2 DE DICIEMBRE
SANTA BIBIANA, VIRGEN Y MARTIR
Epístola – Eccli; LI, 13-17
Evangelio – San Mateo XIII,
44-52
La Iglesia, en el
Adviento, la memoria de cinco ilustres Vírgenes, entre. La primera, que celebramos
hoy, es Santa Bibiana, virgen romana; la segunda, Santa Bárbara, gloria de las
Iglesias de Oriente; la tercera, Santa Eulalia de Mérida, una de las
principales perlas de la Iglesia española; la cuarta, Santa Lucía, corresponde
a Sicilia; finalmente, la quinta, Santa Otilia, de la que se honra Francia.
Estas cinco Vírgenes prudentes atizaron su lámpara, y estuvieron en vela
aguardando la llegada del Esposo; y fue tan grande su constancia y fidelidad, que
cuatro de ellas derramaron su sangre por el de Aquel a quien esperaban.
Afiancémonos en la fe con ayuda de tan grandes ejemplos; y, puesto que, como dice el Apóstol, no hemos
resistido todavía hasta derramar la sangre, no nos lamentemos de nuestras
fatigas y trabajos en estas vigilias del Señor, después de las cuales esperamos
verle: ilustrémonos hoy con los gloriosos ejemplos de la casta y valerosa Santa
Bibiana.
Vida. — Su nombre no figura en el martirologio
jeronimiano. Sus Actas conocidas también con el nombre de Actas de S.
Pimenio, son legendarias. Según ellas, habría
pertenecido a una familia de mártires, cuyos miembros dieron toda su
vida por Cristo. Prefirió esta santa ser azotada hasta la ¿ ¿ muerte
antes de perder su fe y su pureza. El Papa Simplicio (468-483) ¿ consagró
en su honor una basílica sobre el Esquilino, y el Líber Pontificalis
nos dice que su cuerpo descansa, allí. Santa Bibiana es patrona de
Sevilla y es invocada contra los dolores de cabeza y la epilepsia.
¡Oh Virgen prudente,
Bibiana! pasaste sin desmayos la larga vigilia de esta vida; cuando llegó el
Esposo de improviso, el aceite no faltaba en tu lámpara. Ahí estás ahora, por
toda la eternidad, en la mansión de las bodas eternas, donde el Amado se recrea
en medio de los lirios. Desde ese lugar de tu descanso, acuérdate de los que
viven aún en espera de ese mismo Esposo de cuyos eternos abrazos gozas tú por
los siglos de los siglos. Estamos aguardando el Nacimiento del Salvador del
mundo, que debe poner fin al pecado y dar comienzo a la santidad; esperamos la llegada de ese Salvador a nuestras almas, para que las dé su vida y las una a
sí por amor; esperamos también al Juez de vivos y muertos. ¡Virgen prudente! inclina
a nuestro favor, con tus tiernas oraciones a ese Salvador, Esposo y Juez; para
que su triple visita, realizada sucesivamente en nosotros, sea el principio y
la consumación de esa unión divina a la que todos debemos aspirar. Ruega
también, Virgen fidelísima, por la Iglesia de la tierra que te engendró para la
del cielo, y que con tanta devoción guarda tus preciosas reliquias. Obtén para ella
esa fidelidad perfecta que la hace siempre digna del que es su Esposo y tuyo, y
que después de haberla enriquecido con sus mejores dones, y fortalecido con
inviolables promesas, quiere que pida, y que pidamos nosotros para ella, las gracias que
han de conducirla al término glorioso por el que suspira. Consideremos hoy el
estado de la naturaleza en la estación del año en que nos hallamos. La tierra
privada de su acostumbrado ornato, las flores han muerto, los frutos no cuelgan
ya de los árboles, el follaje de los bosques ha sido dispersado por el viento,
el frío penetra por todas partes; diríase que la muerte está asomada a la puerta.
Si al menos conservase el sol su fuerza, y siguiera en el cielo su radiante
carrera... Pero, de día en día abrevia su camino. Después de una larga noche,
apenas le ven los hombres, cuando cae nuevamente en el ocaso, a la hora en que antes
brillaba todavía con vivos resplandores; cada día que pasa ve cómo se adelantan
las tinieblas. ¿Va a ver el mundo apagarse para siempre su antorcha? ¿Está
condenado el género humano a morir en medio de la noche? Temiéronlo los paganos;
y, por eso, contando con terror los días de esta espantosa lucha de la luz con
las tinieblas, consagraron al culto del Sol el día veinticinco! de diciembre,
que es el solsticio de invierno, día en que este astro, rompiendo los lazos que
le amarraban, comienza a subir y volver a esa línea triunfante desde la que
antes dividía el cielo en dos partes. Nosotros, cristianos, iluminados con el
resplandor de la fe, no nos detendremos ante estos humanos terrores: buscamos
un Sol, a cuyo lado el sol visible es oscuro. Con El, podríamos desafiar a
todas las sombras materiales; sin El, lo que creeríamos ser luz, no haría más
que apartarnos y perdernos. ¡Oh Jesús, luz verdadera que ilumina a todo hombre
que viene a este mundo! escogiste para nacer en medio de nosotros, el
momento en que el sol visible está próximo a extinguirse, para hacernos
comprender por medio de tan admirable símbolo, el estado en que nos
encontrábamos cuando viniste a salvarnos e iluminarnos. "Iba disminuyendo
la luz del día, dice San Bernardo en su primer Sermón de Adviento; el Sol de
justicia estaba próximo a desaparecer; apenas quedaba en la tierra un débil
resplandor y una lánguida llama. Se había casi extinguido la luz del conocimiento
de Dios; y se había resfriado el fervor de. la caridad, por la abundancia de la maldad. Los Angeles no se
aparecían ya; los Profetas no dejaban oír su voz. Unos y otros estaban
desalentados ante la dureza y obstinación de los hombres; pero, (habla
el Hijo de Dios) entonces Yo dije: "Héme aquí." ¡Oh Cristo, Sol
de justicia! haz que lleguemos a comprender bien lo que es el mundo sin ti; lo
que son nuestras inteligencias sin tu luz, y nuestros corazones sin tu calor divino.
Abre los ojos de nuestra fe, y mientras ellos contemplan diariamente la disminución
de la luz visible, pensemos en las tinieblas del alma, que sólo tú puedes
disipar. Entonces, desde el fondo del abismo, se elevará nuestro clamor hacia
ti que has de aparecer el día señalado, para ahuyentar con tus rayos vencedores
aun las más espesas tinieblas.
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