viernes, 10 de agosto de 2018

LA CIUDAD DE DIOS. SAN AGUSTIN



Capítulo V. Que así como los pecadores usan mal de la ley, que es buena, así los justos usan bien de la muerte, que es mala
Porque el Apóstol, queriendo demostrar cuán poderoso era el pecado para causar males, cuando falta la ayuda de la gracia, no dudó llamar a la misma ley, que prohíbe el pecado, virtud del pecado: <El aguijón, dice, o el arma con que mata la muerte, es el pecado, y la ley es la virtud o potencia del pecado.> Y con mucha verdad, ciertamente, porque la prohibición acrecienta el deseo de la acción ilícita cuando no amamos la justicia, de modo que con el gusto y deleite de ella venzamos el apetito de pecar. Y para que amemos y nos deleite la verdadera justicia no nos ayuda y alienta sino la divina gracia. Pero porque no tuviésemos por mala a la ley, porque la llama virtud del pecado, por eso él mismo, tratando en otro lugar de esta cuestión, dice de esta manera: <La ley, sin duda, es santa, y los mandamientos, santos, justos y buenos; luego ¿lo que es bueno me ha causado por sí la muerte? En manera alguna, sino el pecado, por manifestarse pecado, esto es, porque campease la grandeza de su impulso por medio del mismo bien, tomando ocasión de la ley, me obró y causó la muerte para mostrarse el pecado sobremanera pecador, esto es, para manifestar todo su veneno y la inmensidad de su malicia.> Sobremanera, dijo, porque también se añade pecado cuando, habiendo aumentado en sí el apetito de pecar, se desprecia también la misma ley. Pero ¿a qué fin hemos dicho esto? Para que veamos que así como la ley no es mala cuando acrecienta el apetito de los que pecan, así tampoco la muerte es buena cuando aumenta la gloria de los que padecen; cuando la ley se deja por el pecado y forma prevaricadores y transgresores, o cuando la muerte se recibe por la verdad, y hace mártires; y por eso la ley, aunque es buena porque prohíbe el pecado, y la muerte es mala porque es la paga, recompensa y premio del pecado, sin embargo, así como los malos y peca dores usan mal, no sólo de las cosas malas, sino también de las buenas, así los buenos y justos usan bien, no solamente de las buenas, sino también de las malas; de donde dimana que los malos usan mal de la ley aunque la ley sea buena, y que los buenos mueren bien aunque la muerte sea mala.
Capítulo VI. Del mal general de la muerte, con que se divide la sociedad del alma y del cuerpo
Por lo cual, en cuanto toca a la muerte del cuerpo, esto es, a la separación del alma del cuerpo, cuando la padecen los que decimos que mueren, para ninguno es buena, porque el mismo impulso con que se separa lo uno y lo otro, que estaba en él viviente unido y trabado, tiene un sentimiento áspero y contrario a la naturaleza en tanto que dura hasta que se extinga y pierda todo el sentido que resultaba de la misma unión del alma y del cuerpo. Toda esta molestia a veces la ataja un golpe en el cuerpo o un trastorno del alma, y no permite que se sienta, con la presteza; pero todo aquello que, en los que mueren con grave sentimiento quita el sentido, sufriéndolo piadosa y fielmente, acrecienta el mérito de la paciencia, mas no la quita el nombre de pena. Y así, siendo la muerte, sin duda, por la descendencia continuada desde el primer hombre, una pena del que nace, con todo, si se emplea por la piedad y justicia, viene a ser gloria del que renace; y siendo la muerte retribución y recompensa del pecado, a veces impetra y alcanza que no se de castigo al pecado.

Capítulo VII. De la muerte que padecen por la confesión de Jesucristo los que no están bautizados
Todos aquellos que, sin haber recibido el agua de la regeneración mueren por la confesión de Jesucristo, les vale ésta tanto para obtener la remisión de sus pecados, como si se lavasen en la fuente santa del bautismo; pues si dijo Jesucristo: <que el que no renaciere con el agua y con el Espíritu Santo, no entrará en el reino de los cielos>, en otro lugar le eximió, cuando con expresiones no menos generales dijo: <al que me confesare delante de los hombres le confesaré Yo también delante de mi Padre, que está en los cielos; y en otra parte: <el que perdiere por mí su vida, ése la hallará>. Por eso dice el real profeta: <que es preciosa en los ojos del Señor la muerte de los santos>. ¿Pues qué objeto más precioso y estimable que la muerte, por la que consigue el hombre que se le perdonen todos sus pecados y se le acrecienten más colmadamente los merecimientos? Porque no participan de un mérito tan relevante los que, no pudiendo diferir la muerte, se bautizaron, y pasaron de esta vida remitidos todos sus pecados, como le gozan los que pudieron dilatar la muerte no la difirieron, porque más quisieron confesando a Jesucristo acabar esta vida mortal, que negándole conseguir su bautismo. El cual seguramente si lo recibieran también se les perdonara en aquel admirable lavatorio el pecado con que, por temor de la muerte, negaron a Jesucristo; pues en el mismo lavatorio se les perdone igualmente aquel tan enorme crimen a los que crucificaron a Jesucristo. ¿Pero cómo, sino con la abundancia de la gracia de aquel soberano espíritu, que donde quiere inspira, pudieran amar tanto al Salvador, que en peligro tan inminente de la vida, pudiendo, con negarle, alcanzar el perdón, no quisieran hacerlo? Así que la preciosa muerte de los santos (a quienes adelantadamente con tanta gracia se les comunicó la muerte de Jesucristo, que para alcanzarle y gozar de él no dudaron emplear y dar voluntariamente su vida) demostró bien llanamente que lo que antes estaba puesto para castigo del que pecase, se había ya convertido en instrumento de donde naciese al hombre más copioso y abundante el fruto de la justicia. Así pues, la muerte no debe parecer buena porque la veamos transformada en una utilidad tan considerable, no por virtud suya, sino por la divina gracia, la cual determina que la que entonces se propuso por terror y freno para que no pecaran, ahora se proponga que la padezcan para que no se cometa pecado; y para que el cometido se perdone y se conceda a tan plausible victoria la debida palma de la justicia.
Capítulo VIII. Que en los santos, la primera muerte que padecieron por la verdad fue absolución de la segunda muerte
Si reflexionamos con más atención, cuando uno muere fiel y loablemente por la verdad, también huye de la muerte, pues padece algún tanto de ella, porque no se le apodere toda y llegue juntamente la segunda, que jamás se acaba. Sufre que le separen el alma del cuerpo, para que no se aparte ésta del cuerpo cuando Dios se encuentre apartado del alma; y cumplida la primera muerte de todo hombre, venga a caer en la segunda y eterna. Por lo cual la muerte, como insinué, cuando la padecen los que mueren y hace en ellos que mueran, para ninguno es buena; pero se sufre loablemente por conservar o alcanzar el sumo bien. Mas cuando están en ella los que se llaman ya muertos, no sin motivo se dice que para los malos es mala, y para los buenos, buena; porque las almas de los justos, separadas de sus cuerpos, están ya en descanso, y las de los impíos están satisfaciendo sus debidas penas, hasta que los cuerpos de las unas resuciten para la vida eterna, y los de las otras para la muerte eterna, que se llama segunda.

Capítulo IX. Si el tiempo de la muerte en que pierden los que mueren el sentido de la vida, se ha de decir que está en los muertos
Pero ¿cómo hemos de llamar aquel tiempo en que las almas, separadas de sus cuerpos; están, o participando del sumo bien, o padeciendo el mayor mal? ¿Diremos que es el momento mismo de la muerte, o el tiempo que sigue después de la muerte? Porque si es después de la muerte, ya no es la misma muerte, que ya ha pasado, sino la vida presente del alma que sigue inmediatamente, o buena o mala. Pues la muerte entonces les era mala, cuando ella existía, esto es, cuando la padecían los que morían, por serles grave y molesto lo que sentían; y de este, mal y penalidad usan bien y se aprovechan los buenos. Pero la muerte que ya ha pasado, ¿cómo puede ser o buena o mala, supuesto que ya no es? Y si todavía quisiéremos considerarlo con más escrupulosidad advertiremos que no será muerte la que dijimos que sentían grave y molesta los que morían; porque entre tanto que sienten, aún viven, y si todavía viven, mejor diremos que están o existen antes de la muerte, que no en la muerte; porque cuando ésta llega quita todo el sentido, el cual, aproximándose la muerte, es penoso y molesto al cuerpo. Por lo mismo es difícil declarar cómo decimos que mueren o están en la muerte los que aún no están muertos, sino que acercándose ya la muerte, están padeciendo una extrema y mortal aflicción; aunque de éstos digamos con propiedad que se están muriendo; mas cuando llega la muerte que los amenaza, ya no decimos que se mueren, sino que están muertos. Todos los que están muriendo están vivos, porque el que se halla en el último período de la vida, como están, según decimos, los que se encuentran ya dando el alma, mientras no carecen de alma todavía viven. Luego juntamente uno mismo es el que está muriendo y el que vive, aunque se va acercando a la muerte y apartándose de la vida, pero todavía con la vida, porque reside el alma en el cuerpo; y aún no está en la muerte, porque aún no se ha despedido del cuerpo. Y si cuando se ha despedido ya tampoco está entonces en la muerte, sino después de la muerte, ¿quién podrá decir cuándo está en la muerte? Porque tampoco habrá alguno que esté muriendo si nadie puede juntamente estar muriendo y viviendo, pues entre tanto que está el alma en el cuerpo no podemos negar que vive. Y si es mejor decir que está muriendo aquel en cuyo cuerpo ya empieza a mostrarse la muerte, y nadie puede juntamente estar viviendo y muriendo, no sé cuándo diremos que está viviendo.
Capítulo X. Si la vida de los mortales debe llamarse mejor muerte que vida
Porque desde el momento que el hombre comienza a existir y residir en este cuerpo mortal que ha de morir, no puede evitar que venga sobre él la muerte, pues lo que hace su mutabilidad en todo el tiempo de la vida mortal (si es que debe llamarse vida) es que se acabe por llegar a la muerte. No hay alguno que no esté más próximo a ella al fin del año que lo estaba antes del principio del año, y más cercano mañana que hoy, y más hoy que ayer, y más poco después que ahora, y más ahora que poco antes; porque todo el tiempo que vamos viviendo lo desfalcamos del espacio de la vida, cada día se va disminuyendo más y más lo que resta; de manera que no viene a ser otra cosa el tiempo de esta vida que una precipitada carrera a la muerte, donde a ninguno se permite ni parar un solo instante ni caminar con paso alguno más tardo, sino que a todos los lleva un igual movimiento: ni les obliga a que caminen con diferente paso, porque el que tuvo vida más breve no paso más apriesa sus días que el que la disfrutó más larga, sino que, como al uno y al otro les fueron arrebatando igualmente unos mismos momentos, el uno tuvo más cerca y el otro más distante el término adonde ambos corrían con una misma velocidad; y una cosa es el haber andado más camino y otra el haber caminado con paso más lento.
Así que el que consume más dilatados espacios de tiempo hasta llegar a la muerte no camina más lentamente, sino que anda más camino. Y si desde aquella hora principia cada uno a morir, esto es, a estar en la muerte, desde que comenzó en él a hacerse la misma muerte, es decir, desde que empezó a desfalcársele la vida (porque en concluyendo de desfalcarla estará ya después de la muerte, y no en la muerte), sin duda que desde la hora que comienza a estar en este cuerpo está en la muerte; porque ¿qué otra cosa se hace todos los días, horas y momentos, hasta que, consumida aquella muerte que se iba fabricando, se cumpla y acabe, y principie ya a ser después de la muerte el tiempo, que cuando ya se iba desfalcando la vida estaba en la muerte? Luego nunca se halla el hombre en la vida desde la hora que está en el cuerpo, y aún le podemos decir más muerto que vivo, puesto que juntamente no puede estar en la vida y en la muerte. ¿O acaso diremos que está juntamente en la vida y en la muerte: en la vida, porque vive hasta que se le desfalque toda, y en la muerte, porque ya muere cuando se le defrauda la vida? Porque si no está en la vida, ¿qué es lo que se le desfalca hasta que se consuma del todo? Y si no está en la muerte, ¿qué es aquello que se le desfalca y quita de la vida? No en vano, en habiendo faltado toda vida al cuerpo, decimos que ya es después de la muerte, sino porque estaba en la muerte cuando se le desfalcaba. Porque si acabado de desfalcar el hombre no está en la muerte, sino después de la muerte, ¿cuándo, sino cuando se desfalca, estará en la muerte?

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