LA TÁCTICA DE HOY
La mano de los perseguidores no se fatiga ni se cansa. Sigue asestando
golpes sobre la libertad de conciencia y aprieta hoy más reciamente que nunca
los grilletes que tiene puestos al pensamiento y al espíritu del pueblo. Porque
a pesar de todo y de los esfuerzos brutales y sistemáticos de descatolización,
sentimientos, mentalidad, direcciones centrales de las almas, en fin, todo,
continúa, siendo católico. Y la persecución se aferra en herir, en tasajear lo
que es el nervio vivo, el resorte pujante de la vida interior de nuestra
nacionalidad.
Con todo, debemos reconocer que el delirio actual de persecución es una
brillantísima oportunidad de que se deje sentir todo el enorme, todo el
gigantesco significado de realidad avasalladora e innegable que tiene el hecho
de que los católicos forman la inmensa, la abrumadora mayoría del país. Y para
hacerlo sentir, no se necesitan espadas, ni bayonetas; no se necesita de los
comicios, ni de luchas electorales: basta hacer marchar la realidad, basta
hacer marchar los hechos, basta poner en marcha a esa mayoría para que dé una
carga recia de parálisis. No hay mejor manera de demostrar que el aire
constituye un elemento esencial para la vida, como suprimirlo. Mucho antes de
que sobrevenga la asfixia total, todos los labios se abrirán demacrados y
ansiosos para proclamar al aire factor irremplazablemente vital.
Un procedimientos un tanto raro, un tanto extraño, pero siempre en todas
partes eficaz, insuperablemente decisivo, para rendir a los déspotas y quebrantar
sus caprichos, es el que consiste en apelar al recursos de atentar contra la
propia vida. La célebre abanderada del feminismo inglés apeló a este recurso y
se condenó a no comer, el día en que fue aprehendida. Al día siguiente o muy
poco después fue puesta en libertad, porque su tenacidad en privarse de
alimentos rindió, fatigó a sus perseguidores.
El caso de Alcalde de Cork, es relativamente más reciente. Este joven
irlandés en los días en que ardió más enconadamente que nunca el debate de emancipación
entre Irlanda e Inglaterra, se condenó también a la huelga del hambre y murió.
Su actitud llegó a ser de significación mundial. Fue discutida por moralistas,
teólogos, políticos y filósofos. Entre tanto él, delante de la muerte a la cual
él mismo por su propia determinación se había condenado, altivo, arrogante,
hermoso, deslumbradoramente bello, porque estaba resuelto a acabar más
bellamente que como lo deseaba Heda Gabler en un libro de Ibsen y no como un
suicida, sino como un héroe radiante de la libertad cristiana, contaba los
pasos de la muerte y al mismo tiempo veía en derredor suyo a centenares de
millares de esclavos que se agolpaban en su calabozo, que se arrodillaban a
todas horas para que el martirio de la huelga del hambre fuera fecundo y
vislumbraba el incendio del horizonte y sentía que una mano, la mano de la
libertad, se posaba sobre su frente. Poco tiempo después de la muerte del
insigne Alcalde de Cork, Irlanda daba un paso gigantesco en su liberación.
La nueva táctica de combatir contra los profanadores de la libertad,
contra los violadores del derecho y de la majestad de la conciencia, se ha
orientado por rumbos antes totalmente desconocidos. Hasta hace poco tiempo
solamente se pensaba en matar y en reclutar batallones. En seguida se alzaba la
bandera de la rebeldía y se derramaba sangre de hermanos. Hoy se va por otro
camino. En Irlanda se fue por rumbos ignorados. Es cierto que Catón de Utica se
mató poco antes que César lo hiciera prisionero y después de leer las páginas
inmortales de El Fedón, que trazó la
pluma encendida del genio de Platón. Sin embargo, el suicidio de Catón fue la
muerte del último hombre libre de Roma. Al día siguiente fue enterrada la
libertad, hasta que salió resucitada de las catacumbas. Porque apareció una
enorme legión de hombres obscuros y de mujeres y niños débiles o inermes que se
dejaban matar, para que su sangre ganara la batalla de la libertad. La táctica
moderna no se parece a la espada de Catón y se semeja un tanto a la actitud de
los antiguos mártires; pero va por nuevos senderos. Y hoy se piensa y debe
pensarse en aplicar en la medida de lo posible el sistema del joven héroe
irlandés que se dejó morir de hambre en medio de sus cadenas, detrás de los
cerrojos de la cárcel del despotismo inglés y en presencia de millares de
parias como él.
Se dirá que este sistema aplicado literalmente en el mismo sentido en
que lo aplicó el Alcalde de Cork y en la misma forma empleada por la abanderada
del feminismo en Inglaterra, fracasaría. Porque los esbirros de nuestro medio
muy lejos de rendirse ante un hombre que se niega a comer, se regocijarían,
dado que la crueldad y el desdén con que se trata a todos los católicos entre
nosotros, no dan lugar a duda sobre ello. Y nosotros en este punto estamos
perfectamente de acuerdo. Sin embargo, si la huelga del hambre al tratarse de
un hombre, de uno solo de los parias, fuera a parar en el desastre, no sucede
ni ha sucedido, aun entre nosotros, en más de alguna ocasión esto mismo, con un
procedimiento bastante parecido a la huelga del hambre.
Hablamos de otra especie de huelga que aunque un tanto semejante a la
del Alcalde de Cork, no pide, no exige, estar dispuestos a la muerte, ni pide
ni exige más que unos cuantos sacrificios que ser de unánimes, coordinados,
uniformes, simultáneos, constantes, caen como montaña sobre los déspotas y los
rinde y los resquebraja. El procedimiento a que nos referimos es el luto, pero
no un luto que se reduzca a clavar moños negros en las puertas y en las
ventanas y que haga vestir crespones oscuros a hombres y a mujeres, no: ese
luto debe tener como base esencialmente fundamenta, la abstención, no de tomar
alimentos, no de apagar la sed, no de renunciar al sueño: se trata de
abstenerse, en la mayor medida posible, de hacer las compras ordinarias y
limitarse rigurosamente a lo indispensable para la vida en sus aspectos
ordinarios.
Además, abstenerse de toda diversión, del empleo de toda clase de
vehículos y de salir a la calle, a no ser que se trate de casos
imprescindibles. Una abstención así, que remotamente, que muy lejanamente se
asemeja, se parece a la huelga del hambre, cuando se sabe coordinar, entroncar
todas las actitudes con oportunidad, con simultaneidad, con uniformidad, sin
discrepancia, sin deserciones ignominiosas, lleva a toda la vida, lleva a todo
el enorme resonante torrente de la vida ordinaria si no a la parálisis súbita y
total, cuando menos a una parálisis parcial que se parece mucho a la otra y que
acaba, que ha acabado siempre por fatigar, por desdoblar el puño de los
perseguidores.
La campaña que los católicos de Jalisco emprendieron contra la reducción
de sacerdotes consistió esencialmente en esa abstención de que acabamos de
hablar. De pronto casi todos dudaban del éxito, los perseguidores se encogieron
de hombros y rieron burlonamente. Pero a la vuelta de unos cuantos días y en
seguida de unos cuantos meses toda la trama complicada de la vida de los
negocios, comenzó a padecer la asfixia más o menos fuerte; hubo casas
comerciales que quebraban y la parálisis comenzó a amenazarlo todo. Fue
entonces cuando los que estaban vivamente interesados en la derogación del
decreto, abrieron los ojos y hasta los mismos perseguidores, inclusive masones,
incrédulos y liberales, quisieron ansiosamente dicha derogación.
Hoy se puede hacer otro tanto ante el furor de los actuales
perseguidores. Hagámoslo. Háganlo por todas partes. Y la batalla se ganará
ahora, se ganará mañana, se ganará siempre. Abstención uniforme, cerrada,
simultánea, completa en los términos antes indicados. Es el recurso supremo y
nuevo contra los verdugos de la conciencia. De manera que si se logra que la
masa inmensa de los católicos salude aunque sea de lejos el espectro radiante y
victorioso del joven irlandés que se condenó a la huella del hambre para liberar
a su Patria, la libertad ganará la batalla para siempre.
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