PROMETEO
LA
RELIGIÓN
DEL
HOMBRE
ENSAYO DE UNA HERMENÉUTICA
DEL CONCILIO VATICANO II
PADRE ÁLVARO CALDERÓN
CAPÍTULO
3
LA NUEVA IGLESIA
LA NUEVA IGLESIA
Pablo VI afirma, en el
discurso de clausura, que el Concilio tuvo dos grandes «intenciones
religiosas»: una última, acercarse al hombre moderno por un «nuevo
humanismo», y otra inmediata, la «redefinición» de la Iglesia: “El Concilio,
más que de las verdades divinas, se ha ocupado principalmente de la Iglesia, de
su naturaleza, de su composición, de su vocación ecuménica, de su actividad
apostólica y misionera. Esta secular sociedad religiosa, que es la Iglesia, ha
tratado de realizar un acto reflejo sobre sí misma para conocerse mejor, para
definirse mejor y disponer, consiguientemente, sus sentimientos y sus
preceptos” (n. 5). En el capítulo anterior hemos hablado de aquella última
intención, ahora nos toca hablar de esta más “directa y primordial intención
religiosa” (n. 5). Es claro que convenía guardar este orden porque, si bien la
instauración del «nuevo humanismo» es algo último en cuanto a la ejecución,
estuvo ciertamente primero en la intención. La redefinición de la Iglesia es
una intención «directa», esto es, más inmediato, y si el Papa la considera
«primordial», es justamente porque constituye el medio para alcanzar aquello.
La Iglesia, como buena samaritana, se redefine para salvar al humanismo
moderno, que yace herido a la vera del camino: “El humanismo laico y profano ha
aparecido, finalmente, en toda su terrible estatura y, en cierto sentido, ha
desafiado al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho hombre, se ha
encontrado con la religión -porque tal es- del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha
sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podía haberse dado, pero no
se produjo. [Lo que se dio fue una redefinición de la misma Iglesia:] La antigua historia del
samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía
inmensa lo ha penetrado todo” (n. 8). Después de lo dicho en el capítulo
anterior, podemos comprender las líneas generales de la redefinición de la
Iglesia según el Concilio. Esta consiste en un redimensionamiento en el
contexto de la humanidad, más precisamente, en un humilde achicamiento. Ha
sido tan grande la estima de los valores humanos, que el Concilio ha tomado
conciencia de que la Iglesia católica no es lo único que vale y existe, como
antes Ella pareció pensar. Antes la Iglesia católica parecía creer que Ella era
Todo, pero ahora ha tomado conciencia que es Parte de un Todo más
grande, es algo en la Humanidad y para la Humanidad: “La religión católica y la
vida humana –reconoce Pablo VI- reafirman así su alianza, su convergencia en
una sola humana realidad: la religión católica es para la humanidad; en
cierto sentido, ella es la vida de la humanidad” (n. 15). La primera sorpresa
que trae el achicamiento de la Iglesia, consiste en descubrir que hay algo
respetable más allá de sus fronteras: el mundo y las religiones. Antes la
Iglesia se consideraba como única Arca de salvación, y de sus muros para afuera
sólo veía un reino de tinieblas condenado a la perdición. Toda su actividad
estaba dirigida ad intra, en un esfuerzo de conversión e incorporación
de los hombres y de los pueblos en Ella misma. Ahora que el Concilio la ve como
parte de algo mayor, aparece una doble dirección de actividades y
preocupaciones, ad intra y ad extra91. Esto nos pide dividir nuestro
capítulo en cuatro temas:
A. La Iglesia y el Reino
de Dios.
Aquí consideraremos cómo
la Iglesia pasa a ser parte de la Humanidad y qué funciones debe cumplir para
la Humanidad.
B. La Iglesia y el Mundo.
Establecida la distinción
entre la Iglesia-parte y la Humanidad-todo, pasamos a considerar la distinción
y relación entre la esfera religiosa de la Humanidad, donde se incluye la Iglesia,
y la esfera profana, a la que podemos llamar Mundo. Aquí entonces no
consideramos la relación de parte a todo, sino de parte a parte, en cierto modo
de mitad a mitad.
C. La Iglesia y las
Religiones.
Dentro de la esfera
religiosa, la Iglesia católica descubre nuevas relaciones con las demás
religiones, supuestamente fundamentales en orden a su relación con el Mundo y a
la instauración del Reino de Dios en toda la Humanidad.
D. La Iglesia Comunión.
Finalmente, habiendo
considerado todas las nuevas relaciones ad extra, pasamos a considerar
cómo entiende el Concilio que la Iglesia debe redefinirse en su constitución
íntima, ad intra, para poder cumplir más adecuadamente las funciones
anteriores, que hasta ahora tenía ignoradas.
A. LA IGLESIA Y EL REINO DE DIOS
1º La doctrina católica
Se puede decir que toda la
predicación de Nuestro Señor giró en tomo al Reino de los cielos o Reino de Dios.
Jesucristo habla del Reino como de una realidad por venir, pero que no deja de
estar en cierto modo presente; enseña que el Reino ya presente es algo interior
al hombre, pero que constituye también una realidad social. Es verdad
que en los Evangelios se habla mucho del Reino y poco de la Iglesia, mientras que
a partir de Pentecostés comienza a hablarse más de Iglesia que de Reino, como
se ve en los demás escritos del Nuevo Testamento. Pero es claro que, con
matices diversos, ambos términos significan lo mismo. En la solemne declaración
de Nuestro Señor a San Pedro, que refiere San Mateo, queda incontestablemente
afirmada la identidad entre Iglesia y Reino: “Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en
la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será
desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19). “Este reino de Dios -comenta un autor-,
expresión que puede tener un significado más o menos amplio según el contexto,
en este lugar [de Mateo 16], por el perfecto paralelismo con la frase anterior
y la siguiente: «Todo lo que atares en ¡a tierra, quedará atado en los
cielos», sólo puede significar el reino de Dios existente en la tierra, ya que
Pedro, el apóstol que tiene delante Jesús, será la autoridad suprema de este
reino. Reino de Dios o reino de los cielos e Iglesia no son, pues, realidades
distintas, sino la misma realidad bajo dos aspectos. Y en esto se corresponde armónicamente
el Nuevo Testamento con el Antiguo: como el pueblo escogido era el reino de
Dios del Antiguo Testamento, así, en el Nuevo, la Iglesia de Cristo es el reino
de Dios en la tierra. Por tanto, cuando Cristo habla del reino de Dios en la
tierra, habla en realidad de su Iglesia”. El Reino de Dios significa
principalmente aquella realidad que se va a establecer plenamente allende la
historia, después de la segunda venida de Nuestro Señor. La Iglesia, en cambio,
se refiere principalmente a la sociedad de los bautizados instituida por Nuestro
Señor en la historia, en su primera venida, esto es, la Iglesia militante. Pero
Nuestro Señor habla también del Reino como algo ya constituido en la tierra,
refiriéndose a la Iglesia militante; y el Reino que trasciende la historia es
lo que se entiende como Iglesia triunfante. En el único punto en que la noción
de «Reino» parece más amplia que la de «Iglesia», es en cuanto se refiere al
reinado interior de Dios en el corazón del cristiano. Pero esto tampoco es ajeno
a la noción de Iglesia, porque el Reino inmanente se establece en las almas por
la fe y la caridad, principios por los que se pertenece a la Iglesia de Cristo.
De allí que la sana teología haya siempre identificado estos dos conceptos:
“Reino de Dios -dice Santo Tomás- se entiende como por antonomasia, de dos
maneras: a veces como la congregación de los que caminan por la fe; y así se
dice Reino de Dios a la Iglesia militante; otras veces, en cambio, como el
colegio de aquellos que ya están establecidos en el fin; y así se dice Reino de
Dios a la Iglesia triunfante”. Esta no es sólo doctrina teológica, sino
doctrina católica sostenida por el mismo Magisterio. Los Papas, ciertamente,
hablan de la Iglesia y del Reino de Cristo como de una misma e idéntica cosa.
León XIII comienza su encíclica sobre la masonería Humanum Genus diciendo:
“El género humano, después de apartarse miserablemente de Dios, creador y dador
de los bienes celestiales, por envidia del demonio, quedó dividido en dos
campos contrarios... El primer campo es el reino de Dios sobre la tierra, es
decir, la Iglesia verdadera de Jesucristo”. Pío XI dice en Quas Primas: “Catholica
Ecclesia, quae est Christi regnum in terris, la Iglesia católica, que es el
Reino de Cristo en la tierra... Tal se nos propone ciertamente en los
Evangelios este reino [de Cristo], para entrar en el cual los hombres han de
prepararse haciendo penitencia, y no pueden de hecho entrar si no es por la fe
y el bautismo” (Denzinger 2195). Pío XII condena en Mystici Corporis a
los que distinguen una Iglesia ideal de la Iglesia jurídica y aclara: “El Eterno
Padre quiso [la Iglesia], ciertamente, como «reino del Hijo de su amor»; pero
un verdadero reino, en el que todos los fieles le rindiesen pleno homenaje de
su entendimiento y voluntad”. En verdad no terminaríamos nunca si tuviéramos que
hacer la lista de los pasajes donde los Papas identifican la Iglesia con el
Reino de Dios.
2º La distinción conciliar
entre Iglesia y Reino de Dios
Sin embargo, otra de las
muchas sorpresas que depara la doctrina conciliar al ingenuo católico
tradicional, es la distinción entre Iglesia y Reino de Dios. Cuando leemos en Lumen
gentium que la Iglesia es el “reino de Cristo presente actualmente en
misterio” (n.3) y que “constituye en la tierra el germen y el principio de ese
reino” (n.5), podría parecemos que en nada se distingue de lo que teníamos
aprendido: la Iglesia que milita en la tierra es el Reino de Dios en el
misterio dé la fe; y es a la vez semilla del Reino de los Cielos, es decir, de
la Iglesia triunfante en la claridad de la gloria. Pero donde no veíamos
conflicto, la Comisión Teológica Internacional encuentra “la difícil cuestión
de la relación entre la Iglesia y el Reino”. ¿Por qué lo fácil se hace
difícil? Porque para nosotros el Reino es simplemente la Iglesia, pero, bien
leído, para el Concilio no: “Mientras que muchos Padres de la Iglesia, muchos
teólogos medievales y los Reformadores del siglo XVI identifican generalmente
la Iglesia y el Reino, se tiende, sobre todo desde hace dos siglos, a poner
entre ambos una distancia más o menos grande”. Hoy esta distancia se considera
doctrina comúnmente aceptada: “Afirmar la relación indivisible que existe entre
la Iglesia y el Reino -dice el entonces Cardenal Ratzinger- no implica olvidar
que el Reino de Dios, aún considerado en su fase histórica, no se identifica
con la Iglesia en su realidad visible y social”.
3º Los motivos de la
distinción
Al levantarse en defensa
de los valores humanos, el humanismo dice enfrentarse no tanto con Dios sino
con sus representantes, es decir, con la constitución jerárquica de la Iglesia.
En la medida en que se fue alejando de la Iglesia católica, la terminó negando
como legítima heredera de Jesucristo. Pero como es imposible separar la figura
de Jesucristo de la predicación del Reino de Dios, aprovechó las diferencias de
matices entre las nociones de Iglesia y Reino para decir que una cosa es el
Reino que Cristo prometía y otra la Iglesia que de hecho surgió como
institución. Esta acusación se ha hecho clásica en frase del modernista A. Loisy
(excomulgado por San Pío X en 1908): “Jesús anunciaba el Reino de Dios, y lo
que vino fue la Iglesia”, objeción que, hasta antes del Concilio, era obligadamente
considerada en todo tratado teológico o apologético al estudiar la institución
de la Iglesia por Jesucristo. Como además del aspecto social del Reino, que es
donde se identifica con la Iglesia militante, Nuestro Señor habló también de su
carácter inmanente y de su realización trascendente, de allí que estos dos últimos
aspectos hayan servido para negar el primero: “Dos teorías -dice Zapelena- han
alcanzado máxima celebridad en nuestros tiempos: la primera es la
interpretación escatológica del Reino de Dios, que ha triunfado totalmente en
las filas de los modernistas; la otra es la interpretación del Reino de Dios
puramente interno, que cuenta con insignes patrocinadores en la escuela
protestante liberal”. La interpretación escatológica es sostenida
principalmente por A. Loisy, y la de un reino puramente interior es defendida
por Sabatier en Francia y por Harnack en Alemania. Zapelena las expone y refuta
ampliamente en su tratado, estableciendo finalmente la tesis: “El Reino de Dios
que Cristo anunció, es la sociedad propiamente dicha que Cristo mismo inmediata
y voluntariamente instituyó: su Iglesia”. Pero más recientemente, entre los
protestantes ha habido opiniones más ecuménicas que, sosteniendo la distinción
entre Reino e Iglesia, reconocen sin embargo que ésta también estuvo en la
intención de Cristo -por supuesto que entiende la Iglesia como algo mayor, de
lo que la Iglesia católica es sólo, en el mejor de los casos, una parte-. En un
escolio de su tratado sobre la Iglesia, Salaverri considera este asunto: «En
qué difieren los conceptos de Reino de Dios e Iglesia». En nota, después de
mencionar las opiniones racionalista y escatologista, hace referencia a una
tercera posición más matizada: “Los [críticos] más recientes, en cambio, como
K. Barth, G. Gloege, H. D. Wendland, K. L. Schmidt, afirman que no sólo el
Reino de Dios, sino también la Iglesia tiene a Cristo como autor; sin embargo
en su mente el Reino no es sino trascendente y triunfante, mientras que la
Iglesia, por el contrario, es sólo temporal y militante; y por eso establecen
una absoluta distinción y contraposición entre el Reino y la Iglesia, aunque
concedan que la Iglesia se ordena al Reino como un instrumento de Dios en el
cual obra eficazmente la virtud del Reino”. En este contexto, el humanismo
nuevo de los católicos que querían hacer las paces entre la Iglesia y el mundo
moderno, trató de acomodar esta distinción de manera más estrecha con la
doctrina tradicional. Ya Maritain lo intenta en su Humanismo integral. Pero
¿por qué también ellos la necesitan sostener? No es difícil de explicar. Lo que
aquí está en juego es la universalidad o «catolicidad». Por poco que se
conozca a Jesucristo, se ve claro que su persona y su obra tienen una intención
de universalidad. Y por poco que se conozca al humanismo, también se ve claro
su pretensión de «catolicidad», pues pone a la persona humana como rex et
centrum de toda la creación. Pero aunque la institución fundada por Cristo
se arrogue el título de «católica», es irremediablemente claro que deja muchas
cosas humanas fuera de Ella: todo el novus ordo político, que la ignora
cada vez más, y multitud de otras religiones. Lo que hará, entonces, el
católico humanismo nuevo, será reconocer universalidad de hecho sólo al
Reino de Dios, de manera que abarque efectivamente a toda la humanidad, y
reconocerle a la Iglesia una universalidad sólo de intención, esto es,
que por su función o misión se dirige a toda la humanidad:
• La universalidad del Reino
trascendente o escatológico no presenta mayor problema. Primero, porque es
un problema futuro, y los problemas futuros no constituyen ningún problema.
Segundo, porque Dios se arreglará para que haya una nueva tierra donde todo
hombre será rey y sacerdote. Lo único que hay que matizar en la doctrina
tradicional, es el asunto de la salvación universal. Porque no responde
a los principios humanistas discriminar entre derecha e izquierda, reservando
para aquellos las alegrías y para éstos las tristezas. Pero aún este asunto de
la salvación universal, como es futuro, no es problema, y basta establecerlo
como pura posibilidad.
• El problema se presenta
respecto al presente, porque los inhumanos tradicionalistas sostienen que la
Iglesia es la única Arca universal de salvación, mientras que los humanistas viejos
dicen que no. El principio de solución se halla en relegar la universalidad de
hecho al Reino inmanente porque, aunque no es futuro, es invisible y
misterioso, y los problemas invisibles casi tampoco son problema. El humanismo
nuevo va a afirmar, entonces, que todo hombre, por el hecho de ser hombre, pertenece
interiormente al Reino de Dios, por lo que alguna relación guarda con la
Iglesia. Así cierra la ecuación de la universalidad: Humanidad = Reino
de Dios (inmanente) = Iglesia. Y si alguno se inquieta preguntándose
en qué consiste el Reino de Dios en el corazón de todo hombre, sepa que es otro
de los favores de Prometeo con la astucia del subjetivismo. Porque la
Revelación no deja de ofrecer algunos asideros para hallar, por la unión
hipostática, cierta relación entre Jesucristo y la naturaleza humana: “Ipse
Films Dei, in carnatione sua cum omni homine quodammodo se univit”.
La explicación detallada de cómo un cosa conlleva la otra, puede dejarse en las
imaginativas manos del pluralismo teológico.
• El conflicto con la
doctrina tradicional parecía insalvable en cuanto al Reino social y su
relación con la Iglesia como sociedad visible, sobre todo por los últimos
desarrollos de la doctrina de Cristo Rey. Pero aquí es donde el humanismo nuevo
desplegó mayor originalidad, inventando el mito de la «nueva cristiandad», del
que se hizo abanderado Maritain: hasta ahora nadie se había dado cuenta de que
Cristo reina en los estados de la «sana laicidad», cuyo modelo ejemplar es
Estados Unidos. De esto hablaremos en el próximo punto, al tratar de la
relación Iglesia- Mundo. Ahora señalemos la no menos original explicación conciliar
de la relación entre la Iglesia y el Reino, por medio de la noción de sacramento-misterio:
el Reino es misterio invisible y la Iglesia católica es el sacramento o signo que
lo hace en cierto modo visible y lo promueve eficazmente en su misterioso
crecimiento. De esta sutil manera se explica que la Iglesia sea y no sea el
Reino: lo es en cuanto lo significa y contiene, no lo es en cuanto lo sirve y
persigue. Y se le conserva a la Iglesia algún título de universalidad: no será
el Arca, sino el “Sacramento universal de salvación”.
4º Iglesia y Reino de Dios
según Lumen gentium
¿Para Lumen gentium la
Iglesia se identifica o no con el Reino? La respuesta no es inmediata porque la
Iglesia es identificada con el Reino incoado en la tierra -inauguratus in
tenis- a través de la misteriosa noción de «misterio»: “La Iglesia, o Reino
de Cristo presente ya en el misterio, crece visiblemente en el mundo por el
poder de Dios” (n. 3). Esta difícil expresión es oscuramente explicada en el párrafo n.5, dedicado
especialmente a tratar este asunto: “El misterio de la santa Iglesia se
manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a su Iglesia
predicando la buena nueva, es decir, la llegada del Reino de Dios prometido
desde siglos en la Escritura: «Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el
Reino de Dios» (Mc 1, 15, cf. Mt 4, 17). Ahora bien, este Reino brilla ante los
hombres en la palabra, en las obras y en la presencia de Cristo. La palabra de
Dios se compara a una semilla sembrada en el campo (Mc 4, 14): quienes la oyen
con fidelidad y se agregan a la pequeña grey de Cristo (Lc 12, 32), ésos
recibieron el Reino; la semilla va después germinando poco a poco por su vigor
interno, y crece hasta el tiempo de la siega (Mc 4, 26-29). Los milagros de Jesús,
a su vez, confirman que el Reino ya llegó a la tierra: «Si expulso los demonios
por el dedo de Dios, sin duda que el Reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc
11, 20 Mt 12, 28). Pero sobre todo, el Reino se manifiesta en la Persona misma
de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que vino «a servir y a dar su vida
para la redención de muchos» (Mc 10, 45)”. Hasta aquí podría parecer que el
Reino de Dios no es otra cosa que la Iglesia. Pero el último párrafo nos
advierte que se distinguen: “Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de
su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación,
recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en
todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio -germen et initinm- de ese reino. Y, mientras ella paulatinamente
va creciendo, anhela simultáneamente el Reino consumado y con todas sus fuerzas
espera y ansia unirse con su Rey en la gloria”'. Es evidente que el Reino a instaurar
en todos los pueblos no es el Reino consumado en la gloria, sino ese Reino que
se dijo que ya llegó. Pero ese Reino en la tierra ya no se dice que sea la Iglesia,
sino que la Iglesia tiene la misión de anunciarlo e instaurarlo, que la Iglesia
es sólo germen e inicio del Reino en la historia y en la tierra. El
germen es el brote o vástago, el primer producto de algo, que lo inicia y
pone de manifiesto. El Reino de Dios, entonces, es una realidad divina oculta
como la semilla bajo la tierra, esto es, substancialmente invisible, en pleno
movimiento de germinación; y del Reino brota la Iglesia como manifestación
visible, con la misión de anunciarlo e instaurarlo en las naciones. La Iglesia
no sería simpliciter el Reino de Dios
incoado en la tierra -como lo afirma la doctrina tradicional-, sino un producto
de esa incoación; no sería la semilla que se hace árbol, sino el primer brote
de esta semilla, que revela su presencia. Pero como el brote es todo lo que se
ve, la Iglesia podría decirse quodammodo el Reino de Dios, en cuanto que
en Ella y por Ella el misterioso Reino se hace presente: “Ecclesia, seu regnum
Christi iam praesens in mysterio” (n. 3). Así el Concilio cree dar
satisfacción a la doctrina tradicional que identifica, sin más, Iglesia y Reino.
5º La Iglesia «sacramento»
del Reino
La semilla es Cristo, y su
presencia en el corazón de los hombres es el Reino. La Iglesia no sería ni Cristo
ni el Reino, sino el «sacramento» de Cristo y del Reino. Con esta novedosa
noción, excogitada en los círculos hasta entonces más bien cerrados de la «nueva
teología», el Concilio cree solucionar un conflicto con la doctrina
tradicional. Y da también cumplimiento a uno de sus propósitos principales: la
redefinición o achicamiento de la Iglesia frente a la Humanidad, hecho de tal
manera que no pierda méritos para el título de «católica» o universal. Más,
antes de seguir, cabe hacer una aclaración. A la teología nueva le da
claustrofobia el quedar encerrada en una única definición, pues de niña sufrió
mucho por esa razón en sus discusiones con su madrastra, la teología
escolástica. Por eso no abandona su moderado subjetivismo, que le permite negar
la posibilidad de una única definición esencial y quedarse con un pluralismo
de definiciones funcionales mucho más cómodo. La Constitución dogmática
sobre la Iglesia, «Lumen gentium», va a privilegiar la definición de la Iglesia
como «Pueblo de. Dios», porque le viene bien para redefinir su estructura
íntima con un enfoque más democrático. No dejará de definirla también como
«Cuerpo místico de Cristo», para que nadie la acuse de no respetar la
tradición. Pero como definición para teológicas lides va a preferir la más
sutil de «Sacramento», habilísima para conciliar contradicciones. Por eso no
debe extrañarle a nadie que luego, en la vida concreta de la Iglesia
posconciliar, no se haya utilizado ni aquella ni ésta sino otra nueva, la
definición de la Iglesia como «Comunión», apta para una pacífica convivencia. Lumen
gentium define la Iglesia como «sacramento» desde su primer párrafo: “La
Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la íntima
unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (n.1). Para la teología
tradicional, la Iglesia «es» el género humano en cuanto se ha unido a Dios en
Cristo, pero para el Concilio eso no es la Iglesia sino el Reino. La Iglesia es
sólo “como un sacramento, o sea signo e instrumento” del Reino, esto es, de la Humanidad
unida con Dios quodammodo por la Encarnación. Es verdad que en la Constitución conciliar no aparece explícitamente la expresión
«la Iglesia es sacramento del Reino», porque hubiera chocado muchos piadosos
oídos episcopales. Pero se lo aclarará luego: “Puede ser útil preguntarse aquí
-dice la Comisión Teológica Internacional- si se puede con justeza designar a
la Iglesia como el sacramento del Reino... Señalaremos, en primer lugar, que el
Concilio no ha empleado en modo alguno esta expresión... Se podrá, sin embargo,
recurrir a la expresión «Iglesia sacramento del Reino» si es claro que se la
emplea en la perspectiva siguiente: ...La Iglesia no es puro signo (sacramentum
tantum), sino que la realidad significada está presente en el signo (res
et sacramentum) como realidad del Reino”. Como puede verse por los
latines de este último texto, la noción de «sacramento» aplicada a la Iglesia
viene ataviada con todas las galas de la escolástica. Mientras no se pretenda
precisar demasiado las cosas en su realidad ontológica (el subjetivismo lo
prohibe), la explicación funciona con cierta simplicidad:
• El Reino es Cristo,
verdad y gracia, presente en los hombres de buena voluntad. Como, según el
optimismo conciliar, todo hombre tiene buena voluntad, de allí que el Reino sea
toda la Humanidad. De manera más profunda, la buena voluntad se vincula con
cierta apertura de la libertad humana a la trascendencia divina, alcanzada
porque el Verbo asumió quodammodo la Humanidad.
• La Iglesia es sacramento
que significa a Cristo y lo hace eficazmente presente ante los hombres. De allí
que sea, en cuanto sociedad religiosa, incoación terrena del Reino trascendente,
por lo que puede decirse que «es» el Reino (como puede predicarse el todo de su
parte principal); y en cuanto hace visiblemente presente a Cristo ante la
Humanidad, anuncia e instaura el Reino en el mundo, por lo que puede decirse «sacramento»
del Reino. Por eso, si objetáramos que, como el signo no es lo significado, se divide
la Iglesia (signo o sacramento) del Reino (res significada), se nos responde
con lo de la CTI: Nego, porque si bien el Reino es la res invisible
y misteriosa, la Iglesia no es sacramentum tantum, sino sacramentum
et res, es decir, hace presente el Reino conteniéndolo, significando y
siendo el Reino.
6º La Iglesia «sacramento»
de Cristo
La definición de la
Iglesia como «sacramento» es sólo una punta del iceberg de la teología nueva contra
el que naufragó el Concilio108. En los desarrollos de la nueva noción de
sacramento, llevados a cabo especialmente por Schillebeeckx y Semmelroth,
Jesucristo es el «sacramento» de Dios y la Iglesia «sacramento» de Cristo. Lumen
gentium no utiliza estos términos, pero trae su sustancia. Una idea
especialmente fecunda fue la que vehicula la noción de la Iglesia como
«sacramento» de Cristo. ¿Acaso no concederíamos que la Iglesia prolonga la
presencia y la obra de Cristo en la tierra? Pues bien, eso quiere decir que la
Iglesia es signo e instrumento, es decir, «sacramento», de Cristo en la
instauración del Reino en el mundo. Préstese atención al siguiente texto de Lumen
gentium: “Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad de
fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una trabazón visible, y
la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad
y la gracia. Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo místico
de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la
Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por un
elemento humano y otro divino. Por esta notable analogía se asimila al misterio
del Verbo encarnado. Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como
órgano vivo de salvación a El indisolublemente unido, de forma semejante
la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la
vivifica, para el acrecentamiento del cuerpo” (n. 8). Si dejamos para más adelante la distinción entre Iglesia jerárquica y
Cuerpo místico, que implica el problema del «subsistit in», el texto nos
dice que aquella realidad compleja que es la Iglesia visible y espiritual, está
constituida por un elemento humano, la sociedad jerárquica, y un elemento
divino, el Espíritu de Cristo, cuya presencia en la Humanidad instaura el Reino
de Dios. Esta Iglesia, pues, le sirve a Cristo para “comunicar a todos”, es
decir, a la Humanidad, “la verdad y la gracia”, que son dones espirituales
invisibles.
La relación de la Iglesia
jerárquica al Espíritu de Cristo es análoga, entonces, a la relación de la
naturaleza asumida al Verbo de Dios; ambas cumplen la función de manifestación
visible (= signo) y de órgano (= instrumento) de salvación. No están los términos
pero está la cosa: la Iglesia jerárquica es «sacramento» de Cristo, de modo
análogo a como el hombre Cristo (nestorianamente concebido) es «sacramento» del
Verbo. Este párrafo reproduce una feliz idea de Congar, quien se la
atribuye humildemente a Santo Tomás. Es cierto que, con Santo Tomás (cf. III,
q. 8, a. 3), debemos entender la Iglesia Cuerpo místico como algo más amplio
que la Iglesia jerárquica o militante, pues incluye a la Iglesia triunfante,
purgante y a todos aquellos que, sobre la tierra, tienen fe sobrenatural, aunque
todavía no hayan ingresado por el bautismo en la Iglesia jerárquica. Pero el truco
está en que, después de sostener que todos los hombres están quodammodo unidos
con Cristo por una especie de bautismo de deseo automático, se le atribuye a la
Iglesia visible como un todo el ser instrumento de Cristo para la
instauración del Reino. Este ministerio, en verdad, pertenece exclusivamente
a la jerarquía sacerdotal, a quien le toca instaurar y acrecentar el Reino
de Dios en la tierra, es decir, la Iglesia. Pero al atribuirle tramposamente
este ministerio a toda la Iglesia, aparece ésta como mediadora en la
instauración y acrecentamiento de un Reino que va más allá de Ella (como
efectivamente el Reino o Iglesia va más allá de la jerarquía sacerdotal). Es
así que aparece la Iglesia entera con un oficio «sacerdotal» como Mediadora
entre la Humanidad y Dios, prolongando el oficio sacerdotal de Nuestro Señor. Idea
mística, original y atractiva, preñada -como veremos- de perversas
consecuencias. La Iglesia visible, entonces, tiene una universalidad no de
extensión sino de función, no es el Arca sino el «sacramento universal de
salvación». Esta es la reinterpretación conciliar del dogma «extra Eclesial
nidia salus».
Doctrina
Católica
|
Doctrina
Conciliar
|
• El Reino
de Dios incoado en la tierra se identifica con la Iglesia.
• El Reino
de Dios se extiende más allá de la Iglesia visible a las almas de buena
voluntad, en razón de la dignidad cristiana del
bautismo de deseo, incorporadas por la fe y la caridad a Cristo Redentor.
• Las
consecuencias del pecado original y la experiencia de las cosas humanas
obliga a ser pesimista, considerando
extraordinaria la existencia de dignidad cristiana fuera de la
Iglesia.
• De allí
la necesidad y obligación de ingresar a la Iglesia, que es Arca universal de
salvación, porque sin la doctrina, sacramentos y costumbres de la sociedad cristiana,
se hace imposible la santificación de los
hombres.
• La Jerarquía
sacerdotal continúa la presencia y acción de Cristo en orden al crecimiento del
Reino-Iglesia, a manera de imagen viviente y de instrumento, por medio del
Sacramento del orden.
|
• El Reino
de Dios incoado en la tierra se identifica con la Humanidad.
• El Reino
de Dios se extiende más allá de la Iglesia visible a las almas de buena
voluntad, en razón de la dignidad humana de toda
persona, incorporadas quodammodo a Cristo Encarnado.
• Contra
las enseñanzas de la Revelación y de la experiencia, el Concilio se obliga a
ser optimista, considerando
ordinaria la existencia de dignidad humana en la Humanidad.
• De allí
que no sea necesario ni obligatorio ingresar a la Iglesia, que es Sacramento
universal de salvación, porque el testimonio de vida de la sociedad eclesiástica
es una eficaz ayuda a la humanización de los
hombres.
• La Iglesia
visible continúa la presencia y acción de Cristo en orden al crecimiento del
Reino Humanidad, a manera de signo e instrumento, porque Ella misma es
Sacramento.
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Así como no todos están llamados a ingresar en el clero,
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así
tampoco estarían todos llamados a ingresar en la Iglesia.
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