PRIMERA TENTACION DE JESUCRISTO
En la primera parte (2) tratamos largamente de este medio de la oración;
ahora solamente recogemos a algunas oraciones jaculatorias, de que nos podamos
ayudar e n semejantes tiempos. Llena tenemos la Sagrada Escritura,
especialmente los Salmos, de oraciones acomodadas para esto. Cuales son:
Domine, vim patior, responde pro me: *Señor, violencia padezco, responded por
mí (3).* Levantaos, Señor, ¿por qué dormís? * levantaos, no nos desamparéis
para siempre* ¿por qué apartáis vuestro rostro, y os olvidáis de nuestra
pobreza y tribulación? Tomad armas y escudo, y levantaos en nuestra ayuda;
decid a mi alma: yo soy tu salud (5). ¿Hasta cuándo, Señor, me habéis de
olvidar? ¿Hasta cuándo habéis de apartar de mí vuestro rostro? ¿Hasta cuándo se
ha de gloriar mi enemigo sobre mí? Miradme, Señor, y oídme, y alumbrad mis ojos
para que no duerma sueño de muerte, ni pueda decir mi enemigo que prevaleció
contra mí (1). Vos sois, Señor, nuestro refugio y amparo en el tiempo de la
necesidad y tribulación (2). *Mi esperanza, Señor, y mi gozo será verme a la
sombra y al abrigo de vuestras alas (3).* Así como los pollitos se guarecen
debajo de las alas de su madre, cuando viene el milano, así nosotros, Señor,
estaremos bien guarecidos y guardados debajo de vuestras alas. San Agustín se
alegraba mucho con esta consideración, y decía a Dios: Señor, pollito soy, tierno y flaco, y si vos no
me amparáis, arrebatadme el milano. Amparadme, Señor, debajo de vuestras alas
(5). Particularmente es maravilloso para este efecto aquel principio
del Salmo sesenta y siete: Levántese Dios y sean desbaratados sus enemigos; huyan
delante de él los que le aborrecen (6); porque como les ponemos
delante, no nuestra virtud, sino la de Dios, desconfiando de nosotros e
invocando contra ellos el favor de su Majestad, desfallecen y huyen viendo que
ha de salir él a la causa contra ellos en favor nuestro.
San
Atanasio afirma (7) que muchos siervos de Dios han experimentado mucho provecho
en sus tentaciones, diciendo este verso.
Una
veces con estas u otras semejantes palabras de la Sagrada Escritura, que tienen
particular fuerza: otras veces con palabras salidas de nuestra necesidad (que
también suelen ser muy eficaces), siempre habremos de tener muy a la mano este
remedio de acudir á Dios con la oración. Y así solía decir el Padre Maestro
Ávila: La
tentación a vos, y vos a Dios. Levantaré mis ojos a aquellos montes soberanos,
de donde me ha de venir todo el socorro y favor. *Mi socorro es del Señor, que
hizo el cielo y la tierra (1).* Y habernos de procurar que estos
clamores y suspiros salgan, no solamente de la boca, sino de lo íntimo del
corazón, conforme a aquello del Profeta: *De lo más profundo clamé á tí, Señor
(2).* Dice San Crisóstomo sobre estas palabras: No dijo, ni clamó solamente con la boca, porque
estando el corazón distraído, puede la lengua hablar; sino de lo profundísimo y
más íntimo de sus entrañas y con grande fervor clamaba a Dios (3).
CAPÍTULO XVII
De otros dos remedios contra las tentaciones.
El
bienaventurado San Bernardo dice (4) que el demonio cuando quiere engañar a
uno, primero mira muy bien su natural, su condición e inclinación, y a donde le
ve más inclinado, por allí le acomete. Y así, a los blandos y de suave
condición, les acomete con tentaciones deshonestas y de vanagloria; y a los que
tienen condición áspera, con tentaciones de ira, de soberbia, de indignación e
impaciencia. Lo mismo nota San Gregorio, y trae una buena comparación.
Dice
que así como uno de los principales avisos de los cazadores es saber a qué
linaje de cebo son más aficionadas las aves que quieren casar, para armarles
con eso, así el principal cuidado de nuestros adversarios los demonios, es
saber a qué género de cosas estamos más aficionados y de qué gustamos más, para
armarnos y entrarnos por ahí. Y así vemos que acometió y tentó el demonio a
Adán por la mujer, porque sabía la afición grande que le tenía; y a Sansón
también por ahí le acometió y le venció, para que declarase el enigma y para
que dijese en qué estaba su fortaleza. Anda el demonio como diestro guerrero rodeando y buscando con
mucha diligencia la parte más flaca de nuestra alma, la pasión que reina más en
cada uno, y aquello a que es más inclinado, para combatirle por allí.
Y así esta ha de ser también la prevención y remedio que nosotros habernos de
poner de nuestra parte contra este ardid del enemigo; reconocer la parte más
flaca de nuestra alma y más desamparada de virtud, que es donde la inclinación
natural, o la pasión, o costumbre mala más nos lleva, y poner ahí mayor cuidado
y defensa.
Otro
remedio muy conforme a este nos ponen los Santos y maestros de la vida
espiritual. Dicen que habernos de tener por regla general, cuando somos
combatidos de alguna tentación, acudir luego a lo contrario de ella, y
defendernos con ello. Porque de esa manera curan acá los médicos las
enfermedades del cuerpo (1); cuando la enfermedad procede de frío, aplican cosas
calientes, y cuando de sequedad, cosas húmedas: y de esa manera los humores se
reducen a un medio, y se ponen en conveniente proporción.
Pues
de esa misma manera habremos nosotros de curar y remediar las enfermedades y
tentaciones del alma. Y eso es lo que nos dice nuestro Padre: «Débense prevenir
las tentaciones con los contrarios de ellas, como es, cuando uno se entiende
ser inclinado a soberbia, ejercitándole en cosas bajas que se piensa le
ayudarán para humillarse; y así de otras inclinaciones siniestras (2).»
CAPÍTULO XVIII
De otros dos remedios muy principales, que son, resistir á los
principios, y nunca estar ociosos.
Otro
remedio muy bueno y general nos dan aquí los Santos; y es que procuremos
resistir a los principios.
Dice
San Jerónimo: Cuando
el enemigo es pequeño, matadle: ahogadle en su principio, y deshacedle e n su
raíz antes que crezca, porque después por ventura no podréis (3). Es
la tentación como una centella de fuego, que si una vez prende, crece y abrasa
(4). Y así dijo muy bien el otro: Resiste a los principios: tarde viene el
remedio, cuando la llaga es muy vieja (5). Y mucho mejor nos avisa de esto el
Espíritu Santo por el profeta David: *Dichoso aquel que cogiere tus pequeñuelos y los desmenuzare
en una piedra (l).* Y por su hijo Salomón: * Caladnos las raposas
pequeñas, que asuelan las viñas (2).* Cuando las raposillas de las tentaciones
son pequeñas, cuando comienzan los pensamientos de juicios, de soberbia, de la
aficioncilla, de la amistad y de la singularidad, entonces los habéis de
quebrantar en la piedra firmísima, que es Cristo, con su ejemplo y
consideración, para que no crezcan y vengan a destruir la viña de vuestra alma.
No podemos excusar que nos vengan tentaciones y pensamientos malos; pero
bienaventurado aquel que al principio, cuando comienzan a venir, se sabe
sacudir de ellos. Así declara San Jerónimo (3) este lugar. Importa mucho resistir a los principios,
cuando el enemigo es flaco y tiene pocas fuerzas; porque entonces el resistir
es fácil, y después muy dificultoso.
San
Crisóstomo declara esto con una comparación: Así como si a un enfermo le viene apetito de comer una cosa dañosa, y
vence aquel apetito, se libra del daño que le había de hacer aquella mala
comida y sana más presto de la enfermedad; mas si por tomar aquel poco de gusto
come el manjar dañoso, agrávasele la enfermedad y viene a morir de ella o a
tener muy grande pena en la cura, todo lo cual pudiera excusar con tomar un
poco de trabajo en refrenar al principio aquel apetito de gula de comer aquel
manjar dañoso; así, dice, si cuando al hombre le viene el mal pensamiento o
el deseo de mirar, se vence en eso al principio, refrenando la vista y
desechando luego el mal pensamiento, se librará de la molestia y pena de la
tentación que de allí se le había de levantar, y del daño en que consintiendo
podría caer; pero, si no se vence y refrena al principio, por aquel pequeño
descuido y por aquel poquito de gusto que recibió mirando, o pensando, viene
después a morir en el alma, o a lo menos, a tener gran trabajo y pena
resistiendo. De manera, que lo que al
principio le costara poco o casi nada, le viene después a costar mucho. Y así
concluye el Santo que importa grandemente resistir a los principios.
En las
vidas de los Padres (1) se cuenta que el demonio se le apareció una vez al abad
Pacomio en figura de una mujer muy hermosa, y riñéndole el Santo porque usaba
de tanta malicia para engañar a los hombres, le dijo el demonio: si comenzáis a dar
alguna entrada a nuestras titilaciones, luego os ponemos mayores incentivos
para provocaros más a pecar; empero si vemos que al principio resistís y no
dais entrada a las imaginaciones y pensamientos que os traemos, como humo
desfallecemos.
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