3 DE DICIEMBRE
SAN FRANCISCO JAVIER, CONFESOR Y
APOSTOL DE LAS INDIAS
APOSTOL DE LAS INDIAS
Epístola – Rom; X, 10-18
Evangelio – San Marcos; XVI, 15-18
Habiendo sido los
Apóstoles los heraldos del Advenimiento de Cristo, era muy conveniente que el
tiempo de Adviento nos recordara a alguno de ellos. A ello acudió la divina
Providencia; porque, sin hablar de San Andrés, cuya fiesta cae con frecuencia
antes del comienzo de Adviento, Santo Tomás se encuentra infaliblemente todos
los años en las proximidades de Navidad. Más tarde diremos la razón por la que
ha obtenido ese puesto preferente entre los demás Apóstoles; ahora insistiremos
únicamente en la conveniencia que parecía exigir que el Colegio Apostólico
contribuyese al menos con uno de sus miembros, a anunciar en esta parte del
ciclo litúrgico, la venida del Redentor. Pero no quiso Dios que sólo los
primeros Apóstoles estuvieran representados a la cabeza del Calendario litúrgico;
es también grande, aunque inferior, la gloria de ese segundo Apostolado por
medio del cual la Esposa de Jesucristo continúa multiplicando sus hijos en su
fecunda vejez, como diría el Salmista. (Salmo XCI, 15.) Aún hay Gentiles
que evangelizar; la venida del Mesías no ha sido todavía anunciada a todos los
pueblos; pues bien, entre los valientes mensajeros del Verbo divino, que en
estos últimos tiempos han hecho resonar su voz entre la naciones infieles,
ninguno que haya brillado con tan vivo resplandor, que haya obrado tantos prodigios,
que se haya mostrado tan semejante a los primeros Apóstoles, como el reciente
Apóstol de las Indias, San Francisco Javier. Ciertamente, la vida y el
apostolado de este hombre maravilloso, constituyeron un gran triunfo para la
Iglesia, nuestra Madre, en el tiempo en que brillaron. La herejía, amparada
bajo todas las formas por la falsa ciencia, por la política, por la avaricia y
por todas las pasiones perversas del corazón humano, parecía anunciar el momento de su victoria. En su atrevido
lenguaje, no tenía más que profundo desprecio por la antigua Iglesia, que se
apoya en las promesas de Jesucristo; denunciábala al mundo, calificándola de prostituta
de Babilonia, como si los vicios de los hijos pudiesen empañar la pureza de
su madre. Dios se manifestó, por fin, y el suelo de la Iglesia se vió de
repente cubierto con los más admirables frutos de santidad. Multiplicáronse los
héroes y las heroínas en el seno mismo de aquella esterilidad que sólo era
aparente, y mientras los falsos reformadores aparecían como los hombres más
viciosos, Italia y España brillaban por sí solas con un resplandor
incomparable, mostrando los dechados de santidad que salieron de su seno. Es
hoy Francisco de Javier; pero más de una vez en el Año hemos de celebrar otros
nobles e ilustres compañeros suyos, suscitados por la gracia de Dios: de suerte
que el siglo XVI no tuvo nada que envidiar en prodigios de santidad a los
siglos más favorecidos. Ciertamente, no se preocupaban gran cosa de la salvación
de los infieles aquellos pretendidos reformadores que sólo soñaban con destruir
el verdadero Cristianismo arruinando sus templos; era el momento en que una
sociedad de apóstoles se ofrecía al soberano Pontífice para ir a plantar la fe
entre los pueblos más hundidos en las sombras de la muerte. Pero, como acabamos
de observar, entre todos esos apóstoles, ninguno ha realizado tan perfectamente
el tipo primitivo, como este discípulo de Ignacio. Nada le faltó, ni la amplia
extensión de países roturados por su celo, ni los miles de infieles bautizados
por su brazo infatigable, ni los milagros de toda clase que le presentaron a los
infieles como marcado con el sello de que nos habla la Sagrada Liturgia: "Estos
son los que, durante su vida, plantaron la Iglesia." El Oriente
contempló, en el siglo xvr, a un apóstol llegado de la Roma siempre santa, un
apóstol cuyo carácter y hechos recordaban a los enviados por el mismo
Jesucristo. Gloria, pues, al divino Esposo, que supo salir por la honra de su
Esposa, suscitando a Francisco Javier, y dándonos con él una idea de lo que
fueron, en medio del mundo pagano, aquellos hombres a quienes El encargó la
predicación de su Evangelio.
Vida. —
San Francisco nació en Navarra, en 1506.
En París conoció a San Ignacio de
Loyola, con quien trabó una santa
amistad. Después de fundar la Compañía de Jesús, envióle Ignacio a las Indias,
en 1542. Fué célebre por su
espíritu de oración, su gran mortificación, por el don de milagros y las
innumerables conversiones que
obró con su predicación entre los infieles. Murió en la isla de Sanchón el 2 de
diciembre de 1552. Su cuerpo
descansa en Goa (India) y su brazo derecho se venera en la Iglesia del Jesús, de Roma. San Francisco Javier es patrón de la
Propagación de la Fe.
Apóstol glorioso de
Jesucristo, que iluminastes con su luz a los pueblos que yacían sentados en las
sombras de la muerte, a ti nos dirigimos, nosotros, indignos cristianos, para
que, por aquella caridad que te movió a sacrificarlo todo en aras de la
evangelización de las naciones, te dignes disponer nuestros corazones para la
visita del Salvador que nuestra fe espera y nuestro amor desea. Fuiste padre de
los pueblos infieles, sé ahora protector del pueblo creyente. Antes de haber
contemplado con tus ojos a Jesús, le diste a conocer a innumerables naciones;
aJhora que le contemplas cara a cara, haz que le podamos ver nosotros cuando
aparezca, con la fe sencilla y ardorosa de los Magos de Oriente, primicias gloriosas
de los pueblos que tú fuiste a iniciar en la luz admirable (I S. Pedro, II,
9). Acuérdate también, oh gran apóstol, de las naciones que evangelizaste, en
las que la palabra de vida, por un tremendo juicio divino, ha quedado estéril.
Ruega por el vasto imperio de China, hacia el que se dirigían tus miradas al
morir, y que no pudo oír tu palabra. Ruega por el Japón, heredad querida, pero
horriblemente devastada por el jabalí de que habla el Salmista. Haz, que la
sangre de los mártires allí derramada, fecundice por fin esa tierra. Bendice,
también, oh Javier, a todas las Misiones emprendidas por nuestra Santa Madre
Iglesia en las regiones a donde el triunfo de la Cruz no ha llegado todavía.
Haz que se abran a la radiante sencillez de la fe, los corazones de los
infieles; que la semilla dé el ciento por uno de fruto; que crezca de día en
día el número de nuevos apóstoles, sucesores tuyos; que su celo y caridad no
desfallezcan nunca, que sus sudores sean fecundos, que la corona del martirio
sea no sólo la recompensa, sino el complemento y victoria final de su apostolado.
Acuérdate ante el Señor, de los innumerables miembros de esa asociación por la
que Jesucristo es anunciado en todo el mundo, y que se halla colocada bajo tu
amparo. Ruega finalmente con cariño filial por la Santa Compañía de la que eres
gloria y esperanza, para que florezca más y más bajo el viento de la tribulación
que nunca le ha faltado, y se multiplique, multiplicando al mismo tiempo por su
medio los hijos de Dios; ruega para que tenga siempre al servicio del pueblo
cristiano numerosos Apóstoles y vigilantes Doctores, y para que no lleve en
vano el nombre de Jesús. Consideremos la precaria situación del género humano en
el momento de la aparición de Cristo. La disminución de la verdad en la tierra está
representada de una manera gráfica y terrible en la disminución de la luz
material durante estos días. Las antiguas tradiciones se van perdiendo por doquier;
el Creador universal es desconocido por la misma obra de sus manos; todo ha
llegado a ser Dios, menos Dios Creador de todo. Un horroroso panteísmo invade
la moral pública y privada. Caen en el olvido todos los derechos menos el del
más fuerte; el placer, la avaricia, el robo suben a los altares para recibir adoración.
La familia se halla destrozada por el divorcio y el infanticidio; la especie
humana está degradada en masa por la esclavitud, y las mismas naciones perecen
en guerras de exterminio. El género humano no puede ya sufrir más; y si la mano
creadora no viene de nuevo en su ayuda, debe sucumbir infaliblemente en una
sangrienta y vergonzosa descomposición. Los justos que aún quedan y que luchan
contra el torrente de la universal degradación, no podrán salvarle, porque son
ignorados por todos, y sus méritos no podrían, a los ojos de Dios, cubrir la
horrible lepra que consume a la tierra. Toda la carne ha corrompido
sus caminos con mayor maldad aún que en los días del diluvio; con todo, un
segundo exterminio sólo serviría para manifestar la justicia divina; es hora de
que un misericordioso diluvio se extienda sobre la tierra, y que el creador del
género humano descienda a la tierra para sanarle. Baja, pues ya, ¡oh Hijo eterno
de Dios! Ven a reanimar este cadáver, a curar tantas llagas, a lavar tantas
inmundicias, a poner la Gracia superabundante allí donde el pecado abunda; y
así, después de haber convertido al mundo a tu santa Ley, demostrarás a todos
los siglos venideros, que eres tú mismo ¡oh Verbo del Padre! quien bajaste:
porque si sólo un Dios pudo crear el mundo, sólo la Omnipotencia de un Dios
podía devolverle a la justicia y a la santidad, después de arrancarle a las
garras de Satán y del pecado.
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