9. El
Protoevangelio.
Por lo
cual, al glosar las palabras con las que Dios, vaticinando en los principios
del mundo los remedios de su piedad dispuestos para la reparación de los
mortales, aplastó la osadía de la engañosa serpiente levantó maravillosamente
la esperanza de nuestro linaje, diciendo: Pondré enemistad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y la suya; enseñaron que, con este divino oráculo, fue de
antemano designado clara y patentemente el misericordioso Redentor del humano
linaje, es decir, el unigénito Hijo de Dios Cristo Jesús, y designada la
santísima Madre, la Virgen María, y al mismo tiempo brillantemente puestas de
relieve las mismísimas enemistades de entrambos contra el diablo. Por lo cual,
así como Cristo, mediador de Dios y de los hombres, asumida la naturaleza
humana, borrando la escritura del decreto que nos era contrario, lo clavó
triunfante en la cruz, así la santísima Virgen, unida a Él con apretadísimo e
indisoluble vínculo hostigando con Él y por Él eternamente a la venenosa
serpiente, y de la misma triunfando en toda la línea, trituró su cabeza con el
pie inmaculado.
10.
Figuras bíblicas de María.
Este
eximio y sin par triunfo de la Virgen, y excelentísima inocencia, pureza,
santidad y su integridad de toda mancha de pecado e inefable abundancia y
grandeza de todas las gracias, virtudes y privilegios, viéronla los mismos
Padres ya en el arca de Noé que, providencialmente construida, salió totalmente
salva e incólume del común naufragio de todo el mundo; ya en aquella escala que
vio Jacob que llegaba de la tierra al cielo y por cuyas gradas subían y bajaban
los ángeles de Dios y en cuya cima se apoyaba el mismo Señor; ya en la zarza
aquélla que contempló Moisés arder de todas partes y entré el chisporroteo de
las llamas no se consumía o se gastaba lo más mínimo, sino que hermosamente
reverdecía y florecía; ora en aquella torre inexpugnable al enemigo, de la cual
cuelgan mil escudos y toda suerte de armas de los fuertes; ora en aquel huerto
cerrado que no logran violar ni abrir fraudes y trampas algunas; ora en aquella
resplandeciente ciudad de Dios, cuyos fundamentos se asientan en los montes
santos a veces en aquel augustísimo templo de Dios que, aureolado de
resplandores divinos, está lleno, de la gloria de Dios; a veces en otras
verdaderamente innumerables figuras de la misma clase, con las que los Padres
enseñaron que había sido vaticinada claramente la excelsa dignidad de la Madre
de Dios, y su incontaminada inocencia, y su santidad, jamás sujeta a mancha
alguna.
11.
Los profetas.
Para
describir este mismo como compendio de divinos dones y la integridad original
de la Virgen, de la que nació Jesús, los mismos [Padres], sirviéndose de las
palabras de los profetas, no festejaron a la misma augusta Virgen de otra
manera que como a paloma pura, y a Jerusalén santa, y a trono excelso de Dios,
y a arca de santificación, y a casa que se construyó la eterna Sabiduría, y a
la Reina aquella que, rebosando felicidad y apoyada en su Amado, salió de la
boca del Altísimo absolutamente perfecta, hermosa y queridísima de Dios y
siempre libre de toda mancha.
12. El
Ave María y el Magnificat.
Mas
atentamente considerando los mismos Padres y escritores de la Iglesia que la
santísima Virgen había sido llamada llena de gracia, por mandato y en nombre del
mismo Dios, por el Gabriel cuando éste le anunció la altísima dignidad de Madre
de Dios, enseñaron que, con ese singular y solemne saludo, jamás oído, se
manifestaba que la Madre de Dios era sede de todas las gracias divinas y que
estaba adornada de todos los carismas del divino Espíritu; más aún, que era
como tesoro casi infinito de los mismos, y abismo inagotable, de suerte que,
jamás sujeta a la maldición y partícipe, juntamente con su Hijo, de la perpetua
bendición, mereció oír de Isabel, inspirada por el divino Espíritu: Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
De ahí
se deriva su sentir no menos claro. que unánime, según el cual la gloriosísima
Virgen, en quien hizo cosas grandes el Poderoso, brilló con tal abundancia de
todos los dones celestiales, con tal plenitud de gracia y con tal inocencia,
que resultó como un inefable milagro de Dios, más aún, como el milagro cumbre
de todos los milagros y digna Madre de Dios, y allegándose a Dios mismo, según
se lo permitía la condición de criatura, lo más cerca posible, fue superior a
toda alabanza humana y angélica.
13.
Paralelo entre María y Eva
Y, de
consiguiente, para defender la original inocencia y santidad de la Madre de
Dios, no sólo la compararon muy frecuentemente con Eva todavía virgen, todavía
inocente, todavía incorrupta y todavía no engaña a por as mortíferas asechanzas
de la insidiosísima serpiente, sino también la antepusieron a ella con
maravillosa variedad de palabras y pensamientos. Pues Eva, miserablemente complaciente
con la serpiente, cayó de la original inocencia y se convirtió en su esclava;
mas la santísima Virgen aumentando de continuo el don original, sin prestar
jamás atención a la serpiente, arruinó hasta los cimientos su poderosa fuerza
con la virtud recibida de lo alto.
14.
Expresiones de alabanza
Por lo
cual jamás dejaron de llamar a la Madre de Dios o lirio entre espinas, o tierra
absolutamente intacta, virginal, sin mancha , inmaculada, siempre bendita, y
libre de toda mancha de pecado, de la cual se formó el nuevo Adán; o paraíso
intachable, vistosísimo, amenísimo de inocencia, de inmortalidad y de delicias,
por Dios mismo plantado y defendido de toda intriga de la venenosa serpiente; o
árbol inmarchitable, que jamás carcomió el gusano del pecado; o fuente siempre
limpia y sellada por la virtud del Espíritu Santo; o divinísimo templo o tesoro
de inmortalidad, o la única y sola hija no de la muerte, sino de la vida,
germen no de la ira, sino de la gracia, que, por singular providencia de Dios,
floreció siempre vigoroso de una raíz corrompida y dañada, fuera de las leyes
comúnmente establecidas. Mas, como si éstas cosas, aunque muy gloriosas, no
fuesen suficientes, declararon, con propias y precisas expresiones, que, al
tratar de pecados, no se había de hacer la más mínima mención de la santa
Virgen María, a la cual se concedió más gracia para triunfar totalmente del
pecado; profesaron además que la gloriosísima Virgen fue reparadora de los
padres, vivificadora de los descendientes, elegida desde la eternidad,
preparada para sí por el Altísimo, vaticinada por Dios cuando dijo a la
serpiente: Pondré enemistades entre ti y la mujer, que ciertamente trituró la
venenosa cabeza de la misma serpiente, y por eso afirmaron que la misma
santísima Virgen fue por gracia limpia de toda mancha de pecado y libre de toda
mácula de cuerpo, alma y entendimiento, y que siempre estuvo con Dios, y unida
con Él con eterna alianza, y que nunca estuvo en las tinieblas, sino en la luz,
y, de consiguiente, que fue aptísima morada para Cristo, no por disposición
corporal, sino por la gracia original.
A
éstos hay que añadir los gloriosísimos dichos con los que, hablando de la
concepción de la Virgen, atestiguaron que la naturaleza cedió su puesto a la
gracia, paróse trémula y no osó avanzar; pues la Virgen Madre de Dios no había
de ser concebida de Ana antes que la gracia diese su fruto: porque convenía, a
la verdad, que fuese concebida la primogénita de la que había de ser concebido
el primogénito de toda criatura.
15.
¡¡Inmaculada!!
Atestiguaron
que la carne de la Virgen tomada de Adán no recibió las manchas de Adán, y, de
consiguiente, que la Virgen Santísima es el tabernáculo creado por el mismo
Dios, formado por el Espíritu Santo, y que es verdaderamente de púrpura, que el
nuevo Beseleel elaboró con variadas labores de oro, y que Ella es, y con razón
se la celebra, como la primera y exclusiva obra de Dios, y como la que salió
ilesa de los igníferos dardos del maligno, y como la que hermosa por naturaleza
y totalmente inocente, apareció al mundo como aurora brillantísima en su
Concepción Inmaculada. Pues no caía bien que aquel objeto de elección fuese
atacado, de la universal miseria, pues, diferenciándose inmensamente de los
demás, participó de la naturaleza, no de la culpa; más aún, muy mucho convenía
que como el unigénito tuvo Padre en el cielo, a quien los serafines ensalzan
por Santísimo, tuviese también en la tierra Madre que no hubiera jamás sufrido
mengua en el brillo de su santidad.
Y por
cierto, esta doctrina había penetrado en las mentes y corazones de los
antepasados de tal manera, que prevaleció entre ellos la singular y
maravillosísima manera de hablar con la que frecuentísimamente se dirigieron a
la Madre de Dios llamándola inmaculada, y bajo todos los conceptos inmaculada,
inocente e inocentísima, sin mancha y bajo todos los aspectos, inmaculada,
santa y muy ajena a toda mancha, toda pura, toda sin mancha, y como el ideal de
pureza e inocencia, más hermosa que la hermosura, mas ataviada que el mismo
ornato, mas santa que la santidad, y sola santa, y purísima en el alma y en el
cuerpo, que superó toda integridad y virginidad, y sola convertida totalmente
en domicilio de todas las gracias del Espíritu Santo, y que, la excepción de
sólo Dios, resultó superior a todos, y por naturaleza más hermosa y vistosa y
santa que los mismos querubines y serafines y que toda la muchedumbre de los
ángeles, y cuya perfección no pueden, en modo alguno, glorificar dignamente ni
las lenguas de los ángeles ni las de los hombres. Y nadie desconoce que este
modo de hablar fue trasplantado como espontáneamente, a la santísima liturgia y
a los oficios eclesiásticos, y que nos encontramos a cada paso con él y que lo
llena todo, pues en ellos se invoca y proclama a la Madre de Dios como única
paloma de intachable hermosura, como rosa siempre fresca, y en todos los
aspectos purísima, y siempre inmaculada y siempre santa, y es celebrada como la
inocencia, que nunca sufrió menoscabo, y, como segunda Eva, que dio a luz al
Emmanuel.
16.
Universal consentimiento y peticiones de la definición dogmática.
No es,
pues, de maravillar que los pastores de la misma Iglesia y los pueblos fieles
se hayan gloriado de profesar con tanta piedad, religión y amor la doctrina de
la Concepción Inmaculada de la Virgen Madre de Dios, según el juicio de los
Padres, contenida en las divinas Escrituras, confiada a la posteridad con
testimonios gravísimos de los mismos, puesta de relieve y cantada por tan
gloriosos monumentos de la veneranda antigüedad, y expuesta y defendida por el
sentir soberano y respetabilísima autoridad de la Iglesia, de tal modo que a
los mismos no les era cosa más dulce, nada más querido, que agasajar, venerar,
invocar y hablar en todas partes con encendidísimo afecto a la Virgen Madre de
Dios, concebida sin mancha original. Por lo cual, ya desde los remotos tiempos,
los prelados, los eclesiásticos, las Ordenes religiosas, y aun los mismos
emperadores y reyes, suplicaron ahincadamente a esta Sede Apostólica que fuese
definida como dogma de fe católica la Inmaculada Concepción de la santísima
Madre de Dios. Y estas peticiones se repitieron también en estos nuestros
tiempos, y fueron muy principalmente presentadas a Gregorio XVI, nuestro
predecesor, de grato recuerdo, y a Nos mismo, ya por los obispos, ya por el
clero secular, ya por las familias religiosas, y por los príncipes soberanos y
por los fieles pueblos. Nos, pues, teniendo perfecto conocimiento de todas
estas cosas, con singular gozo de nuestra alma y pesándolas seriamente, tan
pronto como, por un misterioso plan de la divina Providencia, fuimos elevados,
aunque sin merecerlo, a esta sublime Cátedra de Pedro para hacernos cargo del
gobierno de la universal Iglesia, no tuvimos, ciertamente, tanto en el,
corazón, conforme a nuestra grandísima veneración, piedad y amor para con la
santísima Madre de Dios, la Virgen María, ya desde la tierna infancia sentidos,
como llevar al cabo todas aquellas cosas que todavía deseaba la Iglesia,
conviene a saber: dar mayor incremento al honor de la santísima Virgen y poner
en mejor luz sus prerrogativas.
17.
Labor preparatoria.
Mas
queriendo extremar la prudencia, formamos una congregación, de NN. VV. HH. de
los cardenales de la S.R.I., distinguidos por su piedad, don de consejo y
ciencia de las cosas divinas, y escogimos a teólogos eximios, tanto el clero
secular como regular, para que considerasen escrupulosamente todo lo referente
a la Inmaculada Concepción de la Virgen y nos expusiesen su propio parecer. Mas
aunque, a juzgar por las peticiones recibidas, nos era plenamente conocido el
sentir decisivo de muchísimos prelados acerca de la definición de la Concepción
Inmaculada de la Virgen, sin embargo, escribimos el 2 de febrero de 1849 en
Cayeta una carta encíclica, a todos los venerables hermanos del orbe católico,
los obispos, con el fin de que, después de orar a Dios, nos manifestasen
también a Nos por escrito cuál era la piedad y devoción de sus fieles para con
la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, y qué sentían mayormente los
obispos mismos acerca de la definición o qué deseaban para poder dar nuestro
soberano fallo de la manera más solemne posible.
No fue
para Nos consuelo exiguo la llegada de las respuestas de los venerables
hermanos. Pues los mismos, respondiéndonos con una increíble complacencia, alegría
y fervor, no sólo reafirmaron la piedad y sentir propio y de su clero y pueblo
respecto de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen, sino también todos
a una ardientemente nos pidieron que definiésemos la Inmaculada Concepción de
la Virgen con nuestro supremo y autoritativo fallo. Y, entre tanto, no nos
sentimos ciertamente inundados de menor gozo cuando nuestros venerables
hermanos los cardenales de la S.R.I., que formaban la mencionada congregación
especial, y los teólogos dichos elegidos por Nos, después de un diligente
examen de la cuestión, nos pidieron con igual entusiasta fervor la definición
de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios.
Después
de estas cosas, siguiendo las gloriosas huellas de nuestros predecesores, y
deseando proceder con omnímoda rectitud, convocamos y celebramos consistorio,
en el cual dirigimos la palabra a nuestros venerables hermanos los cardenales
de la santa romana Iglesia, y con sumo consuelo de nuestra alma les oímos
pedirnos que tuviésemos a bien definir el dogma de la Inmaculada Concepción de
la Virgen Madre de Dios.
Así,
pues, extraordinariamente confiados en el Señor de que ha llegado el tiempo
oportuno de definir la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios la Virgen
María, que maravillosamente esclarecen y declaran las divinas Escrituras, la
venerable tradición, el perpetuó sentir de la Iglesia, el ansia unánime y
singular de los católicos prelados y fieles, los famosos hechos y
constituciones de nuestros predecesores; consideradas todas las cosas con suma
diligencia, y dirigidas a Dios constantes y fervorosas oraciones, hemos juzgado
que Nos, no debíamos, ya titubear en sancionar o definir con nuestro fallo
soberano la Inmaculada Concepción de la Virgen, y de este modo complacer a los
piadosísimos deseos del orbe católico, y a nuestra piedad con la misma
santísima Virgen, y juntamente glorificar y más y más en ella a su unigénito
Hijo nuestro Señor Jesucristo, pues redunda en el Hijo el honor y alabanza
dirigidos a la Madre.
18.
Definición.
Por lo
cual, después de ofrecer sin interrupción a Dios Padre, por medio de su Hijo,
con humildad y penitencia, nuestras privadas oraciones y las públicas de la
Iglesia, para que se dignase dirigir y afianzar nuestra mente con la virtud del
Espíritu Santo, implorando el auxilio de toda corte celestial, e invocando con
gemidos el Espíritu paráclito, e inspirándonoslo él mismo, para honra de la
santa e individua Trinidad, para gloria y prez de la Virgen Madre de Dios, para
exaltación de la fe católica y aumento de la cristiana religión, con la
autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los santos apóstoles Pedro y
Pablo, y con la nuestra: declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada
por Dios, y de consiguiente, qué debe ser creída firme y constantemente por
todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue
preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su
concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a
los méritos de Jesucristo, salvador del género humano. Por lo cual, si algunos
presumieren sentir en su corazón contra los que Nos hemos definido, que Dios no
lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia
sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de
la Iglesia, y que además, si osaren manifestar de palabra o por escrito o de
otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo
quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho.
19.
Sentimientos de esperanza y exhortación final.
Nuestra
boca está llena de gozo y nuestra lengua de júbilo, y damos humildísimas y
grandísimas gracias a nuestro Señor Jesucristo, y siempre se las daremos, por
habernos concedido aun sin merecerlo, el singular beneficio de ofrendar y
decretar este honor, esta gloria y alabanza a su santísima Madre. Mas sentimos
firmísima esperanza y confianza absoluta de que la misma santísima Virgen, que
toda hermosa e inmaculada trituró la venenosa cabeza de la cruelísima
serpiente, y trajo la salud al mundo, y que gloria de los profetas y apóstoles,
y honra de los mártires, y alegría y corona de todos los santos, y que refugio
segurísimo de todos los que peligran, y fidelísima auxiliadora y poderosísima
mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su unigénito Hijo, y
gloriosísima gloria y ornato de la Iglesia santo, y firmísimo baluarte destruyó
siempre todas las herejías, y libró siempre de las mayores calamidades de todas
clases a los pueblos fieles y naciones, y a Nos mismo nos sacó de tantos
amenazadores peligros; hará con su valiosísimo patrocinio que la santa Madre
católica Iglesia, removidas todas las dificultades, y vencidos todos los
errores, en todos los pueblos, en todas partes, tenga vida cada vez más
floreciente y vigorosa y reine de mar a mar y del río hasta los términos de la
tierra, y disfrute de toda paz, tranquilidad y libertad, para que consigan los
reos el perdón, los enfermos el remedio, los pusilánimes la fuerza, los
afligidos el consuelo, los que peligran la ayuda oportuna, y despejada la
oscuridad de la mente, vuelvan al camino de la verdad y de la justicia los
desviados y se forme un solo redil y un solo pastor.
Escuchen
estas nuestras palabras todos nuestros queridísimos hijos de la católica
Iglesia, y continúen, con fervor cada vez más encendido de piedad, religión y
amor, venerando, invocando, orando a la santísima Madre de Dios, la Virgen
María, concebida sin mancha de pecado original, y acudan con toda confianza a
esta dulcísima Madre de misericordia y gracia en todos los peligros, angustias,
necesidades, y en todas las situaciones oscuras y tremendas de la vida. Pues
nada se ha de temer, de nada hay que desesperar, si ella nos guía, patrocina,
favorece, protege, pues tiene para con nosotros un corazón maternal, y ocupada
en los negocios de nuestra salvación, se preocupa de todo el linaje humano,
constituida por el Señor Reina del cielo y de la tierra y colocada por encima
de todos los coros de los ángeles y coros de los santos, situada a la derecha
de su unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, alcanza con sus valiosísimos
ruegos maternales y encuentra lo que busca, y no puede, quedar decepcionada.
Finalmente,
para que llegué al conocimiento de la universal Iglesia esta nuestra definición
de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María, queremos que, como
perpetuo recuerdo, queden estas nuestras letra apostólicas; y mandamos que a
sus copias o ejemplares aún impresos, firmados por algún notario público y
resguardados por el sello de alguna persona eclesiástica constituida en
dignidad, den todos, exactamente el mismo crédito que darían a éstas, si les
fuesen presentadas y mostradas.
A
nadie, pues, le sea permitido quebrantar esta, página de nuestra declaración,
manifestación, y definición, y oponerse a ella y hacer la guerra con osadía
temeraria. Mas si alguien presumiese intentar hacerlo, sepa que incurrirá en la
indignación de Dios y de los santos apóstoles Pedro y Pablo.
Dado
el 8 de diciembre de 1854. Pío IX.
No hay comentarios:
Publicar un comentario