jueves, 21 de octubre de 2021

¡COMO VERDADEROS CATOLICOS DIGAMOS CON FIRMEZA: ¡BASTA DE SILENCIO!

 


de derecha a izquierda: Juan XXIII, PabloVI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco

 En el libro del Apocalipsis de San Juan, aparece la “abominación de la desolación en el lugar santo”. Hay dos abominaciones de la desolación, históricamente hablando: la primera se dio cuando los romanos destruyeron Jerusalén, el templo y la dispersión de los judíos por el mundo, esta era figura de la segunda. Esta otra abominación de la desolación se dio durante el Concilio Vaticano II donde no solo se abolió el Santo Sacrificio de la Santa Misa, sino que fue la entrada de todas las herejías bajo el modernismo hereje. Desde entonces la fe, los dogmas, la liturgia católica, la misma Iglesia fundada por Jesucristo entre otras cosas es combatida con ferocidad diabólica como si quisieran extinguirla de la faz de la tierra. Ante esta oleada infernal modernista no podemos quedarnos callados porque…

 No sé lo que el Señor dispondrá al respecto sobre mí, no se viviré más o menos. Pero sé que más pronto que tarde tendré que rendir cuentas al Señor. En ese instante de mi vida no sé qué responderé ante la pregunta del gran Juez Nuestro Señor cuando me pregunte con voz tremenda y acusante: ¿has contribuido a la destrucción de mi Iglesia, del sacerdocio y de la Santa Misa? ¿Me has negado ante ellos por respetos humanos, por una nada o una poquedad? ¿Has callado verdades fundamentales de mi doctrina? Y hay situaciones ante las que no podemos callar.

No podemos callar ante los errores del Concilio Vaticano II.

No podemos callar ante el error y la herejía (modernista que asola la Iglesia de Nuestro divino Redentor). No podemos callar ante quien dice que Jesús no era Dios desde que nació hasta que murió. No podemos callar ante quien dice que Jesús era un hombre y nada más, negando la divinidad de Nuestro Señor. No podemos callar ante quienes niegan la existencia del infierno o ante quienes predican que todos se salvan o que el infierno está vacío. Ante la apostasía no cabe el silencio.

No podemos callar ante quienes dice que el concepto de transubstanciación está anticuado y que hay que prescindir de él para poder llegar a la unidad con los luteranos. No podemos callar ante quienes dicen que todos pueden comulgar: protestantes, pecadores impenitentes, ateos…

No podemos callar ante quienes pretenden que la Santísima Virgen María era una mujer como cualquier otra y que mantenía relaciones sexuales como cualquiera. No podemos callar ante quienes ofenden gravemente el honor de nuestra Madre Santísima un día tras otro.

No podemos callar ante quienes afirman que puedes confesarte y comulgar, aunque vivas en adulterio: aunque te hayas divorciado y te hayas vuelto a casar civilmente.

No podemos callar ante quienes promueven el indiferentismo religioso, ante quienes dicen que lo único importante es el “amor” y afirman que Dios quiere que haya diversidad de religiones y que todas ellas conducen a la salvación igualmente.

No podemos callar ante la adoración idolátrica a la Pachamama.

No podemos callar ante quienes quieren cambiar la doctrina moral de la Iglesia, ante quienes quieren bendecir las uniones homosexuales, ante quienes quieren que veamos como buenas las uniones de hecho, ante quienes quieren tirar a la basura Humanae Vitae o Veritatis Splendor.

No podemos callar ante los modernistas que reclaman el sacerdocio femenino o la supresión del celibato obligatorio para los sacerdotes.

No podemos callar ante la situación de la Iglesia mártir de China. Nuestros hermanos chinos prefieren ser mártires antes que doblegarse ante los comunistas. Y la Santa Sede firma acuerdos secretos con los comunistas para que la Iglesia clandestina tenga que plegarse a los dictados de la “Iglesia Patriótica”; o sea, al partido comunista. El mismo partido que destruye templos, derriba cruces, encarcela obispos y obliga a cambiar las imágenes religiosas de las iglesias por las de Xi Jinping y los textos del Evangelio por las proclamas de los comunistas. No podemos callar y dejar al cardenal Zen y a los hermanos católicos chinos solos.

No podemos callar ante los escándalos sexuales protagonizados por tantos sacerdotes, religiosos, obispos y hasta cardenales. No se puede callar ante los perversos, ante los impíos ni ante los encubridores de tanta maldad.

No podemos callar ante una Iglesia juramentada que se somete al globalismo de la ONU y a todas las modas ideológicas del momento.

No podemos. Simplemente, no podemos callar. Ante el error, ante las herejías, no podemos callarnos. Tenemos que combatir el pecado siempre. Y a la vez, tenemos que preocuparnos por el pecador: tenemos que intentar que se arrepientan de sus pecados; tenemos que procurar que se conviertan. Tenemos que rezar mucho por la salvación de sus almas: esa es la verdadera caridad.

Hago mías, con toda humildad y obviamente sin pretender compararme con ella, las palabras de Santa Catalina de Siena:

"Ha llegado el momento de llorar y de lamentarse porque la Esposa de Cristo se ve perseguida por sus miembros pérfidos y corrompidos. El cuerpo místico de la santa Iglesia está rodeado por muchos enemigos. Por lo cual ves que aquellos que han sido puestos para que sean columnas y mantenedores de la santa Iglesia se han vuelto sus perseguidores con la tiniebla de la herejía. No hay pues que dormir, sino derrotarlos con la vigilia, las lágrimas, los sudores; y con dolorosos y amorosos deseos, con humilde y continua oración."

¿Por qué guardáis silencio? Este silencio es la perdición del mundo. Yo os pido que obréis de modo que el día en que la Suprema Verdad os juzgue no tenga que deciros estas duras palabras: “Maldito seas, tú que no has dicho nada”. ¡Ah, basta de silencio!, clamad con cien mil lenguas. La Esposa de Cristo ha perdido su color (Lam 4, 1), porque hay quien chupa su sangre, que es la sangre de Cristo, que, dada gratuitamente, es robada por la soberbia, negando el honor debido a Dios y dándoselo a sí mismo.

¿Por qué guardáis silencio? No se puede ni se debe guardar silencio. Yo, al menos, no puedo. Reviente vuestro corazón y vuestra alma al ver tantas ofensas a Dios. Si amaseis a Dios no temerías cobardemente, sino que con audacia y corazón valiente reprenderías los errores y no callaríais ni haríais la vista gorda. Todos tendremos que rendir cuentas de nuestras palabras, de nuestros silencios y de nuestros hechos.

Los cristeros católicos del México cristero nos dieron ejemplo en cuanto a la defensa de la Iglesia y de nuestra sacrosanta Fe dando sus vidas por Dios, la Virgen de Guadalupe y la patria regando los campos con su sangre la cual los empapo y dieron como fruto nuevas pléyades de católicos, pero no de cobardes, miedosos y cómodos.

Otro ejemplo valiente de fidelidad a Dios antes que a los hombres sean reyes o no, lo tenemos de Matatías padre de Judas macabeo y sus hermanos. Los emisarios del rey Antíoco le dijeron a Matatías: Tu eres el principal, el mas grande el mas esclarecido de esta ciudad, y glorioso con esa corona de hijos y hermanos. Ven pues, tú primero, y haz lo que el rey manda, como lo han hecho todas las gentes, y los barones de Judá…y con esto tú y tus hijos seréis amigos del rey, el cual os llenara de grandes dones. Respondió Matatías y dijo en alta voz: Aunque todas las gentes obedezcan al rey Antíoco, y todos abandonen la observancia de la ley y de sus padres, y se sometan al mandato del rey, yo y mis hijos y mis hermanos obedeceremos la ley de nuestros padres. Quiera Dios ampararnos, no nos es provechoso abandonar la Ley y los preceptos de Dios. No daremos oídos a las palabras del rey Antíoco, ni ofreceremos sacrificios. Violando los mandamientos de nuestra Ley por seguir otro camino” (Mac. II. Ver 18-22).

Estas deberían ser nuestras últimas palabras ya no respecto a la antigua Ley sino ala nueva predicada por Jesucristo y dejada a los Apóstoles. No al modernismo, no a sus misas protestantes, no a sus leyes inicuas que van en contra de la tradición bi milenaria de la Iglesia fundada por nuestro divino Salvador ya desde ahora y confirmadas antes de nuestra comparecencia ante Dios, después de nuestra muerte.

¡VIVA CRISTO REY Y SANTA MARÍA DE GUADALUPE

 

 

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