sábado, 14 de mayo de 2016

San Buenaventura

Cuando venga el Paráclito, que os enviaré del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí (Juan;15,26).


En estas palabras se halla descrita la venida del Espíritu, la cual es digna de veneración por tres razones. Debe venerarse, en efecto, primeramente, por ser grande el que viene, pues es el Espíritu que del Padre procede. Como que el Espíritu Santo es Dios, siendo como es Dios de Dios. En segundo lugar debe venerarse por ser grande aquél de quien viene, pues viene de parte del Padre y del Hijo, según dan a entender estas palabras: Yo le enviaré del Padre. Y, por último, debe venerarse porque el Espíritu Santo viene para nuestro bien, esto es, para dar testimonio cierto de aquél a quien tienden sumamente nuestros deseos. A decir verdad, tenemos dos diferencias de bienaventuranza suma: la una respecto de los creyentes, y consiste en oír testimonio acerca de Dios; y la otra respecto de los comprensores, y consiste en ver a Dios. Ahora, en la tierra, se da la fe por audición, pero después, en el cielo, se dará la contemplación por visión. Por lo tanto, hemos de advertir que, al decir: Él dará testimonio de mí, va designado lo que es objeto de sumo deseo entre los viadores. Y viniendo ahora a las palabras: Cuando venga el Paráclito, hace (quiere decir) de decir que ellas, no sólo contienen la deseable promesa de que se dará el Espíritu Santo, sino también ponen a nuestros ojos tres cosas dignas de ser consideradas, a saber: El Espíritu prometido, su venida y sus efectos lo cual equivale a saber quién viene, cómo viene y a qué viene.

I. Se describe, primeramente, quién viene cuando se dice: El Paráclito, a quien yo os enviaré, donde el enviado se representa como grande, como sabio y como piadoso. Represéntase como grande, al decir: que procede del Padre. La razón es porque el Espíritu Santo, cuyo principio originante es el Padre, no carece de la majestad del Padre. Se representa como sabio al decir: El Espíritu de verdad, respecto de lo cual: Cuando venga aquél, el Espíritu de la verdad, os enseñará toda verdad. Y, por último, se representa como piadoso al decir: Paráclito, pues por Paráclito se entiende consolador. Por donde tenemos que el enviado se describe como Espíritu de la piedad cuando se dice Paráclito, como Espíritu de la verdad cuando se dice Espíritu de la verdad y como Espíritu de la potestad o de la majestad cuando se dice: El que procede del Padre. Y a decir verdad nos era necesario que tal enviado viniese para contrarrestar la enemistad del diablo, cuya acción es acometer por vía de la audacia mediante terror, por vía de la falacia mediante seducción y por vía de la violencia mediante opresión. En cuanto a lo primero, que es acometer por audacia, se dice en Job, c.41 : Para no conocer el miedo ha sido hecho; en cuanto a lo segundo, que es acometer por falacia, se dice en el Génesis, c.3: La serpiente era más astuta que todos los animales de la tierra; y, por último, en cuanto a lo tercero, que es acometer por violencia, se dice en Jeremías, c.6: Es cruel y despiadado. En confirmación de lo cual tenemos que Ezequías, como se dice en el libro cuarto de los Reyes, fue aterrado al influjo de la audacia presuntuosa; los primeros padres, seducidos al influjo de la falacia halagadora, y afligido el santo Job al influjo de la violencia de la tribulación. Pero no temamos al diablo audaz y presuntuoso, pues ya viene el Espíritu de la majestad, de quien se dice en la primera carta de San Juan, c.4: El que está en vosotros es más grande que el que está en el mundo. No temamos al diablo falaz y seductor, lleno de falsedad, pues ya viene el Espíritu de la verdad, de quien se dice aquello de San Juan, c.16: Cuando venga aquél, el Espíritu de la verdad, os enseñará toda verdad. No temamos, finalmente, al diablo que atribula con violencia, pues ya viene el Paráclito, que es el Espíritu de la piedad, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. Por donde el Paráclito, como Espíritu de la majestad, reprime la presunción; como Espíritu de la verdad, deshace la falacia y, como Espíritu de la piedad, mitiga la tribulación y advierte que se ha de buscar de continuo su consolación por ser verdadera, perfecta y moderadora.

Se ha de buscar primero, la consolación del Paráclito Consolador por verdad Y lo es porque el Paráclito la aplica donde debe ser aplicada, es decir, en el alma y no en la carne, procedimiento contrario al del mundo, el cual halaga la carne y aflige el alma, asemejándose al mal hospedero que apacienta el caballo y desatiende al jinete. Dios, en cambio, consuela el alma, como es de ver en las lamentaciones, el: Por eso lloro y manan lágrimas mis ojos, porque está lejos de mí el consolador que convierte mi alma. Se ha de buscar, segundo, la consolación del Paráclito por ser perfecta Y lo es porque el Paráclito nos consuela en todas las tribulaciones, cosa que no acaece con el mundo, el cual, por cada consuelo que causa, causa dos tribulaciones; como aquel que está cosiendo un cuero viejo donde, mientras se cubre un agujero, se hacen dos nuevos. Hace todo lo contrario el Paráclito, Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones. Y, por último, se ha de buscar la consolación del Espíritu Santo por ser consolador Y lo es porque, donde mayor es la tribulación, produce allí el Paráclito mayor consolación, según aquello del salmo: Según la multitud de dolores en mi corazón, tus consuelos alegraron mi alma. Al revés de lo cual viene a ser el mundo, el cual, si consuela y sonríe en la prosperidad, desprecia y se burla en la adversidad; y en referencia a esto se dice en las lamentaciones, c.1: No hay quien la consuele entre todos sus amadores. De donde resulta que el mundo es como el perro corroedor de huesos.

II. A continuación, en segundo lugar, debemos tratar de la venida del Espíritu prometido. Respecto de lo cual venimos en notar dos cosas: cuál es el lugar donde el Espíritu Santo habita con agrado y cuál la morada que allí debemos prepararle. Se ha de cuidar, en efecto, de que el Espíritu Santo no halle morada desaliñada, indecorosa y situada en mal lugar. Advierte, pues, que tres son los lugares que suele visitar y frecuentar con su presencia, a saber: el lugar de la oración, el lugar de la predicación y el lugar de la congregación o santa asamblea. Y conste que le hacen venir al lugar de la oración los deseos de los santos, al lugar de la predicación su elocuencia y al lugar de la santa asamblea sus ejemplos. Según esto, respecto de lo primero debe decirse que el lugar más familiarmente visitado por el Espíritu Santo es el de la oración. Cada cual, en efecto, viene de buen grado al lugar donde es amado. Por eso es porque el Padre del cielo dará espíritu bueno a los que lo pidan, en ejemplificación de lo cual se dice en los Hechos, c.1, que el Espíritu Santo vino sobre los discípulos congregados en el lugar donde perseveraban unánimes en la oración. La razón es porque lo hace venir el olor de la santa devoción, que perfuma el lugar de la devota oración. Respecto de lo segundo debe decirse que el lugar más frecuentado por el Espíritu Santo es el de la predicación. La razón es porque cada uno ama el lugar donde es alabado. Por donde se dice en los Hechos, c.10: Hablaba aún Pedro, cuando descendió el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras. Muévele, en efecto, a venir la sonoridad de la divina alabanza que resuena en el lugar de la predicación, en comparación de lo cual tenemos que el Espíritu Santo, según se dice en los Hechos, c.2, descendió acompañado de estruendo impetuoso; que Eliseo, como se lee en el cuarto libro de los Reyes, c.3, hizo que le trajeran al tañedor de arpa, en plan de reavivar el espíritu de profecía, y que Saúl, al tocar David la cítara, se calmaba mejorado. Y, por último, respecto de lo tercero, debemos decir que lugar amado en especial por el Espíritu Santo es el de la santa congregación o asamblea. Cada cual, en efecto, ama el lugar donde es servido. En significación de lo cual se escribe en el libro primero de los Reyes, c.1O, donde Samuel dice a Saúl: Te encontrarlas con un grupo de profetas bajando del excelso. Y sigue diciendo: Entonces caerá sobre ti el espíritu del Señor, profetizarás con ellos y serás cambiado en otro hombre. Y en el Evangelio: Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Y es que la amenidad de la convivencia honesta, propia del lugar de la santa asamblea, contribuye a que venga el Espíritu Santo. Por consiguiente, tenemos que el lugar amado por el Espíritu Santo es lugar ameno, lugar sonoro, lugar que despide suavidad de olores. Consecuencia de lo cual es que se han de evitar los lugares de ociosidad y disipación.

Pero miremos a continuación en estos lugares cuál es la morada que debe prepararse para el Espíritu Santo. Porque se ha de saber que no todos los que se reúnen en semejantes asambleas reciben el Espíritu Santo. Donde observarás, por lo tanto, que el Espíritu Santo no viene a la morada de algunos por tres razones: o porque no halla su morada purificada, o porque no es invitado a ella, o porque en ella no es obsequiado con el servicio de buenas obras. Según lo que vamos diciendo, la primera razón por la que el Espíritu Santo no viene consiste en que la morada no está purificada. Todo lo cual aparece en el libro de la Sabiduría, c.1, donde se dice: Pues en el alma maliciosa no entrará la Sabiduría ni morará en cuerpo esclavo de pecado. Y ¿cómo extrañarse de que al alma así corrompida no venga el Espíritu Santo? Bástele saber que e! alma pecadora se convierte en letrina de! diablo. Y ¿cómo creer que semejante alma es morada del Rey del cielo? Recuérdese a este respecto lo del Génesis, Cap.6: No permanecerá por siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne, esto es, carnal. La segunda razón por la que el Espíritu Santo no viene a la morada del alma consiste en que no es invitado ni conocido. Tal viene a ser la morada de los que no llaman a Dios en su auxilio como a huésped, como es de ver en San Juan, c.14: Yo rogaré al Padre, y El os dará otro Paráclito o consolador, el Espíritu de la verdad, que el mundo no puede conocer porque no le ve ni le conoce.  Y, por último, la tercera razón por la que el Espíritu no viene ni aun sobre algunos que le invitan consiste en que ellos le niegan en sus moradas todo servicio obsequioso, Son los que proceden a dos caras, los cuales nada quieren hacer por e! Espíritu Santo; y de ellos está en el libro de la Sabiduría, c.1: El Santo Espíritu de la disciplina huye del doblez, Lo cual es como si dijera: Porque interiormente, al parecer, le sirven con buenos pensamientos y exteriormente con obras simuladas, por eso huirá del doblez. O también, adoptando otra explicación, podrás ver en los simuladores de doble cara a los hipócritas, los cuales, lejos de servir a Dios, hacen de los bienes que de Dios reciben pedestal para su propia gloria, despojándole allí, en la interior morada, de sus bienes, pues los bienes que son de Dios se los adjudican a sí mismos. Y así resulta que la primera morada es de los pecadores, la segunda de los mundanos y la tercera de los hipócritas y perezosos.

Por lo tanto, purifiquemos la morada mediante la confesión, pues está escrito: A tu casa conviene santidad Señor, por los siglos de los siglos. Y entonces vendrá el Espíritu Santo, como se colige de los Hechos, c.2: Arrepentíos, y cada uno de vosotros se bautice para la remisión de vuestros pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo. Invitemos después al Espíritu Santo mediante la oración devota, y entonces no dejará de venir sobre nosotros el Espíritu Santo, según aquello del libro de la Sabiduría, c.7: por eso rogué, y me fue dada la prudencia. Invoqué al Señor, y vino sobre mí el espíritu de sabiduría. Y, por último, ofrendemos al Espíritu Santo servicio, obsequioso mediante la dilección interior y obediencia exterior, y el Espíritu Santo vendrá, conforme a lo que se dice en San Juan, c.14: Si alguno me ama, guardara mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él. E, insistiendo, digo que vendremos a él nosotros, es decir, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y haremos morada en él, Y "en gracia de tal dilección debe ser requerida la mente, la lengua y la mano", al decir de San Gregorio, de suerte que toda causa sea decidida por las palabras de dos o tres testigos.


III. Y, por último, habiendo dicho muchas cosas acerca de la venida, tratemos brevemente de sus efectos o frutos. Helos reducidos a tres principales. El Espíritu Santo, en efecto, es enviado como nuncio que testifica la patria, a fin de que no quedemos abrumados por el tedio que causa su dilación; es enviado como compañero que consuela, a fin de que no nos abrume el tedio de la presente miseria; y es enviado como pedagogo que conduce, no sea que nos abrume el tedio producido por lo largo y dificultoso del camino.- Y, para terminar, digamos que la misión del Espíritu Santo como nuncio para testificar, como socio para consolar y como pedagogo para conducir es un hecho, cuya verdad se apoya en la autoridad divina. Lo primero cuando se dice: Cuando venga el Paráclito, El dará testimonio de mí. Lo segundo cuando se añade: Yo rogaré al Padre, y os dará otro Paráclito o Consolador. Y lo tercero cuando se concluye: Tu espíritu bueno me conducirá a tierra derecha. Llévenos a la misma el Espíritu prometido, que con el Padre y el Hijo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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