lunes, 29 de agosto de 2016

LOS MARTIRES MEXICANOS

Otra tragedia en Colima
(Fin del artículo)


Así fueron conducidos todos hasta las espaldas de la Santa Iglesia Catedral; y contra el muro del templo se alineó a los prisioneros y prisioneras. En la mitad de la fila estaban Manuel y Francisco. Los soldados tenían orden de disparar sólo contra ellos y no contra las mujeres, a las que únicamente pretendían hacer sufrir. Manuel pidió permiso para hablar, pero se lo negaron. Francisco se persignó serena y devotamente, y con la grandeza de alma propia de los mártires, casi sonriendo, esperaron la muerte.  Una descarga nutrida derribó a los dos jóvenes. Francisco murió instantáneamente, pues una de las balas le partió el corazón. Manuel cayó moribundo y el capitán del pelotón, que se apellidaba Álvarez, tuvo que darle tres veces el tiro que llaman "de gracia". ¿Le temblaba el pulso? ¡Quizás!

Las señoritas de la Brigada esperaban serenas también la muerte; pero el capitán señaló a dos centinelas que se quedaran allí y a las señoritas que permanecieran de pie haciendo guardia (lo que ellas reputaron una honra) a los cadáveres de los tres muchachos, que habían de quedarse todo el día tirados en el suelo, ¡para que los habitantes de Colima pudieran palpar cuán grande era la justicia de los enemigos de Dios!... Y para mayor efecto, allí dejaban también ¡el botín de guerra!...  El pueblo desfiló todo el día ante aquel cuadro, con grandes muestras de dolor y reverencia... Algunos ¡ay! de los educados moralmente en las escuelas laicas, pocos por fortuna, pasaron también para reírse y mofarse de los cadáveres ensangrentados de sus compatriotas católicos, y de aquella guardia, nunca vista, de las señoritas católicas de las Brigadas femeninas. . .¡ Los canallas! Después de muchas horas de aquella macabra exhibición, los callistas mandaron recoger los cadáveres y llevar a la prisión a las jóvenes casi desfallecidas.

Y para María Ortega y Candelaria Borjas comenzó aquella misma noche otra etapa de su heroico martirio. Aisladas una de otra, en medio de la oscuridad de la noche, se las condujo a los patios interiores del Seminario-cuartel, y aquellos caballeros de nuevo cuño, formados en la escuela liberal del respeto al derecho ajeno, la libertad de conciencia y de pensamiento y demás zarandajas, se complacieron en abofetearlas de lo lindo, azotarlas y amenazarlas con algo peor que todo eso, que no llevaron a cabo porque los Ángeles de su guarda no lo hubieran consentido. . .Pero ¿qué es lo que querían esos infames? Que les dijeran lo que habían callado los tres mártires... Y como ellos y a su ejemplo, ellas también callaban, callaban. . . con el mismo heroísmo, con la misma caridad del prójimo, con la misma fe y el mismo amor a Dios que los mártires de la Iglesia primitiva.

—Verán ustedes. . . ¡chulas hipócritas!. . . si con el collar que les vamos a regalar con esta cuerda no cantan de plano, antes de los últimos pataleos. .  

—No tenemos miedo más que al Dios que nos ha de juzgar y... también a vosotros, un día no muy lejano. . .

—Ya, ya veremos si las salva de la horca su Cristo Rey. . .

Y diciendo y haciendo echaron una soga al cuello de Candelaria, y la suspendieron por unos momentos en el aire. Candelaria perdió el sentido. No querían matarla, sino atormentarla, y la bajaron, dejándola tirada en el suelo entre la inmundicia de la estancia, que era una caballeriza Acercaron entonces a María Ortega para que contemplara aquel despojo humano de su heroica compañera. Tampoco ella manifestó temor alguno. Los verdugos hicieron lo mismo, la colgaron hasta que, desfallecida, la volvieron a tirar por los suelos en un montón de estiércol.

Al despuntar el día los soldados volvieron al lugar de su hazaña nocturna, y a puntapiés y echándoles cubos de agua, lograron que las dos jóvenes volvieran en sí...Las levantaron y les dijeron que iban a fusilarlas si no hablaban. ¡Ay! Candelaria no volvería a hablar por muchos años, porque el suplicio de la horca había destruido su laringe. . . Pero aunque no estuviera así, dañada, jamás hablaría en una denuncia de sus compañeros y compañeras de la causa cristera. Formaron el cuadro, les ataron a las dos las manos a la espalda, las vendaron los ojos. . . y dispararon al aire sus máuseres. . . Todo era una farsa sádica e infame. Pero aquellas dos débiles jovencitas vivificadas y fortalecidas por su amor a Dios, habían vencido. . .Los soldados, enfurruñados, se retiraron dejándolas abandonadas en la caballeriza, cuyas puertas cerraron para convertirla en prisión, y allí estuvieron hasta el 16 de agosto, enfermas, dolientes, hambrientas, pues hubo día en que no les llevaron ni un panecillo, ni un poco de agua ... sin un petate donde dormir. . . casi ahogadas por el nauseabundo olor de la caballeriza. . .a oscuras, solas, pero confortándose la una a la otra y orando, orando mucho por nuestro pobre México. . . Por fin ese 16 de agosto, un día después de la Asunción de la Virgen a los Cielos, se abrieron las puertas de la caballeriza y uniéndolas así como estaban, sucias, desgreñadas, enfermas, medio ciegas, sin habla, a otro grupo formado por las siguientes víctimas también de aquella persecución espantosa: D. J. de Jesús Guzmán, D. Gabriel Castell, D. Juan Vázquez y un hermano suyo, D. Higinio Gómez, D. Leónides Borjas, Doña Manuela Curiel, con su hija la joven Rita López, y las señoritas María Guadalupe Gutiérrez y Piedad Gómez, fueron llevadas a un tren, y desterradas de su patria chica a la ciudad de Monterrey.

No sé si vivirán las dos mártires Borjas y Ortega. . . Si viven que me perdonen si no he sabido relatar toda la grandeza de su alma, todo el heroísmo de una vida que ya está sellada por el martirio. . .Y también que recuerden, como estoy seguro que lo harán si viven, que esa su invicta fortaleza en el martirio se la deben a Dios, el único que es capaz y es poderoso y bondadoso para dar tal heroísmo a sus débiles criaturas. Si aún no las ha recompensado. . . por su correspondencia a su gracia, lo hará, sí, con la misma corona de los mártires en el Cielo.

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