Vida
sacerdotal. Virtudes sacerdotales
Ningún Obispo tuvo tanto esmero
como Monseñor Lefebvre en reunir a sus sacerdotes para escuchados, santificados
y dirigir su apostolado. Es sorprendente la multiplicación de reuniones sacerdotales
de toda clase que hubo bajo su episcopado: reuniones anuales de Superiores
(Párrocos y Superiores de puesto misional), reuniones parroquiales mensuales
del clero, reuniones mensuales para obras (en cada puesto misional), retiros
trimestrales (en cuatro centros los sacerdotes tenían que llegar la víspera por
la tarde); también reuniones semestrales de distrito, reuniones de la dirección
de las obras (en las ciudades) y reuniones de directores y profesores de
escuela; además, las reuniones anuales de los encargados de las obras y las
conferencias decanales (o collationes exigidas por los cánones 131 y 448) a
partir de 1956, sin contar las reuniones de los espirítanos o «capítulos» que
trataban de la vida religiosa y común'", El propio Monseñor Lefebvre
predicó muchos retiros, ya a las carmelitas, ya a los seminaristas menores
(Ngazobil, septiembre de 1960), ya a todo el clero, como el retiro de invierno
de 1959 sobre «la adoración y el conocimiento de Dios», que predicó también en
septiembre de 1959 en la provincia de Portugal; o un retiro sobre «la vida
íntima y las virtudes sociales de la Santísima Virgen». En todos ellos la vida
espiritual aparecía siempre enraizada en la fe y en la sana teología". “Pedía
a sus sacerdotes que «dieran a toda su vida sacerdotal, religiosa y misionera
una orientación realmente conforme al espíritu de la Iglesia tal como aparece
en sus leyes: el derecho canónico, los libros litúrgicos y el ritual» (AM 153).
Su carta de 1958 a los
misioneros" sobre el espíritu sacerdotal dejaba transparentar un soplo de
inspiración sobrenatural:
Ustedes son sacerdotes, ante
todo, de un sacerdocio de oración, alabanza y adoración. En segundo lugar, son
sacerdotes de un sacerdocio santificador de sus almas y de las del prójimo, y
particularmente de aquellos a quienes han sido enviados. Por consiguiente, son
sacerdotes de un sacerdocio de inmolación y de sacrificio de sí mismos (ES).
Les repetía con insistencia que
su celo apostólico debía proceder de su vida de oración:
Mantengan esa sed, esas ansias
de vivir con Dios, de mantenerse interiormente unidos a Nuestro Señor, [...]
pero no olviden que esta unión no puede realizarse ni ser verdadera sin sus
ejercicios de piedad: oración, breviario y, sobre todo, la Santa Misa. [ ... ]
¡Qué ilusión creemos capaces de difundir la vida de Dios a nuestro alrededor,
si nosotros mismos descuidamos beber de las fuentes mismas de esta vida! (RS
87).
Podía proponer su propio
ejemplo, como cuando les decía: Piensen cómo edifica a los fieles un sacerdote
que reza y se une a Dios. Hoy más que nunca las personas que nos ven y se
acercan a nosotros han de estar totalmente convencidas de que están tratando
con un hombre de Dios (RS 87).
Esta vida de unión con Dios
debía ser facilitada por una vida de comunidad regular, cuyo reglamento (CS
138) no omitiera la oración (AU 93) e impidiera el capricho, la relajación, la
tibieza y la falta de respeto (ES 10010 1), favoreciendo en cambio la caridad y
la ayuda fraterna (CS 138), sin olvidar el ejercicio de las virtudes
religiosas: la pobreza, en el cuidado de los bienes comunes, en particular del
vehículo todoterreno con que Monseñor Lefebvre había equipado cada misión para
superar tanto los caminos arenosos como los que estaban llenos de barro. La
castidad también quedaría protegida estableciendo en cada casa un locutorio con
puerta con cristal para recibir a la gente, y poniendo los dormitorios de los
sacerdotes en el primer piso, para poder hacer la siesta sin inconvenientes y
reservarse una clausura".
Finalmente y sobre todo,
Monseñor Lefebvre colocaba en la cima de estas virtudes la caridad sacerdotal,
que debía ser ante todo una caridad fraterna entre los misioneros, y luego una
verdadera caridad apostólica, comprensiva con las almas y con «el camino que
las ha conducido al error y al pecado». No obstante, esta caridad es exigente:
«No es verdadera caridad la que deja a las mentes en el error y a las almas en
el pecado». ¡Nada de liberalismo en el apostolado! Siempre es más fácil no
contradecir nunca, aprobar siempre y crearse una popularidad fácil a expensas
de la verdad, es decir, a expensas de Nuestro Señor mismo El apostolado: prioridad de los medios
sobrenaturales.
Ahora bien, siendo el
apostolado la prolongación de la Encarnación y de la Redención, es «una obra
esencialmente divina» (AP 130), que depende completamente de la gracia gratuita
de Dios y, por lo tanto, de la oración. En vano buscaría el pagano, en vano
trabajaría el misionero, si el Espíritu Santo, «alma y fuente de nuestro
apostolado», no obrase moviendo interiormente las almas. «Sin mí -dice Jesucristo-
no podéis hacer nada» (San Juan, 15, 5)97. Sin embargo, en la obra de la infusión
de la gracia, Dios quiere servirse de instrumentos humanos: «Yo os he elegido a
vosotros -dijo Jesús a sus Apóstoles- y os destiné para que deis fruto» (San
Juan, 15, 16), de donde se sigue la necesidad del trabajo del apóstol,
instrumento vivo de Cristo (AP 132).
Finalmente, tercer principio,
«los hombres reciben la gracia divina cada cual según su medida», como enseña
el Concilio de Trento: «Los sacramentos son para los hombres bien dispuestos».
Según esto, todo el apostolado
consiste «en disponer a las almas a la gracia, y a una gracia cada vez más
abundante, y en crear un medio favorable para eso: la familia verdadera, la escuela
católica, las obras parroquiales» (AP 135), lo cual debe llevar al misionero a
reflexionar sobre los medios que debe emplear con prioridad.
Estos medios son, ante todo, los
medios sobrenaturales; tratar de «buscar recursos o medios puramente
temporales, o poner nuestra confianza en una organización sistemática y
racional», sería «copiar a los adversarios de la Iglesia» (AP 131). Ahora bien,
el medio esencial es la enseñanza de la doctrina cristiana, la obra de los catecismos,
decía Monseñor Lefebvre en su primera carta pastoral «sobre la ignorancia
religiosa», en 1948. Algunos africanos -denunciaba- «que incluso tienen diplomas
universitarios, [son] incapaces de distinguir la verdadera religión en que han
sido bautizados, de las herejías o de los cultos inventados por los hombres».
El Obispo condenaba el
«naturalismo» de quienes no querían que se hablara a los niños paganos de Jesús
desde el comienzo, sino sólo de las verdades naturales de Dios y la Creación,
despreciando la «virtud misteriosa, infinitamente poderosa» para convertir, del
nombre de Jesús (AF 42)98; o el error de quienes pretendían «que antes de
convertir a los pueblos subdesarrollados, hay que desarrollados y civilizados»,
lo que precisamente es imposible sin la gracia divina, que a la vez eleva y
cura la naturaleza humana de la pereza y del odio, que son heridas infligidas
por el pecado original".
La desvalorización de los medios
sobrenaturales era, para Monseñor Lefebvre, el origen de la desviación de una
cierta Acción Católica y de la ilusión de los sacerdotes obreros, que querían
«asimilarse a los obreros» en lugar de «presentarse como sacerdotes» (VV 145).
Lean la encíclica Acerbo nimis
de Pío X, la encíclica Menti nostrae de Pío XII, el catecismo de Trento yel
primer capítulo del ritual -recomendaba el Obispo a sus sacerdotes en sus
«normas misioneras» de 1954-: ahí encontraran las fuentes del auténtico
espíritu apostólico (NM 53).
«Todo sacerdote que no sea un
perfecto reflejo del pensamiento de la Iglesia pierde su razón de ser y se hace
indigno de su sacerdocio», escribía en su circular sobre la caridad sacerdotal
(CS 139).
El
apostolado: la organización metódica
Sin embargo, la fe en la gracia
no dispensa al sacerdote de una organización metódica de su apostolado.
Su carta circular «para un
apostolado cada vez más fructífero» de 1952 revela el sentido práctico del
Vicario Apostólico. Ante todo -decía- es conveniente hacer un inventario de los
medios de que disponemos, [...] desde nuestra salud, nuestro tiempo, nuestras
facultades espirituales y todos los dones recibidos de la Iglesia, [...] hasta
los medios materiales, [...] la ayuda de nuestros auxiliares y las condiciones
de lugar, de clima y de personas [...]
Todo esto tiene que considerarse
con calma y con prudencia. ¿Acaso nos hemos tomado la molestia de sentamos para
reflexionar? Sedens computavit (San Lucas, 14,28). ¿Hemos pedido consejo a
quienes trabajan con nosotros? ¿Hemos repartido acertadamente los cargos y los
sectores del ministerio? (AP 39).
Ponerse nervioso, ir de una
tarea a otra sin precisión y correr a toda prisa sin organización, desorienta y
acaba por agotar al misionero y por cansar la buena voluntad de los catequistas
y de los colaboradores (NM 60).
Monseñor Lefebvre
reaccionaba como hombre bien pragmático:
Hay una organización de la
pastoral -decía- que se parece mucho a la de un comercio, a la de una industria
o a la de una empresa profana cualquiera. ¿Por qué tendríamos que invertir
menos talento que la gente del mundo en organizar con eficiencia nuestro
ministerio con los medios providenciales que tenemos a nuestra disposición,
tratando de incrementarlos en la medida en que lo requiera esa misma Providencia?
(AP 40).
Ante todo, Monseñor quería que
los sacerdotes se entregaran a su trabajo de sacerdotes, evitando dejarse
absorber por ocupaciones materiales y descuidando así la preparación de los
sermones, de los catecismos y de las instrucciones espirituales (AM 153).
El
apostolado: un celo inventivo e ingenioso
El Obispo quería que al método
organizador se le sumara «un celo inventivo e ingenioso» (AP 134), ya que es
conforme al espíritu de Nuestro Señor que progresemos, que evitemos encerramos
en costumbres de rutina y no tengamos como única meta la copia servil de
nuestros predecesores. Ellos avanzaron en su momento: si nosotros avanzamos un
poco más, continuaremos su obra y nos asemejaremos a ellos (NM 51).
Se imponía actualizar los
métodos de apostolado, en razón de los cambios materiales y de los nuevos
peligros: Estamos en el Senegal del siglo XX, en un medio y una época dada, con
los medios de nuestra época y con los errores y enemigos de la Iglesia de
nuestra época (NM 52).
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