EL DIABLO TENTANDO EN TODAS SUS FORMAS
Dice
San Agustín, sobre este lugar, que este atar al demonio, es, no le dejar ni permitir
que haga todo el mal que él podía y quería, si le dejaran, tentando y engañando
a los hombres de mil maneras exquisitas. Cuando venga el Anticristo, le darán
alguna más licencia; mas ahora está muy atado. Pero diréis: si está atado, ¿cómo
prevalece y hace tanto mal? Es verdad, dice San Agustín, que prevalece y hace
mucho daño; pero eso es en los descuidados y negligentes; porque el demonio
está atado como perro con cadenas, y no puede morder a nadie, si no es al que s
e quiere llegar a él. Ladrar puede y provocar y solicitar a mal; pero no puede
morder ni hacer mal, sino al que se le quiere llegar (1). Pues así como sería
necio, y os reiríais y haríais burla del hombre que se dejase morder de un
perro que está amarrado fuertemente con una cadena; así, dice San Agustín, merecen
que se rían y hagan burla de ellos, los que se dejan morder y ser vencidos del
demonio, pues está atado y amarrado fuertemente, como perro rabioso, y no puede
hacer mal sino a los que se le quieren llegar: vos os le quisiste, pues os llegaste
a él para que os mordiese; que él no puede llegar a vos, ni haceros caer en
culpa alguna, si vos no queréis; y así podéis hacer burla de él. Declara San
Agustín a este propósito aquello del Salmo: Este
dragón que criaste, Señor, para que hiciésemos burla de él (2). ¿No
habéis visto cómo hacen burla de un perro, o de un oso alado, y se van a jugar
y pasar tiempo con él los muchachos? Pues así podéis hacer burla del demonio,
cuando os trae las tentaciones, y llamarle perro, y decirle: anda, miserable, que
estás atado, no puedes morder, no puedes hacer más de ladrar.
Cuando
al bienaventurado San Antonio le aparecieron los demonios en diversas formas
espantables, en figura de fieros animales, como leones, tigres, toros,
serpientes y escorpiones, cercándole y amenazándole con sus uñas, dientes,
bramidos y silbos temerosos, que parecía le querían ya tragar; el Santo hacía burla
de ellos, y decíales: si tuvieres algunas fuerzas, uno solo de vosotros
bastaría para pelear con varios hombres, para poner miedo con eso. Si el Señor
os ha dado poder sobre mí, heme aquí, tragadme; mas si no le tenéis, ¿para qué trabajáis
en balde? Así podemos hacer nosotros; porque después que Dios se hizo hombre,
ya no tiene fuerzas el demonio, como él mismo lo confesó á San Antonio, el cual
respondió: Al Señor se den gracias por eso, que aun que eres padre de mentiras,
en eso dices verdad, porque el mismo Cristo nos lo dice: Ya yo he vencido y
librado al mundo de la sujeción y poderío del demonio, por eso
tened ánimo y confianza (1). Gracias infinitas sean dadas al Señor, que por
Cristo nos ha concedido esta victoria (2).
CAPÍTULO X I I
Que nos ha de dar grande ánimo y esfuerzo para pelear en las
tentaciones considerar que nos está mirando Dios.
Nos ayudara
también mucho para tener grande animo y esfuerzo en las tentaciones, y pelear
varonilmente en ellas, considerar que nos está mirando Dios cómo peleamos.
Cuando un buen soldado está en campo peleando contra sus enemigos, y echa de
ver que el emperador o capitán general le está mirando y gustando de ver el ánimo
con que pelea, cobra grande esfuerzo y bríos para pelear. Pues eso pasa en nuestras
peleas espirituales, en realidad de verdad. Y así cuando peleamos contra las
tentaciones, habernos de hacer cuenta que estamos en un teatro, cercados y rodeados
de ángeles y de toda la corte celestial que está a la mira esperando el suceso;
y que el presidente y juez de nuestra lucha y pelea es el todopoderoso Dios. Y
es consideración esta de los Santos, fundada en aquellas palabras del sagrado
Evangelio: “He
aquí que los ángeles se llegaron a él y le servían” (1). E n aquella
tentación y batalla espiritual de Cristo con el demonio, estaban los ángeles a
la mira, y en acabando de vencer comenzaron a servirle y a cantarle la gala de
la victoria.
Y del
bienaventurado San Antonio leemos que, siendo una vez reciamente azotado y
acoceado de los demonios, alzando los ojos arriba, vio abrirse el techo de su
celda y entrar por allí un rayo de luz tan admirable, que con su presencia
huyeron todos los demonios, y el dolor de las llagas le fue quitado, y con
entrañables suspiros dijo al Señor, que entonces se le apareció: ¡Dónde estabas, o
buen Jesús! ¿Dónde estabas, cuando yo era tan maltratado de los enemigos? ¿Por qué
no estuviste aquí al principio de la pelea, para que la impidieras o sanaras
todas mis llagas? A lo cual el Señor, respondió diciendo: Antonio, aquí
estuve desde el principio; mas estaba mirando cómo te habías en la pelea; y
porque varonilmente peleaste, siempre te ayudaré y te hará memoria de tí en la
redondez de la tierra. De manera, que somos espectáculo de Dios y de los
ángeles, y de toda la corle celestial.
Pues
¿quién no se animará a pelear con esfuerzo y valentía delante de tal teatro? Y
más, porque al mirarnos Dios es ayudarnos, habernos de pasar e n esto adelante,
y considerar que no solamente nos está Dios mirando como Juez para darnos premio
y galardón si vencemos; sino también como Padre y valedor, para darnos favor y
ayuda para que salgamos vencedores. “Los ojos del Señor
contemplan toda la tierra y dan fortaleza á todos los que esperan en él. El
anda siempre a mi diestra para que no resbale” (1). En el cuarto libro de los Reyes, cuenta la Sagrada
Escritura que envió el rey de Siria la fuerza de todo su ejército de carros y
caballos sobre la ciudad de Dotain, donde estaba el profeta Eliseo, para prenderle;
y levantándose de mañana su criado Giezi, viendo sobre sí tanta multitud, fue
corriendo y dando voces a Eliseo diciéndole lo que pasaba: “Ah Señor mío, ¿qué haremos?” Parecíale
que ya eran perdidos (2). Dicele el Profeta: No temas, que más son los que nos defienden a nosotros (3).
Y pidió a Dios que le abriese los ojos para que lo viese. Ábrele Dios los ojos,
y ve que todo el monte estaba lleno de
caballería y carros de fuego en su defensa, con lo cual quedó muy esforzado.
Pues con esto lo habernos de quedar también nosotros: “Ponme, Señor, y pelee quien quisiere contra mi
decía el santo Job” (4). Y el Profeta Jeremías: “El Señor está conmigo, y como fuerte pelea por mí; no hay que temer los enemigos,
porque sin duda caerán y quedarán confundidos” (5).
San
Jerónimo, sobre aquello del Profeta: Señor, con el escudo de vuestra buena
voluntad nos coronaste (6), dice: Notad que allá en el mundo una cosa es escudo y otra la
corona; pero para con Dios una misma cosa es el escudo y la corona, porque
defendiéndonos el Señor con el escudo de su buena voluntad, enviándonos su
protección y ayuda, ese su escudo y amparo es nuestra victoria y corona:
Si Deus pro nobis, quis contra nos?: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra
nosotros”(1)?*
¡Si Dios conmigo, quién contra mi!
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