por tanto absolutamente y perfectamente más que en el cielo: Es aquí donde ha puesto el trono de su imperio, dice el Hijo de Dios (8). Por esto el cielo se llama, Según la divina palabra, «reino de Dios» "regnum Dei", reino de los cielos, "regnum caelorum"; porque Dios vive allí soberanamente.
Pero nadie puede dudar que él reine más magníficamente en el Corazón de la Reina del cielo.
Porque, además de que no ha reinado siempre perfectamente en el cielo la rebelión de los ángeles apóstatas se lo impidió, y de que su imperio ha sido siempre absoluto y sin obstáculo en este Corazón virginal; es cosa mucho más gloriosa a su divina majestad reinar en el Corazón de la que es la soberana Emperatriz de todo el mundo, y que sobrepasa en dignidad, en santidad y potencia todo lo que hay de grande y de santo en el universo, que reinar en todos los corazones de los hombres y de los ángeles.
§ 3. GLORIA
La santa Iglesia hace resonar todos los días por toda la tierra este divino cántico en alabanza de la Santísima Trinidad: "Sanctus, sanctus, sanctus Dominus Deus Sabaoth. Santo, santo, santo Señor Dios de los ejércitos. Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de vuestra gloria". Esta gloria, sin embargo, no brilla ni aparece tanto en la tierra como en el cielo; porque es aquí donde Dios manifiesta claramente su gloria y su grandeza.
Pero yo proclamo que el Corazón de la Madre del amor es un cielo más lleno de majestad de la gloria de Dios que todos los cielos. Sí, es un cielo en el que Dios ha sido, es y será eternamente adorado, alabado y glorificado más santamente y más perfectamente que en todas las criaturas que están en la tierra y en el cielo, porque esta preciosísima Virgen le ha adorado siempre, alabado y glorificado según toda la extensión de gracia que habla en su alma y en su Corazón.
Ahora bien, la gracia que le ha sido dada desde el momento de su Concepción era más excelente, según muchos grandes doctores, que toda otra gracia que ha sido siempre comunicada, sea al Ángel en el cielo, sea al hombre en la tierra.


viernes, 28 de julio de 2017

LA VIDA DE MONSEÑOR LEFEBVRE


La evangelización de Gabón. Monseiíor Bessieux y sus sucesores
La evangelización del territorio de África ecuatorial había sido iniciada por los portugueses en 1491, gracias a algunos misioneros y muy pronto a la ayuda de sacerdotes indígenas de las islas o del continente. La Iglesia se implantó en los reinos de Benín y del bajo Congo. Tuvo su momento de gloria cuando Enrique, hijo de Pedro III, rey del Congo, formado en Coimbra, fue consagrado Obispo por el Papa León X el 8 de mayo de 1518. En 1596 se fundó la diócesis de Angola y del Congo. Gabón, donde desembarcó Duarte López en el cabo que lleva su nombre, ¿fue evangelizado por alguna de aquellas oleadas misioneras sucesivas de agustinos, jesuitas y capuchinos? Sea como fuere, no quedaba ni rastro de todo ello en el siglo XIX3. Por la mediación providencial del Padre Desgenettes, Párroco de Nuestra Señora de las Victorias en París, el Venerable Libermann entró en relación con Monseñor Edward Barron, Prelado estadounidense nombrado poco tiempo antes Vicario Apostólico de las «Dos Guineas», inmenso territorio que se extendía desde el río Senegal hasta el río Orange al sur. Por desgracia, la primera expedición de los hijos de Libermann al Cabo Palmas (Liberia) terminó en una tragedia, porque seis de los siete misioneros perecieron de fiebres africanas. El superviviente, el Padre Jean-Rémy Bessieux (18031876), a quien se creía muerto, acabó llegando a donde no había sido enviado, a Gabón, el 28 de septiembre de 1844.
Se instaló cerca del fuerte de Aumale, construido por la marina francesa cuatro años antes. En 1848 un grupo de negros libertos de un barco negrero se estableció cerca del puesto misional, sobre una pequeña llanura que tomó, por este motivo, el nombre de Libreville, y Bessieux y sus primeros compañeros comenzaron su instrucción cristiana. En 1849 llegaron las primeras Hermanas de la Inmaculada Concepción de Castres", y Monseñor Bessieux, consagrado Obispo en Europa, volvió a Gabón como Vicario Apostólico de las Dos Guineas.
En 1860 fundó la parroquia de Libreville, San Pedro, dedicada
a la conversión de los pongoué. Sus sucesores penetraron en el país remontando los ríos (el Como, el Ogooué y su afluente el Ngounié) y fundando una decena de puestos, el último en Oyem, creado por Monseñor Tardy en 1929 gracias a un ejército de 120 catequistas llegados desde los puestos ya existentes. Estos «grandes medios» dieron sus frutos: un año después, Oyem contaba ya con siete mil catecúmenos.
Monseñor Louis Tardy, misionero en Ndjolé de 1904 a 1918,
había vuelto como Obispo en 1926. Contaba con 25 Padres espirítanos, 6 sacerdotes indígenas, 16 Hermanos espirítanos, 3 Hermanos de San Gabriel que enseñaban en la Escuela Montfort en Santa María de Libreville, 33 Hermanas de la Inmaculada que enseñaban a las chicas. La idea genial de Monseñor Tardy fue desarrollar la congregación nativa de las Hermanitas de Santa María de Gabón, fundada en 1911. Pieza maestra de su combate por la liberación de la mujer, alcanzó pronto el número de 50 religiosas, formadas por
las Hermanas Azules, y se hizo independiente en 1949.
Un segundo rasgo de genio del Obispo fue la formación de
catequistas, auxiliares indispensables de los sacerdotes. Gracias a esta milicia de multiplicadores, la cristiandad gabonesa hizo progresos sorprendentes. El cuadro siguiente nos convencerá de ello:

Datos anuales'
1925
1931
1938
Catequistas
152
700
1451
Bautizados católicos
18.660
30.000
69.684
Catecúmenos
3.400
35.000
43.130

Fue entonces cuando la Iglesia católica comenzó a «ocupar» realmente el país, siguiendo las directivas de la Santa Sede.
2. En el Seminario San Juan de Libreville, 1932-1938 Para un clero indigena, un seminario indígena Desde el comienzo, en el siglo XV, la Santa Sede había asignado a la misión el siguiente objetivo total: una Iglesia local lo bastante desarrollada como para proseguir su vida bajo la dirección de su propio clero". La formación de un clero indígena era también la preocupación del Padre Libermann; pero, con una intuición de África que la Iglesia haría suya, quiso formar a los sacerdotes africanos en su propio territorio". Y así nacieron en Dakar en 1847, y en Libreville en 1861, los primeros Seminarios Menores atendidos por los hijos de Libermann.
El Seminario San Juan de Libreville En esos comienzos los estudios empezados allí se concluían en París. El Seminario Mayor nació en 1874, pero recién en 1899 se ordenó el primer sacerdote gabonés, el Padre André Raponda-Walker, especialista en la flora y fauna locales", a quien conocería el Padre Marcel. El débil desarrollo intelectual del medio familiar y la atracción por las profesiones lucrativas a las que los exseminaristas podían acceder a causa de sus estudios eran obstáculos para su perseverancia.
Al inicio del curso de 1929 Monseñor Tardy disponía de diez sacerdotes nativos, y el Seminario dirigido por el Padre Charles Rémy contaba con treinta alumnos: 22 seminaristas menores bajo la dirección del Padre Fauret, y 8 seminaristas mayores".
Al año siguiente, según la sugerencia de la Congregación de Propaganda Pide del 31 de enero de 1926, el Seminario San Juan de Libreville se convirtió en intervicarial, reagrupando a los aspirantes de Gabón, del Congo-Loango (futuro Vicariato de Pointe-Noire) y del Congo-Brazzaville. En abril de 1931 se nombró rector al Padre Fauret, y al Padre René Lefebvre Asistente suyo. Este último había estado asignado sucesivamente a Ndjolé, Sindara y Port-Gentil, y la llegada del Padre Marcel al año siguiente le permitiría ocupar el cargo de Vicario de San Pedro de Libreville.
A comienzos de diciembre de 1932 el Padre Marcel Lefebvre, acompañado de su hermano y del Padre Paul Defranould, re cio vosguiano y Vicario General de Monseñor, trepaba la pequeña cuesta que separaba el puerto de la Misión Santa María. De una sola mirada pudo abarcar todo el panorama: detrás de él se extendía el estuario hasta la Punta Denis, y ante él la humilde catedral", reluciente de blancura, recogió su primera oración en la penumbra de su bóveda artesa nada y de sus frescos. A la derecha, el camino conducía a las Hermanas Azules y a su escuela de 350 chicas, así como al Noviciado de las Hermanas Indígenas y a la obra de las novias pahouin!'. Por detrás, el inmenso patio limitaba al fondo con la escuela de cien aprendices del Padre Jean Kerjean, y a la izquierda con la residencia de los hermanos y con la imprenta fundada por el Padre Joseph Petitprez.
Más a la izquierda, los edificios del Seminario se componían de una hermosa casa de gruesa piedra marrón del litoral y de un inmueble perpendicular construido más abajo y a lo largo, de dos pisos, con materiales ligeros: era la Escuela Montfort que, al trasladarse a San Pedro en 1930, había cedido sus locales a San Juan, que bien los necesitaba.
En la residencia de los Padres y del Vicario Apostólico, rodeada de frescas y aireadas galerías, fue recibido con los brazos abiertos por Monseñor Tardy.
Así pues, el Padre Marcel iba a colaborar bajo la dirección del Padre Fauret en el arte de las artes de la Iglesia, en la obra misionera por excelencia: la formación de un clero autóctono. Nacido en 1902 en Arrens-en- Bigorre de una familia de agricultores, Jean Baptiste Fauret ocultaba un corazón ardiente y emprendedor tras el aspecto austero de su rostro huesudo, de su nariz tallada como por hacha encima de un fino bigote a lo d Artagnan y de una escasa barba puntiaguda.
Con obediencia y celo, el joven Padre Lefebvre se dedicó a la docencia, compartiendo con el Padre Fauret todos los cursos de los Seminarios Mayor y Menor. El Padre Marcel se encargaba, entre otros, de los cursos de Teología Dogmática y de Sagrada Escritura, procediendo por ciclos para tener a todos los alumnos juntos. Advirtiendo sus dotes para la mecánica, el Padre Defranould lo utilizó como chofer de la misión, y no tardó igualmente en quedar al frente del economato del Seminario.
El régimen alimenticio incluía el pan, pero era a base de los productos de las plantaciones de la misión: sobre todo mandioca y plátanos, ñames y batatas como manjares suculentos, acompañados de pescado o más raramente de cerdo (cocinado con aceite de palma o de pistacho), y de pimientos.
El padre de nuestro misionero profesor, René Lefebvre, idealizaba la vida de su hijo menor, y le escribía al mayor: Seguimos a Marcel en su monasterio, ideal, por lo que sabemos, por el espíritu que allí reina, por la piedad, la calma y la belleza del lugar y de la vegetación", Así pues, Marcel nada decía del calor húmedo y aplastante que obligaba a vivir constantemente empapados de sudor y exigía un esfuerzo perpetuo para ponerse a estudiar y a preparar las clases.
Hombre voluntarioso, e! Padre Lefebvre logró mantener su salud y conciliar el sueño en las noches húmedas, y consiguió entenderse bien con el Padre Fauret, que sin embargo «no era de trato fácil».
Al Padre Fauret, por su parte, le gustaba pinchar al Padre Marcel en las comidas, pero pronto comprendió que no tendría él la última palabra, pues las réplicas venían tranquilas pero imbatibles, para diversión de Monseñor Tardy. Con esto se reforzó la amistad entre el tenaz flamenco y el orgulloso bigurdino.
Al llegar los meses de vacaciones, el Padre Marcel y su hermano hicieron una pequeña excursión a la selva con los seminaristas. El segundo año de profesorado reforzó la buena colaboración de los sacerdotes con su Obispo, quien expresó por escrito su satisfacción al matrimonio Lefebvre, dejándoles «el corazón lleno de acción de gracias-". Según el testimonio del Padre Fauret, el Padre Marcel era muy dócil, muy agradable, sonriente, firme en sus ideas, muy querido por sus alumnos y apreciado por los Padres, y había mostrado desde los inicios de su vida misionera una competencia y una disposición particulares para la formación de sacerdotes", Marcel -escribía la Sra. Lefebvre- es «muy feliz, pero no se hace ilusiones sobre el trabajo que queda por hacer para iluminar las pobres inteligencias y fortificar las voluntades que le han sido particularmente confiadas ... Sólo la gracia puede realizar ese prodigio».
En la dirección del Seminario. Oración y organización En 1934, Monseñor Tardy nombró Superior de la Misión de Lambaréné al Padre Fauret, y consideró que el Padre Marcel Lefebvre, por sus cualidades de tacto con los africanos y su sentido del orden, era capaz de asumir la dirección del Seminario. El joven Padre Augustin Berger, que había llegado en octubre", se convirtió en su colaborador.
Encargado de 47 seminaristas mayores y menores, sin contar el noviciado de los hermanos indígenas, el Padre Marcel pidió enseguida oraciones a su familia. Reorganizó los locales y el reglamento para su mejor funcionamiento. Para uso de los hermanos novicios, redactó un «Memento del Hermano Indígena» y un reglamento muy detallado. En diciembre impuso en la capilla del Seminario la separación entre los fieles y los seminaristas, y comenzó la construcción de una capilla más amplia. Se entregó a fondo y a veces quedaba agotado", Las vacaciones menores con sus seminaristas al borde del estuario lo descansaron: el cabo Esterias y la Punta Owendo'" se prestaban como zonas de pesca.
El Rector observaba el comportamiento de cada cual, incluso durante esas actividades recreativas, y no dudaba en eliminar a los que carecían de las debidas disposiciones o no progresaban en las virtudes requeridas.
Se hizo célebre la medida que tomó en el acto, en unas de las vacaciones que pasó en compañía de sus seminaristas. Sucedió que no habían llevado pan, así que el Padre Marcel se tuvo que contentar con la mandioca, como todo el mundo. Fue entonces cuando el alumno Ange Mba comenzó a reírse del Padre, diciendo a sus compañeros:
-¡Mirad, un blanco que come mandioca! Enseguida el Padre interrumpió al bromista:
-¿Qué pasa, Ange? ¿De qué te ríes? ¿Te ríes de tu Superior?
-Claro, Padre, porque veo cómo se come usted la mandioca.
-¡Ange! -fue la respuesta- ¡Ange! Veo que el Seminario no es tu lugar y desde ese mismo momento Ange dejó de ser seminarista. Eso no le impidió convertirse un día en el padre de Casimir Oyé Mba, futuro Primer Ministro de Gabón.
«El buen ambiente va mejorando», escribía el Padre Marcel en 1935, y esperaba que esta mejoría favoreciera pronto una buena formación". El Padre René admiraba el orden que Marcel hacía reinar en el Seminario: «Primero la vida interior: oración, confesiones periódicas, retiros.
Entre los papeles del rector abundan los esquemas de los retiros predicados: retiros de inicio de curso, retiros pascuales, retiros de ordenación.
En ellos transmitía la «caridad de Dios», fuente del espíritu apostólico, y subrayaba la herida de la ignorancia y su remedio: la sabiduría sobrenatural: «Soy de Dios, soy para Dios, yo pobre pecador. Dios lo es todo, el hombre no es nada» (Libermann).
Su acción se extendía incluso a toda la misión Santa María: a finales de 1934 instaló el primer grupo electrógeno, previendo todos los cables para la distribución de la corriente; aprovechó entonces la ocasión para dar una clase sobre la electricidad y sobre los sabios católicos y, para terminar, encendió el sistema y se hizo la luz, con gran admiración de todos". En 1935 instaló el primer aparato de radio de onda corta, que funcionaba con baterías; y volvió a poner orden en la imprenta, que se volvió rentable e incluso lucrativa", Monseñor Tardy consideraba con satisfacción el notable conjunto de cualidades de su colaborador, y los buenos frutos que producía la gracia cuando se ve asistida por la organización y el orden.
A! ausentarse a Francia para una colecta en favor de sus escuelas, el Obispo pasó por Tourcoing durante el verano de 1936 y confió al Sr. y la Sra. Lefebvre su apreciación sobre el Padre Marcel: «Todo lo que hace es perfecto; estoy tranquilo cuando sé que debe tomar decisiones en mi ausencias".
En opinión de todos, el Padre Lefebvre era un excelente Rector de seminario, «firme, moderado, muy personal en sus apreciaciones y decisiones, notable desde el punto de vista de la organización y del equipamiento material»'".
De este modo, la confianza de los Vicarios Apostólicos vecinos prometía al Seminario San Juan muchos candidatos en 1935... demasiados, temía Monseñor Tardy, que por un momento pensó en enviar a todos los seminaristas mayores a Yaoundé; pero el Padre Marcel aseguraba que una nueva organización, separando a los seminaristas mayores de los menores", podría evitar esa medida costosa y arriesgada. Y San Juan siguió siendo San Juan, para honor de Gabón.
Aprendiz de explorador. Efok teniendo en cuenta lo mucho que había pesado sobre sus hombros el cargo de Rector en 1935-1936, recibió el permiso para hacer un viaje al interior con el propósito de cambiar de aires y visitar a su hermana espiritana, Sor Marie-Gabriel, en Efok, Camerún.
Después de salir del puerto de Owendo el 12 de octubre de 1936, pasó a Donguila, remontó el río Como y, ante los primeros rápidos infranqueables, tomó el camino a pie por los senderos cenagosos a veces estropeados por los elefantes. Trepó a los Montes de Cristal agarrándose de ramas y raíces, atravesó la maleza de antiguas plantaciones o de extensos pastizales, cruzó los ríos por puentes flotantes o con alguna balsa, haciendo la gira apostólica de los poblados, saludando al jefe de región y a los catequistas, celebrando Misa, confesando y ocupándose de algún leproso", Pasaba las noches soportando a veces dolores de vientre o de muelas, y en ocasiones tuvo que cederle el terreno (la choza donde se hallaba de paso) al enemigo (es decir, a las hormigas rojas).
En los puestos misionales, los compañeros recibían al Padre Marcel con los brazos abiertos, y a veces uno u otro lo acompañaba hasta el puesto siguiente. El 11 de noviembre, en Bitam, donde se encontraba el Padre Page, anotaba: «Lo siento solo, sin dirección precisa, tratando de "pescar" a los malos cristianos, yendo de izquierda a derecha sin orientación». Sí, la soledad del misionero siempre era una situación penosa.
El 12 de noviembre cruzó el Ntem y entró en Camerún. En Akono, donde llegó el 14, el Padre Lefebvre visitó el Seminario Menor. Fundado en 1924, contaba ya con 102 alumnos, cuatro Padres y un sacerdote africano. El Padre Marcel anotó: «No parece que reine la confianza». Sin embargo, la perseverancia de los alumnos era buena.
El 15 de noviembre, el Padre Marcel estaba ya en Yaoundé y trepaba hasta la pequeña llanura de Mvolyé, lugar de la antigua Misión, residencia del Vicario Apostólico. Monseñor Vogt estaba allí y recibió a nuestro viajero, quien apuntó: «Realmente respira bondad y santidad». Marcel pudo admirar la regularidad religiosa de la comunidad y las iniciativas apostólicas del Padre Pierre Bonneau: «Tres cofradías: la de chicos, la de chicas y la de recién casados.
Estos últimos se comprometen a no aceptar dote para sus hijas».
Marcel no dejó anotado lo que pensaba de ese radicalismo.
También visitó el Seminario Mayor, situado igualmente en Mvolyé. En 1927 el Padre Eugene Keller, llegado de Roma en las circunstancias que hemos relatado, había tomado a su cargo el Seminario de Camerún y se había ganado la confianza de los alumnos.
Por desgracia sus sucesores, los benedictinos suizos de Engelberg, tuvieron menos éxito, y la tensión que el Padre Marcel había sentido en Akono era aún más aguda en Mvolyé .
Pero Marcel no se detenía en las impresiones desagradables. Por lo demás, el 16 de noviembre lo invadía la alegría de haber llegado al final de su viaje: por fin volvía a ver a Sor Marie-Gabriel (su hermana Bernadette) en Efok.
El 11 de junio de 1928 las espirituanas habían llegado para hacerse cargo del postulantado de las Hermanas camerunesas (las Hijas de María de Yaoundé), transferido de Mvolyé a Efok. En noviembre de 1933 llegó Sor Marie-Gabriel, tras haber estado destinada sucesivamente, el verano de 1932 en Villa Nuestra Señora de los Espirítanos en Montana (Suiza), luego en septiembre en Miranda, en el departamento de Gers, y después de nuevo en el Noviciado de Béthisy en 193331. En Efok fue designada como enfermera en la «Cuna», creada para la salud de los lactantes y la supervivencia de los huérfanos menores de dieciocho meses'". Sor Marie-Gabriel tuvo el consuelo de bautizar con su propia mano a numerosos recién nacidos en peligro de muerte.
Con orgullo le hizo visitar a su hermano su campo de apostolado.
En una comida con el Padre Ritter, el Padre Marcel conoció a
Louis Aujoulat (1910-1973), el cual, siendo en 1932 estudiante de Medicina en la Universidad Católica de Lille, y teniendo como capellán al Padre Robert Prévost, había fundado la asociación de laicos universitarios católicos y misioneros Ad Lucem. Aquellos estudiantes tomaron la resolución de poner su profesión al servicio de las misiones. Invitado enseguida a Camerún'" por Monseñor Graffin, auxiliar
de Monseñor Vogt, e! Doctor Aujoulat acababa de instalar en Efok el hospital totalmente nuevo donde trabajaba Sor Marie-Gabriel.
Más tarde e! Padre Bonneau, convertido en capellán de los médicos de! hospital, se lanzaría, en conexión con la Diócesis de Lille, a una Acción Católica especializada.