EL
MAGISTERIO DE LA IGLESIA
La primera y fundamental condición, que necesitamos
cumplir los hombres para apropiarnos los frutos de la Redención de Jesucristo
es la aceptación de su divinidad Y de su doctrina: "Los
que creyeren, serán salvos; y los que no creyeren se condenarán". La fe ha
de ser la raíz de la justificación, y el alma de toda vida espiritual.
Pero la fe no puede existir sin la predicación, en
la presente economía de la gracia. ¿Cómo
creerán los hombres en Cristo y en su doctrina, si de Él nada han oído hablar?
Y ¿cómo habrá predicadores, si no se les envía? (Rom. X, 14 Y 151.)
Para realizar la obra de Cristo era, pues, necesaria
la predicación, la enseñanza, un magisterio vivo, auténtico, indeficiente, que
iluminase a todos los hombres con la luz esplendoroso del Evangelio.
Recordemos las últimas y definitivas palabras de
Jesucristo a sus Apóstoles:
“A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id,
pues, e instruid a todas las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándolas a observar todas las cosas, que Yo
os he mandado". "Predicad el Evangelio a toda criatura". El
que creyere, se salvará; pero el que no creyere, se condenará". "Y yo estaré con vosotros todos los días hasta la
consumación de los siglos". (Mt. XXVIII 18-20; Marc. XVI 16 Y 171.)
l.-Afirma Jesucristo que tiene todo poder sobre el
cielo y la tierra: esta afirmación, tan absoluta e ilimitada implica ciertamente
una reafirmación solemne e inequívoca de su personalidad divina, de su Divina
Filiación y de la unión hipostática, en virtud de la cual la naturaleza humana
de Cristo participa de los derechos divinos sobre todo el universo, sobre todos
y cada uno de los hombres. Por ser Jesucristo el Hijo de Dios, hecho hombre,
por eso tiene todo poder en el cielo y en la tierra, y por eso instituyó su
Iglesia.
2.-En virtud de este poder divino, envía a sus Apóstoles,
y solamente a sus Apóstoles (y a sus legítimos sucesores, los Papas y los
Obispos), como legados suyo, como sus lugartenientes, como los continuadores de
su obra. "Como
mi Padre me envió, así Yo os envío a vos otros”.
3.- ¿A qué los envía? A enseñar, a predicar el
Evangelio. "Enseñándoles
a observar todas las cosas, que Yo os he mandado". Para cumplir
esta misión tienen ese poder que Jesucristo les confiere. Las palabras del
Divino Fundador son un mandato, pero implican un poder.
4.-Es de notar que Jesucristo no les dice: "Id
y escribid"; sino "Id y enseñad". El Magisterio tiene que ser
vivo. Sólo ese Magisterio vivo podrá darnos el sentido auténtico, la interpretación
genuina de los Libros Sagrados.
5.-Y ¿qué deben enseñar? "El Evangelio, todas las cosas que Yo mismo
os he mandado", todas las verdades encerradas en el Depósito de la Divina
Revelación, sin adulteraciones, sin añadiduras, sin merma alguna.
Es de suma importancia el tener en cuenta este
punto.
El Evangelio de Cristo, no cambia, ni en su
contenido, ni en su expresión. El Depósito de la Divina Revelación no
evoluciona ni se acomoda a las fluctuaciones humanas.
6.-A quien deben enseñar? "A todas las gentes, a toda
criatura": a todos los pueblos y naciones, sin distinción, ni
privilegios. A los de ayer, a los de hoy, a los de mañana; a los ricos y a los
pobres a los civilizados, y a los bárbaros a los gentiles, lo mismo que a los
judíos. No hay discriminación de personas delante de Dios.
7.-Y ¿en dónde y hasta cuándo deben enseñar?
''En todo el mundo; hasta la consumación de los
siglos". Es evidente que ni Pedro, ni Juan, ni Santiago, ni
ninguno otro de los miembros de aquel primitivo Colegio Apostólico, podía, por
sí mismo y en el decurso de su corta vida, cumplir a la letra estas palabras de
Jesucristo luego, si estas palabras eran eficaces, si debía predicarse el
Evangelio, en todas partes y hasta el fin de los tiempos si la Iglesia debía
subsistir después de la muerte de aquellos hombres ellos, por voluntad indudable
y eficaz del Divino Fundador, habían de tener sucesores, en su oficio y en su
misión, a quienes delegasen todos los poderes recibidos, en orden a la obra
trascendente que el Salvador les había confiado.
8.-Y ¿qué obligación imponen las palabras de Cristo
a todos los hombres, para aceptar, dócil y fielmente, las enseñanzas de los
Apóstoles? Gravísima tan grave, que va de por medio la eterna salvación: "El que
creyere, será salvo; el que no creyere, se condenará".
9.-Finalmente, Jesucristo garantiza la eficacia, la inmutabilidad del Magisterio de la Iglesia
con la sublime promesa de su propia presencia y auxilio divino:
"Y Yo estaré con vosotros, les
dice a sus Apóstoles y sus sucesores, todos los días hasta la consumación de
los siglos".
Hay, pues, según se desprende de las palabras del
Divino Fundador, en la Iglesia, un Magisterio, vivo, auténtico, indeficiente,
que cuenta con la asistencia del mismo Jesucristo, para el cumplimiento de su
misión sobrenatural y trascendente. Esto equivale a decir que este Magisterio,
cuenta, en ciertas circunstancias, con la prerrogativa de la infalibilidad
didáctica.
Las palabras de la Sagrada Escritura, en boca de
Dios: "Yo
estaré contigo". "Yo estaré con vosotros" siempre
significan un auxilio especial, una ayuda extraordinaria y eficaz de parte de
Dios, para la realización perfecta de la misión confiada a las personas, a
quien Dios dice estas palabras.
Jesucristo promete su asistencia divina para que los
Apóstoles y sus legítimos sucesores, prediquen el Evangelio, la doctrina que El
les confió, sin error, sin adulteración alguna.
Infalibilidad no significa, en manera alguna, una
nueva y divina revelación, como la que recibieron los Apóstoles y evangelistas,
cuyos escritos son recibidos o aceptados como la palabra de Dios. El Depósito
de la Divina Revelación quedó cerrado con la muerte del último de los
Apóstoles. Me refiero a la revelación pública, oficial, que exige el
asentimiento de nuestra fe católica.
De aquí se sigue, que cuando un Papa o un Concilio
definen una verdad, un dogma, lo único que hacen es asegurarnos, con
infalibilidad didáctica, que esa verdad se encuentra, explícito o
implícitamente, en el Depósito de la Divina Revelación, y que, por lo tanto,
todos tenemos que creerla como verdad de nuestra fe católico.
Una verdad o un dogma definido no puede después ser
negado o mudado su sentido, porque esto sería negar, la infalibilidad didáctica
del Magisterio de la Iglesia, que estamos defendiendo.
De aquí también se sigue que la definición dogmática
de un Concilio o de un Papa nunca puede versar sobre cosas mudables y contingentes.
El Depósito de la Divina Revelación es Inmutable, aunque nosotros no conozcamos
todavía, tal vez, todos los tesoros que en él se encuentran. El "Novus
Ordo Missae" no es, no puede ser una definición dogmatico e infalible, ni
del Papa, ni del Concilio. (Por carecer de esa infalibilidad no así la Misa de
siempre que fue canonizada por San Pío V)
La infalibilidad tampoco significa impecabilidad.(en cuanto al que preside la Iglesia
como sucesor de San Pedro)
Los hombres de la Iglesia, cualquiera
que sea rango y condición, como humanos y frágiles, puedan pecar (y de
hecho la historia de la Iglesia nos muestra ese tipo de debilidades y miserias
de algunos sumos Pontífices que, de hecho, muchas veces, han pecado; pero, sus debilidades
en nada contradicen el don de la infalibilidad didáctica, que al Magisterio de
su Iglesia prometió Jesucristo, para mantener incólume el Depósito de las
Palabras Reveladas. (La acción divina es la que asegura estas
verdades reveladas y escritas en el Magisterio infalible de la Iglesia
Infalibilidad tampoco significa un conocimiento
exacto y verdadero de todas las ciencias y de todas las materias, que caen bajo
el estudio y la investigación, especulativa o práctica de los hombres. El Papa no es infalible cuando nos habla de temas
sociológicos, económicos o políticos. El Magisterio de la Iglesia no
abarca estas ciencias, estos conocimientos meramente racionales y humanos, ya
que el Divino Maestro vino tan sólo a enseñarnos los misterios del Reino de los
Cielos.
Infalibilidad, pues, significa, en el
caso presente, la inmunidad del error en la enseñanza de la doctrina y de la
moral de Jesucristo. Es una infalibilidad necesariamente didáctica del
Magisterio oficial y universal; es, además, participada, pues es efecto de la
asistencia especial del Espíritu Santo y de Jesucristo. Esta prerrogativa no
está encaminada a beneficio particular de ningún hombre (No se puede utilizar como un arma que baya
en contra de la sabiduría divina, pues no es el Magisterio el que está al
servicio de hombre sino el hombre al servicio de Magisterio, y no se puede
utilizar para sacar argumentos a forciore para apoyar un error o una questio
disputata), sino a beneficio de todos los creyentes, para la incolumidad y
preservación de la Iglesia. (Aquí termina la
exposición del P. Sáenz y Arriaga.)
En conclusión mientras la questio disputata no este asentada o
contenida en el Magisterio Infalible de la Iglesia NO SE PUEDE TOMAR COMO UN DOGMA del cual
dependa la salvación del hombre es solo una opinión que se acepta o se rechaza
si quienes la rechazan se les llame católicos TIBIOS es una imprudencia sin
nombre porque se está utilizando una frase del Apocalipsis cuya interpretación
acomodaticia no coincide con la realidad y se va contra la VERDAD ÚNICA cuyo
sentido lo aplico a una Iglesia y aun su verdadero sentido es un misterio.
Además toda Questio disputata no depende discutirla a todos los hombres sino para
aquellos que la Iglesia a elegido como sus ministro y para cuyo oficio fueron
destinados como los teólogos religiosos, es decir, son asuntos de la Iglesia
docente, pero nunca a la Iglesia dicente, es decir, los laicos o seglares.
P. D. El artículo es del Padre Sáenz y Arriaga los
paréntesis y conclusión no son de él.
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