LAS PENAS DEL PURGATORIO:
EL FUEGO
EL FUEGO
Las
penas del Purgatorio son para nosotros un gran misterio, aunque creamos saber
algo a través del testimonio de tantas apariciones de almas, que son ahora una
realidad comprobada. Es un hecho quizás poco conocido que la realidad de la
vida de ultratumba: el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, son una nueva
ciencia, cómo es ciencia el Psicoanálisis, la Química, la Física, etc. Es una
ciencia no metafísica, sino positiva, porque como la constancia de los
fenómenos físicos hacen positiva la ciencia física, así la constancia de los
testimonios de la vida de ultratumba, hacen positiva la ciencia que la indaga y
la estudia. Aún los científicos incrédulos, están obligados a aceptar esta
nueva ciencia, más aún, ellos estudian los hechos que testimonian la otra vida
con mayor acuciosidad que los católicos, precisamente por el prejuicio que tienen
contra lo sobrenatural. Los católicos saben por la fe (ciencia de las ciencias)
que el alma es inmortal, que hay para ella otra vida infelicísima si es
obstinada en la maldad, o purificadora si es manchada pero en gracia de Dios, y
felicísima si es santa.
El
sufragio
Las
penas del Purgatorio son penas de otra vida completamente diversas de la vida
terrena, son tormentos del alma, que las sufre intensamente. Las penas corporales
o espirituales de la vida presente, repercuten en el alma pero de modo
indirecto, porque pasan de los sentidos al sistema nervioso, de éste al cerebro
que advierte las sensaciones, y del cerebro al alma que las percibe. La
anestesia local o total que se hace en las operaciones quirúrgicas, deja los sentidos
como adormecidos e incapaces de transmitir los dolores del alma. En el
Purgatorio es el alma quien percibe directa y totalmente el dolor de la purificación,
y este dolor no es atenuado por ninguna anestesia; veremos después como puede
ser sólo atenuado por el sufragio, que es un pago hecho por viajeros de la
tierra, los cuales aplican a las almas los méritos de Jesucristo, ayudándolas con
las plegaria y sacrificios. El sufragio es como sacar un tumor, que deja sana
la parte enferma y no la hace sufrir más. Es como un pago de amorosa caridad,
que quita una deuda al alma y la dispensa de pagarla hasta lo último,
aliviándola de las penas. No hay por lo tanto ninguna comparación entre las
penas del Purgatorio y las penas de nuestra vida temporal. Podemos sólo
formarnos una idea con comparaciones que quedan bien alejadas de la realidad,
tal como la explosión de una bomba atómica, dista del estallido de un fósforo
que se enciende. El tormento del Purgatorio que más fácilmente podemos
imaginar, es aquel del fuego, porque hay innumerables apariciones de almas, que
lo han testificado, dejando visibles marcas de fuego que las atormenta. De
estas marcas se ve la tremenda diferencia que hay entre el fuego terreno y el
fuego del Purgatorio. Para darles un ejemplo, en la historia del Padre
Estanislao Choscoa, domínico (Brovus, Huso. De Pologne, año 1590) leemos este
hecho: un día, mientras este santo religioso rezaba por los difuntos, vio un
alma completamente devorada por las llamas, y le preguntó si aquel fuego era
más penetrante que el de la tierra. “Ay de mí, respondió el alma gritando, todo
el fuego de la tierra, comparado con el del Purgatorio es como suave brisa. El
religioso dijo ¿Cómo es posible?, quisiera probar, a condición sin embargo que
me sirviese para descontar en parte las penas que deberé sufrir en el
Purgatorio” El alma agregó “Ningún mortal podría soportar la mínima parte de
aquel fuego, sin morir al instante, sin embargo, si tú quieres convencerte,
extiende la mano”. El padre sin vacilar extendió la mano, sobre la cual el alma
hizo caer una gota de su sudor o de un líquido que se le parecía. Ante aquel
contacto el religioso emitió un agudo grito y cayó al suelo desvanecido por el
dolor que sintió. Acudieron los hermanos, los cuales le prodigaron todas las
atenciones para que volviera en sí. Él lleno de terror, les contó lo que le
había sucedido, y mostró sobre la mano una dolorosísima llaga. Tuvo que acostarse,
porque no resistía estar en pie y después de un año y medio de increíbles
sufrimientos, murió, exhortando a sus hermanos a rehuir las pequeñas culpas,
para no caer en aquellos terribles tormentos. Hay numerosísimos hechos similares,
de modo que es temerario e ilógico dudar de la realidad del fuego del
Purgatorio.
¿De
qué naturaleza es el “fuego” del Purgatorio?
¿Pero
de qué naturaleza es este fuego, y cómo puede atormentar al alma, que es espíritu? Es un gran problema y un gran misterio que puede ser
esclarecido por los modernos instrumentos atómicos. Los hombres antiguos
obtenían el fuego restregando velozmente dos palos de pino o de otra planta
resinosa. Se necesitaba mucho tiempo para encender un horno. Más tarde se sacó
el fuego de la piedra sílice, que golpeada o restregada, echaba chispas y
comunicaba el fuego a la yesca, que era una especie de esponja. La yesca poco a
poco lentamente se encendía, como podría encenderse una cuerda de paja y así
comunicaba el fuego a la leña. La leña consumida se volvía brasa o carbón y los
carbones eran alimento del fuego. Se inventaron los fósforos, pequeño, pero
precioso descubrimiento, y de ellos frotándolos sobre una superficie áspera se
obtienen la chispa y la llama. La llama arde porque la leña, quemándose, se
gasifica y es el gas el que forma la llama. Se recurre ahora al gas metano,
extraído del carbón. Se descubrió la electricidad y se constató que un
filamento, se volvía incandescente cuando se le aplicaba corriente eléctrica.
Se obtuvo así el calor eléctrico. Cada una de estas maneras de obtener fuego
daban mayor intensidad y calor. Los hornos eléctricos por ejemplo, tienen una
potencia de calor inmensamente más intensa que el fuego de leña y que el fuego
a gas. Hoy, con la ciencia atómica podemos formarnos una idea más clara del
fuego, tanto del Infierno como del Purgatorio. El
mundo material está formado de átomos de igual constitución pero de diversa naturaleza según sean los minerales o cuerpos físicos. Llegamos así al átomo
de uranio, al átomo del plutonio, al átomo de hidrógeno. Cada átomo es como un
sistema solar infinitesimal: tiene un núcleo central en torno al cual giran los
corpúsculos eléctricos llamados electrones. Es una armonía como aquella del sol
y de los planetas que le giran alrededor. El núcleo puede ser dividido por un
bombardeo eléctrico hecho de especiales y potentes instrumentos, como por
ejemplo el ciclotrón, el átomo entonces por esta división del núcleo, produce
un calor potentísimo, frente al cual el fuego normal aparece como sombra. La
materia se transforma en energía ardiente y ésta puede quemar y destruir cada cosa en un rayo inmenso con una potencia que aturde y aterra. Apoyándose
en este descubrimiento, se fabricaron las primeras bombas atómicas, porque el
hombre a menudo vuelve en mal los dones que Dios nos entregó para hacernos más
fácil la vida. Las primeras bombas eran pequeñas cosas frente a las que se
fabrican hoy. La primera bomba que se hizo estallar, para experimentación, en
el desierto salino de México, produjo tal calor, que fundió la sal hasta la
profundidad de ocho metros, reduciéndola en un gigantesco cristal azulado, que
todavía se ve. Dos bombas de esta potencia lanzada en Nagasaki y la otra en
Hiroshima en Japón durante la última guerra, destruyeron completamente estas
florecientes ciudades. Las bombas modernas tienen una potencia de fuego
destructiva inmensamente más ruinosa. Se ha calculado que una bomba de átomo de
hidrógeno, llamada por eso H, que se hiciera estallar en el centro de Italia,
la destruiría toda, y haría cambiar las aguas, como sangre podrida, haciendo imposible
cualquier vida por la radioactividad que se difundiría. Según la fórmula del
famoso matemático hebreo Einstein, la materia se cambia en energía. Por
analogía podemos formarnos una idea del fuego del Infierno y del Purgatorio. El
alma frente a Dios es menos que un átomo, pero tiende poderosamente hacia Él. Sus
culpas son como el bombardeo que las separa de Él, completamente si el alma
está condenada o por un determinado tiempo hasta que las culpas no se borren
con la expiación, si el alma está salvada. Para el condenado, como la
separación de Dios es total, no es posible la expiación, porque por la
privación de la gracia, cae en un estado del cual no quiere librarse. Su
voluntad, está afianzada en el mal y allí quiere permanecer. Para el alma purgante
el estado de gracia la hace inclinarse hacia Dios con amor y ella quiere salir de
su estado con la expiación. La separación de Dios, como en la partición del
núcleo del átomo, genera un fuego terrible, inextinguible para el condenado y
gradualmente extinguible para el alma en gracia, a medida que sus culpas son
purificadas con la amorosa inclinación hacia Dios que le produce el mismo
tormento. Es lógico, como son lógicas todas las verdades de la fe: el alma
estando en gracia de Dios, lo ama intensamente y tanto más intensamente cuando
mayor es su pureza. Ese amor le hace apreciar la infinita grandeza y perfección
de Dios, y su infinita bondad. En esta luz y tensión de amor el alma ve mejor
la propia imperfección que le impide ir hacia Dios, pero, no está lejana y se
enciende toda con la llama generada por su mismo amor. Cada culpa es como un
núcleo de átomo roto y separado de Dios, es como la antítesis de la fórmula de Einstein.
En esta fórmula la materia se transforma en energía; en el alma que peca su
energía espiritual se cambia casi en materia; en el fuego ardiente que la
atormenta se vuelve a purificar, a espiritualizar el deseo de acercamiento y el
amor a Dios, volviéndola así gradualmente apta para la visión beatífica.
La
Purificación es una necesidad del alma
No
es un acto de severidad de parte de Dios, es absurdo pensarlo, porque Dios es
amor y por el estado de gracia del alma, Dios la ama con desmesurado amor, pero
no puede suprimir la necesidad de purificación a la cual el alma aspira. El
adorante aprecio que tiene de Dios, le hace considerar su infinita santidad y
no quiere gozar de Él sin estar antes purificada totalmente. Sería un tormento
para ella y no una alegría ir al Paraíso sin antes purificarse, como es
tormento para un ojo enfermo la luz o para un estómago enfermo la abundancia de
una comida sabrosa o para una persona vestida con vestimentas míseras y
manchadas, ingresar a una fiesta de gala. Por el amor infinito que atrae al
alma y por el deseo de purificación que ella tiene, se comprende porque Dios
quiere que el alma sea socorrida por el sufragio que la ayuda a purificarse y
porque el alma se vuelca a la Iglesia militante que es rica en tesoros de
misericordia de Dios, por los méritos de Jesús, de María Santísima y de los
Santos. Es lógico ya que el alma, que no alcanza a Dios es todavía viajera
aunque esté fuera de la vida terrenal, y para purificarse debe aprovechar las
fuentes de la Iglesia peregrina. Por una delicadeza de su amor, Dios quiere asociar
a la Iglesia y al alma en su misericordia. Dios parece severo cuando dice que
hay que pagar hasta la última cuenta, pero en realidad Dios es bueno, quiere
que el alma entre en el cielo cual reina, como un derecho propio de su noble
condición. Acostumbrados como estamos a la superficialidad de nuestras
apreciaciones sobre la bondad de Dios y completamente ignorantes de las
delicadezas admirables de su amor, nos cuesta comprender la bondad divina en su
justicia amorosísima, cuando permite que gimamos y suframos en la vida terrenal
o en la vida de ultratumba.
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