LA ESCALA DE JACOB
El fuego, las llamas, las ruedas y las espadas parecían flores y perfumes a los mártires, porque eran devotos; y, si la devoción puede endulzar los más crueles tormentos y la misma muerte ¿que no hará con los actos de virtud?
El azúcar
endulza los frutos verdes y hace que no sean desagradables ni dañosos los excesivamente
maduros. Ahora bien, la devoción es el verdadero azúcar espiritual, que quita
la aspereza a las mortificaciones y el peligro de dañar a las consolaciones; quita
la tristeza a los pobres y el afán a los ricos, la desolación al oprimido y la
insolencia al afortunado, la melancolía a los solitarios y la disipación a los
que viven acompañados; sirve de fuego en invierno y de reciben este oficio. Ha
de estar lleno de caridad, de ciencia, de prudencia: si le falta una sola de
estas tres cualidades, es muy grande el peligro. Pero, te lo repito de nuevo, pídelo
a Dios, y, una vez lo hayas alcanzado, sé constante, no busques otros, sino
camina con sencillez, humildad y confianza, y tendrás un viaje feliz. o en
verano; sabe vivir en la abundancia y sufrir en la pobreza; hace igualmente útiles
el honor y el desprecio, acepta el placer y el dolor con igualdad de ánimo, y
nos llena de una suavidad maravillosa.
Contempla
la escala de Jacob, que es una viva imagen de la vida devota: los dos largueros
por entre los cuales se sube y que sostienen los escalones, representan la oración,
que nos obtiene el amor de Dios y los sacramentos que lo confieren; los
escalones no son otra cosa que los diversos grados de caridad, por los cuales
se va de virtud en virtud, ya sea descendiendo, por la acción, a socorrer y a
sostener al pobre, ya sea subiendo, por la contemplación, a la unión amorosa
con Dios.
Te
ruego ahora que contemples quienes están en la escala; son hombres, con corazón
de ángeles, o ángeles con cuerpo humano; no son jóvenes, pero lo parecen,
porque están llenos de vigor y de agilidad espiritual; tienen alas, para volar,
y se lanzan hacia Dios, por la santa oración, mas también tienen pies, para
andar entre los hombres, en santa y amigable conversación. Sus rostros aparecen
bellos y alegres, porque todo lo reciben con dulzura y suavidad; sus piernas,
sus brazos y sus cabezas están enteramente al descubierto, porque sus
pensamientos, sus afectos y sus actos no tienden a otra cosa que a complacer.
Lo restante de su cuerpo está vestido, pero con elegante y ligero ropaje,
porque es cierto que usan del mundo y de sus cosas, pero de una manera pura y
sincera, tomando estrictamente lo que exige su condición.
Créeme,
amada Filotea, la devoción es la dulzura de las dulzuras y la reina de las
virtudes, porque es la perfección de la caridad. Si la caridad es la leche, la devoción
es la nata; si es una planta, la devoción es la flor; si es una piedra
preciosa, la devoción es el brillo; si es un bálsamo precioso, la devoción es
el aroma, el aroma de suavidad que conforta a los hombres y regocija a los ángeles.
Capítulo III
Que la devoción es conveniente a toda clase de vocaciones y
profesiones.
En la creación,
manda Dios a las plantas que lleven sus frutos, cada una según su especie; de
la misma manera que a los cristianos, plantas vivas de la Iglesia, les manda
que produzcan frutos de devoción, cada uno según su condición y estado.
De
diferente manera han de practicar la devoción el noble y el artesano, el criado
y el príncipe, la viuda, la soltera y la casada; y no solamente esto, sino que
es menester acomodar la práctica de la devoción a las fuerzas, a los quehaceres
y a las obligaciones de cada persona en particular. Dime, Filotea, ¿sería cosa
puesta en razón que el obispo quisiera vivir en la soledad, como los cartujos? Y
si los casados nada quisieran allegar, como los capuchinos, y el artesano
estuviese todo el d´ıa en la iglesia, como los religiosos, y el religioso
tratase continuamente con toda clase de personas por el bien del prójimo, como
lo hace el obispo, ¿no sería esta devoción ridícula, desordenada e insufrible? Sin
embargo, este desorden es demasiado frecuente, y el mundo que no discierne o no
quiere discernir, entre la devoción y la indiscreción de los que se imaginan
ser devotos, murmura y censura la devoción, la cual es enteramente inocente de estos
desordenes.
No,
Filotea, la devoción nada echa a perder, cuando es verdadera; al contrario,
todo lo perfecciona, y, cuando es contraria a la vocación de alguno, es, sin la
menor duda, falsa. La abeja, dice Aristóteles, saca su miel de las flores sin dañarlas
y las deja frescas y enteras, según las encontró; mas la verdadera devoción
todavía hace más, porque no sólo no causa perjuicio a vocación ni negocio alguno,
sino, antes bien, los adorna y embellece.
Las
piedras preciosas, introducidas en la miel, se vuelven más relucientes, cada
una según su propio color; así también cada uno de nosotros se hace más
agradable a Dios en su vocación, cuando la acomoda a la devoción: el gobierno
de la familia se hace más amoroso; el amor del marido y de la mujer, más
sincero; el servicio del príncipe, más fiel; y todas las ocupaciones, más
suaves y amables.
Es un
error, y aun una herejía, querer desterrar la vida devota de las compañías de
los soldados, del taller de los obreros, de la corte de los príncipes y del
hogar de los casados. Es cierto, Filotea, que la devoción puramente
contemplativa, monástica y propia de los religiosos, no puede ser ejercitada en
aquellas vocaciones; pero también lo es que, además de estas tres clases de devoción,
existen muchas otras, muy a propósito para perfeccionar a los que viven en el
siglo. Abrahán, Isaac, Jacob, David, Job, Tobías, Sara, Rebeca y Judit nos dan en
ello testimonio en el Antiguo Testamento, y, en cuanto al Nuevo, San José,
Lidia y San Crispín fueron perfectamente devotos en sus talleres; las santas
Ana, Marta, Mónica, Aquila, Priscila, en sus casas; Cornelio, San Sebastián,
San Mauricio, entre las armas, y Constantino, Santa Helena, San Luis, el
bienaventurado Amadeo y San Eduardo, en sus reinos. Más aún: ha llegado a
acontecer que muchos han perdido la perfección en la soledad, con todo y ser
tan apta para alcanzarla, y otros la han conservado en medio de la multitud,
que parece ser tan poco favorable. Lot, dice San Gregorio, que fue tan casto en
la ciudad, se mancillo en la soledad. Dondequiera que nos encontremos, podemos y
debemos aspirar a la perfección.
Capítulo IV
De la necesidad de un director para entrar y avanzar en la devoción.
Cuando
el joven Tobías recibió el encargo de ir a Ragues, dijo: “Yo no sé el camino”.
“Ve, pues -replico su padre-, y busca algún hombre que te guíe”. Lo mismo te
digo yo, mi Filotea: ¿Quieres emprender con seguridad el camino de la devoción?
Busca un hombre que te guíe y acompañe.
Esta
es la advertencia de las advertencias. “Por más que busques -dice el devoto
Juan de Ávila- jamás encontraras tan seguramente la voluntad de Dios como por
el camino de esta humilde obediencia, tan recomendada y practicada por todos los
antiguos devotos”.
La
bienaventurada madre Teresa, al ver que doña Catalina de Cardona hacía grandes
penitencias, deseó mucho imitarla en esto, contra el parecer de su confesor,
que se lo prohibía y al cual estaba tentada de desobedecer en este punto, y
Dios le dijo: “Hija mía, tienes un camino recto y seguro. ¿Ves la penitencia
que ella hace? Pues bien, yo hago más caso de tu obediencia”. Por su parte,
gustaba tanto de esta virtud, que, además de la obediencia que debía a sus
superiores, hizo un voto especial de obedecer a un excelente varón, y se obligó
a seguir su dirección y guía, de lo que quedó infinitamente consolada; cosa
que, después de ella, han hecho muchas almas buenas, las cuales, para mejorar sujetarse
a Dios, han sometido su voluntad a la de sus siervos, lo que Santa Catalina de
Siena alaba en gran manera en sus Diálogos. La devota princesa Santa Isabel se sujetó,
con extremada obediencia, al doctor maestro Conrado, y uno de los avisos que el
gran San Luis dio a su hijo, antes de morir, fue éste: “Confiésate con
frecuencia, elige un confesor idóneo, que pueda enseñarte con seguridad las
cosas que te son necesarias”.
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