sábado, 28 de octubre de 2017

EL CORAZÓN ADMIRABLE DE LA MADRE DE DIOS. SAN JUAN EUDES





¡Oh humildad maravillosa del Corazón de María! ¡Oh humildad santa, que podría decir cuán agradable eres al que ama tanto los corazones humildes y odia tanto los soberbios! Tú eres, humildad divina, la que proporcionaste un paraíso de delicias a mi Jesús en el Corazón de su sacratísima Madre.
Tú eres también la que haces que él habite y tenga sus delicias en todos los corazones que son verdaderamente humildes: como por el contrario, el demonio habita en los corazones soberbios.
Sí, querido hermano, tú que lees esto, sabes que si la verdadera humildad está en tu corazón, éste es un paraíso para Jesús que pone en él su deliciosa morada. Pero si en él hay orgullo, es un infierno Heno de horror y de maldición donde residen los diablos. Y por tanto, teme, detesta, huye de la vanidad y la arrogancia: ama, desea, practica la humildad en todas las maneras posibles y graba en tu corazón estas palabras del Espíritu Santo: "Humíllate en todas las cosas, y hallarás gracia ante Dios, ya que él es honrado por los humildes" (5).
§ 3. LA NUEVA EVA Y EL ARBOL DE LA VIDA
Veo allí en primer lugar el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal, que están plantados en el centro, y muchos otros árboles que producen toda clase de frutos agradables a la vista y deleitables al gusto. Pero vernos otros árboles incomparablemente mejores en nuestro segundo Jardín, de los cuales, los primeros no son más que sombras.
Allí no vemos el verdadero Árbol de la vida, que es Jesús, el Hijo único de Dios, a quien su Padre plantó en el centro de este divino Paraíso, es decir, en el Corazón virginal de su santísima Madre, cuando el Ángel le dijo: Dominus tecum: "El Señor es contigo": Lo cual explica San Agustín de esta manera: "El Señor es contigo, para estar en tu Corazón primeramente, después para estar en tu vientre virginal; para llenar  el seno de tu alma, y después para llenar tus entrañas purísimas" (6).
¿No es el fruto de este Árbol de la vida quien nos devolvió la vida y la vida eterna, el que hablamos perdido al comer otro fruto que nos había sido presentado por una mujer que se llamaba Eva? Y este fruto de vida ¿no nos fue dado por manos de otra mujer, toda divina que se llama María? Habla San Bernardo: «¿Qué decías, Adán?». "La mujer que me hablas dado, me dio el fruto del árbol, y comí". "Esas palabras más bien que disminuir, aumentan tu falta". "Cambia, pues, esa mala excusa en un grito, de acción de gracias, y di": "Señor, la mujer que me diste me dio el fruto del árbol de la vida, y comí, y mi boca la halló más dulce que la miel, porque tú me has dado la vida con este precioso fruto Y a continuación, el mismo santo exclama: "Oh Virgen maravillosa y dignísima de todo honor! ¡Oh mujer, que merece una veneración singularísima! ¡Oh mujer admirable, más que todas las mujeres, que reparaste la falta de tus padres, y diste la vida a aquellos de tu raza que vendrían después de ti» (7).
Ese es el primer árbol que vemos en nuestro segundo Paraíso, más celestial que terreno.
Tampoco vemos allí al árbol de la ciencia del bien y del mal, puesto que el Corazón luminosísimo y esclarecidísimo de la Madre de Dios, que es la casa del Sol, como se ha dicho, y que llevó siempre en si a aquel en el que están escondidos todos los tesoros de la ciencia y de la sabiduría de Dios, fue henchido de la ciencia de los Santos, de la ciencia y de la sabiduría del Santo de los santos, que le hizo conocer perfectamente el bien que es Dios y le dio un conocimiento clarísimo del sumo mal que es el pecado. Mas porque ella no conoció el pecado como lo conocieron Adán y Eva, trasgrediendo el mandato de Dios, sino que lo conoció en la luz de Dios y como Dios lo conoce, aborreciéndolo como Dios lo aborrece, el fruto de este árbol no fué para ella funesto y mortal, como lo fue para el primer hombre y la primera mujer, el del árbol de la ciencia del bien y del mal que había en el primer paraíso.
De suerte que, como Dios dijo a Adán después de su pecado, pero en un sentido que se dirigía a
su confusión y condenación: He aquí a Adán que ha llegado a ser uno de nosotros, que sabe el bien y el mal: lo mismo se podría decir de nuestra preciosísima Virgen, pero en un sentido que redunda en su alabanza y gloria: He aquí a María que ha llegado a ser semejante a nosotros, que conoce el bien y el mal como nosotros lo conocemos, que usa de este conocimiento como nosotros usamos, y que por este medio es santa y perfecta como nosotros somos santos y perfectos.
Vemos todavía otros muchos árboles en nuestro nuevo Jardín, es decir, en el Corazón de nuestra divina María, totalmente cargados de excelentes frutos agradabilísimos a la vista y deliciosísimos al gusto del que los plantó. ¿No son éstos los frutos de que habla a su Predilecto, cuando le dice: "Venga mi Predilecto a su jardín y coma el fruto de sus manzanos"? Su fe, su esperanza, su caridad, su sumisión a la divina Voluntad, son otros tantos árboles plantados en su - Corazón, que produjeron una infinidad de hermosos frutos. Su pureza virginal, ¿no es un árbol celestial que dio el fruto de los frutos, el Rey de las Vírgenes, y después tantos millones de santas Vírgenes como ha habido, hay y habrá en la Iglesia de Dios? Su celo ardentísimo por la gloria de Dios y la salvación de las almas, ¿no es un árbol divino que dió tantos frutos cuantas son las almas a cuya salvación ella ha cooperado?
§ 4. EXHORTACIÓN
Como conclusión de este capítulo, después de haberte puesto ante los ojos al Corazón bienaventurado de la Madre de Dios como el Paraíso de las delicias del Hombre-Dios, te diré. Querido hermano, que es absolutamente necesario que tú corazón sea o un infierno dé suplicios para ti, o un paraíso de delicias para ti y para Jesús.
Escoge, pues, hermano; porque en tu mano está hacer de tu corazón un paraíso o un infierno.
Si deseas hacer de él no un infierno, sino un paraíso, tienes que practicar tres cosas:
La primera, es echar fuera de él a la serpiente y al hombre viejo, es decir, a todos los enemigos de Dios.
La segunda, considerar al Corazón virginal de tu dignísima Madre, como al primer Paraíso de las delicias de Jesús, y como al modelo y ejemplar de muchos otros paraísos que él quiere tener en los corazones de sus verdaderos hijos, y especialmente en el tuyo; y por consiguiente, examinar cuidadosamente la forma y el estado de este sagrado Jardín, para preparar tú uno semejante en tu corazón; volver a ver y a estudiar lo que se dijo antes, tocante a lo que esta santísima Virgen hizo con las tres potencias de su alma, con) sus sentidos interiores y exteriores y con sus pasiones, a fin de hacer tú lo mismo con las tuyas, en cuanto te sea posible con la gracia de su Hijo; plantar en el centro de tu jardín el árbol de la vida que es Jesús, y hacer de tal suerte por la fidelidad y la perseverancia, que quede allí arraigado tan profundamente que jamás pueda ser separado de allí; plantar también allí el árbol de la ciencia del bien y del mal, ejercitándote en el conocimiento de Dios que te lleve a amarle, y en el conocimiento del pecado que te lleve a odiarlo; y plantar además los santos árboles de la fe, de la esperanza y de la caridad, de la sumisión a la voluntad de Dios, del celo por su gloria y por la salvación de las almas, que producen abundantemente frutos de toda suerte de
buenas obras. También plantar allí las flores de todas las demás virtudes, especialmente el cultivo del temor de Dios, sólo el cual es capaz de cambiar tu corazón en un paraíso de bendición (8), la violeta de la humildad, el lirio de la pureza, la rosa de la caridad y el clavel de la misericordia: "La gracia, dice el Espíritu Santo (9), es decir, la misericordia y compasión de las miserias del prójimo, es un paraíso de bendiciones para los que la ejercitan". Más, regar todos estos árboles y todas estas flores con las aguas vivas de la gracia y de la devoción, que debes sacar de la fuente de los santos Sacramentos, de la oración y de la lectura de libros de piedad.
La tercera cosa que tienes que hacer, después de todo eso, te lo declara Dios en estas palabras: "Guarda tu corazón con todo el cuidado y la diligencia posibles, porque él es el principio de la vida" (10).
Para ello, ponlo confiadamente en las manos de Dios; porque si lo guardas en las tuyas, seguro que lo perderás; y pídele que ponga a la puerta de este paraíso un querubín, con una espada resplandeciente en su mano, es decir: la ciencia y el conocimiento de ti mismo, verdadera madre de la humildad, que es el guardián de todos los tesoros del cielo en un corazón-, con el verdadero amor de Dios, que es una espada cortante de dos filos, que corta la cabeza del amor propio y del amor al mundo, que son dos fuentes envenenadas con todas las aguas pestíferas del infierno, que harían morir todos los árboles y todas las flores de tu jardín, si entrasen en él.
Si procuras hacer estas tres cosas, que son fáciles con la gracia de Dios, que no la niega a los que se la piden, tu corazón será un paraíso delicioso para Jesús, el cual nos asegura que sus delicias son estar con los hijos de los hombres; y para ti un paraíso de paz, de reposo y de dulzura increíble.

LIBRO TERCERO
QUE CONTIENE OTRAS SEIS IMÁGENES
DEL CORAZÓN VIRGINAL DE LA REINA
DEL CIELO

CAPÍTULO 1
Séptima imagen de¡ Corazón sagrado de la Madre de Dios, que es la Zarza ardiente que vio Moisés sobre el monte Horeb
§ 1. ARBUSTO DE DIOS
Orígenes, San Gregorio de Nisa, San Bernardo y muchos otros santos Padres están de acuerdo en que esta Zarza ardiente, de la que habla el capítulo tercero del Éxodo, es una figura de la santísima Virgen, la cual llevó, dice San Germán, patriarca de Constantinopla, en una naturaleza mortal y corruptible, el fuego consumidor de la Divinidad, sin ser consumida. Pero el doctísimo y piadosísimo Juan Gersón canciller de la célebre Universidad de París, y uno de los más ilustres Doctores de esta famosísima Academia de ciencias divinas y humanas, escribiendo sobre el divino Cántico de la bienaventurada Virgen, y hablando de su Corazón sagrado, dice que estaba figurado en esta misma zarza ardiente que Moisés vid sobre el monte Horeb. Y no habla de este modo sin razón: porque en efecto, este prodigio extraordinario de una zarza que se quema en medio de un fuego ardentísimo, y que no se consume, es una bellísima imagen de este mismo Corazón, que se encuentra allí perfectísimamente descrito en muchas cosas.
No debemos menospreciar esta zarza porque no es sino una zarza, un miserable arbusto, el último de todos los arbustos. Por el contrario, le debemos respetar, ya que Dios le honró hasta el punto de escogerle, a despecho de los altísimos cedros del Líbano, para hacer brillar en él el esplendor de su gloria en medio del fuego y de las llamas en que se estaba abrasando. ¿Quieres saber por qué? Escucha al Espíritu Santo: "El Señor, aunque infinitamente elevado ,sobre todas las cosas y altísimo, sin embargo se complace en mirar de cerca y con mirada benigna y amorosa, las cosas pequeñas y humildes; mientras que las cosas grandes y elevadas no las conoce más que de lejos, como desdeñándolas y despreciándolas"(1).
He ahí por qué miró la humildad de su sierva: Respexit humilitatem ancillae suae ( 2), l a profundísima humildad del Corazón de María, de la que dice San Bernardo: Con razón, la que se tenía a si misma en su espíritu y en su Corazón por la última de todas las creaturas, fue constituida la primera, porque, no obstante de ser como era, la primera, sin embargo se trataba como si fuera la últimas. Pues bien, es esta humildad del Corazón de la Reina del cielo, lo que se representa en la pequeñez de la zarza misteriosa del monte Horeb.
No debemos tener aversión ni horror hacia esta zarza por causa de las espinas punzantes con que está por todas partes defendida, por dentro y por fuera. Al contrario, debemos amarla por este motivo, ya que Dios la ama por esta consideración. He aquí dos causas, además de la que ya dije referente a la pequeñez y humildad:
La primera es porque el Corazón de Dios está donde está el odio al pecado, el Corazón de Dios ama todos los corazones que odian el pecado, el Corazón de Dios se complace en todos los corazones a los que desagrada la iniquidad; tanto cuanto se le asemejan en el odio a lo que él odia infinitamente. De donde resulta que este Corazón adorable tiene un amor mucho mayor al Corazón amabilísimo de la bienaventurada Virgen, que a todos los corazones de los hombres, y de los Ángeles; porque como nunca jamás ha habido un corazón que amara tanto a Dios, tampoco ha habido jamás quien tuviera tanto horror a lo que es contrario a Dios. Y he aquí por qué ama Dios a esta zarza ardiente, tanto, que, como el fuego que la quema representa el fuego del amor divino que abrasa el Corazón de María, así las espinas, de las que está totalmente lleno, significan el odio casi infinito que llena absolutamente este Corazón frente al pecado.
La segunda causa es porque estas espinas representan los dolores agudísimos y las aflicciones sutilísimas que afligieron, traspasaron y desgarraron mil y mil veces el Corazón de la preciosísima Virgen y que él sufrió con un grandisimo amor a Dios y una ardentísima caridad hacia los hombres.
Por lo cual puso Dios en él sus complacencias y estableció allí el trono de su gloria, porque no hay nada que le sea tan agradable ni en que sea glorificado tanto, como un corazón angustiado y lleno de tribulaciones y que se porta en ellas como debe. Si sufrís alguna injuria, dice el Príncipe de los Apóstoles, y la sufrís por el nombre de Jesucristo, es decir, según su espíritu y como él la sufrió, bienaventurados sois, porque el honor, la gloria, la virtud y el espíritu de Dios reposan en vosotros ( 4) .
§ 2. FUEGO QUE NO CONSUME
Pero lo principal que tenemos que considerar en esta zarza, es lo que significan estas palabras de Moisés: "Iré y veré esta grande cosa que aparece a mis ojos, por qué esta zarza arde y no se consume" (5). Porque él veía, dice el texto sagrado, que la zarza estaba en medio de un fuego ardentisimo que sin embargo no la consumía.
Gran prodigio, en verdad; pero que no es más que la pintura de un milagro mucho mayor que tuvo lugar en el Corazón de nuestra Madre admirable; el cual es un abismo de toda suerte de maravillas, entre las que una de las principales es ésta: que, mientras esta Madre del amor hermoso vivió en este mundo, su Corazón estuvo de tal modo abrasado en el amor de su Dios, que las llamas de este fuego sagrado habrían consumido su vida corporal, si no hubiese sido conservada milagrosamente en medio de estos celestes abrasamientos. De suerte que era un milagro mucho mayor verla subsistir en medio de estos divinos incendios sin ser en ellos aniquilada, que el milagro de la zarza de Moisés, y que el de la conservación de los tres jóvenes en el horno de Babilonia, de que hablaremos más ampliamente después.
Ya ves por todo esto cómo la zarza ardiente del monte Horeb no es la menor imagen del Corazón santísimo de la Madre del amor.
§ 3. EX EXHORTACIÓN
Pero, ¿sabes tú bien, querido hermano, que es absolutamente necesario que tu corazón arda en este fuego que inflamó el Corazón virginal, en este fuego que el Hijo de Dios, según él nos dijo, vino a traer a la tierra para prenderlo por todas partes, o bien que arda eternamente en el fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles? ¡Oh Dios! ¡Qué diferencia entre estos dos fuegos! Cómo puede uno durar siempre en medio de estos fuegos devoradores y de estos incendios eternos, sobre los cuales Dios dice a todos los hombres: "¿Quién de vosotros podrá habitar con el fuego devorador? ¿Quién de vosotros podrá habitar con los ardores eternos? (6). Pero ¿cuáles serán las dulzuras, los gozos, los encantos de los que ardan para siempre con los Serafines y con todos los celestiales amantes del amabilísimo Jesús, en los fuegos deliciosos de su divino amor? Oh, ¿qué no se deberá hacer para preservarse de una tan espantosa desgracia, y para poseer una dicha tan apetecible? Alégrate, tú que lees o escuchas estas cosas, y da gracias a Dios porque eso todavía está en tu mano, ya que todavía estás en este mundo, y porque hasta te es más fácil ser del número de los que se verán embriagados por toda una eternidad, en las delicias inconcebibles del amor eterno, que perderte con los que han de sufrir para siempre los horribles suplicios de los fuegos del infierno. Si deseas evitar esto y gozar aquello, trabaja por extinguir enteramente en tu corazón el fuego del amor al mundo y del amor a ti mismo, el fuego infernal de la concupiscencia, el fuego de la ambición, el fuego de la ira, el fuego de la envidia.
Entrega tu corazón a Jesús, y pídele que encienda en ti este fuego que él vino a traer a la tierra; y para esto, dile frecuentemente con San Agustín: "Oh fuego que siempre ardes y nunca te extingues; oh amor siempre férvido y que nunca disminuyes, quémame y abrásame totalmente, para que yo sea todo fuego y todo llama de amor a ti".


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