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miércoles, 7 de diciembre de 2016

EL PURGATORIO - La última de las misericordias de Dios - R.P Dolindo Ruotolo

LAS PENAS DEL PURGATORIO:
EL FUEGO


Las penas del Purgatorio son para nosotros un gran misterio, aunque creamos saber algo a través del testimonio de tantas apariciones de almas, que son ahora una realidad comprobada. Es un hecho quizás poco conocido que la realidad de la vida de ultratumba: el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, son una nueva ciencia, cómo es ciencia el Psicoanálisis, la Química, la Física, etc. Es una ciencia no metafísica, sino positiva, porque como la constancia de los fenómenos físicos hacen positiva la ciencia física, así la constancia de los testimonios de la vida de ultratumba, hacen positiva la ciencia que la indaga y la estudia. Aún los científicos incrédulos, están obligados a aceptar esta nueva ciencia, más aún, ellos estudian los hechos que testimonian la otra vida con mayor acuciosidad que los católicos, precisamente por el prejuicio que tienen contra lo sobrenatural. Los católicos saben por la fe (ciencia de las ciencias) que el alma es inmortal, que hay para ella otra vida infelicísima si es obstinada en la maldad, o purificadora si es manchada pero en gracia de Dios, y felicísima si es santa.

El sufragio
Las penas del Purgatorio son penas de otra vida completamente diversas de la vida terrena, son tormentos del alma, que las sufre intensamente. Las penas corporales o espirituales de la vida presente, repercuten en el alma pero de modo indirecto, porque pasan de los sentidos al sistema nervioso, de éste al cerebro que advierte las sensaciones, y del cerebro al alma que las percibe. La anestesia local o total que se hace en las operaciones quirúrgicas, deja los sentidos como adormecidos e incapaces de transmitir los dolores del alma. En el Purgatorio es el alma quien percibe directa y totalmente el dolor de la purificación, y este dolor no es atenuado por ninguna anestesia; veremos después como puede ser sólo atenuado por el sufragio, que es un pago hecho por viajeros de la tierra, los cuales aplican a las almas los méritos de Jesucristo, ayudándolas con las plegaria y sacrificios. El sufragio es como sacar un tumor, que deja sana la parte enferma y no la hace sufrir más. Es como un pago de amorosa caridad, que quita una deuda al alma y la dispensa de pagarla hasta lo último, aliviándola de las penas. No hay por lo tanto ninguna comparación entre las penas del Purgatorio y las penas de nuestra vida temporal. Podemos sólo formarnos una idea con comparaciones que quedan bien alejadas de la realidad, tal como la explosión de una bomba atómica, dista del estallido de un fósforo que se enciende. El tormento del Purgatorio que más fácilmente podemos imaginar, es aquel del fuego, porque hay innumerables apariciones de almas, que lo han testificado, dejando visibles marcas de fuego que las atormenta. De estas marcas se ve la tremenda diferencia que hay entre el fuego terreno y el fuego del Purgatorio. Para darles un ejemplo, en la historia del Padre Estanislao Choscoa, domínico (Brovus, Huso. De Pologne, año 1590) leemos este hecho: un día, mientras este santo religioso rezaba por los difuntos, vio un alma completamente devorada por las llamas, y le preguntó si aquel fuego era más penetrante que el de la tierra. “Ay de mí, respondió el alma gritando, todo el fuego de la tierra, comparado con el del Purgatorio es como suave brisa. El religioso dijo ¿Cómo es posible?, quisiera probar, a condición sin embargo que me sirviese para descontar en parte las penas que deberé sufrir en el Purgatorio” El alma agregó “Ningún mortal podría soportar la mínima parte de aquel fuego, sin morir al instante, sin embargo, si tú quieres convencerte, extiende la mano”. El padre sin vacilar extendió la mano, sobre la cual el alma hizo caer una gota de su sudor o de un líquido que se le parecía. Ante aquel contacto el religioso emitió un agudo grito y cayó al suelo desvanecido por el dolor que sintió. Acudieron los hermanos, los cuales le prodigaron todas las atenciones para que volviera en sí. Él lleno de terror, les contó lo que le había sucedido, y mostró sobre la mano una dolorosísima llaga. Tuvo que acostarse, porque no resistía estar en pie y después de un año y medio de increíbles sufrimientos, murió, exhortando a sus hermanos a rehuir las pequeñas culpas, para no caer en aquellos terribles tormentos. Hay numerosísimos hechos similares, de modo que es temerario e ilógico dudar de la realidad del fuego del Purgatorio.


¿De qué naturaleza es el “fuego” del Purgatorio?


¿Pero de qué naturaleza es este fuego, y cómo puede atormentar al alma, que es espíritu? Es un gran problema y un gran misterio que puede ser esclarecido por los modernos instrumentos atómicos. Los hombres antiguos obtenían el fuego restregando velozmente dos palos de pino o de otra planta resinosa. Se necesitaba mucho tiempo para encender un horno. Más tarde se sacó el fuego de la piedra sílice, que golpeada o restregada, echaba chispas y comunicaba el fuego a la yesca, que era una especie de esponja. La yesca poco a poco lentamente se encendía, como podría encenderse una cuerda de paja y así comunicaba el fuego a la leña. La leña consumida se volvía brasa o carbón y los carbones eran alimento del fuego. Se inventaron los fósforos, pequeño, pero precioso descubrimiento, y de ellos frotándolos sobre una superficie áspera se obtienen la chispa y la llama. La llama arde porque la leña, quemándose, se gasifica y es el gas el que forma la llama. Se recurre ahora al gas metano, extraído del carbón. Se descubrió la electricidad y se constató que un filamento, se volvía incandescente cuando se le aplicaba corriente eléctrica. Se obtuvo así el calor eléctrico. Cada una de estas maneras de obtener fuego daban mayor intensidad y calor. Los hornos eléctricos por ejemplo, tienen una potencia de calor inmensamente más intensa que el fuego de leña y que el fuego a gas. Hoy, con la ciencia atómica podemos formarnos una idea más clara del fuego, tanto del Infierno como del Purgatorio. El mundo material está formado de átomos de igual constitución pero de diversa naturaleza según sean los minerales o cuerpos físicos. Llegamos así al átomo de uranio, al átomo del plutonio, al átomo de hidrógeno. Cada átomo es como un sistema solar infinitesimal: tiene un núcleo central en torno al cual giran los corpúsculos eléctricos llamados electrones. Es una armonía como aquella del sol y de los planetas que le giran alrededor. El núcleo puede ser dividido por un bombardeo eléctrico hecho de especiales y potentes instrumentos, como por ejemplo el ciclotrón, el átomo entonces por esta división del núcleo, produce un calor potentísimo, frente al cual el fuego normal aparece como sombra. La materia se transforma en energía ardiente y ésta puede quemar y destruir cada cosa en un rayo inmenso con una potencia que aturde y aterra. Apoyándose en este descubrimiento, se fabricaron las primeras bombas atómicas, porque el hombre a menudo vuelve en mal los dones que Dios nos entregó para hacernos más fácil la vida. Las primeras bombas eran pequeñas cosas frente a las que se fabrican hoy. La primera bomba que se hizo estallar, para experimentación, en el desierto salino de México, produjo tal calor, que fundió la sal hasta la profundidad de ocho metros, reduciéndola en un gigantesco cristal azulado, que todavía se ve. Dos bombas de esta potencia lanzada en Nagasaki y la otra en Hiroshima en Japón durante la última guerra, destruyeron completamente estas florecientes ciudades. Las bombas modernas tienen una potencia de fuego destructiva inmensamente más ruinosa. Se ha calculado que una bomba de átomo de hidrógeno, llamada por eso H, que se hiciera estallar en el centro de Italia, la destruiría toda, y haría cambiar las aguas, como sangre podrida, haciendo imposible cualquier vida por la radioactividad que se difundiría. Según la fórmula del famoso matemático hebreo Einstein, la materia se cambia en energía. Por analogía podemos formarnos una idea del fuego del Infierno y del Purgatorio. El alma frente a Dios es menos que un átomo, pero tiende poderosamente hacia Él. Sus culpas son como el bombardeo que las separa de Él, completamente si el alma está condenada o por un determinado tiempo hasta que las culpas no se borren con la expiación, si el alma está salvada. Para el condenado, como la separación de Dios es total, no es posible la expiación, porque por la privación de la gracia, cae en un estado del cual no quiere librarse. Su voluntad, está afianzada en el mal y allí quiere permanecer. Para el alma purgante el estado de gracia la hace inclinarse hacia Dios con amor y ella quiere salir de su estado con la expiación. La separación de Dios, como en la partición del núcleo del átomo, genera un fuego terrible, inextinguible para el condenado y gradualmente extinguible para el alma en gracia, a medida que sus culpas son purificadas con la amorosa inclinación hacia Dios que le produce el mismo tormento. Es lógico, como son lógicas todas las verdades de la fe: el alma estando en gracia de Dios, lo ama intensamente y tanto más intensamente cuando mayor es su pureza. Ese amor le hace apreciar la infinita grandeza y perfección de Dios, y su infinita bondad. En esta luz y tensión de amor el alma ve mejor la propia imperfección que le impide ir hacia Dios, pero, no está lejana y se enciende toda con la llama generada por su mismo amor. Cada culpa es como un núcleo de átomo roto y separado de Dios, es como la antítesis de la fórmula de Einstein. En esta fórmula la materia se transforma en energía; en el alma que peca su energía espiritual se cambia casi en materia; en el fuego ardiente que la atormenta se vuelve a purificar, a espiritualizar el deseo de acercamiento y el amor a Dios, volviéndola así gradualmente apta para la visión beatífica.

La Purificación es una necesidad del alma


No es un acto de severidad de parte de Dios, es absurdo pensarlo, porque Dios es amor y por el estado de gracia del alma, Dios la ama con desmesurado amor, pero no puede suprimir la necesidad de purificación a la cual el alma aspira. El adorante aprecio que tiene de Dios, le hace considerar su infinita santidad y no quiere gozar de Él sin estar antes purificada totalmente. Sería un tormento para ella y no una alegría ir al Paraíso sin antes purificarse, como es tormento para un ojo enfermo la luz o para un estómago enfermo la abundancia de una comida sabrosa o para una persona vestida con vestimentas míseras y manchadas, ingresar a una fiesta de gala. Por el amor infinito que atrae al alma y por el deseo de purificación que ella tiene, se comprende porque Dios quiere que el alma sea socorrida por el sufragio que la ayuda a purificarse y porque el alma se vuelca a la Iglesia militante que es rica en tesoros de misericordia de Dios, por los méritos de Jesús, de María Santísima y de los Santos. Es lógico ya que el alma, que no alcanza a Dios es todavía viajera aunque esté fuera de la vida terrenal, y para purificarse debe aprovechar las fuentes de la Iglesia peregrina. Por una delicadeza de su amor, Dios quiere asociar a la Iglesia y al alma en su misericordia. Dios parece severo cuando dice que hay que pagar hasta la última cuenta, pero en realidad Dios es bueno, quiere que el alma entre en el cielo cual reina, como un derecho propio de su noble condición. Acostumbrados como estamos a la superficialidad de nuestras apreciaciones sobre la bondad de Dios y completamente ignorantes de las delicadezas admirables de su amor, nos cuesta comprender la bondad divina en su justicia amorosísima, cuando permite que gimamos y suframos en la vida terrenal o en la vida de ultratumba.

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