LOS ESLAVÓFILOS RUSOS y SUS
IDEAS SOBRE LA IGLESIA.
NOTAS CRÍTICAS.
Monseñor Filareto ha puesto al desnudo,
sin quererlo, el estado real de la Iglesia oriental separada. Los Eslavófilos
han querido cubrir esa desnudez con el transparente velo de una teoría
idealista de la Iglesia «en su unidad libre y viva, basada en la gracia divina
y la caridad cristiana». Como idea general de la Iglesia bajo el aspecto de
organismo moral, la doctrina de los eslavófilos es perfectamente cierta, y
ellos tienen el gran mérito de haber insistido en principio sobre la unidad
esencial e indivisible de este organismo, tan desconocida por nuestros teólogos
oficiales y nuestros disidentes. Por lo demás, los que opinen que los
eslavófilos, al exponer la idea positiva de la Iglesia Universal se quedan
demasiado en vaguedades y generalidades, encontrarán esta misma idea de la
Iglesia, desarrollada con mucha mayor amplitud y claridad por ciertos
escritores católicos, sobre todo el ilustre Moehler en su admirable libro Die
Symbolik der Christlichen Kirche (1).
«La Iglesia es una», tal es el título
que Khomiakof, jefe del círculo eslavófilo en Rusia, ha dado a un opúsculo
dogmático que, aun cuando insignificante en sí, merece ser indicado como la
única tentativa hecha por los eslavófilos para precisar y sistematizar sus
ideas teológicas. La unidad de la Iglesia está determinada por la unidad de la Gracia divina
que, para penetrar a los hombres y transformarlos en Iglesia de Dios, exige de
ellos fidelidad a la tradición común, caridad fraternal y libre acuerdo de las
conciencias individuales como garantía definitiva de la veracidad de su fe.
Los eslavófilos insisten sobre este último punto especialmente definiendo a
la Iglesia verdadera como la síntesis espontánea e interior de la unidad y de
la libertad en la caridad. ¿Qué puede objetarse a semejante ideal? ¿Cuál es el
católico romano que, al mostrársele la Humanidad entera o una parte
considerable de ella penetrada de amor divino y caridad fraternal, poseyendo
sólo un alma y un corazón y permaneciendo así en una libre unión por completo
interior, cuál es, digo, el católico romano que querría imponer a tal sociedad
la autoridad exterior y obligatoria de un poder religioso público? ¿Existen en
alguna parte papistas que crean que los serafines y querubines necesitan un
Papa que los gobierne? Y asimismo, ¿dónde está el protestante que, viendo la
verdad definitiva realmente adquirida por da perfección de la caridad»,
insistiera todavía en emplear el libre examen? La unidad, perfectamente libre e interior de
los hombres con la Divinidad, y entre ellos, es el supremo fin, el puerto hacia
el que navegamos. Nuestros hermanos occidentales no están de acuerdo
entre ellos en cuanto a los medios más apropiados para lograrlo.
Los católicos creen que es más seguro
cruzar el mar junto en una gran nave ya probada, construida por un maestro
célebre, gobernada por un experimentado piloto y provista de todo cuanto es
necesario para el viaje.
Los protestantes pretenden, por el
contrario, que cada cual debe fabricarse un barquichuelo a su gusto para poder
bogar con más libertad. Esta última opinión, por errónea que sea, admite
discusión, sin embargo. Pero, ¿qué puede argumentarse contra estos
seudo-ortodoxos, según los cuales el verdadero medio de llegar a puerto es
imaginarse que ya se está en él? Pues así creen aventajar a las comuniones
occidentales, las que, a decir verdad, no han supuesto jamás que la gran
religiosidad pudiera resolverse tan fácilmente.
La Iglesia es una e indivisible, lo que
no le impide contener esferas diferentes que no deben ser separadas, sino
claramente distinguidas, sin lo cual nunca se llegará a comprender nada del
pasado ni del presente, ni a hacer nada por el futuro religioso de la
Humanidad. La perfección absoluta sólo
puede pertenecer a la parte superior de la Iglesia, que se ha apropiado ya y
asimilado definitivamente la plenitud de la gracia divina (la Iglesia
triunfante o el reino de la gloria). Entre esta esfera divina y los elementos puramente terrestres
de la Humanidad visible, está el organismo divino-humano de la Iglesia,
invisible en su poder místico y visible en sus manifestaciones actuales, que
participa igualmente de la perfección celeste y de las condiciones de la existencia
material. Esta es la Iglesia propiamente dicha y ésta es lo que
nosotros consideramos. Ella no es
perfecta en el sentido absoluto, pero debe poseer todos los medios necesarios
para progresar con seguridad hacia el ideal supremo —la unión perfecta de toda
criatura en Dios— a través de obstáculos y dificultades innumerables y entre
las luchas, tentaciones y desfallecimientos humanos. La Iglesia no tiene aquí
abajo la unidad perfecta del reino celeste, pero debe, sin embargo, contar con cierta
unidad real, con un vínculo, orgánico y espiritual al mismo tiempo, que la determine
como institución sólida, como cuerpo vivo y como individualidad moral. Bien que
no abrace material y actualmente a todo el género humano; es, sin embargo, universal en virtud de que no
puede atarse exclusivamente a una nación o a un grupo de naciones cualesquiera,
sino que debe tener un centro internacional para propagarse en el universo
entero. La Iglesia de aquí abajo, fundada en la revelación divina,
custodia del depósito de la fe, no por ello tiene conocimiento absoluto e
inmediato de todas las verdades; pero es infalible, es decir, que no puede
errar si determina en un momento dado tal o cual verdad religiosa y moral, cuyo
conocimiento explícito ha llegado a serle necesario. La Iglesia terrestre no es
absolutamente libre por cuanto está sometida a las condiciones de la existencia
finita, pero debe
tener independencia bastante como para poder luchar continua y activamente
contra los poderes enemigos, para no permitir que las puertas del infierno
prevalezcan contra ella.
Tal es la verdadera Iglesia de la
tierra, la Iglesia que, aun cuando imperfecta en sus elementos humanos, ha
recibido de Dios el derecho, el poder y todos los medios necesarios para elevar
a la Humanidad y dirigirla a su fin definitivo. Si no fuera una y universal, no
podría servir de base para la unidad positiva de todos los pueblos, y ésta es
su misión principal. Si no fuera infalible no podría guiar a la Humanidad por el
camino verdadero; sería entonces como un ciego guiando a otro ciego. Y si, por
último, no fuera independiente, no podría
llenar ninguna de sus funciones sociales, y, al convertirse en instrumento de
los poderes de este siglo, faltaría por completo a su misión. Los caracteres
esenciales e indispensables de la Iglesia verdadera son, al parecer,
suficientemente claros y determinados. Sin embargo, nuestros nuevos ortodoxos,
tras de haber confundido en sus nebulosas reflexiones el aspecto divino y el
aspecto terrestre de la Iglesia, no encuentran dificultad alguna para
identificar ese confuso ideal con la Iglesia oriental de hoy, la Iglesia
greco-rusa tal como la vemos... La proclaman la sola y única Iglesia de Dios,
la verdadera Iglesia Universal, y miran a las demás comuniones como
asociaciones anticristianas. Así, al paso que aceptan en principio la idea de
la Iglesia Universal, los eslavófilos la excluyen de hecho y reducen la
universalidad cristiana a una Iglesia particular que está por otra parte, muy
lejos de responder al ideal que ellos mismos preconizan. Según su pensamiento,
la verdadera Iglesia es, ya lo sabemos, la síntesis orgánica de la libertad y
de la unidad en la caridad; ¿es en la Iglesia greco-rusa donde encontraremos
esta síntesis? Tratemos de conservar la seriedad y veamos si es cierto.
(1) Obra laudada y citada a menudo" en las Praclectiones theologicae del dogmatista oficial de la Iglesia latina, P. Perrone. profesor del Collegium romanum y miembro de la Compañía de Jesús.
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