Lucha
contra la Santísima Eucaristía
«Pocas veces se encuentran quienes blasfemen con la lengua,
pero muchos que lo hacen con su vida, es decir, con sus obras»
(SAN AGUSTÍN, Tratado 27 sobre el Evangelio de San Juan).
«Pocas veces se encuentran quienes blasfemen con la lengua,
pero muchos que lo hacen con su vida, es decir, con sus obras»
(SAN AGUSTÍN, Tratado 27 sobre el Evangelio de San Juan).
El Hombre-Dios, el Verbo
Encarnado, Jesucristo Nuestro Señor habita ahora en el Cielo y en la Santísima
Eucaristía. El odio satánico que se dirige esencial e inmutablemente contra el
HombreDios no puede más que continuar la lucha ya emprendida en el Cielo. Y
tanto más contra Jesús Sacramentado, que vive y reina en está tierra, de la que
los ángeles rebeldes son príncipes: «el
príncipe de este mundo» (Jn 6,60), y en la que tan poderosos son:
«las Potestades... de este mundo tenebroso» (Ef. 6,12).
[Las herejías contra la
eucaristía]
Pero a mí me parece que
Dios, providencialmente, nunca ha permitido una lucha encarnizada, declarada y
directa, contra el augustísimo Sacramento, sino más bien una lucha indirecta,
una lucha de deshonra. Esa lucha comenzó desde cuando el Divino Salvador
prometió dar su carne en comida y su sangre en bebida. Se escandalizaron los
oyentes de la sinagoga de Cafarnaúm y abandonaron al Señor, diciendo: «Duro
es este lenguaje» (Jn 6,60); pero no dijeron «falso es este lenguaje».
Dando las espaldas a la verdad, la menospreciaron, pero no la negaron. Los
Jacobitas, como atestigua Rinaldi, continuador de Baronio, deshonraban la
Santísima Eucaristía dándola como medicina a los animales, y los Donatistas en
África mandaron por desprecio que fuese arrojada a los perros, pero los mismos
perros se lanzaron furiosos contra sus dueños, como contra ladrones del Cuerpo
de Nuestro Señor Jesucristo, como atestigua San Optato de Milevi, citado por el
mismo Rinaldi. Si bien los simonianos, los menandritas, los maniqueos y todos
los herejes que negaron que el Divino Verbo había asumido un verdadero cuerpo,
implícitamente negaron la verdad de la Santísima Eucaristía -en la cual existe
realmente el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de nuestro Señor
Jesucristo-, lo hicieron siempre de manera solapada e indirecta. Así hizo Juan Escoto Eriúgena a fines del siglo VIII, así Berengario a
principios del siglo undécimo: admitían y negaban, tergiversaban. Pedro Valdo y
sus secuaces, llamados valdenses, como también los albigenses, al final del
siglo XII, no estaban de acuerdo entre ellos mismos sobre la transubstanciación
y sobre la verdad del Cuerpo de Jesucristo, y esta discrepancia entre ellos debilitaba
sus fuerzas; de modo que hacían una guerra solamente indirecta a la Santísima Eucaristía.
Wicleff en el siglo XIV habló dudosamente: quería que permaneciera todavía la
sustancia del pan y del vino y no los accidentes sin sustancia. ¿Qué más
podemos añadir? Los corifeos mismos del protestantismo: Lutero, Zwinglio, Carlostadio,
Calvino, establecieron todos doctrinas diversas; quien quería la así llamada «empanación»,
quien sostenía que Jesucristo estaba sólo en figura, otros que Jesucristo estaba
presente solamente por la fe, o por modo de influjo; pero jamás una verdadera
negación, jamás una lucha frontal y declarada como hacen contra otras verdades
de la fe.
[La lucha contra la
eucaristía es «solapada»]
Es algo tan
sobrenaturalmente natural que Jesucristo, alma de nuestra alma, vida de nuestra
vida, esté continuamente con nosotros, en medio de nosotros, como nuestro Rey,
como nuestro amigo, nuestro refugio y nuestra fuerza, que el pagano, porque no
lo entiende, no lo combate, y el Cristiano tiene tal repugnancia a combatirlo,
que el Satanismo no puede inducirlo a una lucha declarada. Y debemos
ciertamente a una gracia especial que el Satanismo no haya obtenido la licencia
para lanzarse violentamente contra la Hostia consagrada, como sí hizo, por
ejemplo, con las sagradas imágenes. Y son bien conocidas por todos las
violencias de los iconoclastas. Por lo tanto la lucha del Satanismo contra la
Santísima Eucaristía fue más bien, y es, disimulada, despreciativa, oculta,
traidora. Él, Satanás, es siempre homicida, y así como, de haber podido,
hubiera impedido el nacimiento de Jesucristo -tanto que san Ignacio mártir,
entre las causas que aduce al «por qué Jesús fue concebido por una desposada», responde
«para que su parto fuera ocultado al Diablo, pensando que no fue engendrado de
una Virgen sino de una casada»-, así busca disimuladamente impedir su nacimiento
sacramental en la Santísima Eucaristía.
[La lucha contra la
materia del sacramento]
Fueron tantos los casos
comprobados, que el Venerable Cabildo de San Pedro en el Vaticano se vio
exigido a poner en el reglamento de su sacristía la obligación de que las
hostias y el vino fueran provistos por una familia religiosa, para estar
ciertos de su autenticidad. ¿Quién no sabe que la harina de patatas vuelve las
hostias blanquísimas y blandas? ¿Quién no sabe que del vino blanco se adultera
fácilmente una gran cantidad, sin que se llegue a poder saber más, ni siquiera
con medios químicos, si es vino elaborado con alcohol y agua, o bien vino de la
vid? Incluso, en alguna gran ciudad, donde se celebran muchas Misas, el
sacristán va a la vinería o al bodegón más cercano a buscar un litro de vino
blanco, cuando para su mesa y sus libaciones ha consumido el litro que había
adquirido antes, lamentando que aquel que debe pagar los gastos no quiera
gastar dos monedas más por litro, para comprar el mejor, como correspondería
para la Misa. ¿Será el espíritu de Dios el que inspira tal modo de obrar?
[Las hostias no aptas]
Para las hostias, por otra
parte, hemos visto a Reverendísimos Obispos prohibir que se use la harina vendida
por ciertos molinos, porque tuvieron conocimiento de que esa harina no era de
puro trigo. Y por eso, ¡cuántas consagraciones nulas por falta de materia
válida! He aquí al homicida disimulado: el Satanismo. Los Hebreos mismos
que habitan Turín, hasta el día de hoy quieren para el pan ázimo harina de puro
trigo, y no se fían de cualquier molinero, sino que va siempre un rabino hebreo
a presenciar la trituración del trigo. Pero en general y por varios motivos diferentes,
tanto más en los pequeños centros, se tiene cuidado de que la materia para la
consagración sea válida, y el Satanismo como no puede hacer perecer a la mayor
parte de los hombres –tal sería su deseo-, tampoco puede impedir en la mayoría de
las Misas el nacimiento sacramental de Jesús, Dios-Hombre. ¿En qué hará,
entonces, consistir el Satanismo la lucha? Yo sigo la comparación. Como vimos,
en los hombres que no puede hacer perecer, procura la deformación y el tatuaje.
Así hace contra Jesús Sacramentado. Yo no puedo transcribir en este opúsculo
todo lo que dice san Epifanio (Haer. 21) citado por Bernino en su
historia, referente a las asquerosidades con las cuales se hacía inválida la
materia de la Santísima Eucaristía. Tampoco me atrevo a transcribir el horror y
las abominaciones del sacrificio de los sacerdotes maniqueos, gnósticos o carpocrasianos.
Están mencionados en las citadas obras de Baronio y Bernino. Pero digo: el
Satanismo lucha siempre y si, por el momento no llega a tales excesos horrendos
y públicos, ¿quien me asegura que el francmasón que hace por oficio las hostias
no escupe en la pasta, o que haciendo el vino para la Santa Misa no lo
contamine con cierta agua...? ¿Quién sabrá decir los casos de materia no apta
para la Santa Consagración?
[Los sacrilegios]
Ciertamente no puede
deformar y tatuar el cuerpo de Jesús, pero deforma y tatúa el culto: sacrilegios
personales y reales... robos sacrílegos... prohibición al Rey de la gloria, al
Rey del mundo y de las almas, de salir glorificado en las procesiones
cristianas... el Santísimo Viático llevado ocultamente... Iglesias cerradas, como si ninguno habitase en ellas, mientras
tienen a Jesús en el santo Sagrario... Bellos adornos y lámparas para otros
altares y mucho menos para aquel donde tienes la Santísima Eucaristía... Una
cierta deformación forzada del culto que la Iglesia nuestra Madre ha
establecido en honor de su esposo Jesús... En todas estas prohibiciones se
descubre el Satanismo. ¿Y qué decir de aquella secta que manda recibir la
Hostia Santísima a la mañana, fingiendo hacer la santa Comunión, para después
tener esas hostias consagradas en las orgías nocturnas a fin de profanarlas de
los modos más nefandos? Hablaron los diarios católicos del mes de mayo de este año
(1895) de esa secta descubierta en París. Y no es cosa nueva, sino que hasta
ahora era poco conocida. A todos estos sacrilegios y deformaciones del culto,
¿qué podemos oponer nosotros Sacerdotes? Llorar de dolor, rogar por los nuevos
crucificadores y amar más a Jesús Sacramentado. Existe, sin embargo, una
deformación, un tatuaje -menos mal que externo-, al cual bien se podrá poner
remedio.
[Fábula]
Voy a utilizar una fábula
para hacerme entender. Había un gran señor de estirpe real, dueño de inmensas riquezas,
que retirándose de la vida pública dejó la administración de todos los bienes a
sus hijos, con grandes deseos de quedar escondido, vivir solo y dar así un
signo a sus hijos del amor que les tenía. Entonces los hijos destinaron para el
padre el más bello palacio; lo adornaron de ricos muebles, preciosos y
artísticos, y le pusieron un muy buen número de servidores uniformados a todo
lujo. Estos honores hechos a un padre también dan lustre a los hijos. Pero en
los gastos domésticos, en los asuntos íntimos, en la provisión del consumo cotidiano,
estos hijos, que ya no viven más con el padre, dieron orden de que se provea lo
necesario, pero que se busquen siempre las cosas más económicas y baratas. El
pan un poco más duro con tal de que cueste menos..., también el vino no tan
generoso, con tal que sea de precio «bueno», la carne nunca de primera, sino de
segunda, el pescado de la calidad más ordinaria, la fruta incluso pasada, el
café, jamás de Puerto Rico, sino de achicoria... Siempre la orden dominante era
que todo fuera al menor costo, a excepción de las telas para los trajes, porque
quieren que el padre haga buen papel ante las personas que lo visitan. ¿Quién
puede medir la angustia y desengaño de este buen padre al verse así tratado, o
mejor dicho, despreciado? He aquí la deformación y el tatuaje que el Satanismo
logra en tantos en nuestros días. Hermosas iglesias, incluso bellos
ornamentos... pero, para el uso y consumo diario del sagrado altar en honor de
Jesús Sacramentado -aceite, incienso, velas...- se busca solamente «el mejor»
precio aduciendo mil excusas de pobreza, de años de crisis... pretextos usados
sólo por lo que mira a Jesús.
[Velas... con kerosén]
En Francia, que pretende
ser la nación más rica y tal vez lo es, pero a la que desgraciadamente desde
hace más tiempo el Satanismo tiene por los cabellos, en Francia repito,
encontraréis casi todas las lámparas para la Santísima Eucaristía alimentadas
con kerosén (lume a petrolio). Ya no encontráis más una vela de pura
cera de abejas. Y para el turíbulo se usa resina sólida (colofonia) en
vez de incienso, de modo que el Satanismo puede decir a Jesús en Sacramento:
«Mira... en la práctica, en familia, en el corazón... eres despreciado». 18 No
afirmo gratuitamente, porque sé que varios sacerdotes de Francia mandan a
comprar velas e incienso a un Instituto Religioso de la Diócesis de Turín,
sujetándose a los gastos de transporte y a los gastos bastante más caros de
aduana cara (40 centésimos por kilo), cosa que no harían, si encontraran allá
tales objetos para comprar. En España, por el contrario, donde el Satanismo ha invadido
menos, encontraréis todo al revés, y en torno al sacro altar encontraréis
aceite de oliva para las lámparas, las velas de cera de abejas, y el verdadero
incienso (Olibano) para el turíbulo. Y todos nosotros hemos leído en los
diarios católicos que en Bulgaria el Príncipe Fernando, en abril de este año
(1894) promulgó una ley con la que prohibió introducir en el Estado velas que contengan
estearina, parafina, ceresina, salvo que la autoridad eclesiástica lo solicite.
Notemos que Bulgaria en gran parte se convirtió al Catolicismo por obra del
llorado Padre Capuchino Monseñor Francisco Domingo Reynaud da Villafranca Piemonte,
Arzobispo titular de Staurópolis, cuya muerte lloramos en 1893. El Satanismo
aniquilado con la conversión al Catolicismo no tiene allí más buen juego en la
lucha contra Jesús Sacramentado. Y nosotros, aquí en Italia, antes de que el
Satanismo tuviese el permiso, a causa de nuestros delitos, de invadirla, digámoslo
claramente, antes del año 1848, se tenía también todo el cuidado para que Jesús
Sacramentado tuviese aceite de oliva en las lámparas, el verdadero incienso en
el turíbulo y las velas de cera de abejas en los altares. ¿Cómo pudo hacerse un
cambio tal, no obstante la ley vigente de la Santa Madre Iglesia, las exhortaciones
de los Reverendísimos Obispos y las claras prescripciones incluso «sub gravi»
(bajo pecado grave) de todos los moralistas y liturgistas (autori rubricisti)?
Digámoslo: fue el Satanismo invasor que, no pudiendo hacer más contra el
hombre-Dios Sacramentado, con el pretexto de la economía y de la tentación de
la avaricia deformó su culto haciendo usar las más decadentes materias, los
dones de Caín para la Santísima Eucaristía. En Roma, antes de septiembre de
1870, no se usaban más que velas de cera de abejas. Y dado que por la cercanía
de otros pueblos ya satanizados, se trataba de introducir también allí los sustitutivos
de la cera de abejas, Pío IX, de santa memoria, estableció la multa de una lira
por cada libra de cera falsificada que proveyera cualquier vendedor de cera. Ahora
se cree, ciertamente, que Jesucristo está en la Eucaristía, que la Eucaristía
es Cristo; pero en la práctica no se lo trata como corresponde a Cristo Dio
[Un hecho]
Cito un hecho de tantos.
Nos encontramos en una pequeña ciudad de...... Cumple allí su actividad un
comerciante que tiene depósito de varias fábricas de velas, todas más o menos falsificadas;
y como los clientes de los pueblos vecinos vienen de ordinario solamente en los
días de mercado o festivos, él, para no estar los demás días sin ganancia,
tiene en un local adjunto un lugar para licores. Se acercan las sagradas
fiestas de Navidad y entra en la cerería un Señor X.
–Vengo, dice, a proveerme
de velas para la Navidad.
–Bienvenido, contesta el
comerciante; examínelas y dígame cuáles quiere.
–¿Cuánto cuesta el
kilogramo de éstas?
–Cuatro liras.
–¡Oh! ¡Qué caras son!
–Y... bien, tome éstas:
tres liras el kilo. 19
–Bien. Pero... ¿No tiene
otras de menor precio?
–Sí, éstas de aquí: a
éstas las vendo sólo a dos liras con sesenta céntimos.
–Bien; llevaré éstas. Estamos en años críticos; la Iglesia es pobre; hay que
hacer como se puede. Póngame cuarenta. Mientras el empleado hace
el paquete de las velas, el comerciante invita al Señor X a entrar al local
anexo para tomar un vermouth. Ni bien entra el Señor X exclama:
–¡Oh! ¡El pan dulce! No me
había acordado-. Y, tomando uno en la mano dice: ¿Cuánto cuesta el kilo?
–2,50, Señor. –Bien,
pero... ¿no tiene de mejor calidad?
–¡Oh!, sí –respondió el
comerciante-, vea, éstos cuestan tres liras el kilo y aquéllos de allá están a
cuatro liras, pero son de pan amarillo, riquísimos.
–Llevo uno de éstos.
Navidad es una vez por año y bien falta hace comer algo exquisito.
–¡Tableau!
Repito mi proposición: se
cree, sí, que Jesucristo está en la Eucaristía, que la Eucaristía es Cristo...
pero no se lo trata como corresponde al Cristo-Dios.
[Aceite de oliva y cera de
abejas]
La Iglesia, dice un autor
piadoso, siempre quiso que para el culto del Santísimo Sacramento se adoptasen
materias preciosas, como son, precisamente, el aceite de oliva, la cera de
abejas y el incienso. Pero, si bien es materia preciosa y mística el aceite de oliva, no lo son
ciertamente los aceites de sésamo, de maní, y de semilla de algodón. Así
también, sí es materia preciosa y significativa la cera de abejas, «esto es, de
una virgen viviente», como dice San Ivo, Obispo de Chartres, «cuyo sexo, según
se lee, ni los machos violan, ni la prole inquieta», constituyéndose así en
símbolo de aquel Parto divino, que ni al concebir ni al dar a luz violó la
integridad de la Madre; no son ciertamente cosas preciosas la estearina, que es
un extracto de grasas de animales, ni la parafina, que es un residuo del
alquitrán. Lo mismo hay que decir de la ceresina y de la carnauba: son ceras
grasosas que se extraen de ciertas plantas, una especie de petróleo
solidificado y refinado. Y tanto los aceites que no son de oliva como las velas
de estas sustancias residuales y malolientes, si se cree que Cristo es Dios,
que la Eucaristía es Cristo Viviente y si se lo quiere tratar como a
Cristo-Dios, no se deben usar ante Jesús Sacramentado.
[Objeción]
Alguno dirá:
–Yo voy al comerciante y
pido aceite de oliva, o voy a la santería y pido velas de cera... si él me engaña,
la culpa es suya. ¿O qué? ¿Tendré que estudiar química para analizar estos
productos? Recordad el hecho mencionado más arriba, que es histórico: se busca
el menor precio y nada más. Mas para las cosas que a las personas les vienen
bien, sin estudiar química, por el gusto, por los efectos y por mil otras
circunstancias, se llega a ser un óptimo analista. Y de lugares vecinos o lejanos,
ya individualmente, ya en sociedad con otros compañeros, se procura tener todas
las provisiones genuinas y sanas para conservar la salud, gastando cuanto haga
falta. Y... ¿para Jesús? Era más sincero un cierto Señor P. que, a la mesa con
numerosos comensales, decía: «Que yo tenga buen aceite para comer mis
pimientos; de lo demás no me preocupo».
[El incienso]
Lo mismo se diga con
respecto al incienso. El árabe con su cuchillo curvo raspa el incienso del árbol
y después lo vende tal cual lo recoge. Y en esta mezcla hay de todo un poco:
madera, o sea, corteza del árbol raspado, polvo, incienso sucio y encima la
«lágrima», así llamada porque después de que la tal goma ha hecho la primera capa
sobre la corteza del árbol, aquella que continua saliendo y se superpone a la
primera, es más pura, y saliendo a manera de cera líquida que pronto se solidifica
toma la forma de una lágrima -a modo del maná llamado «canelina». La primera
operación que se hace es separar estas lágrimas que son transparentes y para ello
se rompen esos grumos. Después se ponen en una zaranda y se separan los granos
más pequeños con los cuales hay siempre mezclada corteza de árbol. Y esto es lo
que se llama incienso in granis (en granos). Finalmente, poniendo todo de nuevo en una zaranda más fina, se extrae
el polvo que se vende como «polvo de incienso» y que contiene mucha tierra. Los
revendedores le agregan después la repugnante colofonia. Debiéndose dar a Jesús
las cosas más preciosas, me parece que se debería usar el incienso de primera
calidad, o sea «el incienso en lágrimas». Por citar un ejemplo, la iglesia de
San Luis de los Franceses en Roma y de Santa María de Carignano en Génova ponen
en el turíbulo «la lágrima» entera, uso un poco caro, pero digno de Aquél a
quien se ofrece. Y tan poco se usa esta lágrima de incienso, que tampoco la
encontráis en las principales ciudades de Italia porque no hay consumidores,
mientras que sería lo contrario si en las iglesias fuera usual. Con esta
deformación y falsificación de los elementos de culto el Satanismo hace su
guerra a la Santísima Eucaristía y volvemos a caer siempre en el caso del
apólogo antes contado: bellas exterioridades, pero grandes mezquindades y virtual
desprecio en el mantenimiento diario. Y si, al decir de San Pablo, aún sin
renegar de la fe, con el darse a la iniquidad se cae la idolatría espiritual, así
en nuestro caso podría haber una herejía práctica. Y siguiendo por este camino
se hace buen juego al fracmasonismo, o sea al Satanismo, que al fin de cuentas
quiere la afrenta al Verbo Encarnado y, si no se atreve aún a decir:
«¡Aplastemos al infame!», con mil pretextos lo deshonra Sacramentado. De modo
que, así como un día, al decir de San Jerónimo, el mundo se pasmó de ser
arriano, así también, algún feliz día, disipadas las tinieblas, cesada
la avaricia y la herejía práctica, se podrá bien decir respecto al culto
eucarístico: «¡El mundo se pasmó de haber sido francmasón!».
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