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miércoles, 20 de marzo de 2019

EL SANTO ABANDONO. DOM VITAL LEHODEY



6. DEL ABANDONO EN LOS BIENES ESENCIALES ESPIRITUALES

En consecuencia, para cumplir todas estas cosas, al menos en lo que atañe a su obligatoriedad, no hemos de esperar a que los acontecimientos nos declaren la voluntad divina, o a que una moción especial del Espíritu Santo nos incline a cumplirla, porque ya nos es bastante conocida y, además, la gracia está a nuestra disposición. Por tanto, no tenemos sino caminar por nuestra propia determinación, fijos constantemente los ojos en los preceptos, en nuestras leyes monásticas y en las otras señales de la divina voluntad, a fin de regular de acuerdo con ella cada uno de nuestros pasos.
No hemos, sin embargo, de adherirnos a todas estas cosas, sino en tanto que continúen siendo la voluntad de Dios con respecto a nosotros. Si El deja de quererlas, nos es preciso despegarnos de ellas para poner todo nuestro afecto en lo que El quiere de presente, y no querer sino esto, porque algunos preceptos de Dios no son tan inmutables que no puedan ser modificados por las circunstancias; y lo propio sucede con los mandamientos de la Iglesia, como, por ejemplo: la asistencia a la Misa, el ayuno y la abstinencia en caso de enfermedad. Con mayor razón Dios podrá modificar algunas de nuestras obligaciones monásticas, cambiando nuestro estado de salud u otras circunstancias. Puede también, según le plazca, dejarnos o retirarnos la facilidad de ejecutar tal o cual práctica de libre elección. Es imposible a un solo hombre observar todos los consejos evangélicos o imitar todas las obras exteriores de Nuestro Señor y de los santos.
Ha de hacerse una elección, que por lo regular la deja Dios a nuestra iniciativa; sin embargo, hácela con frecuencia El mismo, disponiendo de nosotros con su voluntad de beneplácito, por cuya razón habrá en todo esto materia más que suficiente para el Santo Abandono.
Dios asigna a cada uno el lugar de combate, las armas y el servicio según la vocación que nos da, o las circunstancias en que nos pone. En el siglo no se pueden practicar las observancias del claustro, y la vida estrictamente contemplativa no soporta el apostolado de fuera, ni la vida activa las constantes ocupaciones de María. La indigencia en el mundo o la pobreza en la vida religiosa impedirán hacer limosna, etc.; y en nuestra misma vocación hay un dilatado horizonte abierto al divino beneplácito. En virtud de éste, confía Dios los altos cargos a uno, mientras deja al otro supuesto humilde, otorga la salud según le place, y con ella la facilidad de guardar todas las observancias; más, cuando le parece, quita la fuerza y reduce a una impotencia total o parcial.
En resumen, no siendo posible seguir nosotros solos todos los ejemplos de Nuestro Señor y de los santos, ni todos los consejos evangélicos, con todo, hemos de estimarlos en su justo valor, no despreciar nada de lo que ha llevado a las almas a la perfección, sino seguir tan sólo aquellos consejos y prácticas que se armonizan con nuestra condición y nuestra vocación. Hemos de guardar esmeradamente las obligaciones comunes a todos los cristianos y los deberes propios de nuestro estado, adhiriéndonos de todo corazón a estos medios de santificación como queridos por Dios, redoblando, si fuere necesario, nuestros esfuerzos y el espíritu de fe para no aflojar en su observancia. Mas, si las disposiciones del divino beneplácito nos muestran que Dios no quiere ya de nosotros en la actualidad uno u otro de estos medios, y si tal es el sentir de los encargados de dirigirnos, desprendámonos de ellos, para no querer sino lo que Dios quiere de nosotros al presente, y compensar así la pérdida de esta práctica con un abandono filial al divino beneplácito.
7. EL ABANDONO EN LAS VARIEDADES ESPIRITUALES DE LA VIDA
ORDINARIA
PRIVACIÓN DE ALGUNOS SOCORROS ESPIRITUALES
Tomamos de San Francisco de Sales la expresión de variedades espirituales y la empleamos para significar todo lo que, no siendo esencial a la vida sobrenatural, se une a ella como el accidente a la sustancia.
En el capítulo precedente hemos recorrido lo que constituye el fundamento de la vida espiritual; su fin esencial, su esencia y práctica esencial en este mundo, sus medios esenciales. Cualquiera que sea la situación en que Dios nos ponga, el camino por donde nos lleve, será preciso siempre tender a la gloria eterna, vivir de la gracia; y para esto, huir del pecado, practicar las virtudes a ejemplo de nuestro divino Modelo por los medios que nos asigna la voluntad de Dios significada, al menos por aquellos que son obligatorios para cada uno de nosotros. Esta es la parte invariable de la vida espiritual; por lo que ha de hallarse en cada uno de los fieles de cualquier edad que sean, y es la que comunica a todos los hijos de Dios el mismo parecido familiar que los distingue.
Pero, sobre todo este fundamento, vendrán a dibujarse los rasgos particulares que varían mucho de un alma a otra, y hasta en una misma persona en diferentes épocas. Hay inocentes y penitentes, religiosos y seglares, contemplativos y activos, etc. Dios ama la variedad en la unidad; y por lo mismo, multiplicará las vocaciones hasta lo infinito. Bajo una misma Regla, su gracia atraerá con preferencia a la penitencia o a la contemplación, a la obediencia o a la caridad. Por su voluntad de beneplácito dispondrá los acontecimientos de suerte que nos conduzcan según le agrade, en la paz o en la guerra, en la sequedad o en las consolaciones, por las vías comunes o por las místicas. La base de la vida espiritual permanecerá la misma para todas las almas, pero las condiciones accidentales serán muy diversas para imprimir a cada una su fisonomía particular.
Debemos hablar de esta diversidad, mas solamente en cuanto procede del beneplácito divino y da lugar al Santo Abandono. Comenzaremos por la que pueda hallarse en todos los caminos ordinarios o místicos, y a continuación hablaremos de la que es propia de los estados místicos.
Hemos dicho antes que el divino beneplácito puede privarnos por algún tiempo, o para siempre, de algunos medios de santificación, que sin esta circunstancia serian deseables y hasta obligatorios. Son, por ejemplo, personas, recursos, observancias, ejercicios de piedad y los sacramentos.
1º.- Las personas; un director, un superior, un padre, un amigo, cuya ayuda era para nosotros de la mayor importancia en el orden espiritual y que Dios nos le quita o por la muerte o por la separación.
En verdad que no es permitido apoyarse en un hombre como si fuera la causa primera de nuestra santificación, pero puede ponerse la esperanza en él como agente secundario e instrumento de la Providencia en esta santa empresa, y cuanto más lleno del espíritu de Dios y capaz de hacernos bien, tanto más lícito, y hasta cierto punto necesario, nos será apoyarnos en él. Todas las ayudas que Dios nos da, sean de afección, de edificación o de dirección, es necesario recibirlas con reconocimiento, pero conservándonos dispuestos a bendecir a Dios si nos las quita, como le bendecimos por habérnosla prestado; seguros de que, si bajo el golpe de una prueba aceptada generosamente derramamos algunas lágrimas, el amor de Dios, aunque tan celoso, no nos las reprochará.


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