Cuando venga el Paráclito, que os enviaré del Padre, el Espíritu de la verdad
que procede del Padre, él dará testimonio de mí (Juan;15,26).
En estas palabras se halla descrita la venida del Espíritu, la cual es
digna de veneración por tres razones. Debe venerarse, en efecto, primeramente,
por ser grande el que viene, pues es el Espíritu que del Padre procede. Como
que el Espíritu Santo es Dios, siendo como es Dios de Dios. En segundo lugar
debe venerarse por ser grande aquél de quien viene, pues viene de parte del
Padre y del Hijo, según dan a entender estas palabras: Yo le enviaré del Padre.
Y, por último, debe venerarse porque el Espíritu Santo viene para nuestro bien,
esto es, para dar testimonio cierto de aquél a quien tienden sumamente nuestros
deseos. A decir verdad, tenemos dos diferencias de bienaventuranza suma: la una
respecto de los creyentes, y consiste en oír testimonio acerca de Dios; y la
otra respecto de los comprensores, y consiste en ver a Dios. Ahora, en la
tierra, se da la fe por audición, pero después, en el cielo, se dará la
contemplación por visión. Por lo tanto, hemos de advertir que, al decir: Él
dará testimonio de mí, va designado lo que es objeto de sumo deseo entre los
viadores. Y viniendo ahora a las palabras: Cuando venga el Paráclito, hace (quiere
decir) de decir que ellas, no sólo contienen la deseable promesa de que se dará
el Espíritu Santo, sino también ponen a nuestros ojos tres cosas dignas de ser
consideradas, a saber: El Espíritu prometido, su venida y sus efectos lo cual
equivale a saber quién viene, cómo viene y a qué viene.
I. Se
describe, primeramente, quién viene cuando se dice: El Paráclito, a quien yo os
enviaré, donde el enviado se representa como grande, como sabio y como piadoso.
Represéntase como grande, al decir: que procede del Padre. La razón es porque
el Espíritu Santo, cuyo principio originante es el Padre, no carece de la
majestad del Padre. Se representa como sabio al decir: El Espíritu de verdad,
respecto de lo cual: Cuando venga aquél, el Espíritu de la verdad, os enseñará
toda verdad. Y, por último, se representa como piadoso al decir: Paráclito,
pues por Paráclito se entiende consolador. Por donde tenemos que el enviado se
describe como Espíritu de la piedad cuando se dice Paráclito, como Espíritu de
la verdad cuando se dice Espíritu de la verdad y como Espíritu de la potestad o
de la majestad cuando se dice: El que procede del Padre. Y a decir verdad nos
era necesario que tal enviado viniese para contrarrestar la enemistad del
diablo, cuya acción es acometer por vía de la audacia
mediante terror, por vía de la falacia mediante
seducción y por vía de la violencia mediante opresión.
En cuanto a lo primero, que es acometer por audacia, se dice en Job, c.41 : Para no conocer el miedo ha sido hecho;
en cuanto a lo segundo, que es acometer por falacia, se dice en el Génesis, c.3: La serpiente era más astuta que todos los
animales de la tierra; y, por último, en cuanto a lo tercero, que es
acometer por violencia, se dice en Jeremías, c.6: Es cruel y despiadado. En confirmación de lo cual tenemos que
Ezequías, como se dice en el libro cuarto de los Reyes, fue aterrado al influjo
de la audacia presuntuosa; los primeros padres, seducidos al influjo de la
falacia halagadora, y afligido el santo Job al influjo de la violencia de la
tribulación. Pero no temamos al diablo audaz y presuntuoso, pues ya viene el
Espíritu de la majestad, de quien se dice en la primera carta de San Juan, c.4:
El que está en vosotros es más grande que
el que está en el mundo. No temamos al diablo falaz y seductor, lleno de
falsedad, pues ya viene el Espíritu de la verdad, de quien se dice aquello de
San Juan, c.16: Cuando venga aquél, el
Espíritu de la verdad, os enseñará toda verdad. No temamos, finalmente, al
diablo que atribula con violencia, pues ya viene el Paráclito, que es el
Espíritu de la piedad, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. Por
donde el Paráclito, como Espíritu de la majestad, reprime la presunción; como
Espíritu de la verdad, deshace la falacia y, como Espíritu de la piedad, mitiga
la tribulación y advierte que se ha de buscar de continuo su consolación por
ser verdadera, perfecta y moderadora.
Se ha de buscar primero, la consolación del Paráclito Consolador por
verdad Y lo es porque el Paráclito la aplica donde debe ser aplicada, es decir,
en el alma y no en la carne, procedimiento contrario al del mundo, el cual
halaga la carne y aflige el alma, asemejándose al mal hospedero que apacienta
el caballo y desatiende al jinete. Dios, en cambio, consuela el alma, como es
de ver en las lamentaciones, el: Por eso
lloro y manan lágrimas mis ojos, porque está lejos de mí el consolador que
convierte mi alma. Se ha de buscar, segundo, la consolación del Paráclito
por ser perfecta Y lo es porque el Paráclito nos consuela en todas las tribulaciones,
cosa que no acaece con el mundo, el cual, por cada consuelo que causa, causa
dos tribulaciones; como aquel que está cosiendo un cuero viejo donde, mientras
se cubre un agujero, se hacen dos nuevos. Hace todo lo contrario el Paráclito,
Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones. Y,
por último, se ha de buscar la consolación del Espíritu Santo por ser
consolador Y lo es porque, donde mayor es la tribulación, produce allí el Paráclito
mayor consolación, según aquello del salmo: Según la multitud de dolores en mi
corazón, tus consuelos alegraron mi alma. Al revés de lo cual viene a ser el
mundo, el cual, si consuela y sonríe en la prosperidad, desprecia y se burla en
la adversidad; y en referencia a esto se dice en las lamentaciones, c.1: No hay quien la consuele entre todos sus
amadores. De donde resulta que el mundo es como el perro corroedor de
huesos.
II. A
continuación, en segundo lugar, debemos tratar de la venida del Espíritu
prometido. Respecto de lo cual venimos en notar dos cosas: cuál es el lugar
donde el Espíritu Santo habita con agrado y cuál la morada que allí debemos
prepararle. Se ha de cuidar, en efecto, de que el Espíritu Santo no halle
morada desaliñada, indecorosa y situada en mal lugar. Advierte, pues, que tres
son los lugares que suele visitar y frecuentar con su presencia, a saber: el lugar de la oración, el lugar de la predicación y el lugar
de la congregación o santa asamblea. Y conste que le hacen venir al
lugar de la oración los deseos de los santos, al lugar de la predicación su
elocuencia y al lugar de la santa asamblea sus ejemplos. Según esto, respecto
de lo primero debe decirse que el lugar más familiarmente visitado por el
Espíritu Santo es el de la oración. Cada cual, en efecto, viene de buen grado
al lugar donde es amado. Por eso es porque el Padre del cielo dará espíritu
bueno a los que lo pidan, en ejemplificación de lo cual se dice en los Hechos,
c.1, que el Espíritu Santo vino sobre los
discípulos congregados en el lugar donde perseveraban unánimes en la oración. La
razón es porque lo hace venir el olor de la santa devoción, que perfuma el
lugar de la devota oración. Respecto de lo segundo debe decirse que el lugar
más frecuentado por el Espíritu Santo es el de la predicación. La razón es
porque cada uno ama el lugar donde es alabado. Por donde se dice en los Hechos,
c.10: Hablaba aún Pedro, cuando descendió
el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras. Muévele, en
efecto, a venir la sonoridad de la divina alabanza que resuena en el lugar de
la predicación, en comparación de lo cual tenemos que el Espíritu Santo, según
se dice en los Hechos, c.2, descendió acompañado de estruendo impetuoso; que
Eliseo, como se lee en el cuarto libro de los Reyes, c.3, hizo que le trajeran al tañedor de arpa, en plan de reavivar el espíritu
de profecía, y que Saúl, al tocar David la cítara, se calmaba mejorado. Y,
por último, respecto de lo tercero, debemos decir que lugar amado en especial
por el Espíritu Santo es el de la santa congregación o asamblea. Cada cual, en
efecto, ama el lugar donde es servido. En significación de lo cual se escribe
en el libro primero de los Reyes, c.1O, donde Samuel dice a Saúl: Te encontrarlas
con un grupo de profetas bajando del excelso. Y sigue diciendo: Entonces caerá
sobre ti el espíritu del Señor, profetizarás con ellos y serás cambiado en otro
hombre. Y en el Evangelio: Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos. Y es que la amenidad de la convivencia
honesta, propia del lugar de la santa asamblea, contribuye a que venga el
Espíritu Santo. Por consiguiente, tenemos que el lugar amado por el Espíritu
Santo es lugar ameno, lugar sonoro, lugar que despide suavidad de olores.
Consecuencia de lo cual es que se han de evitar los lugares de ociosidad y disipación.
Pero miremos a continuación en estos lugares cuál es la morada que debe
prepararse para el Espíritu Santo. Porque se ha de saber que no todos los que
se reúnen en semejantes asambleas reciben el Espíritu Santo. Donde observarás,
por lo tanto, que el Espíritu Santo no viene a la morada de algunos por tres
razones: o porque
no halla su morada purificada, o porque no es invitado a ella, o porque en ella
no es obsequiado con el servicio de buenas obras. Según lo que vamos
diciendo, la primera razón por la que el Espíritu Santo no viene consiste en
que la morada no está purificada. Todo lo cual aparece en el libro de la
Sabiduría, c.1, donde se dice: Pues en el
alma maliciosa no entrará la Sabiduría ni morará en cuerpo esclavo de pecado. Y
¿cómo extrañarse de que al alma así corrompida no venga el Espíritu Santo? Bástele
saber que e! alma pecadora se convierte en letrina de! diablo. Y ¿cómo creer que
semejante alma es morada del Rey del cielo? Recuérdese a este respecto lo del
Génesis, Cap.6: No permanecerá por siempre
mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne, esto es, carnal. La
segunda razón por la que el Espíritu Santo no viene a la morada del alma
consiste en que no es invitado ni conocido. Tal viene a ser la morada de los
que no llaman a Dios en su auxilio como a huésped, como es de ver en San Juan,
c.14: Yo rogaré al Padre, y El os dará otro
Paráclito o consolador, el Espíritu de la verdad, que el mundo no puede conocer
porque no le ve ni le conoce. Y, por
último, la tercera razón por la que el Espíritu no viene ni aun sobre algunos
que le invitan consiste en que ellos le niegan en sus moradas todo servicio
obsequioso, Son los que proceden a dos caras, los cuales nada quieren hacer por
e! Espíritu Santo; y de ellos está en el libro de la Sabiduría, c.1: El Santo Espíritu de la disciplina huye del
doblez, Lo cual es como si dijera: Porque interiormente, al parecer, le
sirven con buenos pensamientos y exteriormente con obras simuladas, por eso huirá
del doblez. O también, adoptando otra explicación, podrás ver en los simuladores
de doble cara a los hipócritas, los cuales, lejos de servir a Dios, hacen de
los bienes que de Dios reciben pedestal para su propia gloria, despojándole
allí, en la interior morada, de sus bienes, pues los bienes que son de Dios se
los adjudican a sí mismos. Y así resulta que la primera morada es de los pecadores,
la segunda de los mundanos y la tercera de los hipócritas y perezosos.
Por lo tanto, purifiquemos la morada mediante la confesión, pues está
escrito: A tu casa conviene santidad Señor, por los siglos de los siglos. Y
entonces vendrá el Espíritu Santo, como se colige de los Hechos, c.2:
Arrepentíos, y cada uno de vosotros se bautice para la remisión de vuestros
pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo. Invitemos después al Espíritu
Santo mediante la oración devota, y entonces no dejará de venir sobre nosotros
el Espíritu Santo, según aquello del libro de la Sabiduría, c.7: por eso rogué,
y me fue dada la prudencia. Invoqué al Señor, y vino sobre mí el espíritu de sabiduría.
Y, por último, ofrendemos al Espíritu Santo servicio, obsequioso mediante la
dilección interior y obediencia exterior, y el Espíritu Santo vendrá, conforme
a lo que se dice en San Juan, c.14: Si
alguno me ama, guardara mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él.
E, insistiendo, digo que vendremos a él nosotros, es decir, el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo y haremos morada en él, Y "en
gracia de tal dilección debe ser requerida la mente, la lengua y la mano",
al decir de San Gregorio, de suerte que toda causa sea decidida por las
palabras de dos o tres testigos.
III. Y, por
último, habiendo dicho muchas cosas acerca de la venida, tratemos brevemente de
sus efectos o frutos. Helos reducidos a tres principales. El Espíritu Santo, en
efecto, es enviado como nuncio que testifica la patria, a fin de que no quedemos
abrumados por el tedio que causa su dilación; es enviado como compañero que
consuela, a fin de que no nos abrume el tedio de la presente miseria; y es enviado
como pedagogo que conduce, no sea que nos abrume el tedio producido por lo
largo y dificultoso del camino.- Y, para terminar, digamos que la misión del
Espíritu Santo como nuncio para testificar, como socio para consolar y como
pedagogo para conducir es un hecho, cuya verdad se apoya en la autoridad
divina. Lo primero cuando se dice: Cuando
venga el Paráclito, El dará testimonio de mí. Lo segundo cuando se añade: Yo rogaré al Padre, y os dará otro Paráclito
o Consolador. Y lo tercero cuando se concluye: Tu espíritu bueno me conducirá a tierra derecha. Llévenos a la
misma el Espíritu prometido, que con el Padre y el Hijo vive y reina por los
siglos de los siglos. Amén.
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