Otra
tragedia en Colima
(Fin del artículo)
Así fueron conducidos todos hasta las espaldas de la Santa Iglesia
Catedral; y contra el muro del templo se alineó a los prisioneros y
prisioneras. En la mitad de la fila estaban Manuel y Francisco. Los soldados
tenían orden de disparar sólo contra ellos y no contra las mujeres, a las que
únicamente pretendían hacer sufrir. Manuel pidió permiso para hablar, pero se
lo negaron. Francisco se persignó serena y devotamente, y con la grandeza de
alma propia de los mártires, casi sonriendo, esperaron la muerte. Una descarga nutrida derribó a los dos
jóvenes. Francisco murió instantáneamente, pues una de las balas le partió el
corazón. Manuel cayó moribundo y el capitán del pelotón, que se apellidaba
Álvarez, tuvo que darle tres veces el tiro que llaman "de gracia".
¿Le temblaba el pulso? ¡Quizás!
Las señoritas de la Brigada esperaban serenas también la muerte; pero el
capitán señaló a dos centinelas que se quedaran allí y a las señoritas que permanecieran
de pie haciendo guardia (lo que ellas reputaron una honra) a los cadáveres de
los tres muchachos, que habían de quedarse todo el día tirados en el suelo, ¡para
que los habitantes de Colima pudieran palpar cuán grande era la justicia de los
enemigos de Dios!... Y para mayor efecto, allí dejaban también ¡el botín de
guerra!... El pueblo desfiló todo el día
ante aquel cuadro, con grandes muestras de dolor y reverencia... Algunos ¡ay!
de los educados moralmente en las escuelas laicas, pocos por fortuna, pasaron
también para reírse y mofarse de los cadáveres ensangrentados de sus
compatriotas católicos, y de aquella guardia, nunca vista, de las señoritas
católicas de las Brigadas femeninas. . .¡ Los canallas! Después de muchas horas
de aquella macabra exhibición, los callistas mandaron recoger los cadáveres y
llevar a la prisión a las jóvenes casi desfallecidas.
Y para María Ortega y Candelaria Borjas comenzó aquella misma noche
otra etapa de su heroico martirio. Aisladas una de otra, en medio de la
oscuridad de la noche, se las condujo a los patios interiores del Seminario-cuartel,
y aquellos caballeros de nuevo cuño, formados en la escuela liberal del respeto
al derecho ajeno, la libertad de conciencia y de pensamiento y demás
zarandajas, se complacieron en abofetearlas de lo lindo, azotarlas y
amenazarlas con algo peor que todo eso, que no llevaron a cabo porque los
Ángeles de su guarda no lo hubieran consentido. . .Pero ¿qué es lo que querían
esos infames? Que les dijeran lo que habían callado los tres mártires... Y como
ellos y a su ejemplo, ellas también callaban, callaban. . . con el mismo
heroísmo, con la misma caridad del prójimo, con la misma fe y el mismo amor a
Dios que los mártires de la Iglesia primitiva.
—Verán ustedes. . . ¡chulas hipócritas!. . . si con el collar que les
vamos a regalar con esta cuerda no cantan de plano, antes de los últimos
pataleos. .
—No tenemos miedo más que al Dios que nos ha de juzgar y... también a
vosotros, un día no muy lejano. . .
—Ya, ya veremos si las salva de la horca su Cristo Rey. . .
Y diciendo y haciendo echaron una soga al cuello de Candelaria, y la suspendieron
por unos momentos en el aire. Candelaria perdió el sentido. No querían matarla,
sino atormentarla, y la bajaron, dejándola tirada en el suelo entre la
inmundicia de la estancia, que era una caballeriza Acercaron entonces a María
Ortega para que contemplara aquel despojo humano de su heroica compañera.
Tampoco ella manifestó temor alguno. Los verdugos hicieron lo mismo, la colgaron hasta que, desfallecida, la
volvieron a tirar por los suelos en un montón de estiércol.
Al despuntar el día los soldados volvieron al lugar de su hazaña
nocturna, y a puntapiés y echándoles cubos de agua, lograron que las dos jóvenes volvieran
en sí...Las levantaron y les dijeron que iban a fusilarlas si no hablaban.
¡Ay! Candelaria no volvería a hablar por muchos años, porque el suplicio de la horca
había destruido su laringe. . . Pero aunque no estuviera así, dañada, jamás
hablaría en una denuncia de sus compañeros y compañeras de la causa cristera. Formaron
el cuadro, les ataron a las dos las manos a la espalda, las vendaron los ojos.
. . y dispararon al aire sus máuseres. . . Todo era una farsa sádica e infame.
Pero aquellas dos débiles jovencitas vivificadas y fortalecidas por su amor a
Dios, habían vencido. . .Los soldados, enfurruñados, se retiraron dejándolas
abandonadas en la caballeriza, cuyas puertas cerraron para convertirla en
prisión, y allí estuvieron hasta el 16 de agosto, enfermas, dolientes,
hambrientas, pues hubo día en que no les llevaron ni un panecillo, ni un poco
de agua ... sin un petate donde dormir. . . casi ahogadas por el nauseabundo
olor de la caballeriza. . .a oscuras, solas, pero confortándose la una a la
otra y orando, orando mucho por nuestro pobre México. . . Por fin ese 16 de
agosto, un día después de la Asunción de la Virgen a los Cielos, se abrieron
las puertas de la caballeriza y uniéndolas así como estaban, sucias,
desgreñadas, enfermas, medio ciegas, sin habla, a otro grupo formado por las
siguientes víctimas también de aquella persecución espantosa: D. J. de Jesús
Guzmán, D. Gabriel Castell, D. Juan Vázquez y un hermano suyo, D. Higinio
Gómez, D. Leónides Borjas, Doña Manuela Curiel, con su hija la joven Rita
López, y las señoritas María Guadalupe Gutiérrez y Piedad Gómez, fueron
llevadas a un tren, y desterradas de su patria chica a la ciudad de Monterrey.
No sé si vivirán las dos mártires Borjas y Ortega. . . Si viven que me perdonen
si no he sabido relatar toda la grandeza de su alma, todo el heroísmo de una
vida que ya está sellada por el martirio. . .Y también que recuerden, como
estoy seguro que lo harán si viven, que esa su invicta fortaleza en el martirio
se la deben a Dios, el único que es capaz y es poderoso y bondadoso para dar
tal heroísmo a sus débiles criaturas. Si aún no las ha recompensado. . . por su
correspondencia a su gracia, lo hará, sí, con la misma corona de los mártires
en el Cielo.
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