21 de
Junio
San Luis
Gonzaga.
(† 1591)
Epístola
– Eccli. XXXI, 8-11
Evangelio – San Mateo XXII, 29-40
El angelical patrón de la juventud San Luis Gonzaga
nació en Castellón, y fué hijo primogénito de don Ferrante Gonzaga, príncipe
del imperio y marqués de Castellón, y de doña María Tana Santena de Chieri del
Piamonte, dama muy principal y muy favorecida de la reina doña Isabel, mujer
del rey don Felipe II. Crearon le sus padres con gran cuidado como heredero
suyo y de otros dos tíos suyos, en cuyos estados había de suceder. Siendo de
cinco años, y tratando con los soldados de cosas de guerra con más ánimo que
discreción, disparó un arcabuz y se quemó la cara, y otro día estuvo en peligro
de perder la vida por poner fuego a un tiro pequeño de artillería. Entonces se
le pegaron algunas palabras desconcertadas, que oía decir a los soldados sin
entender lo que significaban, pero siendo avisado y reprendido por su ayo nunca
jamás las dijo, y quedó de esto tan avergonzado, que tuvo éste por el mayor
pecado de su vida. Siendo ya de ocho años se creó en la corte del duque de
Toscana e hizo voto de perpetua virginidad ante la imagen de la Anunciada, y
tuvo un don de castidad tan perfecta, que, como aseguraba el santo cardenal Belarmino,
que le confesó generalmente, jamás sintió estímulo en el cuerpo ni imaginación
torpe en el alma, a pesar de ser, de su natural, sanguíneo, vivo y amoroso. No
dejaba él de ayudarse para conservar aquella preciosa joya, refrenando sus
sentidos, y llevando bajos los ojos, sin mirar jamás el rostro a las damas, ni a
la emperatriz, ni aun a su propia madre. Ayunaba tres días por semana, traía a
raíz de las carnes las espuelas de los caballos y se disciplinaba
rigurosamente. Comulgando la fiesta de la Asunción en el colegio de la Compañía
de Jesús de Madrid, oyó una voz clara y distinta que le decía se hiciese
religioso de la Compañía de Jesús. No se puede creer los medios que tomó su
padre para divertirle de su vocación; mas después de muchas y recias batallas,
rindió el santo joven el corazón del padre y renunciando sus estados en favor
de su hermano Rodolfo, entró en el noviciado de san Andrés de Roma, a la edad
de diez y ocho años no cumplidos. Entonces resplandecieron con toda su claridad
celestial las virtudes de aquel angelical mancebo. Era tan dado a la oración
que parece vivía de ella, y preguntado si padecía en ella distracciones, dijo
al superior que todas las que había padecido en el espacio de seis meses no
llegarían a tiempo que es menester para rezar un Ave María. De sólo oir hablar
de amor divino se le encendía súbitamente el rostro como un fuego, y cuando
oraba delante del santísimo Sacramento, parecía un abrasado serafín encarne mortal.
Finalmente habiendo asistido a los pobres enfermos de mal contagioso, fué
víctima de su ardentísima caridad, y como tuviese revelación del día de su
muerte, cantó el Te Deum laudamus, y besando tiernísimamente el
crucifijo, dio su bendita alma al Criador, siendo de edad de veintitrés años.
Reflexión: El
sumo pontífice Benedicto XIII, que puso al bienaventurado Luis en el catálogo
de los santos, lo declaró también patrón y ejemplar de la juventud estudiosa.
Mírense pues en este celestial espejo todos los jóvenes cristianos, y aprendan
de él a conservar la inocencia de su alma, y, si la han ya perdido, a compensar
con la penitencia la pérdida de joya tan preciosa.
Oración: ¡Oh Dios! repartidor de los dones celestiales, que
juntaste en el angelical mancebo Luis una grande inocencia de alma con una
maravillosa penitencia: concédenos por su intercesión y por sus merecimientos,
que imitemos en la penitencia al que no hemos imitado en la inocencia. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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