Venid, dice. ¿A dónde? A mí,
la verdad. ¿Por dónde? Por la humildad. ¿Provecho? Yo os daré respiro. ¿Qué respiro
promete la verdad al que sube, y lo otorga al que llega? ¿La caridad, quizá?
Sí, pues según San Benito, una vez subidos todos los grados de la humildad, se
llega en seguida a la caridad. La caridad es un alimento dulce y agradable que
reanima a los cansados, robustece a los débiles, alegra a los tristes y hace
soportable el yugo y ligera la carga de la verdad.
4. La caridad es un manjar
excelente. Es el plato principal en la mesa del rey Salomón. Exhala el aroma de
las distintas virtudes, semejante a la fragancia de las especias más
sorprendentes. Sacia a los hambrientos, alegra a los comensales. Con ella se
sirven también la paz, la paciencia, la bondad, la entereza de ánimo, el gozo
en el Espíritu Santo y todos los demás frutos y virtudes que tienen por raíz la
verdad o la sabiduría.
La humildad tiene también sus
complementos en esta misma mesa. El pan del dolor y el vino de la compunción es
lo primero que la verdad ofrece a los incipientes, y les dice: Los que coméis
el pan del dolor, levantaos después de haberos sentado.
Tampoco a la contemplación le
falta el sólido alimento de la sabiduría, amasado con flor de harina, y el vino
que alimenta el corazón del hombre; con él, la verdad obsequia a los perfectos,
y les dice: Comed, amigos míos, bebed y embriagaos, carísimos. La caridad, nos
dice, es el plato principal de las hijas de Jerusalén; Las almas imperfectas,
por ser todavía incapaces de digerir aquel sólido manjar, tienen que
alimentarse de leche en vez de pan, y de aceite en lugar de vino. Y con toda
razón se sirve hacia la mitad del banquete, pues su suavidad no aprovecha a los
incipientes, que viven en el temor; ni es suficiente a los perfectos, que
gustan la intensa dulzura de la contemplación.
Los
incipientes, mientras no se curen de las malas pasiones de los deleites
carnales con la purga amarga del temor, no pueden experimentar la dulzura de la
leche. Los perfectos ya han sido destetados; ahora, eufóricos se alegran de
comer ese otro manjar, anticipo de la gloria. Solo aprovecha a los que están en
el centro, a los proficientes, quienes ya han experimentado su agradable
paladar en algunos sorbos. Y se quedan contentos sin más, por causa de su
tierna edad.
EN QUÉ
ORDEN SE LOGRA EL FIN PROPUESTO
Como el conocimiento de la verdad
tiene a su vez grados, voy a tratar de
explicarlos brevemente. Así se verá con mayor claridad a qué grado de verdad
corresponde el decimosegundo grado de humildad. Buscamos la verdad en nosotros,
en el prójimo y en sí misma. En nosotros, por la autocrítica; en el prójimo,
por la compasión en sus desgracias; y en sí misma, por la contemplación de un
corazón puro.
Te he indicado el número de los
grados; ahora observa su orden. En primer lugar quisiera que la misma verdad te
enseñara por qué debe buscarse antes en los prójimos que en sí misma. Después
entenderás por qué debes buscarla en ti antes que en el prójimo. Al predicar
las bienaventuranzas, el Señor antepuso los misericordiosos a los limpios de
corazón. Y es que los misericordiosos descubren en seguida la verdad en sus
prójimos. Proyectan hacia ellos sus afectos, y se adaptan de tal manera, que
sienten como propios los bienes y los males de los demás. Con los enfermos,
enferman; se abrazan con los que sufren escándalos; se alegran con los que
están alegres, y lloran con los que lloran. Purificados ya en lo íntimo de sus
corazones con esta misma caridad fraterna, se deleitan en contemplar la verdad
en sí misma, por cuyo amor sufren las desgracias de los demás
En cambio, los que no
sintonizan así con sus hermanos, sino que ofenden a los que lloran,
menosprecian a los que se alegran, o no sienten en sí mismos lo que hay en los
demás, por no sintonizar con sus sentimientos, jamás podrán descubrir en sus
prójimos la verdad.
A todos estos, les viene bien
aquel dicho tan conocido: “Ni el sano siente lo que siente el enfermo, ni el
harto lo que siente el hambriento”. El enfermo y el hambriento son los que
mejor se compadecen de los enfermos y los hambrientos, porque lo viven, la
verdad pura, únicamente la comprende el corazón puro; y nadie siente tan al
vivo la miseria del hermano como el corazón que asume su propia miseria. Para
que sientas tu propio corazón de miseria en la miseria de tu hermano, necesitas
conocer primero tu propia miseria. Así podrás vivir en ti sus problemas, y se
te despertarán iniciativas de ayuda fraterna. Este fue el programa de acción de
nuestro Salvador; quiso sufrir para saber compadecerse; se hizo miserable para
aprender a tener misericordia. Y así como se ha escrito de él: Aprendió por sus
padecimientos la obediencia, también supo lo que era la misericordia. No quiere
decir que Aquel cuya misericordia es eterna ignorara la práctica de la
misericordia, sino que aprendió en el tiempo por la experiencia lo que sabía
desde la eternidad por su naturaleza.
7. Quizá te parezca exagerado lo
que acabo de afirmar; que Cristo, Sabiduría de Dios, haya tenido que aprender a
ser misericordioso, como si Aquel por quien fueron hechas todas las cosas
hubiese ignorado algún tiempo algo de lo que fue hecho; sobre todo teniendo en
cuenta que esas citas de la carta a los Hebreos pueden entenderse en otro
sentido. No es absurdo que el término aprendió no haga referencia a la Cabeza,
la persona de Cristo, sino a su cuerpo, la Iglesia. En tal caso, el sentido completo
de de la frase aprendió por sus padecimientos la obediencia, sería este:
Aprendió en su cuerpo la obediencia por lo que padeció en la cabeza.
Aquella muerte, aquella cruz,
aquellos oprobios, salivazos y azotes que soportó nuestra cabeza, Cristo, ¿qué
otra cosa fueron para su cuerpo, para nosotros, sino preclaros ejemplos de
obediencia? Cristo, dice San Pablo, se hizo obediente al Padre hasta la muerte,
y muerte de Cruz. ¿Por qué? Nos lo dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por
nosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis sus pasos; esto es, para que
imitéis su obediencia.
De todo lo que él padeció por
nosotros, puros hombres, aprendemos cuánto nos conviene padecer por la
obediencia; ya que él siendo Dios, no dudó en morir. “Según esta
interpretación”, dices tú, “ya no hay inconveniente alguno en decir que Cristo
aprendió en su cuerpo la obediencia, la misericordia o cualquier otra cosa; con
tal que no se crea que el Señor en su persona pudiese aprender en el transcurso
de su vida temporal algo que antes ignorase. Y así, él mismo aprende enseña a la vez la misericordia y la
obediencia; porque la cabeza y el cuerpo son un mismo Cristo”.
8. No niego que esta
interpretación pueda ser aceptable. Sin embargo, existe otro pasaje de la misma
carta que parece apoyar la anterior. No es a los ángeles a quienes tiende la
mano, sino a los hijos de Abrahán. Por eso tiene que parecerse tanto a sus
hermanos para ser misericordioso. Creo que este párrafo debe referirse exclusivamente
a la cabeza, no al cuerpo. Se dice de la Palabra de Dios que no tiende la mano
a los ángeles, es decir, que no se unió personalmente a ellos, sino a la
descendencia de Abrahán. Tampoco hemos leído: La Palabra se hizo ángel; sino la
palabra se hizo carne, y carne de Abrahán, según la promesa que se le hizo. De
aquí, es decir, por hacerse hijo de Abrahán, tuvo que parecerse en todo a sus
hermanos. Esto es, convino y fue necesario que, débil como nosotros, pasara por
todas nuestras miserias, excluido el pecado.
Preguntas: “¿Por qué fue
necesario?” Ahí mismo tienes la respuesta: Para ser misericordioso. Y si
insistes: “¿Por qué esto no puede referirse al cuerpo?” Escucha lo que sigue:
En cuanto que pasó la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora la están
pasando. No veo interpretación mejor de estas palabras que la referencia a una
voluntad de sufrir, de ser probado y de pasar por todas las miserias humanas,
excluido el pecado. Es la única forma de parecerse en todo a sus hermanos. Así
aprendió por su propia experiencia a tener misericordia y compadecerse de los
que sufren y de los que son probados.
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