"Se humilló a sí mismo hasta la muerte y muerte de cruz"
¿Quién
podrá decir algún atisbo de esos divinos coloquios entre él Padre y el Hijo,
cuyo solo recuerdo nos arroba enteramente, ayudándonos a orar, es decir, a
hablar de corazón a corazón con nuestro Padre del Cielo, tan amante y tan
amado? De esta manera el amor del Padre
nos afinca en una confianza que se hace más solida y firme de día en día, y nos da, al mismo tiempo,
confianza absoluta en el porvenir. Entonces creemos verdaderamente en la
Providencia, porque experimentamos más y más los delicados cuidados con que nos
previene.
Las palabras de Jesús en el
Evangelio, a propósito de la bondad del Padreo nos arrebatan.
≪Maestro bueno≫,
—le dice un joven rico.— ≪Porque me llamas bueno? —le responde Jesús—.
Nadie es bueno, sino solo Dios≫
64. .No es verdad que dos
pájaros se venden por un cuarto y, no obstante, ni uno de ellos caerá en tierra
sin que lo disponga vuestro Padre? Hasta los cabellos de vuestra cabeza están
todos contados. No tenéis, pues, que temer: valéis vosotros más que muchos pájaros”
≪Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni
tienen graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. Pues no valéis
vosotros mucho mas sin comparación que ellas?... Contemplad los lirios del
campo como crecen y florecen: ellos no labran ni tampoco hilan. Sin embargo, yo
os digo, que ni
Salomón
en medio de toda su gloria se vistió con tanto primor como uno de estos lirios.
Pues si a una hierba del campo, —que hoy es y florece, y mañana se echa en el
homo,— Dios así la viste !cuanto mas a vosotros, hombres de poca fe! No os acongojéis,
pues, que bien sabe vuestro Padre las necesidades que tenéis≫ (de alimento, de
bebida, de vestidos...)
El alma que ha llegado a este grado
de abandono, no duda ya de Dios,
y tiene la convicción de que Dios tampoco duda de ella. Este es uno de los elementos
esenciales del caminito de Santa Teresa del Nino Jesús: ≪La
santidad...consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños
en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad, y confiados hasta la
audacia en su bondad de Padre≫ 67. Cuando llegan esos
momentos de angustia, que de vez en cuando nos asaltan, el primer movimiento es
ponerse en la presencia de Dios y repetir pausadamente al Padre Amado: ≪Dios
mío, Vos lo sabéis todo≫ —y en este todo no se exceptúa nada,—
≪Vos lo podéis todo≫—con
una sola palabra vuestra puede cambiar todo,— ≪Vos me amáis≫
!con un amor que esta sobre todo! Con frecuencia, esto solo basta para que
vuelva la paz. Dios nos acaricia y anima, ni más ni menos que una madre a su
hijo, con lo cual renace la confianza, el amor crece gradualmente y sin cesar,
y nos vamos adentrando mas y mas en los secretos de la familiaridad divina, con
relaciones pletóricas del respeto y de la adoración, del amor y de la confianza
que Jesús sentía por su Padre.
III. — ≪EL PADRE ME AMA≫
Desasidos ya de todo apego a las
cosas creadas, no tenemos más que un deseo, que no es otro que el de revelar
estas sublimidades a nuestros hermanos, el de abandonar esta tierra de
destierro, para vivir en el cielo, cara a cara con el Padre y con toda la
Familia divina. Con todo, los que ya han descubierto el secreto del amor al
Padre, permanecen en un abandono completo: ≪No
deseo mas morir que vivir; si el Padre me da a escoger, no escogeré nada, no
quiero más que lo que El quiere. Amo y me complazco en lo que El haga≫68. Esperan únicamente la hora de Dios, y
cuando todo esté consumado, pondrán con toda confianza su espíritu en las manos
del Padre, cuyo amor es lo único que han buscado hasta el fin, hasta el
extremo.
! Que vidas más bellas estas! Esta debía
ser la vida de todos los cristianos.
¿No es esta la que se nos brinda a
nosotros, hijos privilegiados de Dios?
CAPITULO II: EL HIJO
NOS AMA
La vida de amor, a la que el Padre convida a todos y a cada uno de
sus hijos, se presenta como un ideal, digno de ser el objeto de nuestros más
ardientes deseos. Pero no debemos extraviarnos de que no sea la Persona del
Padre la que más nos cautiva. El mismo, en su inmenso amor, nos ha dado a su
Hijo con el fin especialísimo de llevamos a Él. Nadie viene a Jesús si el Padre
no le trae, como tampoco nadie va al Padre sino por Cristo. Así esta ordenado
en el plan divino.
El Padre nos prueba su amor
especialmente, dándonos a su Hijo; luego parece que se esconde, invitándonos a
que nos dirijamos al Verbo encarnado. Este, para conducimos con más seguridad
al Padre, pone todo su empeño en ganarse la confianza de todos los hombres en
general y de cada uno de ellos en particular, descubriéndoles entonces los
secretos de su amor. Va más allá; continúa cada día enseñándonos como nuestra
amistad débese mostrar cada vez mas llena de delicadeza y de generosidad: nada
es difícil para aquel que ha descubierto a Jesús viviente en el Tabernáculo.
I. — EL AMOR DEL VERBO ENCARNADO A TODOS LOS HOMBRES
I. El amor del Verbo encamado a todos
los hombres.
Hemos recordado, en el capitulo
precedente, como la segunda Persona de la Santísima Trinidad, por el amor que
profesa al Padre y también por el que nos tiene a nosotros, acepto el
encamarse, para reparar el pecado de Adán. !Entre los beneficios que el Verbo,
al hacerse hombre, nos reporto, fue el principal el que pudiésemos vislumbrar
con más facilidad el amor que Dios nos tiene. Sin la Encarnación nos hubiera
sido muy difícil sospechar siquiera la grandeza de este misterio, que queda,
por decirlo así, muy lejos y hasta fuera de nuestros alcances. Pero después que
Cristo hubo nacido en Belén, el Amor infinito se nos presenta en un Corazón de
carne, cuyas maravillas podemos contemplar, con respeto sí, pero con entera
libertad.
!Corazón de Jesús, lleno de bondad y de amor! !Corazón
de Jesús, Rey y centro de todos los corazones! !Corazón de Jesús, horno
ardiente de caridad! Así se expresa la Iglesia para decirnos la inmensidad y la
plenitud del amor de Cristo. El Divino Corazón es, en efecto, el Corazón de un
Hombre Dios, que ama infinitamente como Dios y perfectamente como hombre.
El amor de Jesús posee, al mismo
tiempo, todas .las perfecciones divinas y todas las delicadezas humanas.
Abramos el Evangelio y descubriremos como en su trato con los hombres se
muestra infinitamente tierno y divinamente fuerte.
Parece como que, para cumplir su misión,
Cristo se haya esforzado por ganarse la confianza de los hombres. Vemos que
inventa mil delicadezas para atraerse sus corazones. No se presenta delante de
ellos como un amo majestuoso y altanero, sino como un amigo lleno de compasión,
profundamente dulce y humilde; y para revelarles ≪la ternura y la delicadeza de su amor≫, recurre a imágenes
y comparaciones, tan conmovedoras por su inspiración, como sencillas por su léxico,
al alcance de todos.
Jesús es el Buen Pastor; conoce por
su nombre a cada una de sus ovejas: elige para ellas los pastos mas nutritivos;
esta intranquilo por las ausentes, parte inmediatamente en busca de la pobre
descarriada, y, para evitarle la fatiga del camino, carga con ella sobre sus
hombros y la vuelve arrepentida al rebano.
Jesús es el Padre de familia que colma
de caricias a todos sus hijos, a pesar de sus ingratitudes. Vive en la
intimidad con el que permanece en casa, a pesar de que conoce la mezquindad de
su corazón. Se pasa el día suspirando por el prodigo, y cuando le distingue en
lontananza, al regresar avergonzado y contrito, corre a su encuentro, le abraza
y, olvidando sus ofensas, le restablece gozoso en todos sus derechos.
Jesús es la madre llena de ternura
para sus hijos chiquitos. Del mismo modo que la gallina cobija bajo las alas
sus pollitos, así quisiera El guardar en su Corazón todas las almas, para
preservarlas del mal. Sabemos cuán expresiva era para Santa Teresa del Nino Jesús
esta imagen tan sencilla: ≪He llorado —dice a
su hermana—, pensando que Dios ha querido valerse de esta comparación evangélica
para que creamos en su ternura paternal. Es lo que ha hecho conmigo durante
toda mi vida; me ha escondido completamente bajo sus alas≫69.
Jesús es el Esposo que promete a las
almas vigilantes nupcias misteriosas, alegrías eternas.
Todas estas figuras, y otras muchas,
son la expresión de una sublime realidad que Cristo ha procurado poner de
manifiesto también por medio de sus actos. Es verdaderamente conmovedor poder
comprobar hasta qué punto Jesús se ha inclinado sobre todas las miserias,
durante su vida mortal.
Diríase que estas tienen un derecho
especial para arrebatar su amor. No hay pobre, no hay enfermo, no hay niño, que
no haya conmovido su Corazón; y lo que es más admirable todavía, ya puede ser
el pecador mas enfangado en el cenagal mas horrendo, su piedad, y más que su
piedad su ternura, le atraen hacia él.
El publicano vuelve justificado; la
samaritana recibe el ≪Don de Dios≫; la mujer adultera,
salta de gozo, al oír la voz que perdona; el paralitico recobra a un mismo
tiempo la pureza del alma y el vigor del cuerpo; la salvación desciende sobre
la casa de Zaqueo; y, finalmente, la Magdalena, la pecadora, escucha a través
de sus sollozos, estas palabras divinas: ≪Te son
perdonados tus pecados: Vete en paz≫ 70.
Es necesario entrar dentro de
nosotros mismos, ante tales muestras de delicadeza, que despiertan las fibras más
sensibles de nuestros corazones.
Pero, para comprender bien el amor de
Jesús, no se puede separar de su ternura la
generosidad que
es su compañera inseparable y sobrepuja a todo lo imaginable. ≪Cristo nos amo y se entrego por nosotros y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz≫ —factus obediens usque ad mortem, mortem autem
crucis 77—.
Amo a los hombres hasta el punto de sufrir y derramar toda su sangre por su salvación.
Si queremos penetrar en lo intimo de
los sufrimientos de Jesús, no hemos, de perder de vista que el amor es el
principio y fundamento de todos ellos. En efecto, ≪Dios es caridad≫; por consiguiente, todo lo que hace,
por amor lo hace: esta es su ley que se ha impuesto a Si mismo Jesús —el Dios encamado,
ha sufrido, pues, por amor."El amor es el que ha dado a sus sufrimientos
su extensión, su duración, su profundidad insondable y su universalidad. Cuando
se dirigía a su Pasión, Jesús revelo a sus Apóstoles el sentimiento mas intimo
de su Corazón, el que resume toda su vida: ≪Quia
diligo... sic facio≫.
Ciertamente que un solo suspiro, una
sola lagrima del Verbo encamado, eran suficientes, en estricta justicia, para
rescatar al mundo, porque este suspiro, esta lagrima, procedían de un
Hombre-Dios, y tenían, por lo mismo, un valor infinito. Pero el que ama no
tiene por ley la estricta justicia, deja hablar al amor. Esta es la razón porque
Jesús quiso pagar de una manera sobreabundante; hasta tal punto, que puede
decirse de El, que toda su vida fue un prolongado sufrimiento redentor: ≪Tota vita Christi fuit crux et martyrium≫73. Podemos imaginamos siquiera lo que sería
el sufrimiento de uno que viese, de una vez, la masa horrible de los pecados
del mundo, y cada uno de ellos al detalle al mismo tiempo que contemplaba, por
otra parte, la Santidad perfecta de un Dios absolutamente incompatible con el
pecado? Pues Cristo tenía continuamente delante esta doble visión, lo que le
ocasionaba un sufrimiento moral que debía llegar al paroxismo en ≪su
hora≫, en el huerto de la agonía y en lo más
alto de la cruz.
Pero sería desconocer el amor de Jesús
y no comprender bien sus sufrimientos, el limitarlos a su Pasión.
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