¡Oh
humildad maravillosa del Corazón de María! ¡Oh humildad santa, que podría decir
cuán agradable eres al que ama tanto los
corazones humildes y odia tanto los soberbios! Tú eres, humildad divina, la que
proporcionaste un paraíso de delicias a mi Jesús en el Corazón de su
sacratísima Madre.
Tú
eres también la que haces que él habite y tenga sus delicias en todos los
corazones que son verdaderamente humildes: como por el contrario, el demonio
habita en los corazones soberbios.
Sí,
querido hermano, tú que lees esto, sabes que si la verdadera humildad está en
tu corazón, éste es un paraíso para Jesús que pone en él su deliciosa morada.
Pero si en él hay orgullo, es un infierno Heno de horror y de maldición donde residen
los diablos. Y por tanto, teme, detesta, huye de la vanidad y la arrogancia:
ama, desea, practica la humildad en todas las maneras posibles y graba en tu
corazón estas palabras del Espíritu Santo: "Humíllate en todas las cosas, y hallarás gracia ante Dios,
ya que él es honrado por los humildes" (5).
§ 3.
LA NUEVA EVA Y EL ARBOL DE LA VIDA
Veo
allí en primer lugar el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y
del mal, que están plantados en el centro, y muchos otros árboles que producen
toda clase de frutos agradables a la vista y deleitables al gusto. Pero vernos
otros árboles incomparablemente mejores en nuestro segundo Jardín, de los
cuales, los primeros no son más que sombras.
Allí
no vemos el verdadero Árbol de la vida, que es Jesús, el Hijo único de
Dios, a quien su Padre plantó en el centro de este divino Paraíso, es decir, en
el Corazón virginal de su santísima Madre, cuando el Ángel le dijo: Dominus tecum: "El Señor es contigo": Lo
cual explica San Agustín de esta manera: "El
Señor es contigo, para estar en tu Corazón primeramente, después para estar en
tu vientre virginal; para llenar el seno
de tu alma, y después para llenar tus entrañas purísimas" (6).
¿No es
el fruto de este Árbol de la vida quien nos devolvió la vida y la vida eterna,
el que hablamos perdido al comer otro fruto que nos había sido presentado por
una mujer que se llamaba Eva? Y este fruto de vida ¿no nos fue dado por manos
de otra mujer, toda divina que se llama María? Habla San Bernardo: «¿Qué
decías, Adán?». "La mujer que me hablas dado,
me dio el fruto del árbol, y comí". "Esas
palabras más bien que disminuir, aumentan tu falta". "Cambia,
pues, esa mala excusa en un grito, de acción de gracias, y di":
"Señor, la mujer que me diste me dio el fruto del árbol de la vida, y
comí, y mi boca la halló más dulce que la miel, porque tú me has dado la vida
con este precioso fruto Y a continuación, el mismo santo exclama: "Oh Virgen maravillosa y dignísima de todo honor! ¡Oh
mujer, que merece una veneración singularísima! ¡Oh mujer admirable, más que
todas las mujeres, que reparaste la falta de tus padres, y diste la vida a
aquellos de tu raza que vendrían después de ti» (7).
Ese es
el primer árbol que vemos en nuestro segundo Paraíso, más celestial que
terreno.
Tampoco
vemos allí al árbol de la ciencia del bien y del
mal, puesto que el Corazón luminosísimo y esclarecidísimo de la
Madre de Dios, que es la casa del Sol, como se ha dicho, y que llevó siempre en
si a aquel en el que están escondidos todos los tesoros de la ciencia y de la
sabiduría de Dios, fue henchido de la ciencia de los Santos, de la ciencia y de
la sabiduría del Santo de los santos, que le hizo conocer perfectamente el bien
que es Dios y le dio un conocimiento clarísimo del sumo mal que es el pecado.
Mas porque ella no conoció el pecado como lo conocieron Adán y Eva,
trasgrediendo el mandato de Dios, sino que lo conoció en la luz de Dios y como
Dios lo conoce, aborreciéndolo como Dios lo aborrece, el fruto de este árbol no
fué para ella funesto y mortal, como lo fue para el primer hombre y la primera
mujer, el del árbol de la ciencia del bien y del mal que había en el primer
paraíso.
De
suerte que, como Dios dijo a Adán después de su pecado, pero en un sentido que
se dirigía a
su
confusión y condenación: He aquí a Adán que ha
llegado a ser uno de nosotros, que sabe el bien y el mal: lo mismo se
podría decir de nuestra preciosísima Virgen, pero en un sentido que redunda en
su alabanza y gloria: He aquí a María que ha llegado a ser semejante a
nosotros, que conoce el bien y el mal como nosotros lo conocemos, que usa de
este conocimiento como nosotros usamos, y que por este medio es santa y
perfecta como nosotros somos santos y perfectos.
Vemos
todavía otros muchos árboles en nuestro nuevo Jardín, es decir, en el Corazón
de nuestra divina María, totalmente cargados de excelentes frutos
agradabilísimos a la vista y deliciosísimos al gusto del que los plantó. ¿No
son éstos los frutos de que habla a su Predilecto, cuando le dice: "Venga mi Predilecto a su jardín y coma el fruto de
sus manzanos"? Su fe, su esperanza, su caridad, su sumisión a la
divina Voluntad, son otros tantos árboles plantados en su - Corazón, que produjeron
una infinidad de hermosos frutos. Su pureza virginal, ¿no es un árbol celestial
que dio el fruto de los frutos, el Rey de las Vírgenes, y después tantos
millones de santas Vírgenes como ha habido, hay y habrá en la Iglesia de Dios?
Su celo ardentísimo por la gloria de Dios y la salvación de las almas, ¿no es
un árbol divino que dió tantos frutos cuantas son las almas a cuya salvación
ella ha cooperado?
§ 4.
EXHORTACIÓN
Como
conclusión de este capítulo, después de haberte puesto ante los ojos al Corazón
bienaventurado de la Madre de Dios como el Paraíso de las delicias del
Hombre-Dios, te diré. Querido hermano, que es absolutamente necesario que tú
corazón sea o un infierno dé suplicios para ti, o un paraíso de delicias para
ti y para Jesús.
Escoge,
pues, hermano; porque en tu mano está hacer de tu corazón un paraíso o un
infierno.
Si
deseas hacer de él no un infierno, sino un paraíso, tienes que practicar tres
cosas:
La primera, es echar fuera de
él a la serpiente y al hombre viejo, es decir, a todos los enemigos de Dios.
La segunda, considerar al
Corazón virginal de tu dignísima Madre, como al primer Paraíso de las delicias
de Jesús, y como al modelo y ejemplar de muchos otros paraísos que él quiere
tener en los corazones de sus verdaderos hijos, y especialmente en el tuyo; y
por consiguiente, examinar cuidadosamente la forma y el estado de este sagrado
Jardín, para preparar tú uno semejante en tu corazón; volver a ver y a estudiar
lo que se dijo antes, tocante a lo que esta santísima Virgen hizo con las tres
potencias de su alma, con) sus sentidos interiores y exteriores y con sus
pasiones, a fin de hacer tú lo mismo con las tuyas, en cuanto te sea posible
con la gracia de su Hijo; plantar en el centro de tu jardín el árbol de la vida
que es Jesús, y hacer de tal suerte por la fidelidad y la perseverancia, que
quede allí arraigado tan profundamente que jamás pueda ser separado de allí;
plantar también allí el árbol de la ciencia del bien y del mal, ejercitándote
en el conocimiento de Dios que te lleve a amarle, y en el conocimiento del
pecado que te lleve a odiarlo; y plantar además los santos árboles de la fe, de
la esperanza y de la caridad, de la sumisión a la voluntad de Dios, del celo por
su gloria y por la salvación de las almas, que producen abundantemente frutos
de toda suerte de
buenas
obras. También plantar allí las flores de todas las demás virtudes,
especialmente el cultivo del temor de Dios, sólo el cual es capaz de cambiar tu
corazón en un paraíso de bendición (8), la violeta de la humildad, el lirio de
la pureza, la rosa de la caridad y el clavel de la misericordia: "La gracia, dice el Espíritu Santo (9), es decir, la
misericordia y compasión de las miserias del prójimo, es un paraíso de
bendiciones para los que la ejercitan". Más, regar todos estos
árboles y todas estas flores con las aguas vivas de la gracia y de la devoción,
que debes sacar de la fuente de los santos Sacramentos, de la oración y de la
lectura de libros de piedad.
La tercera cosa que tienes que
hacer, después de todo eso, te lo declara Dios en estas palabras: "Guarda tu corazón con todo el cuidado y la
diligencia posibles, porque él es el principio de la vida" (10).
Para
ello, ponlo confiadamente en las manos de Dios; porque si lo guardas en las
tuyas, seguro que lo perderás; y pídele que ponga a la puerta de este paraíso
un querubín, con una espada resplandeciente en su mano, es decir: la ciencia y
el conocimiento de ti mismo, verdadera madre de la humildad, que es el guardián
de todos los tesoros del cielo en un corazón-, con el verdadero amor de Dios,
que es una espada cortante de dos filos, que corta la cabeza del amor propio y
del amor al mundo, que son dos fuentes envenenadas con todas las aguas
pestíferas del infierno, que harían morir todos los árboles y todas las flores
de tu jardín, si entrasen en él.
Si
procuras hacer estas tres cosas, que son fáciles con la gracia de Dios, que no
la niega a los que se la piden, tu corazón será un paraíso delicioso para
Jesús, el cual nos asegura que sus delicias son estar con los hijos de los
hombres; y para ti un paraíso de paz, de reposo y de dulzura increíble.
LIBRO
TERCERO
QUE
CONTIENE OTRAS SEIS IMÁGENES
DEL
CORAZÓN VIRGINAL DE LA REINA
DEL
CIELO
CAPÍTULO
1
Séptima imagen de¡ Corazón sagrado de la Madre
de Dios, que es la Zarza ardiente que vio Moisés sobre el monte Horeb
§ 1. ARBUSTO DE DIOS
Orígenes,
San Gregorio de Nisa, San Bernardo y muchos otros santos Padres están de
acuerdo en que esta Zarza ardiente, de la
que habla el capítulo tercero del Éxodo, es una figura de la santísima Virgen,
la cual llevó, dice San Germán, patriarca de Constantinopla, en una
naturaleza mortal y corruptible, el fuego consumidor de la Divinidad, sin ser
consumida. Pero el doctísimo y piadosísimo Juan Gersón canciller
de la célebre Universidad de París, y uno de los más ilustres Doctores de esta
famosísima Academia de ciencias divinas y humanas, escribiendo sobre el divino
Cántico de la bienaventurada Virgen, y hablando de su Corazón sagrado, dice que estaba figurado en esta misma zarza ardiente que Moisés
vid sobre el monte Horeb. Y no habla de este modo sin razón:
porque en efecto, este prodigio extraordinario de una zarza que se quema en
medio de un fuego ardentísimo, y que no se consume, es una bellísima imagen de este
mismo Corazón, que se encuentra allí perfectísimamente descrito en muchas
cosas.
No
debemos menospreciar esta zarza porque no es sino una zarza, un miserable
arbusto, el último de todos los arbustos. Por el contrario, le debemos
respetar, ya que Dios le honró hasta el punto de escogerle, a despecho de los
altísimos cedros del Líbano, para hacer brillar en él el esplendor de su gloria
en medio del fuego y de las llamas en que se estaba abrasando. ¿Quieres saber por
qué? Escucha al Espíritu Santo: "El Señor,
aunque infinitamente elevado ,sobre todas las cosas y altísimo, sin embargo se
complace en mirar de cerca y con mirada benigna y amorosa, las cosas pequeñas y
humildes; mientras que las cosas grandes y elevadas no las conoce más que de
lejos, como desdeñándolas y despreciándolas"(1).
He ahí
por qué miró la humildad de su sierva: Respexit
humilitatem ancillae suae ( 2), l a profundísima
humildad del Corazón de María, de la que dice San Bernardo: Con razón, la que
se tenía a si misma en su espíritu y en su Corazón por la última de todas las
creaturas, fue constituida la primera, porque, no obstante de ser como era, la
primera, sin embargo se trataba como si fuera la últimas. Pues bien, es esta
humildad del Corazón de la Reina del cielo, lo que se representa en la pequeñez
de la zarza misteriosa del monte Horeb.
No
debemos tener aversión ni horror hacia esta zarza por causa de las espinas
punzantes con que está por todas partes defendida, por dentro y por fuera. Al
contrario, debemos amarla por este motivo, ya que Dios la ama por esta
consideración. He aquí dos causas, además de la que ya dije referente a la
pequeñez y humildad:
La primera es porque el
Corazón de Dios está donde está el odio al pecado, el Corazón de Dios ama todos
los corazones que odian el pecado, el Corazón de Dios se complace en todos los
corazones a los que desagrada la iniquidad; tanto cuanto se le asemejan en el
odio a lo que él odia infinitamente. De donde resulta que este Corazón adorable
tiene un amor mucho mayor al Corazón amabilísimo de la bienaventurada Virgen,
que a todos los corazones de los hombres, y de los Ángeles; porque como nunca
jamás ha habido un corazón que amara tanto a Dios, tampoco ha habido jamás
quien tuviera tanto horror a lo que es contrario a Dios. Y he aquí por qué ama
Dios a esta zarza ardiente, tanto, que, como el fuego que la quema representa
el fuego del amor divino que abrasa el Corazón de María, así las espinas, de
las que está totalmente lleno, significan el odio casi infinito que llena
absolutamente este Corazón frente al pecado.
La segunda causa es porque estas
espinas representan los dolores agudísimos y las aflicciones sutilísimas que
afligieron, traspasaron y desgarraron mil y mil veces el Corazón de la
preciosísima Virgen y que él sufrió con un grandisimo amor a Dios y una
ardentísima caridad hacia los hombres.
Por lo
cual puso Dios en él sus complacencias y estableció allí el trono de su gloria,
porque no hay nada que le sea tan agradable ni en que sea glorificado tanto,
como un corazón angustiado y lleno de tribulaciones y que se porta en ellas
como debe. Si sufrís alguna injuria, dice el
Príncipe de los Apóstoles, y la sufrís por el nombre de Jesucristo, es
decir, según su espíritu y como él la sufrió, bienaventurados sois, porque
el honor, la gloria, la virtud y el espíritu de Dios reposan en vosotros ( 4)
.
§ 2.
FUEGO QUE NO CONSUME
Pero
lo principal que tenemos que considerar en esta zarza, es lo que significan
estas palabras de Moisés: "Iré y veré esta grande cosa que aparece a mis
ojos, por qué esta zarza arde y no se consume" (5). Porque él veía, dice
el texto sagrado, que la zarza estaba en medio de un fuego ardentisimo que sin
embargo no la consumía.
Gran
prodigio, en verdad; pero que no es más que la pintura de un milagro mucho
mayor que tuvo lugar en el Corazón de nuestra Madre admirable; el cual es un
abismo de toda suerte de maravillas, entre las que una de las principales es
ésta: que, mientras esta Madre del amor hermoso vivió en este mundo, su Corazón
estuvo de tal modo abrasado en el amor de su Dios, que las llamas de este fuego
sagrado habrían consumido su vida corporal, si no hubiese sido conservada
milagrosamente en medio de estos celestes abrasamientos. De suerte que era un
milagro mucho mayor verla subsistir en medio de estos divinos incendios sin ser
en ellos aniquilada, que el milagro de la zarza de Moisés, y que el de la
conservación de los tres jóvenes en el horno de Babilonia, de que hablaremos
más ampliamente después.
Ya ves
por todo esto cómo la zarza ardiente del monte Horeb no es la menor imagen del
Corazón santísimo de la Madre del amor.
§ 3.
EX EXHORTACIÓN
Pero,
¿sabes tú bien, querido hermano, que es absolutamente necesario que tu corazón
arda en este fuego que inflamó el Corazón virginal, en este fuego que el Hijo
de Dios, según él nos dijo, vino a traer a la tierra para prenderlo por todas
partes, o bien que arda eternamente en el fuego eterno, preparado para el
diablo y sus ángeles? ¡Oh Dios! ¡Qué diferencia entre estos dos fuegos! Cómo
puede uno durar siempre en medio de estos fuegos devoradores y de estos
incendios eternos, sobre los cuales Dios dice a todos los hombres: "¿Quién
de vosotros podrá habitar con el fuego devorador? ¿Quién de vosotros podrá
habitar con los ardores eternos? (6). Pero ¿cuáles serán las dulzuras, los
gozos, los encantos de los que ardan para siempre con los Serafines y con todos
los celestiales amantes del amabilísimo Jesús, en los fuegos deliciosos de su
divino amor? Oh, ¿qué no se deberá hacer para preservarse de una tan espantosa
desgracia, y para poseer una dicha tan apetecible? Alégrate, tú que lees o
escuchas estas cosas, y da gracias a Dios porque eso todavía está en tu mano,
ya que todavía estás en este mundo, y porque hasta te es más fácil ser del
número de los que se verán embriagados por toda una eternidad, en las delicias
inconcebibles del amor eterno, que perderte con los que han de sufrir para
siempre los horribles suplicios de los fuegos del infierno. Si deseas evitar
esto y gozar aquello, trabaja por extinguir enteramente en tu corazón el fuego
del amor al mundo y del amor a ti mismo, el fuego infernal de la concupiscencia,
el fuego de la ambición, el fuego de la ira, el fuego de la envidia.
Entrega
tu corazón a Jesús, y pídele que encienda en ti este fuego que él vino a traer
a la tierra; y para esto, dile frecuentemente con San Agustín: "Oh fuego que siempre ardes y nunca te extingues; oh
amor siempre férvido y que nunca disminuyes, quémame y abrásame totalmente,
para que yo sea todo fuego y todo llama de amor a ti".
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