SECCIÓN 3
Varios objetos de acción de gracias.
Varios objetos de acción de gracias.
(PRIMERA PARTE)
1° Debemos dar gracias a Dios, en primer lugar, por los beneficios
comunes a todo el humano linaje; San Juan Crisóstomo es muy enérgico acerca de
este punto, y nuestro Señor llegó a llamar a la práctica de acción de gracias
por los beneficios comunes «el collar de su esposa», cuando, habiéndose dignado
desposarse con Santa Gertrudis, e instruyéndola sobre los adornos espirituales
con que debía vestir y engalanar su alma, dijo:
La esposa tiene que llevar sobre su cuello las señales del desposorio, esto es,
la memoria de los favores que te he otorgado; la soberana generosidad
con que te creara, dándote cuerpo y alma; la inefable largueza con que
te he concedido salud y bienes temporales; la abrasada caridad con que
te he separado de los devaneos del mudo, muriendo por ti y
restituyéndote, si así es voluntad tuya, tu antigua herencia.
Cuenta Orlandini que el hacimiento de gracias por los beneficios comunes
fue una de las devociones características del P. Pedro Fabro, de la Compañía de
Jesús. Ocupábase sin cesar este siervo de Dios en traer a la memoria con
singular agradecimiento no sólo los divinos oficios particulares, sino también
aquellos que son comunes a todo el género humano, y siempre tuvo presente la
estrechísima obligación de dar gracias a la infinita liberalidad de Dios por
los beneficios comunes, no menos que por los especiales, siendo para él motivo
de grande aflicción ver el poco aprecio que de ellos hacía la generalidad de
los cristianos, por conceptuarlos asunto de escasa importancia. Lamentábase de
que los hombres rara vez bendijesen aquella dulce voluntad y caridad inmensa de
Dios, que movieron sus paternales entrañas a crear el mundo y redimirle después
a costa de su Sangre , abriéndonos así las puertas de la eterna
bienaventuranza, y dignándose en todas estas finezas de su encendido amor,
pensar particular y distintamente en cada uno de nosotros. Bajo el nombre de
beneficios comunes van comprendidas las gracias todas de la sagrada Humanidad de
Jesús, los gloriosos dones y singulares prerrogativas de la Madre de Dios, y
todo el esplendor y hermosura de los Ángeles y Santos de la Jerusalén
celestial. Entré otras promesas que hizo Dios a Santa Gertrudis, fue una la siguiente:
«Todo aquel que alabe a Dios con devota intención, y le dé gracias por los
favores otorgados a Gertrudis, será misericordiosamente enriquecido por el
Altísimo, si no al presente, a lo menos en alguna ocasión propicia, con tantos
dones espirituales cuantas fueren las acciones de gracias que él ofreciera.» Cuenta
Orlandini que el Padre Fabro solía estar continuamente congratulando a los
Ángeles y Bienaventurados del Cielo por todos los dones que habían recibido de
las manos de su Creador, ponderando con especial asiduidad las gracias
particulares con que les enriqueciera, y luego, separadamente por cada una de
ellas, nombrando las más que le era posible, daba a Dios en nombre de estos
cortesanos del Cielo rendidas acciones de gracias por semejantes mercedes;
porque decía que era una devoción provechosísima a nuestras almas y muy agradable
a los habitantes de la Jerusalén celestial, quienes veían claramente la
inconmensurabilidad de la deuda de gratitud que deben a Dios, así como la
imposibilidad en que se hallan de satisfacerla cumplidamente. Y llegó Fabro a
remontarse a regiones tan elevadas con el continuo ejercicio de esta devoción,
que no había una sola dádiva otorgada por la Bondad divina a cualquier individuo
que no considerase como deuda personal que debía pagar al Señor su Dios; así es
que apenas llegaba a apercibirse de algún próspero acontecimiento sobrevenido a
un hermano suyo, cuando, lleno de alborozo, entonaba al Rey de los siglos un
cántico de alabanzas y hacimiento de gracias. Más aún: contemplaba arrobado y
con los ojos rebosando júbilo las lindas y hermosas ciudades, las fértiles
campiñas, los hechiceros olivares, los deliciosos viñedos, los risueños prados,
los alegres valles, y como semejantes objetos no podían hablar por sí mismos,
suplía él esta falta suya dando rendidas gracias al Señor, dueño universal de todas
las cosas, por la hermosura y encantos que sobre ellos había derramado a manos
llenas, ofreciéndoselas igualmente a nombre de sus arrendatarios y poseedores,
por el usufructo y dominio que Dios les otorgara. ¡Oh, qué riquezas debía atesorar el interior del alma de este
santo varón, adornada de dones tan excelentes y variados, embellecida y exornada
con gracias tan exquisitas y singulares, y, sobre todo, ataviada con aquel
precioso e inestimable caudal, de disposiciones interiores que
constituían su peculiar carácter espiritual, y en lo cuál difícilmente exista
santo alguno canonizado que llegara a sobrepujárle! No es, pues, maravilla que San
Francisco Javier añadiese su nombre a la letanía de los Santos, ni qué San
Francisco de Sales hablase del gozo incomparable e indecible consolación que
experimentó al consagrar un altar en Saboya, cuna de varón tan insigne. Pero a
semejanza de Baltasar Alvarez, a quien Santa Teresa vio en espíritu gozando en
el Cielo mayor gloria que todos sus contemporáneos, incluso no pocos santos
canonizados, así Pedro Fabro no está colocado sobre los altares de la Iglesia, sino
que descansa en el seno de Dios como uno de sus santos ocultos. ¡Loor, pues, y
gloria a la Trinidad Beatísima por cada uno de los dones y prerrogativas con
que se dignó embellecer el alma angelical de este varón venerable! ¡Alabanza y
bendición a tan augustas Personas por todos los tesoros de gracia con que
enriquecieron a los santos que actualmente viven ocultos en su divino seno, y por
cuyo motivo nos es imposible glorificarlas en ellos con perpetuos loores!
2° La segunda clase de misericordias divinas, por las cuales tenemos
obligación de corresponder agradecidos ofreciendo continuas acciones de
gracias, comprende los innumerables beneficios personales que hemos recibido de
la bondad y liberalidad de nuestro Dios y Señor. Oigamos a. este propósito a
San Bernardo en su primer sermón sobre los Cantares: «En las guerras y en los
combates -son sus palabras- que deben reñir con el demonio, mundo y carne todos
aquellos que viven piadosamente en Cristo -pues la vida del hombre, como
habréis experimentado en vosotros mismos, es una milicia sobre la tierra-; en todos
éstos combates repito, es menester que volvamos a cantar aquellas nuestras
canciones de agradecimiento por las victorias alcánzalas anteriormente. »Cuando
la tentación es vencida, y el vicio dominado; y el inminente peligro precavido,
y descubiertos en tiempo oportuno cualquier lazo y asechanza del enemigo, y la vieja e inveterada pasión del alma
amansada, y la virtud, tan codiciada y pedida con vivas ansias, alcanzada al
fin por la misericordia divina, ¿qué otra cosa debemos hacer más que, a dicho del
Profeta, entonar entonces un himno glorioso de alabanza y acción de gracias, y
bendecir a Dios por todos los dones y regalos de su infinita liberalidad?
Porque en el día del juicio será contado entre los ingratos aquellos que no
puede decir al Señor: Tus justicias fueron asunto de mis canciones de
alabanza en el lugar de mi peregrinación.
»¡Qué más!, por cada paso que demos en la senda de la virtud, y por cada escalón que subamos en la vida espiritual, menester es que cantemos
otras tantas canciones en alabanza y gloria de Aquel que así se ha dignado
levantamos:» «Yo instaría con todas las fuerzas de mi alma -escribe Lancisio- a
todos aquellos que sirven fielmente a Dios, que le ofrezcan rendidas gracias
con particular agradecimiento y encendido afecto de su corazón, a lo menos
cuatro veces al día: primera, por la mañana, durante la meditación; segunda, al
mediodía o antes de la comida; tercera; en el examen de conciencia; cuarta, al
tiempo de irse a la cama. »Entre los, beneficios personales ocupaba el primer
lugar aquella gracia con que nos ha llamado de la herejía a la fe católica, o
del olvido completo de los Sacramentos y continuas recaídas en la culpa, a una verdadera
conversión y vida ejemplar.» Nuestro Señor habló así en cierta ocasión a Santa
Brígida: «La esposa, hija mía, debe estar ataviada con el blanco ropaje y los
ricos adornos del desposorio al tiempo que va el Esposo a las bodas; y brillarán
por su blancura esos tus vestidos y preciosas galas, cuando recuerdes con afecto
de agradecimiento aquella dádiva graciosa que te he otorgado en el bautismo,
purificándote del pecado de Adán; aquella infinita paciencia con que te he
sufrido cuando caíste en la culpa, y aquella generosa largueza con que te he sostenido
para que no volvieses a cometer nuevas y más enormes maldades.»
Otro de los beneficios personales que debemos agradecer a Dios es la
conservación de la vida y la salud, medio eficacísimo con el cual podemos acumular
diariamente riquísimos tesoros de merecimientos y glorificar con numerosos y
variados actos de amor divino a la Majestad soberana del Altísimo. Tenemos
asimismo la obligación de darle señaladas gracias por las humillaciones pasadas
y presentes, por las calumnias y malévolas interpretaciones que han dado a
nuestras palabras, obras, omisiones e intenciones; por las detracciones malignas
que tanto nos han hecho sufrir, y últimamente, por todo cuanto ha contribuido a
mortificar nuestro amor propio. Porque si consideramos los verdaderos intereses
de nuestra alma, no podremos menos de convenir en que es un beneficio
inestimable del Cielo la humillación y abatimiento, no sólo por el auxilio que
nos ofrecen para adelantar en el camino de la perfección cristiana, sino también
a causa de las innumerables ocasiones que nos proporcionan de glorificar a Dios
y adquirir un riquísimo caudal de merecimientos, y llegar, en fin, un día a
ocupar un lugar muy alto y encumbrado en la patria del Cielo. Pues no es fácil
concebir un medio tan poderoso para glorificar a Dios nuestro Señor como el
ejercicio devoto de las virtudes cristianas, mientras el alma se ve perseguida
por la humillación y el abatimiento. Si, pues, nuestro estado o condición de la
vida no nos granjea el aprecio y las alabanzas de los hombres, demos por ello las
más rendidas gracias a Dios nuestro Señor, que ha tenido la dignación de librarnos
del peligro que de otra suerte hubiéramos corrido en el mundo ocupando un
puesto más elevado y honroso.
La paciencia infinita que Dios ha usado con nosotros es asimismo un
beneficio inestimable que merece todo nuestro reconocimiento, porque ¿no es un
espectáculo digno de la mayor admiración el contemplar por una parte la soberana
mansedumbre con que el Señor nos ha sufrido, y por otra, la perversidad
inconcebible de nuestro corazón a tan regalada muestra de su caridad paternal? ¿Cuántas
absoluciones no hemos recibido? ¿Cuántos méritos perdidos, nuevamente
recobrados? ¿Cuántas gracias alcanzadas de las misericordiosas entrañas del Rey
soberano de la Gloria? ¡Oh, qué milagro tan estupendo de paciencia ha sido Dios
para con nosotros! Paréceme que no sin sobrado motivo podríamos penetrar en espíritu
dentro del corazón inmaculado de aquella doncella española que solía decir, según
afirma el P. Rho, que si tuviese que levantar un templo en honor de los
atributos de Dios, le dedicaría a la divina Paciencia. ¡Cuán bella y agraciada
no debía ser aquella alma angelical, y qué cosas tan íntimas y secretas no
pasarían entre ella y su Esposo divino! Además, ¿cuántas culpas no hubiéramos
cometido si la misericordia divina, no hubiese salido luego al punto a nuestro encuentro,
teniéndonos de su mano? ¿Cuántas tentaciones, tan fatales a los demás, que ni
siquiera han llegado a mortificamos un solo momento de la vida?
El emperador Antonino, aunque pagano, daba gracias a Dios por las ocasiones
de pecado a que nunca se había visto expuesto; y he aquí otro de los beneficios
personales, objeto especial de nuestro agradecimiento. Pero todavía existen
tres beneficios personales que un católico no debería perder jamás de vista, y
son los siguientes:
1° la elección divina por la cual es cristiano, y no judío,
mahometano o hereje;
2° la paternal providencia de Dios, que desde que vinimos al mundo
ha sido siempre nuestra defensa, y armadura, y escudo tortísimo;
3° la divina liberalidad con que nos ha colmado y enriquecido de
innumerables dones y singulares dádivas graciosas para adornar nuestra alma y aumentar
nuestro gozo en el Señor.
Aconséjanos San Juan Crisóstomo que correspondamos también agradecidos
a los inestimables beneficios ocultos que Dios, en su misericordia infinita, se
ha servido derramar sobre nosotros a manos llenas: Dios -dice es una
fuente perenne de clemencia que continuamente está inundándonos con las
cristalinas aguas de su divina liberalidad, aun cuando no lo conozcamos.
Cuenta asimismo Orlandini que el P. Pedro Fabro llegó a señalarse de un modo
singularísimo en el agradecimiento a los beneficios ocultos. Solía decir este
varón insigne que difícilmente habría ningún otro beneficio por el cual debiéramos
ser más escrupulosos en dar gracias a Dios, como por aquel que nunca
solicitamos, viniendo a nuestras manos sin que lleguemos a conocerlo. Probablemente,
no pocos de nosotros sabremos en el día de la cuenta que semejantes dádivas,
ocultas a nuestras miradas, fueron el verdadero eje sobre el cual girara toda nuestra
vida mortal, y con cuyo auxilio llegó a obrarse nuestra predestinación y eterno
descanso en la gloria del Cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario