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sábado, 30 de mayo de 2020

EL DIA DE PENTECOSTÉS O VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO.



Cum venerit Paraclitus quem ego mitam
vobis a Patre, Spiritum veritatis qui a
Patre procedid, ille testimonium perhibebid
de me.
Cuando viniere el Consolador, el Espíritu de verdad, que procede del Padre y que yo os enviaré de parte de mi Padre , él dará testimonio de mí. Joan. cap. XV, v . 26.
El Rey inmortal de la Gloria se ha propuesto, mis amados oyentes, celebrar de un modo propio de su majestad y grandeza, la gran victoria que consiguiera del príncipe del mundo. Jesucristo había cumplido su altísima misión entre los hombres: había borrado con su sangre la escritura de la maldición del mundo, y realizando en su Persona todos los antiguos vaticinios, como oveja se había dejado conducir al lugar del sacrificio, Concluida la grande obra de la Reparación humana, resucitó por su propia virtud, y después de permanecer por espacio de cuarenta días sobre la tierra , en cuyo tiempo consoló e instruyó a sus Apóstoles, subió triunfante y glorioso al cielo a ocupar su trono a la diestra del Eterno Padre. ¿Y de qué modo se propone celebrar tan admirable triunfo? Concediendo a los hombres dones dignos de un Dios de infinita bondad y misericordia: Áscendens Christus in altum dedit dona hominibus.
¿Y qué don es este? El Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad que procede del Padre y del Hijo y que desciende para iluminar a los que habían de anunciar el Evangelio por toda la tierra.
Sí , cristianos: a los cincuenta días de la Pascua célebre en que Jesucristo consumó el sacrificio de su vida, y días después de su Ascensión a los cielos, cuando se celebraba en Jerusalén la fiesta llamada por los judíos de Pentecostés, mandada observar en los sagrados libros del Levítico y del Deuteronomio para recordar el gran beneficio que el Señor dispensara al pueblo de Israel, dándoles por medio de Moisés la ley grabada en dos tablas, hallándose los Apóstoles y discípulos reunidos en el Cenáculo, lugar que el Padre San Agustín llama primer templo de la Iglesia cristiana, se verificó el gran prodigio de la venida del Espíritu Santo. Allí en aquel mismo sitio donde Jesucristo celebrara la íntima cena, aquella cena memorable en la que realizara el admirable prodigio de su amor en la institución del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, encontrábanse el día de Pentecostés, la Madre de Jesús y con los Apóstoles un gran número de discípulos entregados a la oración. Eran como las nueve de la mañana, cuando se sintió un ruido repentino, como a manera de viento impetuoso, y vieron resplandecer en el aire como lenguas de fuego, las cuales se fueron colocando sobre cada uno de los congregados en aquella santa asamblea, y fueron todos llenos del Espíritu Santo: et repleti sunt omnes Spiritu Sancto.
Con tan sencillas palabras como las que acabáis de oír, nos da cuenta el Evangelio de un suceso de tan universales consecuencias. ¡Ojalá me encontrase yo capaz de hablar dignamente y con fruto de este misterio de la Religión! El Espíritu Santo, según el sentir del angélico doctor y de todos los teólogos, baja a promulgar del modo más solemne y a consumar cuanto era necesario para llevar a cabo el plan de la propagación del Evangelio.
No trato por cierto, mis hermanos, de hacer ostentación de erudición teológica combatiendo los absurdos errores de los macedonianos, ni de los de otros heresiarcas sobre el punto que nos ocupa. Mi objeto es únicamente haceros conocer con el lenguaje más sencillo los grandes prodigios que obró el Espíritu Santo cuando descendió sobre el colegio Apostólico, y los que puede obrar en nosotros, si le recibimos y correspondemos a sus dones.
Espíritu Divino que iluminasteis a los Apóstoles haciéndoles aptos para predicar el Evangelio santo; dignaos favorecerme con un rayo de luz celestial, que disipe mi ignorancia, para desempeñar dignamente y con fruto mi santo ministerio. Sea mi intercesora vuestra Esposa Santísima, a la que saludamos con el mayor afecto de nuestros corazones. Ave María.
Se ha llevado a cabo una admirable transformación.
Aquellos hombres escogidos por Jesucristo para que continuasen la grande obra por Él iniciada de la regeneración social por medio de la predicación del Evangelio, eran unos hombres toscos e ignorantes: en vano se hubiese buscado en ellos conocimiento alguno de las ciencias: además de ignorantes eran tímidos y aun cobardes. Pues bien, cristianos, dirigíos en este día con vuestra consideración al Cenáculo de Jerusalén.
No solamente los Apóstoles, sino los demás discípulos del Salvador hasta el número de ciento y veinte que allí se hallan congregados, son ya otros hombres: ha desaparecido en todos ellos la ignorancia, así como la cobardía: explican e interpretan admirablemente las sagradas escrituras: no hay para ellos idioma desconocido, y a su presencia queda confundida toda la sabiduría del mundo y aparecen como pigmeos aquellos varones que gozaran reputación de sabios entre las gentes. Llenos de valor e intrepidez, están dispuestos a combatir los errores, y a hacer triunfar la verdad en todas partes. Animo esforzado se necesita para luchar con mil contrarios elementos; pero llenos de fortaleza se hallan dispuestos a sufrir toda clase de contradicciones y hasta la misma muerte, en el cumplimiento de sus deberes. No hay que extrañar esta transformación: es efecto producido por el Espíritu Santo, que descendiendo sobre los discípulos de Jesucristo, inflamó sus almas y las llenó de los más celestiales dones.
Sabido es lo que eran los Apóstoles antes de recibir el Espíritu Santo: asociados al Divino Maestro escuchaban de continuo su doctrina, siendo al mismo tiempo testigos de sus maravillas y  asombrosos milagros.
Nada de esto sirvió para que desechasen su ignorancia y sus ideas carnales. Si Jesucristo les habla de su reino creen que es un reino temporal y aspiran a sus primeras sillas: si ora les da a comprender el gran misterio de la Eucaristía que ha determinado efectuar o bien les habla de su resurrección, no entienden palabra de lo que oyen. Eran, en suma, hombres carnales y groseros, en quienes nada hubiesen podido conseguir los más profundos maestros en las ciencias mundanas. En la fe eran débiles: el más firme de todos, el que había sido el primero en confesar públicamente la divinidad de Jesucristo, y había ofrecido morir en su compañía si hubiera sido necesario, le niega lleno de cobardía en el atrio del Pontífice.
¡Qué diferencia tan admirable luego que el Espíritu Santo ha descendido sobre ellos! No se ocultan ya de la vista de los hombres. Llenos de valor y de fortaleza, anuncian que aquel a quién los judíos han hecho morir con la nota de infamia en el patíbulo de la Cruz, es el verdadero Dios. Al eco de su voz se bambolean sobre sus pedestales y caen por tierra las estatuas de los ídolos que arrebataban las adoraciones de los hombres debidas tan solamente al verdadero Dios. ¡Cuánta sabiduría en sus palabras! ¡Cuánta profundidad en sus conceptos! ¿Hay por ventura en sus sermones gentes de diversos países y naciones? Nada importa. Todos los entienden, cual si hablasen a una vez todos los idiomas. Los partos y los medos, los persas y los árabes, los egipcios, los habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, los del Ponto, la Frigia y la Bitinia, todos los habitantes de la tierra oyen hablar a los Apóstoles en sus respectivos idiomas, porque todos los poseen a la perfección.
Llenos de intrepidez y ansiosos por extender el reino de Jesucristo se reparten por el mundo , y al poco tiempo el nombre del Redentor de la humanidad es conocido en Macedonia por la predicación de Mateo. Bartolomé en Lycaonia y en Babilonia Tadeo triunfan del error: y mientras Andrés trabaja incansable en Acaya y Santiago el menor predica en Mesopotamia, lo hacen también con celo infatigable, Pedro en Roma, Juan en Asia, Santiago el mayor en nuestra España, al par que sufren grandes trabajos por la propagación de la fe y triunfo de la naciente Iglesia, Tomas en la India, Felipe en la Frigia, así como Simón en Egipto y Matías en la Judea.
¿Y quién podrá, mas, numerar sus conquistas? Abrid la historia de la Iglesia, contempladla en su infancia y no podréis menos de quedar maravillados. ¡Cuánto puede la gracia del Señor! Ellos a la presencia de los poderosos los reprenden dándoles en rostro con sus maldades. Verdad es que empiezan contra ellos terribles persecuciones: que se pretende sellar sus labios por medio de crueles amenazas: pero ellos en ser perseguidos como su divino Maestro encuentran su mayor gloria, y aspiran no a honras mundanas ni a esos laureles que se marchitan, sino a la aureola del cielo, vertiendo su sangre en los más horrorosos martirios. Preparen, pues, los poderes de la tierra oscuros calabozos, que los Apóstoles convertirán en escuela de celestial doctrina: dispongan crueles tormentos que miraran como blandos y mullidos lechos. Nada será suficiente para vencer la fortaleza de aquellos hombres sobre quienes descansan los dones del Espíritu Santo.
CONTINUARA...

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