SAN GREGORIO MAGNO
Homilía
del glorioso San Gregorio Papa sobre el Evangelio que se canta el Domingo
segundo del Adviento, el cual escribe San Mateo en el capítulo 11, v. 1. Dice así:
En aquel tiempo oyendo Juan en las
prisiones las obras de Jesucristo: enviándole dos de sus Discípulos: le dixo,
ETC.
Justa
cosa es, muy amados hermanos míos, que procuremos saber como el glorioso
Bautista, Profeta, y más que Profeta, habiendo notificado y mostrado con su
dedo la persona de Cristo nuestro Redentor a las gentes, cuando en la ribera
del Jordán vino al santo bautismo, diciendo: "ved aquí el Cordero de Dios; ved aquí el
que quita los pecados del mundo" ; y contemplando la grandeza
de la Divinidad que en este Señor estaba, y su propia bajeza, dijo con la humildad
debida: sabed que el que es de la tierra, de la tierra habla; mas el que viene
del cielo es Señor sobre todos; como pues ahora, hallándose en las prisiones le
envia con sus Discípulos a preguntar: ¿eres tú el que has de venir, o esperamos
otro? v.3. ¿Por ventura no sabía quién era aquel Señor que él había mostrado
con el dedo, habiéndolo publicado con grandes voces, profetizando, bautizando,
y enseñando? Sí: pero si bien y con atención miramos el tiempo y la orden que
se tuvo en este misterio, muy fácil será de resolver esta quistión. El glorioso
Bautista en la ribera del Jordán afirmó, mostrando que este Señor era el
Redentor del mundo: y ahora puesto en la cárcel pregunta, si es él el que
viene. No porque él dude si es este Señor el Redentor del mundo, más quiere saber
de él, si así como por sí mismo vino al
mundo, así también por sí mismo ha de bajar a las profundas prisiones del
infierno. Quería Juan bienaventurado ser su Precursor, yéndolo a notificar, cuando
muriese, en los infiernos, así como lo había sido, notificándolo acá en el mundo:
y por esto dice. ¿Eres tú el que has de venir? Es preguntar claramente: Señor hazme
saber si así como tuviste por bien nacer por la salvación de los hombres: ¿será
también tu voluntad descender por los mismos a los infiernos? porque si es
beneplácito de tu majestad, como fui Precursor de tu nacimiento, anunciándole
al mundo, lo sea también de tu descendimiento á los infiernos: y así les dé
noticia allá de tu maravillosa bajada, como la di al mundo de tu glorioso y
bienaventurado nacimiento; y por esto siendo el Señor preguntado , como ya
habéis visto, y habiendo contado a los embajadores las maravillas de su
omnipotencia, luego les dio noticia de la humildad de su muerte, diciendo: los
ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos
resucitan, los pobres reciben y publican el Evangelio y bienaventurado es el
que no fuere escandalizado en mí. V.5. El ver señales tan grandes, y obras tan
maravillosas, no era para escandalizarse, sino para maravillarse mucho, y
alabar al Señor que las hacía. Los judíos, no obstante, se escandalizaron
reciamente, cuando después de haberle visto hacer tantas y tan grandes maravillas,
le vieron morir. Esto es lo que el glorioso Apóstol San Pablo nos enseñó cuando
dijo: nosotros predicamos Jesucristo
crucificado, cosa de que los judíos se escandalizan: y los Gentiles lo tienen
por locura.
Parecióles
a los hombres cosa de locura, creer que el hacedor de la vida muriese por los
hombres: y tomaron por fundamento de escándalo, lo que si bien lo miraran, era
buena prueba para conocer cuánto era mayor su obligación de honrarle y tenerle
por Señor.
Porque
claro está, que tanto es más digno nuestro Redentor de que le veneremos y
sirvamos, cuanto las cosas que por nosotros sufrió fueron mas bajas y mas indignas
de que su Majestad las sufriese. Luego qué querrá decir: ¿bienaventurado será
el que no se escandalizare en mí* v. 6., sino anunciarnos con palabras claras cuán
humilde y llena de injurias había de ser su gloriosa muerte : como si nos dijera
: ¿veis cuán poderoso soy, y cuán grandes son mis maravillas? pues mirad bien
que no me desdeño de sufrir por el amor que os tengo tantas y tan bajas
injurias, y con ellas la muerte.
Y pues
yo os seguiré muriendo, mucho deben los hombres que mis maravillas estiman, no
escandalizarse de mi muerte cuando la vean. Dejado ya aparte lo que el Señor
pasó con los discípulos del glorioso Bautista, vengamos a lo que de él mismo
habló con las turbas que allí estaban: ¿qué salisteis a ver en el desierto? La caña
movida con el viento?1, v. 7. Hemos de entender que el Señor dice estas
palabras, no afirmando, sino negando lo que suenan. 1. a condición de la caña
es tal que luego que el aire la toca, la hace doblar hacia otra parte. No es
entendida por la caña otra cosa, sino el hombre carnal y mundano. Que luego que
es tocado, o por el aire de la vanagloria, si le alaban, o de la impaciencia si
le reprehenden, sin tener constancia alguna se dobla a la parte opuesta. Luego
que oye elogios de sí, se levanta a una vana y falsa alegría, y como quien se dobla se conforma con el elogio falso que
de sí oye.
Más si
de la misma boca de donde salía el aire favorable de alabanzas comienza a
correr viento contrario de reprehensiones, luego veréis el tal corazón doblado a
la parte de la indignación y furor contra quien le reprehende. Nuestro glorioso
Bautista no diremos que era caña movida por el viento; porque ni él se ablandaba
con los halagos y alabanzas, ni se exasperaba con las reprehensiones por duras
que fuesen: ni alabanzas de lisonjeros le levantaban: ni vientos contrarios de
maldicientes le derribaban de la perfecta y santísima constancia de su propósito.
No era, pues, caña movida por el viento, el que de su rectitud de estado por
ninguna diversidad de cosas se alteró.
Aprendamos,
pues, muy amados hermanos míos, a no ser caña movida por el viento, hagamos de
manera que nuestra alma esté firme en su justicia, aunque combatida con los aires
de las lenguas: no se doble ni mude del verdadero amor que a Dios debe tener,
por duros ni contrarios quesean los combates. No por mucho mal que de nosotros
digan, nos indignemos, ni airemos contra nuestros prójimos, ni el favor de la
gracia que el mundo nos ofreciere, nos incline á vanidad: no nos levanten las
prosperidades, ni nos derriben las adversidades; y pues nuestra firmeza está en
Dios, no nos alteren ni muevan las cosas transitorias del mundo. Continuando
nuestro Redentor el testimonio del gran Bautista, dice: ¿Que salisteis a ver en
el desierto, un hombre vestido de vestiduras blandas? mirad que los que se
visten de vestiduras blandas, en las casas de los Reyes están, v. 8. Bien sabéis,
hermanos, que el glorioso Bautista anduvo vestido de ropa tejida de pelos de
camellos. Pues no es otra cosa decir los que de vestiduras blandas se visten en
las casas de los Reyes están, sino darnos a entender, que los hombres huyendo de
sufrir trabajos y asperezas por el servicio del Señor, no quieren reinar en el
cielo sino en el mundo; y dándose a
solos los placeres del cuerpo, solo buscan la gloria y deleites de la tierra.
Ninguno se engañe pensando que en el desorden de las vestiduras preciosas y
delicadas falta pecado; porque si esto se pudiese hacer sin culpa, nunca el
Señor alabaría al glorioso Bautista de la aspereza de sus vestidos. Si en esto
no se hallara culpa, el bienaventurado Apóstol San Pablo no refrenara tan de verdad,
como refrena en las mujeres el amor a las vestiduras preciosas: diciendo: el
atavío de que las mujeres se han de adornar, sea vergüenza, honestidad y templanza:
no las vestiduras preciosas. Pensad, pues, cuán grande será la culpa de los
hombres, que quieren y desean usar lo que el glorioso pastor de la Iglesia, tan
determinadamente manda a las mujeres que no lo usen bien que estas palabras que del gran Bautista
se dicen, es á saber, que no se vestía de vestiduras blandas, pueden entenderse
de otra manera. No iba vestido de vestiduras blandas, porque nunca trató con
lisonjas ni halagos a los malos y pecadores, antes les decía con ásperas
reprehensiones: oh generaciones de víboras, ¿quién os enseñó á huir de la ira
que está por venir? Salomón dice así: son las palabras de los sabios como aguijones,
o clavos que se introducen muy adentro. Son comparadas las palabras de los
sabios a los aguijones., y a los clavos, porque nunca suelen halagar con
blandura a las culpas de los malos, sino que punzan con ásperas reprehensiones:
dice más el Señor. ¿Qué salisteis a ver en el desierto á un Profeta? En verdad
os digo que es más que Profeta, v. 9. El oficio del Profeta es decir lo que
está por venir, y no mostrarlo; Juan, pues, es más que Profeta, porque mostró
con el dedo aquel Señor, cuya venida primero había notificado como Precursor.
Has visto que este gran Varón no es caña movida con el viento, ni es hombre Vestido
de vestiduras blandas y delicadas, y que el nombre de Profeta aun es poco para
sus méritos: justo
No hay comentarios:
Publicar un comentario