Las elecciones presidenciales en EE.UU. disiparon las dudas de todos respecto a la caída progresiva que Estados Unidos experimenta en todos los sentidos.
Si a
alguien le quedaban dudas respecto a la caída progresiva que Estados Unidos
sufre en todas las materias posibles de comparación con otras potencias, la
elección presidencial que enfrentó al actual y derrotado presidente Donald
Trump y su retador, el veterano ex vicepresidente de Barack Obama, el demócrata
Joe Biden, terminó de consolidar esta realidad de un país cuesta abajo en la
rodada.
Es
lógicamente interesado y es el deseo de todo antiimperialista, ver a Estados
Unidos de capa caída sobre todo con la elección presidencial en Estados Unidos,
que ha demostrado, sin lugar a duda, el agotamiento del modelo político en ese
país. Lo anquilosado de su sistema electoral (1) y sobre todo, evidenciar la
profunda división política y social de esta nación, que sufre gravísimas
tensiones raciales, una enorme brecha económica entre multimillonarios, la
clase más pudiente y el grueso de la población del país y sobre todo, el enorme
poder de las grandes corporaciones económicas, el complejo militar industrial y
los grupos de presión ejemplificados en el lobby energético, de las armas, el
lobby saudí y sobre todo el grupo de presión sionista. Vinculación dinero y política,
que terminó de horadar cualquier consideración de democracia en ese país.
Una
mirada de estas elecciones, que no puede dejar de tener presente las
situaciones de sanciones, embargos, bloqueos, desestabilización y agresiones a
números países, que tienen un optimismo muy moderado respecto a que el cambio
de mandatario en el Salón Oval, pueda modificar en algo la política exterior
agresiva llevada a cabo por el contubernio imperialismo-sionismo que se expresó
en cuatro años de gobierno de Donald Trump. Elecciones del presidente
estadounidense, que muchos esperamos, en un futuro cercano, no tenga más la
influencia que posee, sobre la marcha política y económica del mundo. Nuestras
sociedades no merecen tensar su vida por hechos que suceden en una sociedad
dividida y que poco interés tiene en las relaciones internacionales fructíferas
y positivas, que sean de mutuo beneficio. Otro mundo es posible y ese requiere
que Estados unidos tenga un cambio decisivo en política internacional.
Un País pandémico y bananero (2)
Todo lo
mencionado marca la política tanto interna como externa de Estados Unidos y lo
que ello implica para la suerte de cientos de millones de habitantes del
gigante norteamericano, como miles de millones de seres humanos, sometidos a
una visión mesiánica, basada en el destino manifiesto (3) que
expresan tantos republicanos como demócratas y una conducta hegemónica, que en
la línea del unilateralismo, pretende fijar posiciones de dominio sobre el
conjunto del planeta. Un eje de acción donde Estados Unidos divide el mundo
entre incondicionales y países a los cuales someter a sus presiones. No hay
término medio lo que lógicamente despierta el recelo y levanta conceptos y
prácticas de soberanía y defensa de los pueblos en aquellos países, que no
están dispuestos a seguir en ese formato internacional.
En el
aspecto económico las cifras muestran una abismal diferencia. Cuatrocientas
personas en la nación norteamericana, que representa el 0,00025 de la población
concentran el 3,2% del PIB. Mientras el 13% de este país de 320 millones de
habitantes está considerado bajo la línea de la pobreza, es decir, sus ingresos
no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas. En Estados Unidos, el ingreso
medio en un hogar de cuatro personas ronda los 96 mil dólares. Sin embargo,
cuando utilizamos los indicadores y medidas oficiales para medir esos niveles
de pobreza basados, fundamentalmente: en los ingresos antes del pago de los
impuestos y cubrir las necesidades alimenticias básicas, una familia compuesta
por cuatro personas, considerada bajo la línea de la pobreza considera un
ingreso mensual equivalente a los 25 mil dólares anuales.
En este
panorama, las familias negras que están en la categoría de pobres representan
el doble que las familias blancas. Las familias latinas representan el 19% del
total y las mujeres, con un 14% tienen más probabilidades de estar en la
pobreza que los hombres que representan el 11%. En el caso de los menores de
edad, según cifras del Centro de Datos Kinds Count – cuyos números son
extraídos del censo estadounidense - el 11% de los niños blancos en Estados
Unidos viven en la pobreza. Tasa que en el caso de los niños negros se triplica
y llega a un 26% para los niños latinos. Estados Unidos posee un índice Gino
que ha aumentado en los últimos años pasando de un 0,482 a un 0,485 (4)
¿Cómo es
posible que la nación más rica de la tierra tenga estos indicadores de pobreza?
En general los estudiosos del tema señalan una causa principal: Estados Unidos
carece de una red que sea potente y amplia de protección social. Lo acontecido
bajo la pandemia del Covid 19, con referencia a la decisión de Trump de otorgar
apoyos económicos, no ha sido parte de una estrategia global de combate a la
pobreza, sino más bien bonos específicos y que no se hacen parte de una red
general, que vaya en apoyo a las familias más desposeídas. Los cupones de
alimentos o seguros de desempleos son paliativos, no la solución. Sin ese apoyo
el índice de pobreza habría sobrepasado el 17%. Cifras a las cuales hay que
sumar una crisis económica, alto desempleo, cierre de miles de pequeñas y
medianas empresas a causa de la pandemia por el Covid 19. Una pandemia que se
ha ensañado con Estados Unidos y donde el negacionismo de la presidencia ante
la gravedad de la enfermedad, un sistema público de salud deficiente y una
sociedad, que no ha cumplido a cabalidad los consejos sanitarios de lucha
contra la enfermedad, han dado como resultado que el país cuente con el mayor
número de contagios (10 millones) y de muertes (250 mil) de todo el mundo por
el Covid 19.
"Estados
Unidos es uno de los países más ricos, poderosos y tecnológicamente innovadores
del mundo; pero ni su riqueza ni su poder ni su tecnología se están
aprovechando para abordar la situación en la que 40 millones de personas
continúan viviendo en la pobreza. Tiene la mayor mortalidad infantil en el
mundo desarrollado. la expectativa de vida de sus ciudadanos es menor y menos
saludable que en otras democracias ricas y su pobreza y desigualdad están entre
las peores del club de países ricos OCDE, y su tasa de encarcelamiento entre
las mayores del mundo particularmente en un país rico como EE.UU., la
persistencia de la pobreza extrema es una elección política hecha por aquellos
en el poder" sostuvo en su oportunidad hace un par de años el entonces
relator especial de la ONU para extrema pobreza y derechos humanos, Philip
Alston.
La
desigualdad salarial, producto de la pérdida de ingresos reales es otra de las
variantes, que explican los altos niveles de pobreza. Los expertos
se inclinan a un factor económico específico “el deterioro
del mercado laboral de los Estados Unidos, para los trabajadores de menores
salarios, que son cerca de 40% del total y han sufrido pérdidas en sus ingresos
reales en las últimas décadas. Esto es atribuido a diversos motivos, desde la
desindustrialización y el debilitamiento de los sindicatos, hasta las
transformaciones tecnológicas. Christopher Wimer, codirector del Centro sobre
Pobreza y Política Social en la Universidad de Columbia, sostiene que, en
Estados Unidos, las oportunidades en el mercado laboral tienden a ir a personas
con títulos universitarios y que se han beneficiado del crecimiento
económico".
Es en
este marco, donde se concretó la polémica elección del nuevo presidente Joseph
Robinette Biden Jr. experimentado político de 77 años, nacido en Scranton, en
el Estado de Pennsylvania, ex senador por Delaware, entre los años 1973 al año
2009 y ex vicepresidente bajo los dos mandatos de Barack Obama, entre los años
2009 al 2017. Biden, obtuvo en la elección del pasado 3 de noviembre, una
histórica votación de 74 millones de votos contra setenta millones de su rival
Donald Trump, en la elección más reñida y con la mayor cantidad de votantes
porcentualmente hablando en los últimos 100 años.
Una
elección que la población sintió como histórica y que reflejó datos muy
interesantes según un trabajo entregado por el diario The New York Times que
señaló que: el 47 de los votantes fue masculino donde el 495 de ellos votó por
Trump y el 48% por Biden. El 53% d elas que acudieron a votar fueron mujeres d
elas cuales el 43% voto por Trump y el 56% por Biden. Los blancos fueron el 65%
d ellos votantes donde el 57% votó por Donald Trump y el 42% por el candidato
demócrata. Los negros, que fueron el 12% de la masa de votantes, el 12% votó
por Trump y el 87% por Biden. En el caso de los latinos estos representaron un
13 % del universo total de electores, donde el 32% votó por Trump y un 66% por
el veterano ex vicepresidente. Cuando la referencia fue el mundo de
estadounidense de origen asiático estos, que significan el 3% votaron en un 31%
por Trump y una 63% por Joe Biden En el apartado Otros el 40% entregó sus votos
a Trump y un 60% a Biden.
En
materia de edad los datos son interesantísimos. En el tramo entre 18 a 29 años
(17% de los votantes) el 35% votó por Trump y un 62% por Joe Biden. Entre
los 30 a los 44 años (24% del padrón) el 45% dio su preferencia al actual
presidente y el 52% a Biden. Cuando el tramo fue entre los 45 a los 64 años (38%
del total de votantes) las cifras se acortaron y dieron un 49% a Trump y un 50%
para el electo presidente. En la cifra etárea entre los 65 años y más (con un
22% de la masa electoral) el 51% se inclinó por Trump y el 48% por Joe Biden.
En graduados universitarios, con un 44% de los votantes encuestados el 42% dio
su preferencia a Trump y el 55% a Biden. En los no graduados con el 56% del
total igualaron con un 49% cada candidato.
Con un
presidente Trump que hasta el cierre de este artículo seguía sosteniendo que
los demócratas habían cometido fraude y corrupción que hicieron que gran
cantidad de cadenas televisivas interrumpieran sus declaraciones señalando que
el presidente Trump mentía, un hecho inusual en la política estadounidense.
Twitter, en más de una oportunidad, impidió que se siguiera publicando una
serie de mensajes de Trump hablando de e fraude y corrupción bajo el rótulo
“probablemente engañosos”. Por su parte, Facebook cerró algunas páginas de
adherentes a Trump, entre ellos la página steap the steal, que, con 350 mil
adherentes a Trump, llamaban a no reconocer la elección presidencial. A pesar
de esto y las críticas al interior de su propio partido, Trump insiste en
acudir a la justicia impugnando los comicios, pero sin aportar prueba alguna.
Cifras y
hechos que dan muestra de un país dividido, con partidarios de Trump armados,
con intenciones de ingresar a los locales donde se contabilizaban aún votos de
esta contienda electoral y que se supone favorecen a Biden, exigiendo que
cesara ese conteo. En cambio, en aquellos lugares donde los votos que se
contaban eran de zonas donde favorecían a Trump exigían que siguiera el conteo.
Un ambiente crítico y que además una vez que Biden asuma su mandato, tendrá los
poderes de la Cámara de representantes en manos de los demócratas y el Senado
en manos de los republicanos. Esto obligará a fijar acuerdos y políticas de
consenso, donde esos 70 millones de votos de ciudadanos norteamericanos, que se
inclinaron por la candidatura de Trump, en un país, que se ufanaba de ser un
faro democrático para el resto del mundo y sin embargo ha demostrado algo más
pedestre: una nación que, en la lucha encarnizada por el poder, su
comportamiento es propio de lo que siempre criticó “es un país bananero”.
Desde el
punto de vista de lo que Joe Biden tiene como trabajo doméstico esta labor es
monumental y se le va a exigir medidas drásticas. Primero, unificar a poderes
que se han tensionado fuertemente en estos cuatro años de mandato de Trump; en
pos de sacar al país de la crisis. Será un trabajo difícil pues múltiples voces
dentro del republicanismo, entre ellos la hija de Trump, la carismática Ivanka
Trump y su hijo Donald Trump Jr. Este último ya señalado como posible candidato
para las elecciones del año 2024, si su padre no se decide a volver a postular.
Los 70 millones de votos obtenidos por Donald Trump, a contrapelo de todas las
encuestas y análisis que señalaban a Biden triunfando por amplio margen, son un
botín que no se puede despreciar. Tal
como sostuvo The New York Times previó a la confirmación
del triunfo de Joe Biden “Gane o pierda, Trump seguirá siendo una fuerza
poderosa y perturbadora” Así es 70 millones de votos así lo avalan.
¿Trump el pacifista?
Me ha
parecido necesario, al final de este artículo, referirme a una opinión que he
escuchado y leído profusamente, en esta etapa de disputa electoral en Estados
Unidos. Percibo en ella una distorsión de la realidad, tratando de presentar
una imagen positiva de Trump, bajo el marco de una verdad indesmentible y que
es necesario combatirla. Se afirma con convicción que Trump puede tener mil
defectos, pero nunca generó una guerra, como si ello le diera más puntos frente
a su rival demócrata o en comparación a otros mandatarios. Mi opinión es clara,
no es necesario iniciar una guerra para ser un belicista, un desestabilizador o
un golpista. Si bien es cierto Donald Trump no ha iniciado una guerra como las
que conocemos de presidentes anteriores, tampoco ha detenido la participación
de tropas norteamericanas en diversos frentes bélicos.
Trump y
su administración, tampoco ha dejado de vender armas por miles y miles de
millones de dólares a sus aliados, que son los que llevan a cabo estos conflictos,
con el aval de Washington, el apoyo político, logístico, de sus servicios de
inteligencia y de sus aliados. Un Estados Unidos que no ha dejado de
desestabilizar a Cuba, Norcorea Nicaragua, Venezuela, Bolivia en su momento.
Apoyo a regímenes como el de Brasil, Colombia, Chile que se caracterizan por
sus acciones y apoyos a acciones golpistas en Venezuela, por ejemplo, a través
del grupo de Lima y la OEA. No ha iniciado guerras en forma directa pero su
papel ha sido relevante, como también sus constantes amenazas militares,
decisiones económicas y políticas; ya sea enviando su flota naval al Golfo
Pérsico, al Mar Meridional de la China, amenazar con un fuego apocalíptico.
Imponer sanciones comerciales, congelar activos de los países enemigos o chantajear
a gobiernos, para que se vote de acuerdo con sus intereses y sus aliados en el
seno del Consejo de Seguridad o de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Un
Donald Trump que no ha retirado tropas de ninguna de las zonas que dijo iba a
retirar o de algunas de sus bases: Corea del Sur, Siria, Irak, Alemania, entre
otras. Incluso más, ha movido tropas para seguir desestabilizando, por ejemplo,
en Siria dentro del mismo país. En Irak, fortaleciendo bases más cerca de sus
aliados kurdos o en las inmediaciones de la frontera con Siria o en aquellas
bases que le permitan presionar a Irán, generar tensiones con la Federación
rusa a través de la OTAN. Recordemos, que el primer viaje de Trump cuando fue
electo presidente se concretó a dos entidades: Arabia Saudí donde vendió 110
mil millones de dólares en armas a la Casa al Saud, gestionó contratos para el
lobby energético por 250 mil millones de dólares y de paso logró contratos en
armas por 50 mil millones a los Emiratos Árabes Unidos. La escala siguiente fue
al régimen sionista donde comenzó a fraguar el famoso plan criminal que
denomino “La Imposición del siglo" destinado a concretar el robo total de
Cisjordania.
Es
decir, Trump no inició guerras, pero dio el aval para que ellas se
desarrollaran con mayor profundidad, se intensificaran y sigan generando daño.
No es casual que el presupuesto de armas del año 2020 fue de 800 mil millones
de dólares el más alto de la historia de este país. No es casual que las 800
bases militares que tenía el año 2019 se han incrementado y algunas de ellas se
han modernizado en Colombia, en la frontera con Venezuela para así intensificar
su política de presión contra la nación sudamericana. Trump no inició una
guerra, pero asesinó al general iraní Qasem Soleimani en un claro atentado
propio de un acto de terrorismo de estado. No inicia guerras, pero permite los
asentamientos con colonos terroristas sionistas en Cisjordania. No inicia
guerras, pero nada dice del asesinato del periodista Jamal Kashoggi, la
agresión a Yemen y el financiamiento de grupos terroristas como Daesh, Fath al
Sham, Ahrar al Sham entre otros por parte de la Monarquía saudí a la cual tanto
protege Trump, de quien se dice tiene negocios multimillonarios con Mohamad Bin
Salman y de los cuales podrá gozar ahora que pasa a la jubilación como ex
mandatario.
Un Trump
que no inicia guerras, pero apoya a Marruecos en su ocupación del Sahara
occidental impidiendo concretar el postergado referéndum de autodeterminación
desde el año 1991. En Libia sus empresas energéticas apoyan a uno y otro bando
en guerra. No es necesario usar tropas para iniciar guerras o permitir que
continúen. Bien sabemos que el lobby energético, el de las armas, el lobby
saudí y sionistas marcan la política exterior estadounidense. Sigue bloqueando Cuba,
se retiró del acuerdo nuclear, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de
la UNESCO, no reconoce a la Corte penal Internacional, se enfrascó en una
guerra comercial con China, ha intensificado el número de bases militares
contra Venezuela, país al que sigue bloqueando, embargando y robando sus
bienes.
Tal vez
Joe Biden tenga también la consideración, al final de su mandato, de no haber
iniciado una guerra, pero, mientras no cambie cada uno de los puntos señalados
será parte de la misma camada de mandatarios estadounidenses al cual considerar
como parte de una administración belicista y que tiene como objetivo mantener
una hegemonía que si bien está a la baja sigue ocasionando daños y presiones a
múltiples países en el mundo. A Biden hay que exigirle como primeras medidas el
fin del bloqueo a Cuba y Venezuela, reincorporarse al Plan Integral de Acción
Conjunta (JCPO por sus siglas en inglés) que implica terminar con las sanciones
contra la República islámica de Irán. Ser parte del acuerdo climático del
cual Trump ha sido un objetor. Firmar el reconocimiento de la Corte Penal
internacional. Acercar posiciones con China y la Federación Rusa, para así
favorecer la generación de un clima internacional de mayor cordura. Ayudar a
terminar la guerra en Libia y cesar el apoyo a gobiernos y regímenes como el
sionista y el saudí. Apoyar los esfuerzos de autodeterminación del pueblo
palestino. Retirar sus tropas de Irak y Afganistán. Sumarse a acuerdos
multilaterales.
¿Peticiones
utópicas? Puede ser, pero si no se hace el esfuerzo habrá dado exactamente lo
mismo la fuerte disputa con un Donald Trump que hizo del mundo un lugar aún más
inseguro, injusto y plagado de ambiciones megalómanas, de una mitomanía
expresada en toda su extensión en su propio proceso electoral y un hombre
peligroso capaz de incendiar su país en una lucha fratricida porque lo ha
declarado: no le gusta perder. No está acostumbrado a eso, como lo ha
confesado. Pero, la vida tiene sus lecciones y hoy a ese hombre que no le gusta
la derrota y menos cuando estaba seguro que su triunfo era indiscutible, los
votos uno a uno iba golpeando su ego y desarmando su blonda cabellera.
Una
derrota que marcará a fuego a Trump, pues demuestra que es posible hacer morder
el polvo de la derrota a los soberbios, por más dinero y poder que pretendan
mostrar. Pero también y lo más importante, una derrota también de un
modelo de democracia que ya no da el ancho, que necesita cambios medulares en
una sociedad donde negros, latinos, asiáticos, inmigrantes, anglosajones,
requieren un nuevo trato social. Avanzar respecto a cuestiones fundamentales:
enmiendas constitucionales como el tema de posesión de armas. Temas valóricos
que siguen dividiendo a la sociedad estadounidenses. La inmigración, la
relación contra culturas que elimine, por ejemplo, el peligroso camino de la
islamofobia.
El gran
perdedor de esta elección donde el triunfador formal ha sido Biden, es Estados
unidos y su pueblo. Una sociedad que se ha fragmentado, como nunca antes en
cuatro años de una presidencia, que claramente no estaba dirigida para
gobernar a todos los estadounidenses, sino para el grupo denominado por Trump
como “nosotros” a diferencia de “ellos”. Una forma de gobernar, que atacó los
fundamentos en que estados unidos creía afirmarse: la honestidad de sus
gobernantes, la verdad, la confianza en sus instituciones. Trump el polémico,
el megalómano, el twittero obsesivo, el enemigo de la prensa ha dañado hasta la
médula a un país que tendrá que hacer un trabajo de terapia, que tendrá enormes
dificultades. Empezando por el propio Trump que estará al otro lado de las
rejas de la Casa Blanca gritando sus acusaciones hasta el año 2024.
Si algo
mostró con nitidez esta elección presidencial 2020 en Estados Unidos, es el
ocaso del otrora referente de la democracia occidental, que agonizaba y que con
el triunfo de Biden sobre Trump reveló que es necesario enterrar el puñal hasta
el fondo del corazón. Una acción que tiene una tremenda incógnita, saber cuáles
serán los pasos de un derrotado Donald Trump, que ha señalado que recurrirá a
la justicia y a todos los caminos para defender lo que menciona como su
triunfo. Podrá recurrir a la justicia, pero todo tiene una fecha límite, el día
20 de enero cuando con camas y petacas ya deba estar fuera de la Casa Blanca
acompañada de su esposa la ex modelo Melania Trump. La peor imagen para el país
norteamericano es ver un Trump resistiéndose y tensionando al país y a las
mentes más afiebradas en este país, donde hay más armas que ciudadanos. Un
Trump escoltado el día 20 de enero por un par de fornidos marines camino a la
reja de salida de la Casa Blanca. Good Bye Mr. Ex President
LA opinión de este artículo no refleja la posición necesariamente la posición del blog, es sólo un artículo informativo
(1) El 2020 debería ser la última elección que votemos
así.
https://www.nytimes.com/es/2020/11/04/espanol/opinion/elecciones-estados-unidos-votacion.html
(2) País
bananero. Concepto peyorativo derivado de la original república
bananera, que se sigue usando hoy para describir a un país pobre, inestable,
corrupto y poco democrático que se mueve al vaivén de los intereses
extranjeros. El término fue acuñado por el escritor estadounidense William
Sydney Porter, alias O. Henry, en 1904 en el cuento "El
almirante" y refería a los años de vida de este autor en Honduras,
productor de banas como recurso principal de exportación. Un concepto que hacía
referencia a la influencia de la United Fruit Company norteamericana en estos
países productores, para poner y botar gobiernos en base a la corrupción, la
debilidad democrática, el poder de las corporaciones económicas y el poder
militar servil al poder del dinero.
(3) Destino
Manifiesto. Desde los llamados padres fundadores y las trece
colonias hasta este año 2020, el Destino Manifiesto ha mantenido la idea, como
eje central, que Dios eligió a los Estados Unidos para ser una nación superior
en todos los ámbitos, principalmente: político, económico, militar, como
estandarte de valores en el campo de la democracia, la vida social, la moral y
otros elementos, que pueblan este mito profundamente supremacista y de corte
ultranacionalista. https://www.telesurtv.net/bloggers/El-Destino-Manifiesto-Como-Mito-Parte-I-20200820-0003.html
(4) El coeficiente
de Gini de un país mide la desigualdad de ingresos, En estados
unidos ese índice pasó del 0,482 en 2017 al 0,485 el año pasado, según datos
del Estudio de Comunidades Estadounidenses del Censo. El índice es una escala
de 0 a 1: una puntuación de “0” indica una igualdad perfecta, mientras que una
puntuación de “1” implica una desigualdad perfecta en la que un único hogar tiene
todos los ingresos.
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