NOTA DEL TRADUCTOR
Esta
traducción no es la primera en español del Credo predicado en italiano por
Santo Tomás, en Nápoles, en 1273, poco antes de su muerte, y puesto en latín
por los dominicos que lo escuchaban al mismo tiempo que el pueblo.
La
primera traducción es argentina. Pero a mi juicio tiene el defecto de ser
demasiado parafrástica, demasiado libre.
Además,
esa edición argentina carece del texto latino, del que no hay que privar a
quienes puedan entenderlo y apreciarlo.
Este
Credo es el Símbolo de los Apóstoles y su explicitación, o sea, el Símbolo de
Nicea-Constantinopla, que compusieron los Padres de la Iglesia en lucha contra las
herejías de aquellos tiempos, tan aciagos como los actuales, y quizá aún más
que los actuales en materia de doctrina, pues con el apoyo del poder imperial
pudo el arrianismo arrastrar formalmente a la mayoría de los obispos.
Es tal
la campaña de la herejía progresista contra Santo Tomás de Aquino y a favor de
su antípoda, el hereje Pierre Teilhard de Chardin, que conviene recordar por qué
ha sido y seguirá siendo el aquinatense el príncipe de los doctores de la
Iglesia.
A los
pocos años de muerto Santo Tomás, Roma defiende su doctrina contra el Obispo de
París, Esteban Tempier, y la Orden Dominicana hace enmudecer a Roberto Kilwardby,
dominico, Arzobispo de Canterbury, que en Oxford había condenado algunas
proposiciones del aquinatense.
Juan
XXII canoniza a Santo Tomas el 18 de julio de 1323 y dice que su doctrina es
tan perfecta "que no se concibe sin un milagro especial del cielo".
San
Ignacio de Loyola adopta a Santo Tomás, en filosofía y en teología, "como
a propio Doctor" para la Compañía de Jesús.
San
Pío V le da a Santo Tomás de Aquino, en 1567, el título de Doctor Angélico.
El
principal doctor de consulta constante en el Concilio de Trento fue el mismo
Santo Tomás. En la Encíclica Aeterni Patris, del 4 de agosto de 1879, León XIII
recomienda al aquinatense sobre toda ponderación y lo declara "auxilio y
honor" de la Iglesia". Y en 1880 lo nombra patrono universal de
escuelas y universidades católicas.
San
Pío X, en su Motu proprio Sacrorum Antistitum, del I de septiembre de 1910,
ordena "que se establezca la filosofía escolástica como fundamento de los
estudios sagrados", refiriéndose "singularmente a la que dejó en herencia
Santo Tomás de Aquino".
Benedicto
XV en el Código de Derecho Canónico establece que "Los profesores han de
exponer la filosofía racional y la teología e informar á los alumnos en estas disciplinas
ateniéndose por completo al método, a la doctrina y a los principios del Doctor
Angélico, y siguiéndolos con toda fidelidad". (Canon 1366, § 2).
Pío
XI, en la encíclica Studiorum ducem, del 29 de ¡unió de 1923, pide que los
maestros de teología amen a Santo Tomás "intensamente" y "a sus
alumnos les comuniquen el mismo ardiente amor y los hagan aptos para que ellos,
a su vez, exciten en otros el mismo aprecio".
Pío
XII confirma el 24 de ¡unió de 1939 las instrucciones de sus predecesores
acerca de Santo Tomás y en su famosa encíclica Humani Generis, del 12 de agosto
de 1950, dice que "la Iglesia exige que sus futuros sacerdotes sean
instruidos en las disciplinas filosóficas según el método, la doctrina y los
principios del Doctor Angélico" y que "su doctrina suena al unísono
con la divina revelación y es eficacísima para asegurar los fundamentos de la
fe y para recoger de modo útil y seguro los frutos del sano progreso".
de
León XIII, sentencia así: "Santo Tomás no es un hombre de la Edad Media ni
de una nación particular: es el hombre de cada hora, siempre actual; trasciende
el tiempo y el espacio, y no es menos válido para toda la humanidad de nuestra
época" (Analecta Fratrum Predicatorum", Enero-Marzo, 1964, vol.
XXXVI).
El
lector atento gozará intensamente con la lectura de esta magistral y sencilla
explicación del Credo, porque no hay nada que llene tanto nuestras ilimitadas
ansias de saber y el abismo de nuestros deseos como la divina Revelación,
contenida en los artículos de nuestra Fe.
Y
poseyendo una Fe ilustrada y viva, nuestra voluntad, robustecida y aun
transformada por la Gracia, podrá salvarnos de los engañosos lazos que mundo,
demonio y carne están multiplicando a nuestro paso como jamás lo habían
logrado, pues no en balde se acercan los últimos tiempos.
Dios
mismo permite esa prueba suprema y a la vez nos brinda todos sus auxilios. Y el
primero de sus divinos auxilios es la verdadera Fe.
EXPOSICIÓN DEL SÍMBOLO DE LOS
APOSTÓLES O DEL
"CREDO IN DEUM"
Prólogo
I. —Lo
primero que le es necesario al cristiano es la fe, sin la cual nadie se llama
fiel cristiano. Pues bien, la fe produce 4 bienes.
2. —Primeramente
por la Fe se une el alma a Dios. En efecto, por la fe el alma cristiana realiza
una especie de matrimonio con Dios (Oseas, 2, 20): "Te desposaré conmigo
en la Fe".
Por lo
cual al ser bautizado el hombre, desde luego confiesa la Fe, cuando se le
pregunta: "¿Crees en Dios?", porque el bautismo es el primer
sacramento de la fe. Lo dice el Señor (Mc 16, 16): "El que crea y sea
bautizado será salvo". Porque el bautismo sin la fe es inútil, por lo cual
es de saberse que nadie es acepto a Dios sin la fe (Heb II, 6): "Sin la fe
es imposible agradar a Dios". Por esta razón San Agustín, comentando a
Romanos 14, 23:
"Todo
lo que no proceda de la fe es pecado", escribe: "Donde falta el
conocimiento de la eterna e inmutable verdad, falsa es la virtud aun con las
mejores costumbres".
3. —El
segundo bien es que por la Fe comienza en nosotros la vida eterna. Porque la
vida eterna no es otra cosa que conocer a Dios, por lo cual dice el Señor (Jn
17, 3): "La vida eterna es que te conozcan a ti el solo Dios verdadero".
Pues bien, este conocimiento de Dios empieza aquí por la fe, para perfeccionarse
en la vida futura, en la cual lo conoceremos tal cual es. Por lo cual se dice
en Hebreos II, I: "La fe es la substancia de las realidades que se
esperan". Así es que nadie puede alcanzar la bienaventuranza, que es el
verdadero conocimiento de Dios, si primero no lo conoce por la fe (Juan 20,
29): "Bienaventurados los que no vieron y creyeron".
4. —El
tercer bien es que la fe dirige la vida presente. En efecto, para vivir bien es
menester que el hombre sepa qué cosas son necesarias para bien vivir, y si
tuviera que aprender por el estudio todas las cosas necesarias para bien vivir,
o no podría alcanzar tal cosa, o la alcanzaría después de mucho tiempo. En
cambio la fe enseña todo lo necesario para vivir sabiamente. En efecto, ella
nos enseña la existencia del Dios único, que recompensa a los buenos y castiga
a los malos, y que hay otra vida y otras cosas semejantes, que nos incitan
suficientemente a hacer el bien y a evitar el mal (Habac 2, 4): "Mi Justo vive
de la fe". Lo cual es manifiesto, porque ninguno de los filósofos de antes
de la venida de Cristo, a pesar de todos los esfuerzos, pudo saber tanto acerca
de Dios y de lo necesario para la vida eterna cuanto después de la venida de
Cristo sabe cualquier viejecita mediante la fe.
Por lo
cual Isaías (II, 9) dice: "Colmada está la tierra con la ciencia del
Señor".
5. —El
cuarto bien es que por la fe vencemos las tentaciones (Hebr I I, 33): "Por
la fe los santos vencieron reinos". Y esto es patente, porque toda
tentación viene o del diablo, o del mundo, o de la carne. En efecto, el diablo
tienta para que no obedezcas a Dios ni te sujetes a Él. Y esto lo rechazamos
por la fe. Porque por la fe sabemos que El es el Señor de todas las cosas, y
por lo tanto que se le debe obedecer: I Pe 5, 8: "Vuestro adversario el
diablo ronda buscando a quién devorar: resistidle firmes en la fe".
El
Mundo, por su parte, tienta o seduciendo con lo próspero o aterrándonos con lo
adverso. Pero todo lo vencemos por la fe, que nos hace creer en otra vida mejor
que ésta, y así despreciamos las cosas prósperas de este mundo y no tememos las
adversas: I Jn 5, 4: "La victoria que vence al mundo es nuestra fe",
y a la vez nos enseña a creer que hay males mayores, los del infierno.
La
Carne, en fin, nos tienta induciéndonos a las delectaciones momentáneas de la
vida presente. Pero la fe nos muestra que por ellas, si indebidamente nos les adherimos,
perdemos las delectaciones eternas: Ef 6. 16: "Embrazad siempre el escudo
de la fe".
Con
todo esto queda patente que es grandemente útil tener fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario