6. DEL ABANDONO EN LOS BIENES ESENCIALES ESPIRITUALES
En
consecuencia, para cumplir todas estas cosas, al menos en lo que atañe a su
obligatoriedad, no hemos de esperar a que los acontecimientos nos declaren la
voluntad divina, o a que una moción especial del Espíritu Santo nos incline a
cumplirla, porque ya nos es bastante conocida y, además, la gracia está a
nuestra disposición. Por tanto, no tenemos sino caminar por nuestra propia
determinación, fijos constantemente los ojos en los preceptos, en nuestras
leyes monásticas y en las otras señales de la divina voluntad, a fin de regular
de acuerdo con ella cada uno de nuestros pasos.
No
hemos, sin embargo, de adherirnos a todas estas cosas, sino en tanto que
continúen siendo la voluntad de Dios con respecto a nosotros. Si El deja de
quererlas, nos es preciso despegarnos de ellas para poner todo nuestro afecto en
lo que El quiere de presente, y no querer sino esto, porque algunos preceptos
de Dios no son tan inmutables que no puedan ser modificados por las
circunstancias; y lo propio sucede con los mandamientos de la Iglesia, como,
por ejemplo: la asistencia a la Misa, el ayuno y la abstinencia en caso de
enfermedad. Con mayor razón Dios podrá modificar algunas de nuestras
obligaciones monásticas, cambiando nuestro estado de salud u otras
circunstancias. Puede también, según le plazca, dejarnos o retirarnos la facilidad
de ejecutar tal o cual práctica de libre elección. Es imposible a un solo
hombre observar todos los consejos evangélicos o imitar todas las obras
exteriores de Nuestro Señor y de los santos.
Ha de
hacerse una elección, que por lo regular la deja Dios a nuestra iniciativa; sin
embargo, hácela con frecuencia El mismo, disponiendo de nosotros con su
voluntad de beneplácito, por cuya razón habrá en todo esto materia más que
suficiente para el Santo Abandono.
Dios
asigna a cada uno el lugar de combate, las armas y el servicio según la
vocación que nos da, o las circunstancias en que nos pone. En el siglo no se
pueden practicar las observancias del claustro, y la vida estrictamente contemplativa
no soporta el apostolado de fuera, ni la vida activa las constantes ocupaciones
de María. La indigencia en el mundo o la pobreza en la vida religiosa impedirán
hacer limosna, etc.; y en nuestra misma vocación hay un dilatado horizonte
abierto al divino beneplácito. En virtud de éste, confía Dios los altos cargos
a uno, mientras deja al otro supuesto humilde, otorga la salud según le place,
y con ella la facilidad de guardar todas las observancias; más, cuando le parece,
quita la fuerza y reduce a una impotencia total o parcial.
En
resumen, no siendo posible seguir nosotros solos todos los ejemplos de Nuestro
Señor y de los santos, ni todos los consejos evangélicos, con todo, hemos de
estimarlos en su justo valor, no despreciar nada de lo que ha llevado a las almas
a la perfección, sino seguir tan sólo aquellos consejos y prácticas que se
armonizan con nuestra condición y nuestra vocación. Hemos de guardar
esmeradamente las obligaciones comunes a todos los cristianos y los deberes
propios de nuestro estado, adhiriéndonos de todo corazón a estos medios de
santificación como queridos por Dios, redoblando, si fuere necesario, nuestros
esfuerzos y el espíritu de fe para no aflojar en su observancia. Mas, si las
disposiciones del divino beneplácito nos muestran que Dios no quiere ya de
nosotros en la actualidad uno u otro de estos medios, y si tal es el sentir de
los encargados de dirigirnos, desprendámonos de ellos, para no querer sino lo
que Dios quiere de nosotros al presente, y compensar así la pérdida de esta
práctica con un abandono filial al divino beneplácito.
7. EL ABANDONO EN LAS VARIEDADES ESPIRITUALES DE LA VIDA
ORDINARIA
PRIVACIÓN DE ALGUNOS SOCORROS ESPIRITUALES
Tomamos
de San Francisco de Sales la expresión de variedades espirituales y la
empleamos para significar todo lo que, no siendo esencial a la vida
sobrenatural, se une a ella como el accidente a la sustancia.
En el
capítulo precedente hemos recorrido lo que constituye el fundamento de la vida
espiritual; su fin esencial, su esencia y práctica esencial en este mundo, sus
medios esenciales. Cualquiera que sea la situación en que Dios nos ponga, el
camino por donde nos lleve, será preciso siempre tender a la gloria eterna,
vivir de la gracia; y para esto, huir del pecado, practicar las virtudes a
ejemplo de nuestro divino Modelo por los medios que nos asigna la voluntad de
Dios significada, al menos por aquellos que son obligatorios para cada uno de
nosotros. Esta es la parte invariable de la vida espiritual; por lo que ha de
hallarse en cada uno de los fieles de cualquier edad que sean, y es la que
comunica a todos los hijos de Dios el mismo parecido familiar que los
distingue.
Pero,
sobre todo este fundamento, vendrán a dibujarse los rasgos particulares que
varían mucho de un alma a otra, y hasta en una misma persona en diferentes
épocas. Hay inocentes y penitentes, religiosos y seglares, contemplativos y activos,
etc. Dios ama la variedad en la unidad; y por lo mismo, multiplicará las
vocaciones hasta lo infinito. Bajo una misma Regla, su gracia atraerá con
preferencia a la penitencia o a la contemplación, a la obediencia o a la
caridad. Por su voluntad de beneplácito dispondrá los acontecimientos de suerte
que nos conduzcan según le agrade, en la paz o en la guerra, en la sequedad o
en las consolaciones, por las vías comunes o por las místicas. La base de la
vida espiritual permanecerá la misma para todas las almas, pero las condiciones
accidentales serán muy diversas para imprimir a cada una su fisonomía
particular.
Debemos
hablar de esta diversidad, mas solamente en cuanto procede del beneplácito
divino y da lugar al Santo Abandono. Comenzaremos por la que pueda hallarse en
todos los caminos ordinarios o místicos, y a continuación hablaremos de la que
es propia de los estados místicos.
Hemos
dicho antes que el divino beneplácito puede privarnos por algún tiempo, o para
siempre, de algunos medios de santificación, que sin esta circunstancia serian deseables
y hasta obligatorios. Son, por ejemplo, personas, recursos, observancias,
ejercicios de piedad y los sacramentos.
1º.-
Las personas; un director, un superior, un padre, un amigo, cuya ayuda era para
nosotros de la mayor importancia en el orden espiritual y que Dios nos le quita
o por la muerte o por la separación.
En
verdad que no es permitido apoyarse en un hombre como si fuera la causa primera
de nuestra santificación, pero puede ponerse la esperanza en él como agente
secundario e instrumento de la Providencia en esta santa empresa, y cuanto más
lleno del espíritu de Dios y capaz de hacernos bien, tanto más lícito, y hasta
cierto punto necesario, nos será apoyarnos en él. Todas las ayudas que Dios nos
da, sean de afección, de edificación o de dirección, es necesario recibirlas con
reconocimiento, pero conservándonos dispuestos a bendecir a Dios si nos las
quita, como le bendecimos por habérnosla prestado; seguros de que, si bajo el
golpe de una prueba aceptada generosamente derramamos algunas lágrimas, el amor
de Dios, aunque tan celoso, no nos las reprochará.
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