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martes, 30 de julio de 2024

 


LA TRAMATICA TRAYECTORIA DE Pierre Martin Ngo Dinh Thuc. (parte primera)

 

Nota. Cuando nos concierne hablar de un santo o de un prelado ejemplar como Mons. Rafael Merry del Val lo hacemos con gran deleite nuestro y con cierta complacencia porque sirvieron de gran ejemplo para nuestras almas, pero cuando tenemos la ingrata tarea de hablar de ciertos personajes cuyas vidas y obras son del todo diametralmente opuestas a los citados más arriba entonces nos acomete cierta ascidia porque vemos que vamos a ir en contra corriente de quienes, con mala intención, tergiversan de forma descarada la verdad convirtiéndose en cómplices de la mentira y encubrimiento de estos personajes de vida reprobable.

Entonces, ¿qué voy a hacer hoy si hablo con claridad? Yo seré desagradable para ustedes. Pero si yo no hablo, voy a ser desagradable para Dios. Prefiero, ante los ojos del mundo, ser lo primero que caer en lo segundo. Aquí tratare un caso muy controvertido como lo es el de Mons. Thuc lo más imparcialmente posible ya que personalmente no le conocí, no así el caso de Mons. Marcel Lefebvre a quien conocí bien.

EL CASO DE MONSEÑOR THUC

¿Se puede considerar valida la línea sacerdotal y episcopal procedente de Mons. Thuc? ¿Fueron válidas las consagraciones realizadas por el arzobispo Thuc?

En el presente artículo se trata de informar sobre la realidad que rodea a la persona de Mons. Thuc contrarrestando la innumerable información tendenciosa con la intención de blanquear la figura de un obispo muy controvertido en su forma de pensar y actuar. Uno de estos sacerdotes que ensalza la labor de Mons. Thuc es el P. Anthony Cekada faltando gravemente a la verdad (Escribió dos artículos sobre el tema, en el primero ataca a el obispo Thuc y en el otro trata de banquearlo).

Gran parte de lo que presento a continuación es un intento de contrarrestar la desinformación tendenciosa que parece prevalecer en todas partes con respecto al obispo Thuc. Por parte de algunos, ha habido una cantidad considerable de “blanqueo” de la historia no tan edificante del obispo Thuc, con el resultado de que muchas personas se han formado opiniones sobre él basadas en errores y omisiones imperdonables.

Víctimas de todo esto, además de la verdad misma, son todos aquellos católicos bien intencionados que han puesto la confianza en la validez de las consagraciones episcopales que han sido hechas por él. Es una obligación en conciencia decir la verdad sobre este tema, de no hacerlo nos hacemos cómplices de aquellos cuyo fin es forzar los argumentos a favor de aquello que no refleja la realidad sobre este personaje, faltando, con ello, gravemente a la verdad Única que es Nuestro Señor Jesucristo.

1. BREVE HISTORIA DEL OBISPO THUC

Pierre Martin Ngo Dinh Thuc nació el 6 de octubre de 1897 en lo que era la antigua capital de Vietnam del Sur llamada Hue, tuvo tres hermanos y tres hermanas. A la edad de 12 años ingresa en el seminario menor donde persevero hasta su ordenación sacerdotal realizada en Roma el 20 de noviembre de 1925, lo ordenó sacerdote Mons. Willen Marinus van Rossum.

Por influencia de este obispo estudio en Roma en el seminario francés de los Padres misioneros del Espíritu Santo que tenía como director al R.P. Henri Le Floch quien fue director espiritual de Mons. Marcel Lefebvre. El 8 de enero de 1938 fue enviado como vicario apostólico de Vinh Long y es consagrado obispo por el obispo Antonin Fernand Drapier el 4 de mayo de 1938 en Vietnam del Sur y ascendido a la dignidad de arzobispo en 1960 por Juan XXIII.

No hay razón para dudar de la validez personal de la consagración del obispo Pierre Martin Ngo Dinh Thuc. Era un obispo válido con el poder de consagrar válidamente a otros obispos.

Los acontecimientos de los Vietnam cambiaron el rumbo de la familia Thuc ya que su hermano Ngo Dinh Diem fue presidente de Vietnam del Sur allá por los años sesenta y asesinado en 1963 luego, más tarde, asesinan a su otro hermano por donde sus parientes salen huyendo de los comunistas que ya han tomado Vietnam del sur unificando los dos Vietnam. Para estos momentos el obispo Thuc se encontraba en pleno Concilio Vaticano II.

El obispo Thuc fue un participante activo en el Concilio Vaticano II. En el Concilio formó parte activamente del ala ultra liberal y criticó ásperamente al ala conservadora llamada Coetus Internationalis Patrum formada por el Cardenal Ottaviani y Bacci donde el secretario general era ni más ni menos que Mons. Marcel Lefebvre y, según se informa, firmó todos los documentos de ese conciliábulo. Tras el cierre del Concilio Vaticano II, Pablo VI no le permitió regresar a Vietnam. En ese momento Vietnam del sur había caído bajo el comunismo en la batalla de la ciudad de Saigón actualmente llamada “Ho Chi Minh” en memoria del general del ejército de Vietnam del Norte. Esta fue la razón por la cual no volvió a su tierra natal ni a ocupar su sede episcopal, además de perder todos sus bienes patrimoniales y monetarios que eran abundantes quedando en la miseria. Por esta razón el obispo Thuc comenzó su vida como un exiliado en Roma. En 1968, Pablo VI nombró al obispo Thuc como arzobispo titular de Bulla Regia (una antigua sede ahora vacante en Túnez).

Vale la pena detenerse un poco en la intervención de Mons. Pierre Martin Ngo Dinh Thuc en el Concilio Vaticano II, además de ser ultra liberal, como ya dijimos más arriba, firmó todos los documentos de dicho Concilio, promovió la unión con las otras “religiones” y la participación de la mujer en la vida de la iglesia afirmando que la Iglesia, hasta ese momento, había discriminado a la mujer en la vida de la Iglesia. He aquí un extracto de lo dicho por él: “mulieres obtinueron aequalitatem cum viris, in sola Ecclesia Chisti illas iniuriosas discriminaciones adhuc pasiuntur” (las mujeres obtuvieron igualdad con los hombres, solo que en la Iglesia de Cristo aún sufren esas injustas discriminaciones). A renglón seguido habla que la mujer colaboró en la natividad o nacimiento de la Iglesia en la cruz junto con San Juan… (Acta synodalis Sacosanti Concilii Oecumenici Vaticani II: Periodus secunda, pars. III pag, 513).

DAN COMIENZO LAS MASIVAS CONSAGRACIONES: PALMAR DE TROYA

A raíz de la prohibición de retornar a Vietnam, se les cortó el acceso a sus concesiones de madera y plantaciones de caucho y se convirtió en un exiliado próximo a ser destituido. Pasó cierto tiempo en la abadía cisterciense de Casamari cerca de Roma, y finalmente fue a trabajar como pastor asistente en el pequeño pueblo de Annecy en los Alpes del lado francés, donde decía la misa, escuchaba confesiones y se ocupaba de catequesis en la diócesis de ese lugar”.

Poco antes de la Navidad de 1975, un sacerdote apareció en Annecy, sin haberse anunciado. Mons. Thuc cita las palabras de este sacerdote, al parecer era el P. Ravaz mencionado por otros estudiosos del tema thucista. Sus palabras parecen ser:

 «Su Excelencia [dijo el sacerdote], la Sagrada Virgen me envió para llevarlo a Ud. de inmediato a España, para hacerle a Ella un servicio. Mi auto lo espera en la puerta de la rectoría, y partiremos en seguida para estar allí en Navidad». Pasmado por esta invitación, le dije: «Si es un servicio pedido por la Santísima Virgen, estoy dispuesto a seguirlo a Ud. hasta el fin del mundo…». Como debía justificar su salida a los superiores de la casa se vio en la necesidad de mentir.

   El viaje de 3 días en auto llevó a Mons. Thuc al Palmar de Troya, un pueblo español a 25 millas al sur de Sevilla. En 1968, comenzaron a circular allí relatos sobre apariciones. Entre los primeros entusiastas estaba un joven llamado Clemente Domínguez Gómez, quien organizó grupos de oraciones y estableció una capilla en el pequeño pueblo. Pronto declaró que había recibido los estigmas, no de Dios, sino del Padre Pío. Empezó a difundir los «mensajes» que recibía de las apariciones que eran a razón de dos o tres por semana. Los creyentes recibían boletines celestiales sobre todas las cosas, desde la situación de Pablo VI (un «prisionero del Vaticano que había sido reemplazado por un doble») hasta el color de medias que los adherentes debían usar. Clemente Domínguez incluso recibía mensajes tales como cuándo debía afeitarse la barba.

La secuencia de los acontecimientos es increíble si presumimos que el arzobispo Thuc estaba en completa posesión de sus facultades: Un arzobispo católico y ex profesor de seminario con tres doctorados deja Francia por una noticia del momento y hace un viaje de tres días a España cuando llega un laico sin preparación y le pide que lo ordene a él y a otros. Y para disipar cualquier duda que el arzobispo pudiera tener, ese laico le asegura que «Pablo VI se le había aparecido por medio de una «bilocación» para dar su aprobación al proyecto». El arzobispo Thuc, sobre la base de tales garantías, procede a conferir la ordenación sacerdotal y la consagración episcopal. El arzobispo Thuc obviamente no actuaba en forma normal.

«Detengámonos un momento para considerar lo que el Sr. Domínguez estaba diciendo: La Santísima Virgen y Pablo VI (por «bilocación») le decían ambos a un obispo católico que debía ordenar a unos laicos al sacerdocio (a quienes recién acababa de conocer y que no habían hecho estudios eclesiásticos) y luego consagrarlos obispos, todo en un lapso de tres semanas. Donde cualquier otro se hubiera reído a carcajadas rechazando esa propuesta como un absurdo, Mons. Thuc mostró verdaderamente una colosal falta de sentido común y aceptó». [Ibid., p. 6]

Tal acción desproporcionada no tiene sentido lógico       en un hombre con los antecedentes, la educación y la experiencia pastoral de Thuc; esto indica o que perdió su fe, o el juicio o ambos. Su comportamiento posterior indica lo mismo. Porque «el fiasco del Palmar» no fue una aberración momentánea en la vida del arzobispo Thuc. Fue más bien el comienzo de un patrón de comportamiento que caracterizó su vida por años antes de su muerte.

Y entonces, aunque los defensores de las consagraciones thucistas insistan en que Thuc estaba en total posesión de sus facultades mentales, los hechos indican otra cosa para el observador objetivo. Hay, de hecho, dudas serias, positivas y objetivas sobre la capacidad mental de Thuc. Por consiguiente, hay dudas serias, positivas y objetivas acerca de la validez de las consagraciones thucistas. Porque, como expresara Mons. Pohle, quienes “no tienen el completo uso de razón son incapaces de administrar un sacramento”. 

Hablemos de la validez de las consagraciones del Palmar de Troya y muy poco nos referimos a las respuestas que el Vaticano dio sobre esas consagraciones. Ahora nos toca hablar sobre:

La actitud del Vaticano

 Los apologistas de Thuc han hecho muchas afirmaciones sin fundamento para sostener su aseveración de que estamos obligados a aceptar la validez de las consagraciones thucistas. Nos dicen que todo el mundo acepta la validez de esas consagraciones. Invocan incluso el apoyo del Vaticano para sostener su afirmación. Pero la verdad del asunto es que el Vaticano no avaló la validez de las consagraciones thucistas en sus decretos oficiales y esto es significativo por varias razones.

Es significativo porque muestra que los defensores de las consagraciones thucistas hacen afirmaciones temerarias en defensa de su causa. Así, sus declaraciones y condenaciones absolutas deben ser tomadas con cuidado.

Es significativo ya que muestra que sólo porque hubo una ceremonia de consagración episcopal no se presume automáticamente su validez, independientemente de las circunstancias o de las personas involucradas.

Y finalmente es significativo porque el Vaticano no aceptó la validez de las consagraciones thucistas, mientras que sí aceptó la validez de las ordenaciones y consagraciones hechas por Monseñor Lefebvre. Monseñor Lefebvre era un individuo serio, cuerdo y creíble. Monseñor Thuc no lo era. Thuc era un hombre cuyo comportamiento sugiere fuertemente que no estaba en completa posesión de sus facultades. No es ninguna maravilla que ni siquiera el Vaticano presumió la validez, sino que más bien dejó de lado la cuestión por ser obvia.

En respuesta a las consagraciones del Palmar, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe expidió un decreto fechado el 17 de setiembre de 1976. El decreto decía que el arzobispo Thuc había “incurrido ipso facto en excomunión reservada de especialísimo modo a la Sede Apostólica”.

Éste es también el documento que dejó de lado la cuestión de la validez. Y al dejar de lado esa cuestión, declaró sobre los consagrados y ordenados que: «la Iglesia no reconoce su ordenación ni lo hará, y los considera, a todo efecto legal, en el estado que cada uno tenía anteriormente…» [Ibid.]. A este rechazo de reconocer la validez de las consagraciones thucistas también se refería el “Comentario sobre el Decreto «Concerniente a las ordenaciones ilícitas»” que fuera publicado más tarde, y que decía:

“En el nº 3 del documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe del 17 de setiembre de 1976, sin entrar en el problema de la validez de las ordenaciones conferidas en el Palmar de Troya a comienzos de enero y, consecuentemente, de todas las sucesivas ordenaciones, se afirma formalmente que la Iglesia no reconoce y no reconocerá en el futuro que estas ordenaciones tengan algún valor. Por lo tanto, aquellos que estén así ordenados son considerados por la Iglesia, a todo efecto jurídico, en la misma condición canónica en que se encontraban antes de esas ordenaciones irregulares, y todas las sanciones canónicas arriba mencionadas siguen vigentes hasta que se arrepientan”. (L’OSSERVATORE ROMANO October 7, 1976, p. 12.)

Las sanciones a las que hacen mención están en el Derecho Canónico antiguo, más concretamente en el canon 953, 954 y 2370 donde se dice:

 953 De tal manera está reservada al Romano Pontífice la consagración episcopal, que ningún Obispo puede lícitamente consagrar a otro si previamente no le consta del mandato pontificio *.

953. Los que quebrantan el canon 953 incurren en la pena establecida en el 2370.

954 El Obispo consagrante debe hacer que otros dos Obispos le asistan en la consagración, salvo que la Sede Apostólica haya dispensado de este requisito *.

954. Hasta poco ha no era uniforme en la Iglesia la intervención que en la consagración de Obispos tenían los dos que asisten con el Obispo consagrante. No había juicio exacto acerca de si dichos dos Obispos eran meros asistentes o testigos de la consagración o si realmente eran verdaderos ministros y consagrantes. En algunas partes pronunciaban solamente las palabras Accipe Spiritum Sanctum, mientras que, por el contrario, en Roma pronunciaban también la oración Propitiare y el prefacio que la sigue, pero no todo lo demás que el consagrante recita desde el principio hasta el fin de todo el rito sagrado.

Para uniformar la disciplina y la práctica en toda la iglesia, el papa Pío XII dio el 30 de noviembre de 1944 la Bula Episcopalis consecrationis (AAS 37 (1945) 131), por la que dispone: a) que, si bien para la validez de la consagración episcopal basta que la haga uno solo, en adelante habrán de hacerla real y efectivamente los tres; b) que los dos Obispos, hasta ahora llamados asistentes, se llamaran en adelante consagrantes–consecratores-; c) que deben previamente formar intención de conferir la consagración episcopal; d) que deben recitar con el consagrante, además de las palabras Accipe Spiritum Sanctum, la oración Propitiare y todo el prefacio que le sigue; y en voz baja leer todo lo que el consagrante canta o lee durante todo el rito, excepto las oraciones para la bendición de los ornamentos episcopales, y e) que en conformidad con esto, debe reformarse oportunamente la rúbrica del Pontifical Romano; reforma que ya se ha llevado a cabo, según hemos indicado en el comentario al canon 949.

2370 El obispo que sin mandato apostólico consagra a otro Obispo, en contra de lo que se dispone en el canon 953, los Obispos o, en lugar de éstos, los presbíteros asistentes, y el que recibe la consagración quedan por el derecho mismo suspensos hasta que la Sede Apostólica los dispense *.

2370. La suspensión que impone este canon tiene el carácter de censura, es total, latae sententiae, y simplemente reservada.

«Además, la Santa Sede volvió a declarar como para que no quede alguna duda, dejando de lado toda discusión sobre la validez de las ordenaciones, que la Iglesia no reconoce y no reconocerá en el futuro estas ordenaciones como si tuvieran alguna validez. Por consiguiente, todas esas personas ordenadas como sacerdotes u obispos permanecen, para propósitos prácticos, en el mismo status canónico que tenían antes. Para la inmensa mayoría, esto significa que sean tratados como laicos, como si las ordenaciones nunca hubieran tenido lugar». The Long Island Catholic, October 14, 1976, P. O. Box 9000, Rockville Centre, NY.

Que el Vaticano considerara a esos ordenados y consagrados en el mismo estado en que estaban antes de las ordenaciones y consagraciones hace recordar un caso que ocurrió en 1959. Ese año el Santo Oficio decidió el caso del sacerdote Giovanni Taddei, de la diócesis de Biella. El P. Taddei había conseguido ser consagrado por un obispo cismático. Luego, a su vez, ordenó a algunos católicos. La Iglesia, sin decidir la cuestión de la validez, declaró que aquellos a quienes él había ordenado debían ser considerados laicos con derecho a casarse. El decreto decía «que esas ordenaciones no son reconocidas por la Iglesia y, por consiguiente, los sujetos deben ser considerados como laicos a los efectos canónicos, incluido el derecho de contraer matrimonio». (Actas Apostolicis Sedis 51 – 484; Santo Oficio, 8-5-1959).

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