Capítulo V. Que así como los pecadores usan mal de la ley, que es
buena, así los justos usan bien de la muerte, que es mala
Porque
el Apóstol, queriendo demostrar cuán poderoso era el pecado para causar males,
cuando falta la ayuda de la gracia, no dudó llamar a la misma ley, que prohíbe
el pecado, virtud del pecado: <El aguijón, dice, o el arma con que mata la muerte, es el
pecado, y la ley es la virtud o potencia del pecado.> Y con mucha
verdad, ciertamente, porque la prohibición acrecienta el deseo de la acción
ilícita cuando no amamos la justicia, de modo que con el gusto y deleite de
ella venzamos el apetito de pecar. Y para que amemos y nos deleite la verdadera
justicia no nos ayuda y alienta sino la divina gracia. Pero porque no
tuviésemos por mala a la ley, porque la llama virtud del pecado, por eso él
mismo, tratando en otro lugar de esta cuestión, dice de esta manera: <La ley, sin
duda, es santa, y los mandamientos, santos, justos y buenos; luego ¿lo que es
bueno me ha causado por sí la muerte? En manera alguna, sino el pecado, por
manifestarse pecado, esto es, porque campease la grandeza de su impulso por
medio del mismo bien, tomando ocasión de la ley, me obró y causó la muerte para
mostrarse el pecado sobremanera pecador, esto es, para manifestar todo su
veneno y la inmensidad de su malicia.> Sobremanera, dijo, porque
también se añade pecado cuando, habiendo aumentado en sí el apetito de pecar,
se desprecia también la misma ley. Pero ¿a qué fin hemos dicho esto? Para que
veamos que así como la ley no es mala cuando acrecienta el apetito de los que
pecan, así tampoco la muerte es buena cuando aumenta la gloria de los que
padecen; cuando la ley se deja por el pecado y forma prevaricadores y
transgresores, o cuando la muerte se recibe por la verdad, y hace mártires; y
por eso la ley, aunque es buena porque prohíbe el pecado, y la muerte es mala
porque es la paga, recompensa y premio del pecado, sin embargo, así como los
malos y peca dores usan mal, no sólo de las cosas malas, sino también de las
buenas, así los buenos y justos usan bien, no solamente de las buenas, sino
también de las malas; de donde dimana que los malos usan mal de la ley aunque
la ley sea buena, y que los buenos mueren bien aunque la muerte sea mala.
Capítulo VI. Del mal general de la muerte, con que se divide la
sociedad del alma y del cuerpo
Por lo
cual, en cuanto toca a la muerte del cuerpo, esto es, a la separación del alma del cuerpo,
cuando la padecen los que decimos que mueren, para ninguno es buena, porque el
mismo impulso con que se separa lo uno y lo otro, que estaba en él viviente
unido y trabado, tiene un sentimiento áspero y contrario a la naturaleza en
tanto que dura hasta que se extinga y pierda todo el sentido que resultaba de
la misma unión del alma y del cuerpo. Toda esta molestia a veces la ataja un
golpe en el cuerpo o un trastorno del alma, y no permite que se sienta, con la
presteza; pero todo aquello que, en los que mueren con grave sentimiento quita
el sentido, sufriéndolo
piadosa y fielmente, acrecienta el mérito de la paciencia, mas no la quita el
nombre de pena. Y así, siendo la muerte, sin duda, por la
descendencia continuada desde el primer hombre, una pena del que nace, con
todo, si se emplea por la piedad y justicia, viene a ser gloria del que renace;
y siendo la muerte retribución y recompensa del pecado, a veces impetra y
alcanza que no se de castigo al pecado.
Capítulo VII. De la muerte que padecen por la confesión de
Jesucristo los que no están bautizados
Todos
aquellos que, sin haber recibido el agua de la regeneración mueren por la
confesión de Jesucristo, les vale ésta tanto para obtener la remisión de sus
pecados, como si se lavasen en la fuente santa del bautismo; pues si dijo
Jesucristo: <que
el que no renaciere con el agua y con el Espíritu Santo, no entrará en el reino
de los cielos>, en otro lugar le eximió, cuando con expresiones
no menos generales dijo: <al que me confesare delante de los hombres le confesaré
Yo también delante de mi Padre, que está en los cielos; y en otra parte: <el
que perdiere por mí su vida, ése la hallará>. Por eso dice el real profeta:
<que es preciosa en los ojos del Señor la muerte de los santos>.
¿Pues qué objeto más precioso y estimable que la muerte, por la que consigue el
hombre que se le perdonen todos sus pecados y se le acrecienten más
colmadamente los merecimientos? Porque no participan de un mérito tan relevante
los que, no pudiendo diferir la muerte, se bautizaron, y pasaron de esta vida
remitidos todos sus pecados, como le gozan los que pudieron dilatar la muerte
no la difirieron, porque más quisieron confesando a Jesucristo acabar esta vida
mortal, que negándole conseguir su bautismo. El cual seguramente si lo recibieran
también se les perdonara en aquel admirable lavatorio el pecado con que, por
temor de la muerte, negaron a Jesucristo; pues en el mismo lavatorio se les
perdone igualmente aquel tan enorme crimen a los que crucificaron a Jesucristo.
¿Pero cómo, sino con la abundancia de la gracia de aquel soberano espíritu, que
donde quiere inspira, pudieran amar tanto al Salvador, que en peligro tan
inminente de la vida, pudiendo, con negarle, alcanzar el perdón, no quisieran
hacerlo? Así que
la preciosa muerte de los santos (a quienes adelantadamente con tanta gracia se
les comunicó la muerte de Jesucristo, que para alcanzarle y gozar de él no
dudaron emplear y dar voluntariamente su vida) demostró bien llanamente que lo
que antes estaba puesto para castigo del que pecase, se había ya convertido en
instrumento de donde naciese al hombre más copioso y abundante el fruto de la
justicia. Así pues, la muerte no debe parecer buena porque la veamos
transformada en una utilidad tan considerable, no por virtud suya, sino por la
divina gracia, la cual determina que la que entonces se propuso por terror y
freno para que no pecaran, ahora se proponga que la padezcan para que no se
cometa pecado; y para que el cometido se perdone y se conceda a tan plausible
victoria la debida palma de la justicia.
Capítulo VIII. Que en los santos, la primera muerte que padecieron
por la verdad fue absolución de la segunda muerte
Si
reflexionamos con más atención, cuando uno muere fiel y loablemente por la
verdad, también huye de la muerte, pues padece algún tanto de ella, porque no
se le apodere toda y llegue juntamente la segunda, que jamás se acaba. Sufre
que le separen el alma del cuerpo, para que no se aparte ésta del cuerpo cuando
Dios se encuentre apartado del alma; y cumplida la primera muerte de todo
hombre, venga a caer en la segunda y eterna. Por lo cual la muerte, como
insinué, cuando la padecen los que mueren y hace en ellos que mueran, para
ninguno es buena; pero se sufre loablemente por conservar o alcanzar el sumo bien. Mas
cuando están en ella los que se llaman ya muertos, no sin motivo se dice que
para los malos es mala, y para los buenos, buena; porque las almas de los
justos, separadas de sus cuerpos, están ya en descanso, y las de los impíos
están satisfaciendo sus debidas penas, hasta que los cuerpos de las unas
resuciten para la vida eterna, y los de las otras para la muerte eterna, que se
llama segunda.
Capítulo IX. Si el tiempo de la muerte en que pierden los que mueren
el sentido de la vida, se ha de decir que está en los muertos
Pero
¿cómo hemos de llamar aquel tiempo en que las almas, separadas de sus cuerpos;
están, o participando del sumo bien, o padeciendo el mayor mal? ¿Diremos que es
el momento mismo de la muerte, o el tiempo que sigue después de la muerte? Porque si es después
de la muerte, ya no es la misma muerte, que ya ha pasado, sino la vida presente
del alma que sigue inmediatamente, o buena o mala. Pues la muerte
entonces les era mala, cuando ella existía, esto es, cuando la padecían los que
morían, por serles grave y molesto lo que sentían; y de este, mal y penalidad
usan bien y se aprovechan los buenos. Pero la muerte que ya ha pasado, ¿cómo
puede ser o buena o mala, supuesto que ya no es? Y si todavía quisiéremos
considerarlo con más escrupulosidad advertiremos que no será muerte la que
dijimos que sentían grave y molesta los que morían; porque entre tanto que
sienten, aún viven, y si todavía viven, mejor diremos que están o existen antes
de la muerte, que no en la muerte; porque cuando ésta llega quita todo el sentido,
el cual, aproximándose la muerte, es penoso y molesto al cuerpo. Por lo mismo
es difícil declarar cómo decimos que mueren o están en la muerte los que aún no
están muertos, sino que acercándose ya la muerte, están padeciendo una extrema
y mortal aflicción; aunque de éstos digamos con propiedad que se están
muriendo; mas cuando llega la muerte que los amenaza, ya no decimos que se
mueren, sino que están muertos. Todos los que están muriendo están vivos,
porque el que se halla en el último período de la vida, como están, según
decimos, los que se encuentran ya dando el alma, mientras no carecen de alma
todavía viven. Luego juntamente uno mismo es el que está muriendo y el que
vive, aunque se va acercando a la muerte y apartándose de la vida, pero todavía
con la vida, porque reside el alma en el cuerpo; y aún no está en la muerte,
porque aún no se ha despedido del cuerpo. Y si cuando se ha despedido ya
tampoco está entonces en la muerte, sino después de la muerte, ¿quién podrá
decir cuándo está en la muerte? Porque tampoco habrá alguno que esté muriendo
si nadie puede juntamente estar muriendo y viviendo, pues entre tanto que está
el alma en el cuerpo no podemos negar que vive. Y si es mejor decir que está
muriendo aquel en cuyo cuerpo ya empieza a mostrarse la muerte, y nadie puede
juntamente estar viviendo y muriendo, no sé cuándo diremos que está viviendo.
Capítulo X. Si la vida de los mortales debe llamarse mejor muerte
que vida
Porque
desde el momento que el hombre comienza a existir y residir en este cuerpo
mortal que ha de morir, no puede evitar que venga sobre él la muerte, pues lo
que hace su mutabilidad en todo el tiempo de la vida mortal (si es que debe
llamarse vida) es que se acabe por llegar a la muerte. No hay alguno que no
esté más próximo a ella al fin del año que lo estaba antes del principio del
año, y más cercano mañana que hoy, y más hoy que ayer, y más poco después que
ahora, y más ahora que poco antes; porque todo el tiempo que vamos viviendo lo
desfalcamos del espacio de la vida, cada día se va disminuyendo más y más lo
que resta; de manera que no viene a ser otra cosa el tiempo de esta vida que
una precipitada carrera a la muerte, donde a ninguno se permite ni parar un
solo instante ni caminar con paso alguno más tardo, sino que a todos los lleva
un igual movimiento: ni les obliga a que caminen con diferente paso, porque el
que tuvo vida más breve no paso más apriesa sus días que el que la disfrutó más
larga, sino que, como al uno y al otro les fueron arrebatando igualmente unos
mismos momentos, el uno tuvo más cerca y el otro más distante el término adonde
ambos corrían con una misma velocidad; y una cosa es el haber andado más camino
y otra el haber caminado con paso más lento.
Así
que el que consume más dilatados espacios de tiempo hasta llegar a la muerte no
camina más lentamente, sino que anda más camino. Y si desde aquella hora
principia cada uno a morir, esto es, a estar en la muerte, desde que comenzó en
él a hacerse la misma muerte, es decir, desde que empezó a desfalcársele la
vida (porque en concluyendo de desfalcarla estará ya después de la muerte, y no
en la muerte), sin duda que desde la hora que comienza a estar en este cuerpo
está en la muerte; porque ¿qué otra cosa se hace todos los días, horas y
momentos, hasta que, consumida aquella muerte que se iba fabricando, se cumpla
y acabe, y principie ya a ser después de la muerte el tiempo, que cuando ya se
iba desfalcando la vida estaba en la muerte? Luego nunca se halla el hombre en
la vida desde la hora que está en el cuerpo, y aún le podemos decir más muerto
que vivo, puesto que juntamente no puede estar en la vida y en la muerte. ¿O
acaso diremos que está juntamente en la vida y en la muerte: en la vida, porque
vive hasta que se le desfalque toda, y en la muerte, porque ya muere cuando se
le defrauda la vida? Porque si no está en la vida, ¿qué es lo que se le
desfalca hasta que se consuma del todo? Y si no está en la muerte, ¿qué es
aquello que se le desfalca y quita de la vida? No en vano, en habiendo faltado
toda vida al cuerpo, decimos que ya es después de la muerte, sino porque estaba
en la muerte cuando se le desfalcaba. Porque si acabado de desfalcar el hombre
no está en la muerte, sino después de la muerte, ¿cuándo, sino cuando se
desfalca, estará en la muerte?
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