jueves, 18 de octubre de 2018

LA VIDA DE MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE



Vida sacerdotal. Virtudes sacerdotales

Ningún Obispo tuvo tanto esmero como Monseñor Lefebvre en reunir a sus sacerdotes para escuchados, santificados y dirigir su apostolado. Es sorprendente la multiplicación de reuniones sacerdotales de toda clase que hubo bajo su episcopado: reuniones anuales de Superiores (Párrocos y Superiores de puesto misional), reuniones parroquiales mensuales del clero, reuniones mensuales para obras (en cada puesto misional), retiros trimestrales (en cuatro centros los sacerdotes tenían que llegar la víspera por la tarde); también reuniones semestrales de distrito, reuniones de la dirección de las obras (en las ciudades) y reuniones de directores y profesores de escuela; además, las reuniones anuales de los encargados de las obras y las conferencias decanales (o collationes exigidas por los cánones 131 y 448) a partir de 1956, sin contar las reuniones de los espirítanos o «capítulos» que trataban de la vida religiosa y común'", El propio Monseñor Lefebvre predicó muchos retiros, ya a las carmelitas, ya a los seminaristas menores (Ngazobil, septiembre de 1960), ya a todo el clero, como el retiro de invierno de 1959 sobre «la adoración y el conocimiento de Dios», que predicó también en septiembre de 1959 en la provincia de Portugal; o un retiro sobre «la vida íntima y las virtudes sociales de la Santísima Virgen». En todos ellos la vida espiritual aparecía siempre enraizada en la fe y en la sana teología". “Pedía a sus sacerdotes que «dieran a toda su vida sacerdotal, religiosa y misionera una orientación realmente conforme al espíritu de la Iglesia tal como aparece en sus leyes: el derecho canónico, los libros litúrgicos y el ritual» (AM 153).
Su carta de 1958 a los misioneros" sobre el espíritu sacerdotal dejaba transparentar un soplo de inspiración sobrenatural:
Ustedes son sacerdotes, ante todo, de un sacerdocio de oración, alabanza y adoración. En segundo lugar, son sacerdotes de un sacerdocio santificador de sus almas y de las del prójimo, y particularmente de aquellos a quienes han sido enviados. Por consiguiente, son sacerdotes de un sacerdocio de inmolación y de sacrificio de sí mismos (ES).
Les repetía con insistencia que su celo apostólico debía proceder de su vida de oración:
Mantengan esa sed, esas ansias de vivir con Dios, de mantenerse interiormente unidos a Nuestro Señor, [...] pero no olviden que esta unión no puede realizarse ni ser verdadera sin sus ejercicios de piedad: oración, breviario y, sobre todo, la Santa Misa. [ ... ] ¡Qué ilusión creemos capaces de difundir la vida de Dios a nuestro alrededor, si nosotros mismos descuidamos beber de las fuentes mismas de esta vida! (RS 87).
Podía proponer su propio ejemplo, como cuando les decía: Piensen cómo edifica a los fieles un sacerdote que reza y se une a Dios. Hoy más que nunca las personas que nos ven y se acercan a nosotros han de estar totalmente convencidas de que están tratando con un hombre de Dios (RS 87).
Esta vida de unión con Dios debía ser facilitada por una vida de comunidad regular, cuyo reglamento (CS 138) no omitiera la oración (AU 93) e impidiera el capricho, la relajación, la tibieza y la falta de respeto (ES 10010 1), favoreciendo en cambio la caridad y la ayuda fraterna (CS 138), sin olvidar el ejercicio de las virtudes religiosas: la pobreza, en el cuidado de los bienes comunes, en particular del vehículo todoterreno con que Monseñor Lefebvre había equipado cada misión para superar tanto los caminos arenosos como los que estaban llenos de barro. La castidad también quedaría protegida estableciendo en cada casa un locutorio con puerta con cristal para recibir a la gente, y poniendo los dormitorios de los sacerdotes en el primer piso, para poder hacer la siesta sin inconvenientes y reservarse una clausura".
Finalmente y sobre todo, Monseñor Lefebvre colocaba en la cima de estas virtudes la caridad sacerdotal, que debía ser ante todo una caridad fraterna entre los misioneros, y luego una verdadera caridad apostólica, comprensiva con las almas y con «el camino que las ha conducido al error y al pecado». No obstante, esta caridad es exigente: «No es verdadera caridad la que deja a las mentes en el error y a las almas en el pecado». ¡Nada de liberalismo en el apostolado! Siempre es más fácil no contradecir nunca, aprobar siempre y crearse una popularidad fácil a expensas de la verdad, es decir, a expensas de Nuestro Señor mismo  El apostolado: prioridad de los medios sobrenaturales.
Ahora bien, siendo el apostolado la prolongación de la Encarnación y de la Redención, es «una obra esencialmente divina» (AP 130), que depende completamente de la gracia gratuita de Dios y, por lo tanto, de la oración. En vano buscaría el pagano, en vano trabajaría el misionero, si el Espíritu Santo, «alma y fuente de nuestro apostolado», no obrase moviendo interiormente las almas. «Sin mí -dice Jesucristo- no podéis hacer nada» (San Juan, 15, 5)97. Sin embargo, en la obra de la infusión de la gracia, Dios quiere servirse de instrumentos humanos: «Yo os he elegido a vosotros -dijo Jesús a sus Apóstoles- y os destiné para que deis fruto» (San Juan, 15, 16), de donde se sigue la necesidad del trabajo del apóstol, instrumento vivo de Cristo (AP 132).
Finalmente, tercer principio, «los hombres reciben la gracia divina cada cual según su medida», como enseña el Concilio de Trento: «Los sacramentos son para los hombres bien dispuestos».
Según esto, todo el apostolado consiste «en disponer a las almas a la gracia, y a una gracia cada vez más abundante, y en crear un medio favorable para eso: la familia verdadera, la escuela católica, las obras parroquiales» (AP 135), lo cual debe llevar al misionero a reflexionar sobre los medios que debe emplear con prioridad.
Estos medios son, ante todo, los medios sobrenaturales; tratar de «buscar recursos o medios puramente temporales, o poner nuestra confianza en una organización sistemática y racional», sería «copiar a los adversarios de la Iglesia» (AP 131). Ahora bien, el medio esencial es la enseñanza de la doctrina cristiana, la obra de los catecismos, decía Monseñor Lefebvre en su primera carta pastoral «sobre la ignorancia religiosa», en 1948. Algunos africanos -denunciaba- «que incluso tienen diplomas universitarios, [son] incapaces de distinguir la verdadera religión en que han sido bautizados, de las herejías o de los cultos inventados por los hombres».
El Obispo condenaba el «naturalismo» de quienes no querían que se hablara a los niños paganos de Jesús desde el comienzo, sino sólo de las verdades naturales de Dios y la Creación, despreciando la «virtud misteriosa, infinitamente poderosa» para convertir, del nombre de Jesús (AF 42)98; o el error de quienes pretendían «que antes de convertir a los pueblos subdesarrollados, hay que desarrollados y civilizados», lo que precisamente es imposible sin la gracia divina, que a la vez eleva y cura la naturaleza humana de la pereza y del odio, que son heridas infligidas por el pecado original".
La desvalorización de los medios sobrenaturales era, para Monseñor Lefebvre, el origen de la desviación de una cierta Acción Católica y de la ilusión de los sacerdotes obreros, que querían «asimilarse a los obreros» en lugar de «presentarse como sacerdotes» (VV 145).
Lean la encíclica Acerbo nimis de Pío X, la encíclica Menti nostrae de Pío XII, el catecismo de Trento yel primer capítulo del ritual -recomendaba el Obispo a sus sacerdotes en sus «normas misioneras» de 1954-: ahí encontraran las fuentes del auténtico espíritu apostólico (NM 53).
«Todo sacerdote que no sea un perfecto reflejo del pensamiento de la Iglesia pierde su razón de ser y se hace indigno de su sacerdocio», escribía en su circular sobre la caridad sacerdotal (CS 139).

El apostolado: la organización metódica

Sin embargo, la fe en la gracia no dispensa al sacerdote de una organización metódica de su apostolado.
Su carta circular «para un apostolado cada vez más fructífero» de 1952 revela el sentido práctico del Vicario Apostólico. Ante todo -decía- es conveniente hacer un inventario de los medios de que disponemos, [...] desde nuestra salud, nuestro tiempo, nuestras facultades espirituales y todos los dones recibidos de la Iglesia, [...] hasta los medios materiales, [...] la ayuda de nuestros auxiliares y las condiciones de lugar, de clima y de personas [...]
Todo esto tiene que considerarse con calma y con prudencia. ¿Acaso nos hemos tomado la molestia de sentamos para reflexionar? Sedens computavit (San Lucas, 14,28). ¿Hemos pedido consejo a quienes trabajan con nosotros? ¿Hemos repartido acertadamente los cargos y los sectores del ministerio? (AP 39).
Ponerse nervioso, ir de una tarea a otra sin precisión y correr a toda prisa sin organización, desorienta y acaba por agotar al misionero y por cansar la buena voluntad de los catequistas y de los colaboradores (NM 60).

Monseñor Lefebvre reaccionaba como hombre bien pragmático:

Hay una organización de la pastoral -decía- que se parece mucho a la de un comercio, a la de una industria o a la de una empresa profana cualquiera. ¿Por qué tendríamos que invertir menos talento que la gente del mundo en organizar con eficiencia nuestro ministerio con los medios providenciales que tenemos a nuestra disposición, tratando de incrementarlos en la medida en que lo requiera esa misma Providencia? (AP 40).
Ante todo, Monseñor quería que los sacerdotes se entregaran a su trabajo de sacerdotes, evitando dejarse absorber por ocupaciones materiales y descuidando así la preparación de los sermones, de los catecismos y de las instrucciones espirituales (AM 153).

El apostolado: un celo inventivo e ingenioso

El Obispo quería que al método organizador se le sumara «un celo inventivo e ingenioso» (AP 134), ya que es conforme al espíritu de Nuestro Señor que progresemos, que evitemos encerramos en costumbres de rutina y no tengamos como única meta la copia servil de nuestros predecesores. Ellos avanzaron en su momento: si nosotros avanzamos un poco más, continuaremos su obra y nos asemejaremos a ellos (NM 51).
Se imponía actualizar los métodos de apostolado, en razón de los cambios materiales y de los nuevos peligros: Estamos en el Senegal del siglo XX, en un medio y una época dada, con los medios de nuestra época y con los errores y enemigos de la Iglesia de nuestra época (NM 52).
 A las iniciativas de ese celo inventivo pertenecía la institución de los Fogola.




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