Según el mismo Evangelio y las Epístolas de San
Pablo, la perfección cristiana consiste en la caridad que nos une a Dios.
San
Juan nos enseña que "el que está en caridad, está en Dios y Dios en
él" (I Jn.4,16), y San Pablo habla de esta virtud como "el vínculo de
la perfección" (Col. 3,14).
Y en
general en todos los hombre esta perfección se logra después de un arduo trabajo,
la caridad de principiante va dando lugar a la de adelantado hasta llegar, en
la edad adulta espiritual en que se es perfecto...
Esta
perfección de la caridad nos fue descrita por el mismo Cristo en su primer
sermón, el Sermón de la Montaña, en el cual, al hablarnos de las bienaventuranzas,
nos expresa de manera admirable toda la elevación de la perfección cristiana.
En ellas está en resumen todo el Evangelio y toda la perfección de la vida
cristiana, la perfección de la Nueva Ley.
San
Agustín dirá de este Sermón, que contiene la enseñanza moral perfecta de
Jesucristo, y Sto. Tomás que es la carta magna de la vida cristiana, y sin
embargo, ni los autores de espiritualidad, ni los doctores en teología y moral
han sido muy explícitos al comentarlas... Más bien se trata de exponer la ley
de Moisés, los diez mandamientos... Y por supuesto que unas y otros no son
separables, y mucho menos opuestos. Pero la ley nueva evangélica, contenida en
ese sermón es, como dice Santo Tomás una ley nueva, que se caracteriza por la
Gracia, por el Espíritu Santo, que obtenemos por medio de Cristo "de cuya
plenitud todos hemos recibido"... Fe, gracia, Espíritu Santo, son las
notas diferenciadoras de la Nueva Ley... que Dios hecho hombre trajo a la
tierra para realizar el Reino de Dios...
Cuando
Jesús nos enseña estas Bienaventuranzas, inimaginadas por el mundo antiguo y
aún por el mismo pueblo hebreo - "Nunca nadie ha hablado como este
hombre" decían los enviados de los fariseos al escucharlo (Jn. 7, 46) -,
nos muestra el fin de nuestra vida, la felicidad, y los medios para
conseguirla.
El fin,
único y trascendente, nos es enseñado en cada una de las bienaventuranzas con
distintos nombres. Así se habla del reino de los cielos, la tierra de
promisión, la consolación perfecta, la satisfacción de todos nuestros santos y
legítimos deseos, la suprema misericordia, la visión de Dios.
Los
medios para obtener dicho fin son el polo opuesto de lo que nos enseñan las
máximas del mundo, que busca un fin totalmente distinto. ¿Porqué Cristo
comienza su vida pública prometiendo la felicidad y los medios para
conseguirla? Porque en todos los hombres hay esa tendencia irresistible a ser
felices. Es una inclinación que está en nuestra propia naturaleza, es lo que
nos proponemos en todos nuestros actos, explícita o implícitamente.
"¿Quién hay, decía San Agustín, que no corra
con entusiasmo al oír decir «Serás feliz»?".
Lamentablemente el hombre, después del pecado, busca esa felicidad donde no la encontrará,
donde, por el contrario, hallará sólo miseria.
La Buena Nueva de Cristo es el anuncio del verdadero
camino para alcanzar la felicidad; el Evangelio es el libro de las
Bienaventuranzas, manantial de profunda e inagotable alegría del alma que
marcha por este camino que traza el Redentor.
Por cierto que el oír hablar de las Bienaventuranzas
nos conmocionan, nos llena de consuelo, pero debemos tener cuidado en dejarnos
llevar por ciertas imágenes empalagosas que pudieran haberse grabado en nuestra
niñez, viendo a Jesucristo con un traje color de rosa, y a los apóstoles con
una cara de ingenuos sentado en un parque con el pasto cortadito y de fondo,
como telón las montañas y los pajaritos..., el lago de Genesaret, etc. etc...
Debemos verlas con una atención nueva, sin duda
permaneciendo siempre fiel a la ortodoxia, y quedaremos sorprendidos,
asombrados de ver las realidades que ellas ponen de manifiesto...
Cristo es un excelente pedagogo, conoce nuestras
flaquezas, sabe cómo enseñar. El hombre caído necesita ascender, subir por un
camino áspero hasta la cima de la felicidad eterna.
El le
dice al hombre de buena voluntad: "Si hicieres esto, serás feliz, no huyas
del combate, si deseas la victoria, y dispón alegremente tu espíritu para el
trabajo, pensando en el valor de la recompensa. Lo que quieres, lo que deseas y
lo que buscas, vendrá después. Lo que al presente se te manda hacer, debes
hacerlo ahora para que consigas lo que ha de venir".
Pone
pues por delante la promesa de felicidad, la fe...: Y esto tiene importancia en
la vida práctica como es fácil comprender: la salvación, la liberación, la
justicia, la felicidad nos vendrán por nuestra fe en las promesas divinas,
nuestra esperanza en la misericordia, más que en el mérito que podríamos
obtener por sólo nuestras fuerzas..., pero nos exige las buenas obras...
El
conjunto de las bienaventuranzas se orden a alcanzar la felicidad, el Reino de
los cielos, y cada una nos muestra como una faceta suya, un aspecto: el Reino
de los cielos será un Reino de consuelo, de justicia, de misericordia, de paz;
consistirá en la visión de Dios.
Por eso
las Bienaventuranzas tienen un orden propio y
han sido expuesta por el Maestro según nuestras propias flaquezas
siguiendo una vía ascendente que explican admirablemente San Agustín y Santo
Tomás.
El
Padre nuestro sigue un orden inverso: va desde la consideración de la gloria de
Dios a la de nuestras necesidades personales, incluso el pan de cada día. Tiene
un orden descendente.
Las
Bienaventuranzas son el camino de la vida
de perfeccionamiento espiritual de las almas...
Santo
Tomás de Villanueva afirma que "son tan altas, que quien a ellas hubiera
subido ha llegado a la cumbre de la perfección que en vida se puede
tener". Y agrega: "dichosos aquellos que estos escalones hubieren
subido, porque habrán llegado a la puerta del cielo y en esta vida tienen la
vida más descansada que en este mundo se puede tener".
Y Santo
Tomás de Aquino nos da las razones teológicas de estos dos efectos de la
Bienaventuranza:
Enseña
que la bienaventuranza contiene dos cosas:
1) una a manera de mérito de la obra que pertenece a
esta vida a modo de preparación o disposición para la futura bienaventuranza, y
se contiene en la primera parte de cada una de ellas;
2) la otra es a modo de premio, la misma
bienaventuranza prometida (segunda parte) pertenece ya a esta vida por
"una cierta incoación imperfecta de la bienaventuranza futura en los
varones santos". La perfección de la bienaventuranza pertenece a la vida
futura (el premio definitivo)..
Y pone
el siguiente ejemplo: una es la esperanza de ver que un árbol fructifique
cuando solamente comienza a reverdecer, y otra cuando aparecen ya los primeros
frutos. Se goza por anticipado de ellos.
Además,
tengamos presente otra cosa: la palabra Reino no despierta hoy en nosotros
mucho eco, y a veces al contrario, porque son pocos los reinos que hoy perduran
y sus reyes están venidos a menos, han perdido mucho su antiguo poder, su
significación.
Pero en
la antigüedad un rey era el padre del pueblo, el hogar de todos los
sentimientos patrióticos; y en la época de Cristo este sentimiento tenía, en el
pueblo judío toda su fuerza, y había sido querido por el mismo Dios (recordemos
lo que había sido el Rey David, y el concepto y veneración que aún se le
guardaba en la época de Cristo; y lo acusarán de haber querido hacerse Rey...).
El pueblo conservaba la esperanza de una realización carnal de las promesas y
Cristo debía revertir esa confusión, transformarla y elevarla a un plano
superior del cual todo el Antiguo Testamento no había sido sino figura... Y
esto no lo lograría sino con el duro golpe de la lanza, desde su corazón
traspasado de donde nacerá el nuevo Reino de Dios, la Iglesia...
Y el
anuncio de este Reino sacude las fibras de todos los hombres, porque responde
también a sentimientos, afectos que están en nuestra misma naturaleza...
Y allí
están las bienaventuranzas ¡qué sacudida! ¡qué paradojas!
Si
hiciéramos una encuesta hoy acerca de qué es la felicidad ¿cuántos responderían
que es la pobreza, en llorar, en padecer hambre y sed de justicia? Si respondieran
así diríamos que están locos o son unos depravados... nosotros mismos pensamos
que la riqueza, la buena fama, la saciedad, es parte de la felicidad...
Las
bienaventuranzas son el contrapunto, detalle por detalle de la moral corriente.
Y sin embargo, ellas tiene razón, a pesar de su forma paradójica... ¿Acaso no
nos obligan a mirar de frente ciertas experiencias corrientes, de las cuales
huimos y sin embargo son inherentes a nuestra condición humana? ¿Acaso no son
mucho más realistas que nosotros con nuestros ideales?
Ellas
son la realidad y la verdad y enseñan al hombre la fe y la valentía; hacen
nacer en nuestro corazón la asombrosa esperanza de una fuerza nueva, capaz de
sostenernos en las pruebas más terribles, y nos hace sacar de ellas gozo,
verdadera alegría a causa de Cristo en quien creemos.
Si las
enfrentamos así, con este espíritu, ellas obrarán en nuestra vida como el arado
en el campo, que tirado con fuerza, hunde en la tierra su reja, y abre una
profunda herida, un gran surco. En ese mismo movimiento da vuelta la tierra,
entierra la mala semilla y deja preparada la tierra para la nueva semilla, que
caerá en esta tierra renovada, para abrigarse, germinar y dar como fruto el
ciento por uno...
Así
obran, debieran obrar las bienaventuranzas en nuestra vida interior... Nos
hiere con la cuchilla, la reja de las pruebas, con las peleas que pone frente
al hombre viejo. Da un vuelco a nuestras ideas y proyectos, contraría nuestro
deseo, nos pone patas arriba, pobres y desnudos frente a Dios. Y todo para
hacer sitio en nosotros a la nueva vida, el grano de mostaza evangélico, la
gracia que debemos guardar con paciencia y fe hasta que de su fruto...
¿Cómo
entonces practicarlas? ¿Qué debemos hacer para vivir esas bienaventuranzas?
Afirma
Santo Tomás que nos acercamos a ellas por el ejercicio de las virtudes y de los
dones del Espíritu Santo. Son como la obra eminente de ambos.
Son actos
perfectos de la virtud empujada por los dones del Espíritu Santo.
Así la virtud, cada una de las siete que
conocemos, y los dones, cada uno de los
siete, van obrando en el hombre dócil un trabajo de crecimiento espiritual. ¿De qué manera? Comenzarán por descartar
las falsas felicidades de la vida voluptuosa. Dicho en otras palabras, las tres
primeras bienaventuranzas corresponden a la vida purgativa, propia de los que
comienzan...
Mientras
el mundo busca su felicidad en la abundancia de bienes exteriores, en las
riquezas, en los honores, en los placeres, las virtudes contrarias y los dones
correspondientes, nos llevan a las tres primeras bienaventuranzas.
En el
lenguaje de la Biblia se designan las cosas de modo directo y vivo,
experimental si pudiéramos hablar así. Nosotros distinguimos una pobreza en el
plano material, moral, espiritual, religioso; pero para la Biblia todas estas
ideas van entrelazadas. El rico no sólo es quien tiene bienes de fortuna, pero
de ellos saca soberbia y se cree superior; tiene poder y lo utiliza en
beneficio propio... Por el contrario, sufre la injusticia, el desprecio, no
tiene quien lo defienda y comprende la necesidad de la ayuda divina..., es
humilde y confiado, dispuesto a observar la ley de Dios.
Pero
esto es insuficiente para intentar penetrar la paradoja de la primera
bienaventuranza.
De lo
primero que debe el hombre despojarse es de los bienes materiales. Y este
desprendimiento puede tener diversos grados.
Una
pobreza efectiva, hasta la falta del mismo sustento, no por vanagloria o para
dedicarse a la filosofía como ocurría con algunos paganos, sino aquella pobreza
sobrellevada sin murmuración ni tristeza ni impaciencias: son los mendigos
humildes; o una pobreza de corazón,
porque teniendo bienes, no están apegados a ellos: son los que viven sin
orgullo ni estridencias por los bienes que poseen, humildemente: es el caso de
Abrahán; por último, los hay que han asumido voluntariamente la pobreza y viven
según el espíritu de esa vocación: son
los que han abrazado la vida religiosa...
A todos
estos Cristo, les dice:
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