CAPITULO 25
Cómo el demonio procura traer a
desesperación poniendo tentaciones contra la fe y cosas de Dios; y de los
remedios que habernos de usar contra estas tentaciones.
Otras
veces suele el demonio hacer desmayar trayendo pensamientos contra la fe, o muy
sucios y abominables contra las cosas de Dios; y hace entender al que los tiene
que salen de él y que él los quiere. Y con esto atribúlale de tal manera, que
le quita toda la alegría del ánima, y le hace entender que está desechado de
Dios y condenado de Él, y pónele gana de desesperar, diciéndole que no puede
parar en otra parte sino en el infierno, pues ya tiene blasfemias y cosas
semejables a las de allá. No es tan necio el demonio, que no se le entiende que
un cristiano católico no ha de venir a consentir en cosas tan aborrecibles a su
cristiano corazón; mas su intento es desmayarle, para que así pierda la
confianza que en Dios tenía, y trabajado con tales importunidades, venga a
perder la paciencia, y así traiga el corazón alborotado y desabrido; que es
cosa de que los demonios suelen sacar mucha ganancia, por el aparejo que tienen
de imprimir cualquier mal en tal corazón.
Lo
primero que entonces debemos hacer, si no está hecho, es mirar con cuidado y
muy de reposo nuestra conciencia, y limpiarla con la confesión de todo lo malo
que en ella sintiéremos, y ponerla en concierto, ni más ni menos que si aquel
día hubiésemos de morir; y de allí adelante vivir con mayor cuidado que antes
en servir a nuestro Señor. Porque acaece algunas veces permitir el soberano
Juez que nos vengan estas cosas tan espantables contra nuestra voluntad, en
castigo de otras en que caemos por nuestra propia voluntad y descuido que en su
servicio tenemos; lo cual el Señor quiere curar con azote que tanto duele, para
que, lastimados con él, dejemos de pacer en las cosas vedadas, y aguijemos en
nuestro camino, como lo suele hacer un animal sin razón cuando es azotado de
quien camina tras él. Aunque otras veces envía el Señor este tormento por otros
fines que su alta sabiduría sabe. Mas ahora sea el azote enviado por uno u otro
fin, debe cada uno hacer lo que es dicho, de purificar su conciencia, e ir
diligente en el servicio de Dios, pues este remedio a ninguna cosa daña y para
todas es provechoso.
Y
luego, confiado en la misericordia de Dios y pidiéndole su socorro, ya que no
puede dejar de oír este lenguaje, pues el demonio, aunque no queramos, puede
traernos pensamientos y hablas interiores, a lo menos haga el hombre como que
no los oye, y estése en su paz, sin desmayarse con ellos, y sin tomarse a
palabras ni respuestas con el enemigo, según dice santo Rey y Profeta David
(Ps. 37, 14): Yo, como sordo, no oía; y como mudo, que no abre su boca. Dificultoso
es esto de creer a los que poco saben de las astucias del demonio; los cuales
si no dejan de pensar o hacer el bien que hacían, y se ocupan en oír y andar
matando las moscas de los tales pensamientos, piensan que por el mismo hecho
les han dado consentimiento. Y no saben que va mucha diferencia de sentirlos a
consentirlos; y que mientras más los tales pensamientos son tan abominables,
tanto más pueden confiar en nuestro Señor, que Él los guardará de consentir en
males tan grandes, y a los cuales ninguna inclinación tiene, antes
aborrecimiento. Y así el mejor remedio es no curar de ellos, con una sosegada
disimulación; pues que no hay cosa que más lastime al demonio, como a soberbio,
que el despreciarle tan despreciado, que ningún caso hagamos de él, ni de lo
que nos trae; ni hay cosa tan peligrosa como trabar razones con quien tan
presto nos puede engañar, Y a bien librar, hácenos perder tiempo, y dejar de
proseguir el bien que hacíamos. Y por esto debemos cerrarle la puerta de
nuestro entendimiento cuan fuerte pudiéremos, y unirnos con Dios, y no
responder a nuestro enemigo. Y para nuestro consuelo y satisfacción debemos
decir algunas veces al día, que creemos lo que cree nuestra madre la Iglesia, y
que no es nuestra voluntad consentir en pensamiento falso ni sucio; y decir al
Señor lo que está escrito (Isa., 38, 14): Señor, fuerza padezco; responded Vos
por mí; y confiar en su misericordia que así lo hará.
Porque
la victoria de nuestra pelea no está colgada de menear nuestros brazos a solas,
mas lo principal de ella es invocar al Señor todopoderoso y acogernos nosotros
a Él. Porque si muchas hablas y respuestas tenemos con nuestros enemigos, ¿cómo
le diremos a Dios que responda por nos? Vosotros callaréis—dice la Escritura
(Ex., 14, 14) —y el Señor peleará por vosotros. Y en otra parte dice Isaías
(30, 15): En silencio y esperanza será vuestra fortaleza. Y en faltando
cualquiera de estas dos cosas, luego el hombre se enflaquece y se turba. Y con
este callar con disimulación y buena esperanza, he visto a muchas personas
haber sanado en breve tiempo de este mal trabajoso, y haber el demonio callado,
viendo que ni le oían, ni respondían; como lo suelen hacer los perrillos que
ladran, que si el hombre pasa y calla, también callan ellos, y si no, más
ladran ellos.
CAPITULO 26
Cómo pretende el demonio en las
sobredichas tentaciones apartarnos de la devoción y buenos ejercicios; y que el
remedio es crecer en ellos, dejando la demasiada codicia de los dulces
sentimientos del ánima; y por qué fin se pueden éstos desear.
Mas
dirá algún flaco: Quítanme estos malos pensamientos la devoción, y suélenme
venir cuando yo más me llego a la devoción y a las buenas obras; y por no oír
tales cosas, me da gana algunas veces de dejar el bien comenzado.
Mas la
respuesta está clara: que eso mismo es por lo que el demonio andaba, aunque iba
por rodeo de traer pensamientos diferentes de eso. Más debéis antes crecer en
el bien que menguar, como persona que adrede lo hace, por hacer ir al demonio
con pérdida de lo que pensó llevar ganancia.
Y si
faltare ternura de devoción no te penes por ello, pues no se miden nuestros
servicios sino por el amor; el cual no es devoción tierna, más un libre
ofrecimiento y propósito de nuestra voluntad para hacer lo que Dios y su
Iglesia quiere que hagamos, y para pasar lo que Él quiere que padezcamos por
darle contentamiento a Él. Y si algunos, que parece que dejan lo que en el
mundo tienen por servir a Dios, dejasen también la desordenada codicia de los
dulces sentimientos del ánima, vivirían más alegres de lo que viven, y no
hallaría el demonio cabellos de codicias (Codicias: deseos desordenados, aun de
cosas buenas) de que asirles para traerles la cabeza alrededor (al retortero),
y lastimarlos y aun engañarlos.
Desnudo
murió Jesucristo en la cruz, desnudos nos hemos de ofrecer nosotros a Él. Y
nuestra vestidura sola, ha de ser hacer su santa voluntad, según está declarada
en los mandamientos de Él y de su Iglesia, y recibir con amorosa obediencia lo
que Él nos quisiere enviar, por duro que sea. Igualmente hemos de tomar de su
mano la tentación y la consolación, y darle gracias por uno y por otro.
San
Pablo dice (Ephes., 5, 20), que en todas las cosas demos gracias a Dios. Porque
como la señal del buen cristiano es amar por amor de Dios a quien le hace mal—pues
al bienhechor quienquiera le ama— así el dar gracias a Dios en la adversidad,
no mirando lo áspero que de fuera parece, mas la merced escondida que debajo de
aquello Dios nos envía, es señal de hombre que tiene otros ojos que los de
carne, y que ama a Dios, pues en lo que le duele se conforma con su voluntad. Y
así no hemos de estar asidos a los flacos ramos de nuestros deseos, aunque nos
parezcan buenos, mas a la fuerte columna de la divina voluntad, para que
obedeciéndola, según hemos dicho, participemos a nuestro modo del sosiego e
inmutabilidad que ella tiene, y evitemos las muchas mudanzas que en nuestro
corazón hemos de sentir, si en él hay codicia. Cierto, poca diferencia va de
servir uno a Cristo por dineros, o por consolaciones y gustos del ánima, por
cielo o por tierra, si el postrer paradero es codicia mía. Lucifer, según
muchos Doctores dicen, la bienaventuranza deseó; mas porque no la deseó como
debía y de quien debía, y que se le diese cuando Dios quería, no le aprovechó
que lo que deseaba era bueno, mas pecó por no desearlo bien; y así, fue
codicia, y no buen deseo. Pues de esta manera os digo que no estemos asidos con
ahínco y desorden a gustos espirituales; mas, ofrecidos a la cruz del Señor,
tomar de buena gana lo que nos diere, sea miel dulce, o hiel y vinagre.
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