Y habéis de entender que lo que
se os ha dicho es cuando hay exceso en la familiaridad o nace escándalo de
ella; porque cuando no hay cosa de éstas, no habéis
de
tratar con quien conviene con turbado o amedrentado corazón; porque de esto
suele muchas veces nacer la misma tentación; mas tratar con una santa y
prudente simplicidad no descuidada ni maliciosa.
CAPITULO 9
Que uno de los más principales remedios para vencer este enemigo es
el ejercicio de la devota y ferviente oración, donde se halla el gusto de las
cosas divinas que hace aborrecer las mundanas.
En un
capítulo pasado (Cap. 6) se os dijo cuan fuerte arma es la oración, aunque no
muy larga, para pelear contra este vicio. Ahora sabed que si la oración es devota,
larga y tal, que en ella se da el gusto, según a algunos es dado, la
dulcedumbre divina, no sólo la tal oración es arma para pelear, mas del todo
degüella a este vicio bestial. Porque luchando el alma con Dios a solas, con
los brazos de pensamientos y afectos devotos, por un modo muy particular
alcanza de Él, como otro Jacob (Gen., 32, 24), que la bendiga con muchedumbre de gracias y
entrañable suavidad. Y queda herida en el muslo, que quiere decir en el sensual
apetito, mortificándosele de arte, que de allí en adelante cosquea (cojea) de
él; y queda viva y fuerte en las afecciones espirituales,
significadas por el otro muslo que queda sano. Porque así como el gusto de la
carne hace perder el gusto y fuerzas del espíritu, así gustado el espíritu es
desabrida toda la carne. Y algunas veces es tanta la dulcedumbre que el alma
gusta siendo visitada de Dios, que la carne no la puede sufrir, y queda tan flaca
y caída como lo pudiera estar habiendo pasado por ella alguna larga enfermedad
corporal. Aunque acaece otras veces, con la fortificación que el espíritu
siente, ser ayudada la carne y cobrar nuevas fuerzas, experimentando en este
destierro algo de lo que en el cielo ha de pasar, cuando de estar el alma bienaventurada
en su Dios y llena de indecibles deleites, resulte en el cuerpo fortaleza y
deleite, con otros preciosísimos dotes que el Señor ha de dar.
¡ Oh
soberano Señor, y cuan sin excusa has dejado la culpa de aquellos que, por
buscar deleite en las criaturas, te dejan y ofenden a Ti, siendo los deleites
que en Ti hay tan de tomo (importancia, valor y estima), que todos los de las
criaturas que se junten en uno, son una verdadera hiel en comparación de ellos!
Y con mucha razón, porque el gozo o deleite que de una cosa se toma es como
fruto que la tal cosa de si da. Y cuál es el árbol, tal es el fruto. Y por eso
el gozo que se toma de las criaturas es breve, vano, sucio y mezclado con
dolor; porque el árbol de que se coge, las mismas condiciones tiene. Mas en el
gozo que en Ti, Señor, hay, ¿qué falta o brevedad puede haber, pues que Tú eres eterno,
manso, simplicísimo, hermosísimo, inmutable y un bien infinitamente cumplido?
El sabor que una perdiz tiene es sabor de perdiz; y el gusto de la criatura,
sabe a criatura; y quien supiere decir quién eres Tú, Señor, sabrá decir a qué
sabes Tú. Sobre todo entendimiento es tu ser, y también lo es tu dulcedumbre,
la cual está guardada y escondida para los que te temen (Ps. 30, 20) y para aquellos
que, por gozar de Ti, renuncian de corazón el gusto de las criaturas. Bien
infinito eres, y deleite infinito eres; y por eso, aunque los celestiales
Ángeles y bienaventurados hombres que en el cielo están y han de estar gozando
de Ti, y con fuerzas dadas por Ti, que no son pequeñas, y aunque muchos más sin
comparación se juntasen con ellos a gozar de Ti, y con mucho mayores fuerzas,
es el mar de tu dulcedumbre tan sin medida, que nadando y andando ellos
embriagados y llenos de tu suavidad, queda tanto más que gozar de ella, que si
Tú, Omnipotente Señor, con las infinitas fuerzas que tienes, no gozases de Ti
mismo, quedaría el deleite que hay en Ti quejoso, por no haber quien goce de él
cuanto hay que gozar.
Y
conociendo Tú, Señor sapientísimo, como Criador nuestro, que nuestra
inclinación es a tener descanso y deleite, y que un ánima no puede estar mucho
tiempo sin buscar consolación, buena o mala, nos convidas con los santos
deleites que en Ti hay, para que no nos perdamos por buscar malos deleites en
las criaturas. Voz tuya es, Señor (Mí., 11, 28): Venid a Mi todos los que trabajáis y estáis
cargados, que Yo os recrearé. Y Tú mandaste pregonar en tu nombre
(Isa., 55): Todos
los sedientos venid a las aguas. Y nos hiciste saber que hay deleites en tu
mano derecha que duran hasta el fin (Ps. 15, 11). Y que con el rió
de tu deleite, no con medida ni tasa, has de dar a beber a los tuyos en tu
reino (Ps. 35, 9). Y algunas veces das a gustar acá algo de ello a tus amigos,
a los cuales dices (Cant., 5, 1): Comed, y bebed, y embriagaos, mis muy amados. Todo
esto, Señor, con deseo de traer a Ti con deleite a los que conoces ser tan
amigos de él. No ponga, pues, nadie, Señor, en Ti tacha que te falte bondad
para ser amado ni deleite para ser gozado; ni vaya a buscar conversación
agradable ni deleitable fuera de Ti, pues el galardón que has de dar a los
tuyos es decirles (Mt, 25, 22): Entra en el gozo de tu Señor. Porque de lo
mismo que tú comes y bebes, comerán ellos y beberán; y de lo mismo de que tú te
gozas, ellos se gozarán. Porque convidados los tienes que coman sobre tu mesa
en el reino de tu Padre (Lc., 22, 30).
¿Qué dirás a estas cosas, hombre
carnal? Y tan engañado, que llega tu engaño a que los sucios deleites que hay
en la carne, de que gozan, y con mayor abundancia, los viles y malos hombres, y
aun las bestias del campo, tienes en más que la soberana dulcedumbre que hay en
Dios, de la cual gozan Santos v Ángeles, y el mismo Dios Criador de ellos. Cosa
es de bestias lo que tú precias y amas; y tus pasiones bestias son; y tantas
veces pones al Altísimo Dios debajo los pies de tus vilísimas bestias, cuantas
veces le ofendes por tus deleites camales.
Huid,
doncella, de cosa tan mala, y subíos al monte de la oración, y suplicad al
Señor os dé algún gusto de Sí, para que esforzada vuestra alma con la suavidad
de Él, despreciéis los lodosos placeres que hay en la carne. Y habréis entonces
compasión entrañable de la gente que anda perdida por la bajeza de los valles
de vida bestial; y espantada diréis: ¡Oh hombres, y qué perdéis, y por qué! ¡Al
dulcísimo Dios, por la vilísima carne! ¿Y qué pena merece tan falso peso v
medidas, sino eterno tormento? Y cierto, les será dado.
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