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sábado, 26 de enero de 2019

SANTO TOMAS DE AQUINO EL CREDO COMENTADO





NOTA DEL TRADUCTOR
Esta traducción no es la primera en español del Credo predicado en italiano por Santo Tomás, en Nápoles, en 1273, poco antes de su muerte, y puesto en latín por los dominicos que lo escuchaban al mismo tiempo que el pueblo.
La primera traducción es argentina. Pero a mi juicio tiene el defecto de ser demasiado parafrástica, demasiado libre.
Además, esa edición argentina carece del texto latino, del que no hay que privar a quienes puedan entenderlo y apreciarlo.
Este Credo es el Símbolo de los Apóstoles y su explicitación, o sea, el Símbolo de Nicea-Constantinopla, que compusieron los Padres de la Iglesia en lucha contra las herejías de aquellos tiempos, tan aciagos como los actuales, y quizá aún más que los actuales en materia de doctrina, pues con el apoyo del poder imperial pudo el arrianismo arrastrar formalmente a la mayoría de los obispos.
Es tal la campaña de la herejía progresista contra Santo Tomás de Aquino y a favor de su antípoda, el hereje Pierre Teilhard de Chardin, que conviene recordar por qué ha sido y seguirá siendo el aquinatense el príncipe de los doctores de la Iglesia.
A los pocos años de muerto Santo Tomás, Roma defiende su doctrina contra el Obispo de París, Esteban Tempier, y la Orden Dominicana hace enmudecer a Roberto Kilwardby, dominico, Arzobispo de Canterbury, que en Oxford había condenado algunas proposiciones del aquinatense.
Juan XXII canoniza a Santo Tomas el 18 de julio de 1323 y dice que su doctrina es tan perfecta "que no se concibe sin un milagro especial del cielo".
San Ignacio de Loyola adopta a Santo Tomás, en filosofía y en teología, "como a propio Doctor" para la Compañía de Jesús.
San Pío V le da a Santo Tomás de Aquino, en 1567, el título de Doctor Angélico.
El principal doctor de consulta constante en el Concilio de Trento fue el mismo Santo Tomás. En la Encíclica Aeterni Patris, del 4 de agosto de 1879, León XIII recomienda al aquinatense sobre toda ponderación y lo declara "auxilio y honor" de la Iglesia". Y en 1880 lo nombra patrono universal de escuelas y universidades católicas.
San Pío X, en su Motu proprio Sacrorum Antistitum, del I de septiembre de 1910, ordena "que se establezca la filosofía escolástica como fundamento de los estudios sagrados", refiriéndose "singularmente a la que dejó en herencia Santo Tomás de Aquino".
Benedicto XV en el Código de Derecho Canónico establece que "Los profesores han de exponer la filosofía racional y la teología e informar á los alumnos en estas disciplinas ateniéndose por completo al método, a la doctrina y a los principios del Doctor Angélico, y siguiéndolos con toda fidelidad". (Canon 1366, § 2).
Pío XI, en la encíclica Studiorum ducem, del 29 de ¡unió de 1923, pide que los maestros de teología amen a Santo Tomás "intensamente" y "a sus alumnos les comuniquen el mismo ardiente amor y los hagan aptos para que ellos, a su vez, exciten en otros el mismo aprecio".
Pío XII confirma el 24 de ¡unió de 1939 las instrucciones de sus predecesores acerca de Santo Tomás y en su famosa encíclica Humani Generis, del 12 de agosto de 1950, dice que "la Iglesia exige que sus futuros sacerdotes sean instruidos en las disciplinas filosóficas según el método, la doctrina y los principios del Doctor Angélico" y que "su doctrina suena al unísono con la divina revelación y es eficacísima para asegurar los fundamentos de la fe y para recoger de modo útil y seguro los frutos del sano progreso".
de León XIII, sentencia así: "Santo Tomás no es un hombre de la Edad Media ni de una nación particular: es el hombre de cada hora, siempre actual; trasciende el tiempo y el espacio, y no es menos válido para toda la humanidad de nuestra época" (Analecta Fratrum Predicatorum", Enero-Marzo, 1964, vol. XXXVI).
El lector atento gozará intensamente con la lectura de esta magistral y sencilla explicación del Credo, porque no hay nada que llene tanto nuestras ilimitadas ansias de saber y el abismo de nuestros deseos como la divina Revelación, contenida en los artículos de nuestra Fe.
Y poseyendo una Fe ilustrada y viva, nuestra voluntad, robustecida y aun transformada por la Gracia, podrá salvarnos de los engañosos lazos que mundo, demonio y carne están multiplicando a nuestro paso como jamás lo habían logrado, pues no en balde se acercan los últimos tiempos.
Dios mismo permite esa prueba suprema y a la vez nos brinda todos sus auxilios. Y el primero de sus divinos auxilios es la verdadera Fe.

EXPOSICIÓN DEL SÍMBOLO DE LOS APOSTÓLES O DEL
"CREDO IN DEUM"
Prólogo
I. —Lo primero que le es necesario al cristiano es la fe, sin la cual nadie se llama fiel cristiano. Pues bien, la fe produce 4 bienes.
2. —Primeramente por la Fe se une el alma a Dios. En efecto, por la fe el alma cristiana realiza una especie de matrimonio con Dios (Oseas, 2, 20): "Te desposaré conmigo en la Fe".
Por lo cual al ser bautizado el hombre, desde luego confiesa la Fe, cuando se le pregunta: "¿Crees en Dios?", porque el bautismo es el primer sacramento de la fe. Lo dice el Señor (Mc 16, 16): "El que crea y sea bautizado será salvo". Porque el bautismo sin la fe es inútil, por lo cual es de saberse que nadie es acepto a Dios sin la fe (Heb II, 6): "Sin la fe es imposible agradar a Dios". Por esta razón San Agustín, comentando a Romanos 14, 23:
"Todo lo que no proceda de la fe es pecado", escribe: "Donde falta el conocimiento de la eterna e inmutable verdad, falsa es la virtud aun con las mejores costumbres".
3. —El segundo bien es que por la Fe comienza en nosotros la vida eterna. Porque la vida eterna no es otra cosa que conocer a Dios, por lo cual dice el Señor (Jn 17, 3): "La vida eterna es que te conozcan a ti el solo Dios verdadero". Pues bien, este conocimiento de Dios empieza aquí por la fe, para perfeccionarse en la vida futura, en la cual lo conoceremos tal cual es. Por lo cual se dice en Hebreos II, I: "La fe es la substancia de las realidades que se esperan". Así es que nadie puede alcanzar la bienaventuranza, que es el verdadero conocimiento de Dios, si primero no lo conoce por la fe (Juan 20, 29): "Bienaventurados los que no vieron y creyeron".
4. —El tercer bien es que la fe dirige la vida presente. En efecto, para vivir bien es menester que el hombre sepa qué cosas son necesarias para bien vivir, y si tuviera que aprender por el estudio todas las cosas necesarias para bien vivir, o no podría alcanzar tal cosa, o la alcanzaría después de mucho tiempo. En cambio la fe enseña todo lo necesario para vivir sabiamente. En efecto, ella nos enseña la existencia del Dios único, que recompensa a los buenos y castiga a los malos, y que hay otra vida y otras cosas semejantes, que nos incitan suficientemente a hacer el bien y a evitar el mal (Habac 2, 4): "Mi Justo vive de la fe". Lo cual es manifiesto, porque ninguno de los filósofos de antes de la venida de Cristo, a pesar de todos los esfuerzos, pudo saber tanto acerca de Dios y de lo necesario para la vida eterna cuanto después de la venida de Cristo sabe cualquier viejecita mediante la fe.
Por lo cual Isaías (II, 9) dice: "Colmada está la tierra con la ciencia del Señor".
5. —El cuarto bien es que por la fe vencemos las tentaciones (Hebr I I, 33): "Por la fe los santos vencieron reinos". Y esto es patente, porque toda tentación viene o del diablo, o del mundo, o de la carne. En efecto, el diablo tienta para que no obedezcas a Dios ni te sujetes a Él. Y esto lo rechazamos por la fe. Porque por la fe sabemos que El es el Señor de todas las cosas, y por lo tanto que se le debe obedecer: I Pe 5, 8: "Vuestro adversario el diablo ronda buscando a quién devorar: resistidle firmes en la fe".
El Mundo, por su parte, tienta o seduciendo con lo próspero o aterrándonos con lo adverso. Pero todo lo vencemos por la fe, que nos hace creer en otra vida mejor que ésta, y así despreciamos las cosas prósperas de este mundo y no tememos las adversas: I Jn 5, 4: "La victoria que vence al mundo es nuestra fe", y a la vez nos enseña a creer que hay males mayores, los del infierno.
La Carne, en fin, nos tienta induciéndonos a las delectaciones momentáneas de la vida presente. Pero la fe nos muestra que por ellas, si indebidamente nos les adherimos, perdemos las delectaciones eternas: Ef 6. 16: "Embrazad siempre el escudo de la fe".
Con todo esto queda patente que es grandemente útil tener fe.


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